sábado, 12 de marzo de 2016

ESTOY CONTENTO DE ESTAR HACIENDO UN TALLER LITERARIO

Estoy haciendo un taller literario con Pablo Ramos. Yo sabía que ambos nos íbamos a tener cariño, porque en algunas cosas nos parecemos -en las cosas en que me parece esencial parecerme- aunque nuestras personalidades sean tan diversas. Su taller me sirve para mejorarme como persona, para ser más "visceral" y menos miedoso y para bajarme el ego tantas veces como sea necesario. Mis compañeros son bárbaros y me ayudan muchísimo. Este es un fragmento de algo que escribió mi nuevo maestro:

"A veces creo que la soledad no es un precio. La soledad existe de antes, un escritor es básicamente un solitario más o menos disimulado según los casos, pero un solitario al fin. La escritura es la justificación (porque es una soledad que necesita ser justificada), la defensa de esa soledad. Si lo veo así, el círculo cierra perfectamente. Ya que la soledad le dicta las palabras al escritor, y el escritor no puede elegir sacarse esa soledad de encima como si fuera un abrigo pesado un día caluroso.

Escribo porque al hablar fracaso, es mi lugar común, pero es así, un poco. Cada vez que hablo largamente (cada vez más) siento, aún antes de terminar de hablar, la contundencia de una derrota inevitable. Escribir viene a ser lo contrario de hablar. Al hablar me siento prisionero de lo dicho, las palabras se alejan de mí o yo de ellas y son irrecuperables, apurado muchas veces por las circunstancias y las exigencias (ajenas a mi ser) y por más que me ayuden a salir del apremio del momento dándome pequeñas victorias parciales termino siempre sintiendo esa gran derrota. Una derrota humana, no mía en particular pero que desequilibra mi existencia.



Por último los quiero acercar a mi idea de “La arquitectura de la mentira”. Es sencillo: uno construye un texto de ficción de la misma manera en que un arquitecto construye una casa. Uno quiere transmitir intacta una emoción y elige para hacerlo el mejor camino: la creación. Crear no es mentir, crear no es imaginar, es tratar de poseerlo todo, y frente a esa posibilidad puede que suceda el hecho estético. Si sucede hay arte, hay narrativa de calidad. Los cimientos, las paredes, los techos de esta casa no pueden ser meros adornos, meros impactos decorativos, globitos de colores, tortitas para el té. No. Tienen que sostener lo que hay que sostener, tienen que resistir lo que haya que resistir. De esa manera se construye un texto literario, cumpliendo rigores, salvando exigencias. La belleza hay que encontrarla ahí, en la estructura y la concepción de ese todo, en la unidad. De lo contrario corremos el riesgo de que al primer portazo la casa se nos caiga encima y nos sepulte bajo una pila de mampostería barata.

Si se escribe desde lo profundo de nuestro ser (de nuestra soledad) no hay riesgos, lo garantizo. Si se escribe en una mesa de un café de Palermo imbécil, levantando la mano cada vez que alguien nos saluda como si fuéramos una especie de Papa, con nuestra notebook reluciente y nuestro ego más erecto que el obelisco, estamos listos".

Gracias al taller me pintó leer a Raymond Carver.