miércoles, 31 de agosto de 2016

EL ALBAÑIL Y EL FILÓSOFO

A lo largo de mi vida he conocido muchos alcohólicos, y sé cómo se transforman en expertos en engañar a la gente que los quiere, inflingiéndoles un dolor que no pueden remediar.

Los alcohólicos suelen tomar menos para olvidar las cosas malas que han pasado que por la consciencia de no poder revivir los escasos momentos de felicidad en que se sintieron plenamente vivos. Cuando beben alcohol se toman la tristeza, la esperanza, la soledad, la impotencia, la bronca, el recuerdo de instantes que saben irrepetibles...


Casi todas las personas medio estúpidas, medio ignorantes o medio aburridas, suelen ser más estúpidas, más ignorantes o más aburridas cuando están alcoholizadas, o cuando se encuentran bajo el efecto de alguna droga. Sin embargo existen borrachos que además son filósofos. Los he visto en bares y esquinas de mala muerte, cuando vivía en Wilde.


En uno  de los capítulos de su hermoso libro Hasta que puedas quererte solo, titulado justamente "El albañil y el filósofo", Pablo Ramos narra la historia de su amigo Rolando:


“La gente, la misma que monopolizó la palabra ‘diversión’ y la llevó de la flexibilidad de lo diverso a la dureza simplista de lo que es entretenido, de lo que distrae, transformó para siempre el viejo valor de lo distinto en una oda a  la estupidez, a la liviandad, a la tontería. La gente normal se divierte con los borrachos, y disfrazan de sonrisa esa mórbida mueca de saña maliciosa que llevan en el alma. La gente normal alienta siempre el espectáculo del borracho, hasta que, saciados de carroña, se van sin ver el final. El único y repetido final de carrera para el borracho. Muchas veces lo vi. Será  por eso que quiero tanto a los borrachos, y desconfío enormemente de esas personas que ocupan su lugar en una de las tantas filas de los tantos teatros hipócritas en que han convertido el don de vivir”.


Me identifiqué mucho con el libro de Pablo -no sólo porque geográficamente sus páginas hablan de zonas que yo he visto y sentido desde que tengo memoria, como Villa Domínico, Wilde, el cementerio de Avellaneda, Sarandí-;  sino también porque varios de los personajes de los que habla su libro se parecen a gente que he conocido.


La historia que más me gustó, como ya habrán notado, fue la de su amigo, el “albañil filósofo”:


“Su madre, alcohólica feroz, le ocultó el embarazo a su marido durante los nueve meses. Por supuesto que el marido también bebía un poco, y poco miraría a su mujer, porque no se dio cuenta de nada. ‘Hacía uso de ella, dejaba la plata y se iba’, es lo que me dijo, una noche, el mismo Rolando”.


Cuando finalmente la madre le dijo al padre de Rolando que el bebé que estaba mirando en ese momento era hijo suyo, lo arrojó por la ventana: 

“Rolando atravesó el vidrio y cayó arriba de un ligustro, o de un ángel disfrazado de ligustro. El marido molió a golpes a su mujer, la usó y luego se habrán amigado y bebido y golpeado y vuelto a amigar y a usar y a beber. Porque se olvidaron del chico. La que no se olvidó fue una vecina, que lo vio ‘volar’ y lo tomó como una señal del Cielo”.


La madre “verdadera”, quien curiosamente se llamaba Piedad, murió de repente, cuando Rolando contaba con sólo dieciséis años. Pablo cuenta que aprendió el oficio de albañil, que leía libros y que  era un filósofo auténtico, aunque muchos de los que lo miraban beber con cierta sorna y desprecio, no lo notaron nunca:


“Su veneración por los libros y por la inteligencia, un hermoso pudor sensual hacia las mujeres, un respeto sublime a quien le diera trabajo y esa base ontológica sólida como una roca que era su convicción de que vivir es servir al otro. Voluntario en todo, siempre primero a la hora de hacer algo, siempre temprano, sin quejas, sin exigencias”.


Mi vieja es igual, aunque su hijo es más egoísta. Como Rolando, mamá vive para los demás. Su madre, mi abuela materna, también era así. Se llamaba Margarita, y enviudó, con cuatro hijos, cuando mi vieja tenía dos o tres años. 

Mi abuela Margarita tuvo que trabajar casi toda su vida de costurera. Eso no le impidió alojar a dos de sus muchos hermanos, ya grandes y habitualmente borrachos, en el patio de su casa en Gualeguaychú: Valentín y Bolón. Nunca supe cómo se llamaba mi tío Bolón, porque siempre lo llamé “Bolón”. 

En fin, volviendo al libro de Pablo, me encantó la parte en que cuenta acerca de la veta “filosófica” de Rolando:


“Rolando terminaba de trabajar y se dedicaba concienzudamente a beber hasta  emborracharse. Y ya borracho se ponía a hablar de manera maravillosa. Hablaba de temas existenciales, en el bar, para un público indiferente y mezquino. Muchos de los adictos o los alcohólicos que conocí fueron seres mezquinos y obsesivos que en lo único en que pensaban era en cómo conseguir la próxima dosis o en el próximo trago. Rolando no. Rolando hablaba borracho, pero no como borracho. Hablaba como un filósofo. El problema es que el habla de un filósofo se parece mucho a la de un borracho. Entonces muy pocas personas, o casi ninguna, se daban cuenta de la diferencia. Y eso me causaba a mí una bronca descomunal”.


El autor narra cómo Rolando le hizo la casa a su verdadera madre y a su madre “paridora”, que no lo quiso nunca. Su madre biológica muere de delirium tremens, y el padre de cirrosis. Irónicamente, el albañil que construyó casas hasta para una “paridora” alcohólica que jamás lo amó, murió sin casa propia.


Pablo lo recuerda con un amor que, se nota, debe haber sido infinito:


“Él mismo me contó su vida en unas pocas noches en las cuales, sobrio, me habló de su infancia, de sus amores, de su ilusión. Rolando dejó de tomar sobre el final, doblegado por la cirrosis. Pero nunca se arrepintió de nada. Dios era para él El Barba, igual que para el Diego. Rolando me dijo que todos los días él le hablaba a El Barba, y que le pedía por nosotros, porque nos veía preocupados, o solos, o tristes, y sobre todo le pedía que sucediera algo que nos hiciera entender que la droga nos estaba destrozando.

Él no tenía casa, se estaba muriendo y le pedía por nosotros. Rolando muchas veces nos mostró el camino del bien, o sea, se detuvo a decirnos en la cara, en cualquier circunstancia, que lo que estaba bien era mejor que lo que estaba mal”.

La foto que ilustra el post es del verdadero Rolando. La tomé prestada del blog de Pablo: acá tienen el link.


Le tengo afecto a Pablo, aunque nos conocemos muy pero muy poco, y no tengo demasiadas ganas de hacer una "crítica literaria". 

En términos generales, coincido con la muy buena reseña que Damián Huergo escribió para Página 12, y puedo decir que el caso de Pablo tiene algunas similitudes con algunos "escritores malditos", por aquello del "reviente" y las drogas. Sin embargo, él fue primero alcohólico antes de saber que iba a ser escritor. La escritura le permitió ahuyentar sus demonios, aplacar la ferocidad y lograr, por momentos, la ansiada "ternura".

Coincido con Huergo cuando destaca como Ramos, al igual que sus admirados Hemingway y Cheever, rastrea la ternura dentro de la desesperación, de la violencia, de la incomunicación, de la "ferocidad".

¿Y cuáles son los autores que le gustan a Pablo? De lo poco que recuerdo de nuestras charlas, podría nombrar a Borges, Raymond Carver, John Cheever, John Gardner, Chejov, Charles Bukowski, Abelardo Castillo, Sartre, Carl Gustav Jung...

domingo, 28 de agosto de 2016

MICHEL HOUELLEBECQ: UN AUTOR DIFÍCIL DE QUERER

Un rasgo que suele ponerse de relieve en el autor de Sumisión, además de su aparente racismo, radica en su "misoginia"; ergo, antes de ir a la “cuestión Houellebecq” -vaya uno a saber qué demonios sería eso-, me parece útil distinguir entre el “misógino” y el “machista”. En La insoportable levedad del ser, se habla de dos tipos de mujeriegos; mujeriegos líricos (que buscan en cada mujer su propio ideal) y mujeriegos épicos (que buscan en las mujeres la infinita diversidad del mundo femenino). Pero no nos vayamos al carajo:


EL MACHO Y EL MISÓGINO: Según Kundera, “el macho adora la feminidad y desea dominar lo que adora. Exaltando la feminidad arquetípica de la mujer dominada (su maternidad, su fecundidad, su debilidad, su carácter hogareño, su sentimentalismo, etcétera), exalta su propia virilidad. Por el contrario, al misógino le horroriza la feminidad, escapa de las mujeres demasiado mujeres. El ideal del macho: la familia. El ideal del misógino: soltero con muchas amante; o: casado con una mujer amada sin hijos.

(…) Cada uno de nosotros se ve confrontado desde sus primeros días con un padre y una madre, con una feminidad y una virilidad. En consecuencia, marcado por una relación armónica o inarmónica con cada uno de estos dos arquetipos. Los ginófobos (misóginos) existen no sólo entre los hombres sino también entre las mujeres y hay  tantos ginófobos como andrófobos (los y las que viven en desarmonía con el arquetipo de hombre). Estas actitudes son posibilidades distintas y totalmente legítimas de la condición humana. El maniqueísmo feminista nunca se planteó la cuestión de la androfobia y convirtió la misoginia en simple insulto. De este modo se ha esquivado el contenido psicológico de esta noción, que sería el único interesante”.


Les dejo a ustedes, hipócritas lectores, sacar las conclusiones de la cita que les parezcan interesantes para ser pensadas. Ahora si me permiten, vuelvo a MH:


La idea que atraviesa todas las novelas de Houellebecq es la de la irreversibilidad absoluta de todo proceso de degradación una vez iniciado:


“Da igual que esta degradación afecte a una amistad, una familia, una pareja, un grupo social más importante, una sociedad entera; en mis novelas no hay perdón, ni vuelta atrás. No existe segunda oportunidad: todo lo que se ha perdido está perdido irremediablemente y para siempre”.

¿Y qué tipo de ser humano puede surgir de semejante cosmovisión? Alguien conservador, antisocial, temeroso, más sensible a los peligros que a la esperanza; con tendencia al pesimismo y a la tristeza.


En lo personal, creo que no le falta razón a Houellebecq cuando sostiene que nuestra cultura es capaz de aceptarlo todo: el aborto, la pedofilia, el cambio de sexo, el implante de órganos, la decapitación televisada, la pornografía, el tráfico de bebés, pero no es capaz de aceptar la vejez. Nuestros viejos son seres inservibles, impresentables, destinados a vivir en geriátricos atendidos por descerebrados con delantal que se hacen llamar gerontólogos; o a   babearse en el fondo de sus hogares familiares, o harapientos y en la calle. Pese a todo, me resisto a creer que las putas obsesiones del nabo de Houellebecq hablen más de la sociedad que de él mismo.


Pongo un ejemplo que demuestra que donde abunda el peligro, como quería –si mal no recuerdo-Hölderlin, crece lo que salva: en plena matanza entre musulmanes e hinduistas, Gandhi dialoga con un padre al que le habían matado a su hijo de siete años. El hombre le dice que  está en el infierno, porque en venganza se había cobrado la vida de un niño musulmán de la misma edad, destrozándole el cráneo con una piedra. Previsiblemente, el tipo está aterrado de sí mismo, completamente arrepentido. Gandhi nota eso en su mirada, y le construye una puerta de salida:


“-Busca un niño musulmán que haya quedado huérfano, debe haber cientos en la calle en este momento, críalo como si fuera tuyo, pero asegúrate bien de criarlo en la fe musulmana. Haz de él un hombre musulmán”. 

¡In your face MH!

Volviendo a la misoginia de Houellebecq, hay un chiste por demás ilustrativo:

“-¿Sabés cómo se le llama al tejido adiposo que rodea a la vagina?

-No.

-Mujer”.

Ese chiste es puesto en  boca de uno de los personajes de sus novelas. Dicho así, en un personaje de ficción, pasa desapercibido; sin embargo, como la imagen del autor también forma parte de su obra, y siendo que el mismo Houellebecq suele confundirse con sus propios personajes y no teme autodefinirse como misógino, racista y anti-social, se vuelve necesario explicitar algunos aspectos de su personalidad.

El amigo Michel debería saber que cuando hablamos bien de nosotros mismos casi nunca nos creen; en cambio, si confesamos aspectos oscuros o repulsivos de nuestra propia personalidad, suelen creernos con demasiada facilidad. Sea como fuere, hoy quiero enumerar algunos aspectos de la cosmovisión de Houellebecq que sirven para explicar el éxito de su obra:

Me pareció piola leer Enemigos públicos, un diálogo polémico entre Michel Houellebecq y otro personaje egocéntrico y megalómano de la escena intelectualoide francesa: Bernard-Herni Lévy. Voy a intentar dejar de lado el prejuicio negativo, que no puedo evitar tener, por el hecho de que ambos sean “estrellitas mediáticas”. La cosa empieza así: el 26 de enero de 2008, Houellebecq le escribe a BHL lo siguiente:



“Especialista en números descabellados y payasadas mediáticas, usted deshonra hasta las camisas blancas que lleva. Íntimo de poderosos, bañado desde la infancia en una riqueza obscena, es emblemático de lo que algunas revistas un poco de baja estofa (…) siguen llamando la ‘izquierda-caviar’ (…). Filósofo sin pensamiento, pero no sin amistades, es además el autor de la película más ridícula de la historia del cine”.


Y luego de ir con los tapones de punta contra BHL, MH se autodefine de la siguiente forma:

“Nihilista, reaccionario, cínico, racista y misógino vergonzoso: sería hacerme un honor excesivo encasillarme en la poco apetitosa familia de los anarquistas de derecha; fundamentalmente, soy sólo un patán. Autor insulso, sin estilo, accedí a la notoriedad literaria gracias únicamente a una inverosímil falta de gusto cometida, hace varios años, por críticos desorientados. Desde entonces, mis provocaciones jadeantes han acabado cansando.

Entre los dos simbolizamos perfectamente el apoltronamiento espantoso de la cultura y la inteligencia francesas, recientemente señalado, con severidad pero justeza, por la revista Time”.


Por su parte, BHL le contesta inmediatamente:


"(…) ¿Por qué iba a entrar, en definitiva, en este ejercicio de autodenigración? ¿Y por qué iba a seguirle en ese gusto que usted manifiesta por la autodestrucción fulminante, maldecidora, mortificada? No me gusta el nihilismo. Detesto el resentimiento y la melancolía que lo acompaña. Y pienso que la literatura sólo vale para contrariar ese depresionismo que es más que nunca la contraseña de nuestra época. Podría consagrarme, en este caso, a explicarque hay TAMBIÉN cuerpos felices, obras logradas, vidas más armoniosas de lo que parecen pensar los plañideros que nos detestan (…)”.


Y luego critica ese deseo de desagradar propio de muchos escritores:

“¿Qué deseo? El de desagradar, vamos. El gusto de desaprobar. El vértigo, el goce de la infamia”.


La respuesta de Houellebecq es interesante, porque le dice que él desea, como cualquier persona, que lo admiren o que lo quieran o ambas cosas a la vez. Sin embargo, le aclara que su aparente deseo de desagradar encubre un inmenso deseo de gustar:


“Pero quiero gustar por mí mismo, sin seducir, sin ocultar lo que puedo tener de vergonzoso. Puede que me haya entregado a la provocación; lo lamento, porque no es ése mi carácter profundo. Llamo provocador a quien, independientemente de lo que pueda pensar o ser (y a fuerza de provocar el provocador no piensa ya, no es ya), calcula la frase o la actitud que provocará en su interlocutor el máximo desagrado o molestia; por supuesto, a quien aplica el resultado de su cálculo. Muchos humoristas, en los últimos decenios, han sido provocadores notables.


Al contrario, hay en mí una forma de sinceridad perversa: busco con obstinación, con encarnizamiento, lo que puede haber en mi persona de peor para depositarlo, todo bullicioso, a los pies del público: exactamente como un terrier deposita un conejo o una zapatilla a los pies de su amo. (…) No deseo gustar a pesar de lo que tengo de peor, sino a causa de lo peor que tengo, llego hasta desear que mi peor parte sea lo que se prefiera de mí”.

Probablemente ustedes no conozcan quién es Bernard-Henri Lévy, un filósofo que, según Bourdieu, constituye un ejemplar de “fast-thinker”: tiene mucha guita, suele vestir con gran elegancia y no teme dejarse fotografiar semi-desnudo, junto a su bella mujer, en su mansión en Marrakech. Cuando era joven estudió en la École Normale Supérieure, siendo discípulo de Louis Althusser. Le gusta figurar en polémicas mediáticas y descree del diálogo filosófico. Para él la filosofía no es una cuestión de compartir puntos de vista diversos sino de afirmación. Sólo conoce filosofías sectarias, heréticas y minoritarias.


Tomás Abraham, un opinólogo por el que siento cierta antipatía, dice admirar a BHL, porque se anima a poner los pies “en el barro mediático”. ¿Qué tiene eso de admirable? Para mí no es, a priori, nada admirable, salvo que uno diga cosas que valen la pena ser dichas y se enemiste por eso contra los poderosos. No creo que sea el caso de BHL (ni de Tomás Abraham). Según Abraham, quien envidia a BHL justo por los mismos motivos por los cuales yo en cierto modo lo desprecio, la organización cultural dispone el aparato de comercialización de una obra, y quien se somete a sus reglas suele ser tildado de mercenario y megalómano. La envidia y el resentimiento hacen, siempre según Tommy, que el autor deba ser una suerte de muerto de frío, que quema sus papeles continuamente y es despreciado por todo el mundo: “Una vida de mierda para merecer la inmortalidad”.


Y luego, ya desatado, Tommy prosigue su perorata afirmando:


“Por eso nos encanta Kafka, porque era tuberculoso, pensaba que lo que escribía estaba lleno de defectos y rogaba para que se quemara su obra. Un escritor así realza el valor de su escritura. La gente aplaude, los críticos gozan, no hay como la desgracia ajena para admirar el talento.

Con Lévy pasa lo contrario. El puritanismo actúa al revés. El hecho de que sea rico, famoso, que la pase bien, que sea un varón atractivo, que se rodee de hermosas mujeres, que se preocupe por su vestuario, derrumba la imagen del artista romántico, es un atentado a la seriedad, a las exigencias estéticas y éticas que se le atribuyen al filósofo”.

No le falta cierta razón a Tomás cuando escribe semejante parrafada, pero es tan simplificador y falso para con Kafka y muchos de sus lectores que me dan ciertos deseos de mandarlo a la reputísima madre que lo parió.

Me gustaría seguir escribiendo sobre Houellebecq, porque me quedaron varias cosas pendientes, pero me vino a visitar un amigo y nos disponemos a tomarnos unas cervezas, a morfar unas empanadas y a charlar de la vida, actividades que me parecen más enriquecedoras que seguir escribiendo este posteo. Otro día la sigo.

Abrazo grande a todos los que leen. ¡Sean felices!

Rodrigo

LA JAURÍA

“En primer lugar, la jauría tiene miedo. Es algo que tendemos a olvidar cuando la vemos tan furiosa, tan feroz, tan hambrienta y briosa. (…) Creo que los hombres no serían tan malvados si no les habitara, en principio, un miedo cerval, incoercible, animal. (…)Siempre hay un motivo para pensar que los malvados son, en principio, gente asustada. Hay motivo, primero, porque es exacto: tienen miedo, confusamente, de la vida, de la muerte, de sus fantasmas, del niño muerto que llevan dentro y cuyo cadáver transportan, de la maldad ajena, de su soledad personal, de sus deseos, de sus no-deseos, de sus debilidades ocultas y que ningún libro ha sondeado, de su porción de locura o de su conformismo, de su mediocridad sin remedio y de sus ambiciones fracasadas, de la guerra de todos contra todos o del descanso eterno al que, al final de los finales, se saben condenados.

(…) La jauría, en segundo lugar, es débil. 

¿Por qué débil?

Primero porque tiene miedo; véase más arriba.

Pero sobre todo porque la mueve la envidia, la burla, el resentimiento, el odio, el rencor, la maldad, la cólera, la crueldad, el escarnio, el desprecio, todo lo que Spinoza llama las pasiones tristes y de las que ha demostrado, de una vez  por todas, que no dan fuerza sino debilidad; que no son signo de poder sino de impotencia; que disminuyen el ego; que reducen su capacidad de actuar; que le debilitan profundamente; que le confieren una perfección menor y una belicosidad de segundo orden.. (…) Es algo físico, no moral. Mecánica del cuerpo y de los afectos. Wittgenstein decía que el déspota comparte con el cura el ansia de infundir en sus súbditos las pasiones tristes, es decir, serviles.

(…) Entre el que vive del resentimiento, intoxicado por el talante rencoroso, alienado por su melancolía y su mala sangre, y el que, no tanto por virtud como por carácter, por autodisciplina, o simplemente porque tiene algo mejor que hacer (…), llega a huir de ese círculo de pasiones tóxicas, la relación de fuerzas es muy sencilla. El segundo triunfa sobre el primero, una vez más por motivos de pura mecánica emocional. La alegría te hace inteligente y fuerte; la maldad es un veneno y este veneno, más o menos a largo plazo, mata.

(…) La jauría, en tercer lugar, es idiota.

No digo que nosotros seamos especialmente inteligentes. Tenemos nuestras vetas de idiotez, por supuesto (…) ¡Pero la jauría es tan estúpida! ¡Tan previsiblemente estúpida! Es como un animal grande y zoquete que no ve más allá de la punta de su hocico. Y hace falta tan poco, en el fondo, para trastornarlo, desquiciarlo, sacarle de sus radares, desorientarlo, eludirlo…

Una máscara, por ejemplo. Una identidad prestada o confeccionada. Una pista falsa”.

Coincido básicamente con esto que Bernard-Henri Lévy le escribe a Michel Houellebecq, independientemente de hasta qué punto le hace justicia al trato que los medios franceses les dan a ambos. Agregaría que buena parte del discurso masivo y tóxico de los medios de comunicación alimenta ese espíritu de jauría.

Sin embargo, me hago una pregunta: ¿qué ocurre con la felicidad del malvado para quienes no creemos en la justicia divina? No estoy seguro de que maldad e infelicidad vayan juntas, ni de que la bondad necesariamente te haga más feliz.

jueves, 25 de agosto de 2016

SOBRE LA TERNURA

Casi sin  querer queriendo, como decía el Chavo, leo en diferentes libros algunas definiciones sobre la ternura que me dejaron pensando:

"La ternura es un intento de crear un ámbito artificial en el que pueda tener validez el compromiso de comportarnos con nuestro prójimo como si fuera un niño" (Milan Kundera). 

"No es solamente necesidad de ternura sino también necesidad de ser tierno para el otro: nos encerramos en una bondad mutua, nos materializamos mutuamente; volvemos a la raíz de toda relación, allí donde necesidad y deseo se juntan. El gesto tierno dice: pídeme lo que sea que pueda aplacar tu cuerpo, pero tampoco olvides que te deseo un poco, ligeramente, sin querer tomar nada enseguida". (Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso).

(...) "La ternura nace en el momento en el que el hombre es escupido hacia el umbral de la madurez y se da  cuenta, angustiado, de las ventajas de la infancia que, como niño, no comprendía" (...) "La ternura es el miedo que nos inspira la edad adulta" (...) (Milan Kundera)

El amigo Pablo Ramos siempre cita una frase de Santa Teresa, que dice "las palabras llevan a las acciones, alistan el alma, la ordenan y la mueven hacia la ternura'. 

Y acá viene una definición, tal vez complementaria o tal vez contradictoria pero en todo caso diversa a la de Kundera:

"La Ternura no es andar acariciando niños por ahí, ni abrazar demasiado a los amigos o conocidos, ni repetir 'Te quiero' como quien repite el ajo en las comidas. La Ternura es un ideal, un lugar de descanso del cuerpo, de la mente y del espíritu. Yo encontré en la Ternura, en lo contrario a la Ferocidad, a ese tan mentado Poder Superior, más allá de mi formación católica". 

Y luego agrega una definición borgeana: 

"Creo que la Ternura es el hecho estético por excelencia, porque es la inminencia de una revelación que no se produce y que tal vez no se produzca". 

Eso es todo por hoy. ¡Sean felices!

domingo, 21 de agosto de 2016

HASTA QUE PUEDAS QUERERTE SOLO

“Estoy sola, y sobro”. Me cuenta mi vieja que esa frase fue dicha en una de las reuniones de Al-Anon, es decir, alcohólicos anónimos. 

En otra de las reuniones, una de las participantes manifestó que “estaba tan mal, tan mal, tan mal, que me traje”. 

El escritor estadounidense John Cheever hablaba de nuestro mundo, “un mundo extraño y alcoholizado”

El querido Pablo Ramos, mi profe “efímero” -fui solamente a cuatro talleres dictados por él y por pereza dejé de ir- publicó hace poco otro hermoso libro, que ya desde el título resulta muy significativo: Hasta que puedas quererte solo

Pablo es un muy buen tipo: soberbio, contradictorio, desbordado, sincero, espiritual, cascarrabias, sensible y muy gracioso. La frase que da origen a la portada del libro se basa en algo que dijo la primer persona que lo invitó a entrar cuando lo vio parado en la puerta de Narcóticos Anónimos: 

“’Pase lo que pase vos vení’, me dijo, ‘que acá te vamos a querer, hasta que puedas quererte solo’”. 

En fin, si caminan por ahí y entran a una librería, llévense el libro de Pablo porque vale la pena. Acá pueden ver y escuchar una charla que tuvieron con Oscar Cuervo y Maxi, donde hablaron del libro, del Zaratustra de Nietzsche y también del cine de Werner Herzog.

sábado, 20 de agosto de 2016

FRAGMENTO EN EL QUE BORGES PREFIGURA UNA LETRA DE SPINETTA

El olvido de la etimología es esencial para el diálogo: uno  dice "náusea" y no se refiere a una nave. Uno se "marea" en el micro  o en el auto. Dar la mano significaba mostrar que uno no llevaba armas. En ese sentido tiene razón Borges cuando sugiere, mitad en broma y mitad en serio, que la etimología indica lo que las palabras ya NO significan. Criticando a su despreciado Ortega y Gasset, nos dice:

"Un diccionario etimológico no es la llave de la verdad. Nadie cree que un pontífice sea un pontonero, ni que un políglota tenga muchas gargantas. La etimología revela lo que las palabras ya no significan" (Bioy Casares, Borges, domingo 13 de septiembre de 1959).


Sin embargo, la etimología nos ayuda a entender que tal vez lo contrario del amor no es la ceguera, sino justamente la envidia. Sabemos que envidiar a alguien implica “no verlo”.


En cierto modo, enamorarse de una persona es verla como la ve Dios. El amor, más que ciego, es ilusorio. Se supone que Dios ve a cada hormiga y a cada hombre como si fueran seres singulares. Para nosotros una hormiga es todas las hormigas.

En su poema Al triste, nos dice Borges: "una sola persona es tu cuidado, IGUAL A LAS DEMÁS, pero que es ella". Es la misma idea, ¿no? Y en Amorosa anticipación, se expresa esa idea de la  visión de Dios:

"Ni la intimidad de tu frente clara como una fiesta
ni la costumbre de tu cuerpo, aún misterioso y tácito y de niña,
ni la sucesión de tu vida asumiendo palabras o silencios
serán favor tan misterioso
como el mirar tu sueño implicado
en la vigilia de mis brazos.
Virgen milagrosamente otra vez por la virtud absolutoria del sueño,
quieta y resplandeciente como una dicha que la memoria elige,
me darás esa orilla de tu vida que tú misma no tienes,
Arrojado a quietud
divisaré esa playa última de tu ser
y te veré por vez primera, quizá,
como Dios ha de verte,
desbaratada la ficción del Tiempo
sin el amor, sin mí".

"Y te veré por vez primera, quizá, COMO DIOS HA DE VERTE". La mina o el tipo que te gustan son esencialmente tan pelotudos o admirables como cualquiera, sin embargo el enamorado observa virtudes que los demás no pueden ver.




Me gusta mucho cuando Borges dice “serán favor tan misterioso/como mirar tu sueño implicado/en la vigilia de mis brazos”. Me recuerda a mi querido Luis Alberto Spinetta y su “sueña un sueño despacito entre mis manos/hasta que por la ventana suba el sol”.








lunes, 8 de agosto de 2016

NUESTRA MIRADA NO PUEDE DETENERSE A MIRAR FIJAMENTE NI AL SOL NI A LA MUERTE

Nuestra mirada no puede detenerse a mirar fijamente ni al sol ni a la muerte. “Le soleil ni la mort ne se peuvent regarder fixement”, ha dicho La Rochefoucauld. Ergo, necesitamos a la literatura. 

Toda gran literatura es literatura comprometida, en la medida en que no se conforma con ser mero adorno o entretenimiento sino que cambia la percepción del lector. La novela descubre el arraigo del hombre en la historia (Balzac); la intervención de lo irracional en las decisiones y comportamientos humanos (Tolstoi); la memoria involuntaria y lo inalcanzable del pasado (Proust), lo inasible del presente (Joyce)… 

Milan Kundera recuerda que Hermann Broch dice que descubrir lo que sólo una novela puede descubrir es su única razón de ser: 

“La novela que no descubre una parte hasta entonces desconocida de la existencia es inmoral”. 

Ok, nos puede parecer una exageración lo dicho por Broch, pero algo de eso hay. El espíritu de la novela es el espíritu de la complejidad: le dice al lector que la realidad es más compleja de lo que se cree: 

“La novela (como toda la cultura) se encuentra cada vez más en manos de los medios de comunicación; éstos, en tanto que agentes de la unificación de la historia planetaria, amplían y canalizan el proceso de reducción; distribuyen en el mundo entero las mismas simplificaciones y clichés que pueden ser aceptados por la mayoría, por todos, por la humanidad entera. Y poco importa que en sus diferentes órganos se manifiesten los diversos intereses políticos. Detrás de esta diferencia reina un espíritu común. Basta con hojear los semanarios políticos norteamericanos o europeos, tanto los de la izquierda como los de la derecha, del Time al Spiegel; todos tienen la misma visión de la vida que se refleja en el mismo orden según el cual se compone su sumario, en las mismas secciones, en las mismas formas periodísticas, en el mismo vocabulario y el mismo estilo, en los mismos gustos artísticos y en la misma jerarquía delo que consideran importante y lo que juzgan insignificante”, dijo Kundera en El arte de la novela.

Toda obra de arte auténtica es, en cierto modo, una apuesta por la inmortalidad, por la trascendencia: "le dur désir de durer" -el duro deseo de durar- al que se refería Paul Eluard.

El hombre es el único animal que realiza creaciones estéticas porque es el único que sabe su muerte. La medicina, el derecho, las ciencias, la filosofía, el arte, en cierto modo se originan en nuestro afán por negar la muerte. La muerte es silencio absoluto, por eso me gusta comunicarme; la muerte es pobreza, por eso aspiro a ganar dinero; la muerte es pérdida del recuerdo, de ahí viene la valoración de la memoria; la muerte es insensibilidad, y por eso yo quiero sentir. Y ahora quiero citar algo que ha dicho Steiner en Presencias reales:

"El genio de la época es el periodismo. El periodismo llena cada grieta y cada fisura de nuestra conciencia. Y es que la prensa y los medios de comunicación son mucho más que un instrumento técnico y una empresa comercial. La fenomenología basal de lo periodístico es, en cierto sentido, metafísica. Articula una epistemología y una ética de una temporalidad espuria. La presentación periodística genera una temporalidad de una instantaneidad igualadora. todas las cosas tienen más o menos la misma importancia; todas son sólo diarias. En correspondencia con ello, el contenido, la posible importancia del material que comunica el periodismo se 'saldan' al día siguiente. La visión periodística saca punta a cada acontecimiento, cada configuración individual y social para producir el máximo impacto; pero lo hace de manera uniforme. La enormidad política y el circo, los saltos de la ciencia y los del atleta, el apocalipsis y la indigestión, reciben el mismo tratamiento. Paradójicamente, este tono único de urgencia gráfica resulta anestesiante. La belleza o el terror supremos son desmenuzados al final del día. Nos reponemos y, expectantes, aguardamos la edición de mañana".

Otra cita que alude a la “sociedad del espectáculo”:

“Estamos en la época de la cultura del espectáculo. Lo que está cambiando es que ahora todo el mundo quiere ser protagonista, todos quieren mostrar lo que saben hacer, y de paso tener éxito. Ahí están MySpace o YouTube: todos quieren expresarse, todos son artistas. Con lo que hay un nuevo problema: ¿quién es el espectador? Guy Debord, el analista más lúcido de la cultura del espectáculo, se suicidó. El último espectador atento se suicidó. Así que hablamos, pero no sabemos quién está escuchando, escribimos y no sabemos si hay alguien que lee. Para que haya espectáculo tiene que haber espectadores. Así que todos esos afanes de proyectarse, de crear espectáculo, se sostienen en una hipótesis imaginaria: que hay alguien ahí”. (Boris Groys) 

De estas cosas dispersas quería charlar hoy conmigo mismo, como hace uno siempre en las redes sociales. Otro monólogo público.

MOTIVOS PARA ESCRIBIR

"Escribo por el placer de contradecir y por la felicidad de estar solo contra todos", dijo alguna vez Kundera. 

No sé si me convence del todo esa frase: personalmente me gusta hacer partícipes a los demás del diálogo que mantengo conmigo mismo adentro del cráneo, sin por eso perder la personalidad ni caer en la tentación de "ser escrito" por los otros. 

Entiendo que, como decía Castillo, "no cualquier cosa, por el mero hecho de haberte sucedido, es interesante  para otro. Esto vale tanto para escribir como para conversar". Sin embargo, no podría escribir como si estuviera solo en una isla desierta: sería una mera catarsis, un modo de no volverme loco, y lo interesante de escribir es encontrar sensibilidades afines. 

Roland Barthes enumera 10 razones por las cuales escribe. A casi todas las comparto: 

"1) por una necesidad de placer que, como es sabido, guarda relación con el encanto erótico; 

2) porque la escritura descentra el habla, el individuo, la persona, realiza un trabajo cuyo origen es indiscernible; 

3) para poner en práctica un "don", satisfacer una actividad distintiva, producir una diferencia; 

4) para ser reconocido, gratificado, amado, discutido, confirmado; 

5) para cumplir cometidos ideológicos o contra-ideológicos; 

6) para obedecer las órdenes terminantes de una tipología secreta, de una distribución combatiente, de una evaluación permanente; 

7) para satisfacer a amigos e irritar a enemigos; 

8) para contribuir a agrietar el sistema simbólico de nuestra sociedad; 

9) para producir sentidos nuevos, es decir, fuerzas nuevas, apoderarse de las cosas de una manera nueva, socavar y cambiar la subyugación de los sentidos; 

10) finalmente, y tal como resulta de la multiplicidad y la contradicción deliberadas de estas razones, para desbaratar la idea, el ídolo, el fetiche de la Determinación Única, de la Causa (causalidad y "causa noble"), y acreditar así el valor superior de una actividad pluralista, sin causalidad, finalidad ni generalidad, como lo es el texto mismo"