lunes, 6 de junio de 2016

DIGRESIONES SOBRE EL AMOR A PARTIR DE UN POEMA DE CHARLES BAUDELAIRE

Ante todo, leamos el poema en prosa de Baudelaire in extenso:

LOS OJOS DE LOS POBRES


¿De modo que quieres saber por qué te odio hoy? Te será, sin duda, más difícil entenderlo que a mí explicártelo, pues creo que eres el más bello ejemplo de impermeabilidad femenina que cabe encontrar.


Habíamos pasado juntos una larga jornada que me resultó corta. Nos habíamos prometido que nos comunicaríamos todos nuestros pensamientos el uno al otro y que en adelante nuestras almas serían una sola; claro que este sueño no tiene nada de original, como no sea que ningún hombre lo ha visto realizado, aunque todos lo hayan concebido.


Al anochecer, como estabas algo cansada, quisiste sentarte en la terraza de un café nuevo que hacía esquina con un bulevar también nuevo y todavía lleno de escombros, que ya mostraba su esplendor inacabado[1]. El café estaba resplandeciente. Hasta el gas del alumbrado desplegaba todo el fulgor de un estreno e iluminaba con toda su fuerza las paredes de una blancura cegadora, las superficies deslumbrantes de los espejos, los dorados de las molduras y cornisas, los mofletudos pajes arrastrados por perros con correas, las damas sonriendo al halcón posado en el puño, las Hebes y los Ganímedes[2] ofreciendo con los brazos extendidos un ánfora con jaleas[3] o un obelisco bicolor de helados con copete; toda la historia y toda la mitología puestas al servicio de la glotonería.


En la calzada, justo delante de nosotros, se había plantado un buen hombre de unos cuarenta años, con cara de cansancio y barba entrecana, que llevaba de una mano a un niño, mientras sostenía en el otro brazo a una criaturita demasiado pequeña para andar. Estaba haciendo de niñera y llevaba a sus hijos a tomar el fresco de la noche. Todos iban andrajosos. Los tres rostros estaban extraordinariamente serios y los seis ojos contemplaban fijamente el café nuevo, con igual admiración, aunque diversamente matizada por la edad.


Los ojos del padre decían: “¡Qué precioso, qué precioso! Se diría que todo el oro de este pobre mundo se ha concentrado en esas paredes”. Los ojos del niño exclamaban: “¡Qué precioso, qué precioso!, pero ése es un sitio donde sólo puede entrar la gente que no es como nosotros”. En cuanto a los ojos del más pequeño, estaban demasiado fascinados para no expresar más que una alegría estúpida y profunda.


Dice la letra de una canción que el placer hace a las almas buenas y ablanda los corazones. Por lo que a mí se refería, la canción tenía razón esa noche. No sólo me había enternecido aquella familia de ojos, sino que me sentía un tanto avergonzado de nuestros vasos y de nuestras jarras, mayores que nuestra sed. Había dirigido mis ojos a los tuyos, amor mío, para leer en ellos mi pensamiento; me había sumergido en tus ojos tan bellos y tan extrañamente dulces, en tus ojos verdes, habitados por el capricho e inspirados por la luna, cuando me dijiste: “¡No soporto a esa gente con los ojos abiertos como  platos! ¿No puedes decirle al encargado del café que los eche de ahí?”


¡Hasta qué extremo es difícil entenderse, ángel mío! ¡Hasta qué extremo es incomunicable el pensamiento, incluso entre aquellos que se aman!

FIN


Siempre me gustó mucho este poema en prosa de Charles Baudelaire, desde que lo conocí gracias al magnífico estudio de un estadounidense con pinta de hippie fumón llamado Marshall Berman, que lleva por título una frase de Marx: Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad


"Los ojos de los pobres" forma parte de poemas en prosa editados en forma de folletín en El spleen de París, allá por 1864. Me gustaría añadir algo más elaborado, de mi "propia cosecha", por así decirlo; sin embargo, como no ando con mucho tiempo les dejo una interpretación que sigue muy de cerca la lectura de Berman, junto con un mosaico de imágenes de autores ajenos.


El texto pertenece al momento histórico preciso en que, bajo la autoridad de Napoleón III y la dirección de Haussmann, la capital de Francia estaba siendo sistemáticamente demolida y reconstruida. Mientras Baudelaire trabajaba en París, las obras de modernización proseguían a su alrededor. Baudelaire nos muestra algo  que quizá ningún otro escritor de su época veía tan claramente: el modo en que la modernización de la ciudad inspira e impone a la vez la modernización de las almas de sus ciudadanos.


El autor habla de “un café nuevo que hacía esquina con un bulevar también nuevo y todavía lleno de escombros”. Los bulevares habían sido planificados por Haussmann, quien destruyendo los barrios antiguos creó avenidas con corredores anchos y largos por los que podían circular las tropas y la artillería, para desplazarse contra las futuras barricadas e insurrecciones populares. Además, los bulevares abrieron huecos que permitieron a los pobres pasar y salir de sus barrios asolados y descubrir por vez primera la apariencia del resto de su ciudad y del resto de la vida. Salvando las distancias de tiempo y lugar, no fue tan distinto lo que ocurrió durante el peronismo con el llamado “aluvión zoológico”: la llegada a la ciudad de Buenos Aires de lo que muchos porteños denominaban “cabecitas negras”.





Volviendo al París del siglo XIX, la presencia de los pobres arroja una sombra inexorable sobre la luminosidad de la ciudad. El marco, que mágicamente inspiraba el romance, ahora obra una magia contraria, sacando a los enamorados de su aislamiento romántico para llevarlos a redes más amplias y menos idílicas. Bajo esta nueva luz, su felicidad personal aparece como un privilegio de clase. El bulevar los obliga a reaccionar políticamente. La respuesta del hombre vibra en dirección a la izquierda liberal: se siente culpable de su felicidad, cercano a quienes pueden verla, pero no pueden compartirla; sentimentalmente desearía hacerlos formar parte de su familia. Las afinidades de la mujer –por lo menos en este momento- están con la derecha, el Partido del Orden: tenemos algo, ellos lo quieren, de manera que haríamos bien en “prier le maître”, llamar a alguien -el mozo- con poder para librarse de ellos. Así, la distancia entre los enamorados no es solamente una brecha en la comunicación, sino una oposición radical, política e ideológica.


Baudelaire sabe que las respuestas del hombre y la mujer, el sentimentalismo liberal y crueldad reaccionaria, son igualmente fútiles. Por una parte, no hay manera de asimilar a los pobres en una familia de acomodados; por la otra, no hay una forma de represión que pueda librarse de ellos por mucho tiempo: volverán siempre.

“Nos habíamos prometido que nos comunicaríamos todos nuestros pensamientos el uno al otro y que en adelante nuestras almas serían una sola; claro que este sueño no tiene nada de original, como no sea que ningún hombre lo ha visto realizado, aunque todos lo hayan concebido”.


Baudelaire sugiere lo que años después diría el poeta Rainer María Rilke:


El amor, en su esencia, es soledad: es una relación entre dos soledades que se protegen, se completan, se limitan y se inclinan la una hacia la otra. El amor no es lo contrario de la soledad sino una soledad compartida, habitada, iluminada –y a menudo también ensombrecida y molestada- por la presencia del otro.


Creo recordar que Borges dijo alguna vez que la humanidad consistía en ser partes de una misma penuria. Cada uno de nosotros lleva en sí mismo su propia muerte, como el fruto su semilla. Estamos solos: somos islas. O tal vez sería mejor decir: SOMOS PENÍNSULAS, rodeados de un océano de soledad y conectados por un estrecho puente de tierra a otros seres humanos. Esa es la razón por la cual nos desesperamos por tender puentes, y todas nuestras actitudes –religiosas, sociales, amorosas, amistosas – no son otra cosa que esos puentes.


La visión de la agonía de un ser querido, por caso, nos arroja contra la soledad inenarrable de toda muerte, que en ese caso implicaría estar junto a un ser humano, tocándolo, ayudándolo, y tener que admitir, sin embargo, qué inmensos abismos separan a uno de otro, que la muerte es una, solamente personal, indivisible, incompartible. En cierto modo estamos absolutamente solos y desgajados del instante.


Nadie podrá vivir nuestro dolor, ni podremos jamás vivir ni morir por otro. Como ha dicho Rilke en “Cartas a un joven poeta”, no estamos solos, SOMOS solos.


La soledad y la socialidad no son dos mundos diferentes sino dos formas diversas de relacionarse con el mundo. No poder sentir lo que el otro siente no es un impedimento para amarse y estar juntos. Saberse solo no es lo mismo que saberse aislado. A muy grandes rasgos, es de prever que quien se sienta aislado opte por dos extremos igualmente peligrosos: o se intuye una nada sin importancia en comparación con la vastedad del mundo; o se consuela con la falsa idea de ser la única  persona que realmente cuenta. Quien se sabe solo es consciente, cuando menos gran parte del tiempo, de estar rodeado por personas que lo valoran y lo aman.


En lo personal, debo reconocer que me gusta mucho leer las conferencias y ensayos de André Comte-Sponville, porque me parece alguien que se esfuerza por ser claro, sin por eso perder mucha profunidad. Según el filósofo francés, la cultura occidental, procedente de la civilización griega y judeocristiana, distingue tres tipos de amor: Eros, Philia y Agapé.


Como usualmente se dice, lo que voy a escribir a continuación no es más que una distinción teórica, que separa conceptualmente algo que en la realidad empírica se encuentra mezclado de diversos e insondables modos.

Eros:


El amor erótico es el más egoísta, y tiene que ver con la atracción física, la pasión, el deseo; podemos caracterizarlo con una cita de Lucrecio que habla sobre los sentimientos de los amantes:


“Con sus miembros amalgamados, gozan esa flor de la juventud, y ya sus cuerpos adivinan la voluptuosidad siguiente; Venus va a fertilizar el campo de la mujer; aprietan ávidamente el cuerpo del amante, mezclan la saliva, dientes sellados contra las bocas: vanos esfuerzos, porque no pueden robar nada del cuerpo que abrazan, ni penetrarlo o fundirse en el otro por completo. Porque, por momentos eso parece que desean…”.


El amante que se encuentra bajo el influjo de Eros ama a su amada como el lobo ama al cordero. Como diría Ariosto: “Igual que el cazador que persigue a la liebre, por el frío y por el calor, por montes y valles; sólo la estima cuando huye y la menosprecia cuando la tiene”.


En este sentido, estar enamorado es amar al otro para bien de uno mismo. Por eso se torna vital  la presencia de otro tipo de amor, si se quiere, más virtuoso (entiéndase bien, más virtuoso no quiere decir más necesario): la amistad (philia).

Philia:


Platón ha sugerido que el deseo implica una carencia. Por caso: no desea salud el que está sano sino el enfermo. Lo que la persona saludable desea no es la salud presente sino la por venir. Comte-sponville hace al respecto una distinción que me parece muy iluminadora: él dice que Platón confunde deseo y esperanza. Por ejemplo: un escritor que ama su profesión sabe, intuitivamente, que hay un abismo entre escribir y tener la esperanza de escribir, que es el abismo que separa el deseo como carencia (esperanza o pasión) del deseo como potencia. Gozamos con lo que hacemos o con lo que somos toda vez que deseamos aquello que no nos falta. La diferencia entre esperanza y deseo es la que existe entre el hambre que tortura al hambriento y el apetito que deleita a un gourmet.


La amistad no es carencia ni deseo de fusión sino comunidad, fidelidad, ganas de compartir. El amor como philia es el que puede darse entre marido y mujer al cabo de un tiempo: al comienzo se hace presente el eros, el hambre, el deseo como carencia, el amor que aferra, que devora, el amor egoísta. Más tarde se puede aprender a amar al otro aceptándolo como alguien distinto. Podemos decir que esta capacidad está ausente en la relación entre el narrador y su amada, relatada por Baudelaire.


El de la amistad no es un fuego inconstante y fugitivo sino templado y duradero. La amistad se alimenta y crece del goce de compartir una charla, de reírnos juntos, de consolarnos mutuamente.


La amistad se funda en la libre elección del otro, y siempre es entre iguales. Cuenta Montaigne que Arístipo, cuando le acosaban con el afecto que debía a sus hijos por haber salido de él, se puso a escupir diciendo que aquello también había salido de él, y que igualmente engendramos piojos y gusanos.


El mismo Montaigne, al tratar de explicar su amistad con La Boétie, dijo: “si me obligan a decir porqué le quería, siento que sólo puedo expresarlo contestando: porque era él, porque era yo”.

Agapé:


El término griego agapé es lo que la iglesia latina ha traducido como cháritas. Utilizo el término griego porque entre nosotros la palabra caridad tiene una connotación más de “dar limosna”, y no es eso lo que intento expresar bajo este concepto.


Hay una frase magnífica, me han dicho que es de Cesare Pavese pero para mí puede también ser de Theodor Adorno en su Mínima Moralia: “serás amado el día en que puedas mostrar tu debilidadsin que el otro la utilice para afirmar su fuerza”. Este tipo de amor es uno de los más difíciles de lograr, casi se diría que es sobrehumano. En muy pocas ocasiones, tal vez nunca, llegamos a ser capaces de semejante tipo de amor.


El amor en el sentido de agapé implica: amar espontáneamente, gratuitamente, sin motivo, sin interés y casi sin justificación. Esto no sólo lo distingue de la avidez del eros sino también de philia: la amistad implica alegrarme con la alegría del amigo, dar placer y amor porque así recibiré placer y amor, etc. Posiblemente, agapé sea un desideratum solo al alcance de los santos; o quizá el amor de los padres por sus hijos se parezca al amor de “agapé”. Acaso la amistad sea el único amor generoso del que seamos capaces.
Si una persona nos ama nos da poder: el poder de hacerla momentáneamente feliz, que es otra forma de decir que nos da las armas para lastimarla.


Si volvemos al cuento de Baudelaire, notaremos que los ojos del niño más pequeño “estaban demasiado fascinados para no expresar más que una alegría estúpida y profunda”. Vale decir, la fascinación del niño no entraña sentimientos hostiles; su visión del abismo entre ambos mundos no es agresiva o resentida sino triste y resignada. A pesar de eso, o quizá precisamente por ese motivo, el narrador comienza a sentirse incómodo:


“No sólo me había enternecido aquella familia de ojos, sino que me sentía un tanto avergonzado de nuestros vasos y de nuestras jarras, mayores que nuestra sed”.

La condición de la pobreza de hoy no se relaciona con la desposesión, con Penía, sino con la ostentación en la abundancia, Tántalo.


Recordemos que Tántalo es un personaje de la mitología griega que pasa por ser hijo de Zeus y de Pluto (de ahí viene “plutocracia”). Era muy rico y amado por los dioses, que lo admitían en sus festines.


Los dioses griegos se mandaban tremendas comilonas, donde bebían néctar y comían ambrosía (una comida que debía ser todavía mucho más rica que una parrillada con asado, molleja, chinchulines, chorizo, queso parrillero, pollo, carne de ternera, y el mejor vino tinto que uno pueda comer… después de todo son dioses).


Pues bien, parece que Tántalo -las fuentes de los mitos griegos son diversas y hay más de una versión- habría inmolado a su hijo para servirlo como plato a los dioses. Como castigo por tratar de quedar bien a costa del pobre pibe, los dioses lo condenaron a sufrir hambre y sed eternas: sumergido en agua hasta el cuello, no podía beber porque el líquido retrocedía cada vez que él trataba de introducir en él la boca. Y una rama cargada de frutos pendía sobre su cabeza, pero si levantaba el brazo la rama subía bruscamente y se ponía inmediatamente fuera de su alcance.


El cuento de Baudelaire describe un rasgo típico de nuestros sistemas capitalistas: el contraste abismal entre riqueza y pobreza. El capitalismo, como vio Marx, tiene dos grandes características: su extraordinaria capacidad productiva y su tendencia a la acumulación de capital en pocas manos.

Eso es todo por hoy. La idea era recordar este gran texto de Charles Baudelaire.

¡Sean felices!

Rodrigo


Notas:

[1] En la época de Baudelaire, París se encontraba en pleno proceso de transformación urbanística. Los barrios estaban perdiendo su fisonomía propia, bajo el efecto demoledor de los planes de Haussmann, que abrió grandes bulevares. Baudelaire recogió este hecho en varios de sus escritos y expresó el efecto negativo que estos cambios produjeran en su alma.


[2] Según la mitología griega, Hebe era la diosa de la juventud, hija de Zeus y de Hera, encargada de servir el néctar y la ambrosía a los dioses hasta que le sustituyó Ganímedes en este oficio. Ganímedes era un príncipe troyano, hijo de Tros o de Laomedonte y de Calliroe. Enamorado Zeus de la belleza del muchacho, tomó la forma de  un águila y lo raptó en el monte Ida (Frigia), llevándole al Olimpo, donde le hizo copero de los dioses.

[3] Término aproximado para traducido para traducir el francés bavaroises, sin correspondencia exacta en castellano. Mi francés es pésimo, con lo cual no les puedo ayudar mucho en ese aspecto.


Georges Eugène Haussmann (1809 - 1891), fue nombrado Perfecto de París apenas Napoleón III asume el poder. Realizó importantes reformas entre 1853 y 1869. 

domingo, 5 de junio de 2016

VINDICACIÓN DE LA ALEGRÍA

Miren cómo se ríe el anciano de la foto, pese a no tener dientes y a saber que en cualquier momento la parca le toca el hombro.


“Tengo amigos que se ponen pelo, otros que se matan en el gimnasio, hacen dietas letales o se compran ropa anatómica para modificar lo que natura no da o dio y se acabó. Si yo pudiera cambiar algo, comprar algo que me falta, compraría ‘un buen estado de ánimo’. Porque eso es una bendición que pocos tienen”. 


Eso lo escribió Fabián Casas, quien como padece cierta tendencia a la depresión, admira a la gente alegre. Pues bien, algo que me gusta de mí es que casi siempre estoy de buen humor. Es algo innato, no sé, mi vieja es igual. Por supuesto que hay cosas que no tengo y me gustaría tener: la prosa de Borges, la capacidad de Martha Argerich para tocar el piano, la facha de Brad Pitt en su mejor momento, la capacidad de Messi o Maradona para jugar al fútbol y un largo etcétera. Tampoco digo que ir al gimnasio o hacer ejercicio o preocuparse por la estética no sea algo bueno en su justa medida, aunque a mí me resulte aburrido. Ahora bien, ¿qué más se le puede pedir a la vida que estar casi siempre de buen ánimo? 


Tal vez el sufrimiento sea más edificante que la felicidad: reconozco que del dolor podemos extraer enseñanzas útiles. Sin embargo, he sufrido tanto como precio al crecimiento que, como Harvey Pekar, cada tanto no me disgusta la idea de disfrutar más, aún a costa de crecer un poco menos. En rigor, me seduce tratar de extraer el máximo de felicidad junto con el máximo de verdad que sean posibles. La felicidad motivada por la ignorancia boba me parece despreciable.


Me gusta leer y escuchar artistas melancólicos como Fernando Pessoa o Nick Drake, pero trato de no sufrir estados de melancolía innecesarios. Considero que los depresivos suelen estar seducidos por su propio dolor. Las personas que se quejan todo el tiempo son enojosas, tienen actitudes que desembocan en profecías autocumplidas:


-“Estoy sola, nadie me quiere”.

- “No seas así, yo estoy contigo”.

-“No trates de consolarme, es así, nadie me quiere”.


Si amar a alguien consiste en querer ser causa de su alegría, se vuelve muy difícil que alguien muy quejoso no resulte medio insoportable:


“Wally Zenner pierde sus guantes. Los encuentran en la biblioteca; Borges la llama, para darle la buena noticia. Como ella siempre debe ser trágica, pregunta: “¿Qué me importa haber encontrado los guantes, cuando he perdido todo? Interpretación de Miguel de Torre: “Ha perdido la pollera, los calzones, la blusa. Va a estar desnuda, con los guantes”. (Bioy Casares en su diario sobre Borges).


La felicidad es un estado muy infrecuente. Feliz es aquel que no quiere nada, porque sus deseos están definitivamente colmados. Desgraciadamente existe el tiempo, y somos mortales, y tenemos miedo de que la felicidad se acabe. La felicidad es presente puro, y se desvanece una vez que el miedo a que termine vuelve a sumergirla en la temporalidad. El temor y la esperanza van siempre juntos, y están inmersos en el río del tiempo.


Y está el placer: tomarse una birra en verano, tener sexo con amor, tener sexo sin amor, jugar al fútbol, ver a tu equipo ganar un torneo, comer algo rico con buenos amigos, saborear un buen helado (cuidado con cambiar la h por la p)… En cierto modo, la felicidad sería un estado, y el placer una sensación.


¿Y la alegría? La alegría no es la conformidad pelotuda con cada cosa que ocurre. La alegría no consiste en escuchar a Celia Cruz y gritar que la vida es un carnaval y las penas se van cantando.


“Hablando con propiedad, no es la vida lo que amamos, sino el vivir”, decía el gordito Savater que decía Robert Louis Stevenson.

Sí, hace mal tiempo, pero es mejor que haga mal tiempo a que no haga ninguno.


El otro día mi viejo trató de entretener a mi sobrino cantándole una canción de María Elena Walsh, esa que dice que “los castillos se quedaron solos, sin princesas ni caballeros…”. Mi sobrino lo cortó en seco:

-"No abuelo, esa canción es muy tíste", y se fue a los saltitos y riéndose. ¡Al carajo con los castillos!


La persona alegre está más dispuesta a ayudar que la persona depresiva, y por lo tanto la alegría suele ser un sentimiento más conectado con la ética y la generosidad que la depresión.


Clément Rosset sugería que “o bien la alegría consiste en la ilusión efímera de haber acabado con lo trágico de la existencia: en cuyo caso la alegría no es paradójica pero es ilusoria. O bien consiste en una aprobación de la existencia tenida por irremediablemente trágica: en cuyo caso la alegría es paradójica pero no ilusoria”. Yo estoy de acuerdo con la segunda reflexión: la alegría auténtica es paradójica, pero no ilusoria.


Según Savater en su Diccionario filosófico, solemos tachar de impiadosa a la alegría:


“(…) en el sentido de que demuestra falta de piedad o compasión por los sufrimientos de nuestros congéneres (Schopenhauer diría que de todos los seres vivos). Estos fiscales suponen que la alegría, para ser lícita, ha de venir justificada por la celebración de acontecimientos favorables concretos: si éstos faltan o si sobreabundan las desdichas, se convierte en una burla siniestra del dolor ajeno. Pero resulta que lo característico de la alegría (lo que la hace distinta y más intensa que la satisfacción que sentimos al ver cumplido cualquiera de nuestros episódicos anhelos, egoístas o altruistas) es que se manifiesta a pesar de todos los pesares, propios o ajenos. No porque los ignore, sino porque los vence; mejor, porque en su raíz misma no tiene nada que ver con ellos: porque los desconoce aunque los conozca demasiado bien”.


La alegría no desconoce que por momentos la vida es una mierda, e incluso puede ser consciente de que Macri nos va a dejar un país más desigual y más endeudado. Sin embargo, la alegría triunfa pese a que sabemos que somos mortales, que nuestros seres queridos sufren y que a veces nos sale todo medio para el carajo o elegimos de presidente a un energúmeno. Mi concepto de alegría tiene muy poco que ver con la euforia de los globos amarillos y el baile de un presidente que fuga su dinero en paraísos fiscales para no pagar impuestos.


Etimológicamente, es probable que “alegría” provenga de “aligerar”, de perder peso. La alegría, como bien dice Savater:


“No pretende superar lo trágico o abolirlo: aunque a veces se propone enmendar las cosas de este mundo, es perfectamente consciente de que el mundo mismo como tal –en su esencia real y trágica- no tiene enmienda alguna ni tendría por qué tenerla. (…) La alegría asume esta visión trágica y obra no contra ella sino a partir de ella, por eso me parece más realista que la felicidad y más profunda que el placer. En cualquier caso, sea como fuere que las jerarquicemos, conviene no olvidar que felicidad, placer y alegría son cómplices y, aún más, son variables de un mismo asentimiento”.

En otro momento me gustaría, a partir de Terry Eagleton y su Esperanza sin optimismo, abordar el par “optimismo/pesimismo”. Eso es todo por hoy.

¡Sean felices!

Rodrigo

Post Scriptum: El chistoso es una lacra social


EL RECHAZADO INDIGNO Y EL CARÁCTER TRÁGICO DEL AMOR

Cuando son rechazados por una mujer que les gusta, y más en sociedades machistas como las nuestras, hay hombres que sienten indignación, como si se hubiesen vulnerado sus derechos fundamentales (1). Como dijo alguna vez Dolina:


“Uno siente tristeza, en cierto modo humillación, ¿pero indignación? Algunos reclaman: ‘¿Cómo me decís que no a mí?’ (..) Y hay una pequeña exhibición hasta curricular. A mí que soy tal cosa, a mí que tengo una camioneta 4 x 4, a mí que vivo en tal lado, a mí que te pagué veintiséis copetines…”


Esa vieja trampa que nos hacemos a nosotros mismos –Sartre hablaría de “mala fe”- , que nos impulsa a buscar razones equivocadas: “me rechazó porque ella está muy influida por las amigas”; “me rechazó porque sabe que soy muy mujeriego”; “me rechazó porque tiene miedo de enamorarse o de involucrarse”; “me rechazó porque no sabe lo que quiere”; “me rechazó porque es una histérica”...


Es cierto que hay mujeres que no saben con certeza lo que quieren, lo que no hay son mujeres que no saben LO QUE NO QUIEREN. La triste realidad es que, cuando una mujer te rechaza, lo hace por una razón bastante sencilla: NO LE GUSTÁS. NO LE PRODUCÍS NINGÚN TRASTORNO. LE RESULTÁS INDIFERENTE. Sin embargo, hay muchos hombres que al ser rechazados buscan motivos extravagantes sin atinar a dar con la única razón valedera.


Tiene razón Dolina cuando dice que “no hay nada que moleste más a una mujer, que un tipo que no es y hace fuerza por ser (…) Si no aparece inicialmente esa llama que permite el incendio, nos quedamos sin fuego”.


Puede que Dolina nos parezca demasiado “superficial”, incluso medio “vende humo”, en el sentido de que suele valorar, muy por encima de cualquier otra virtud, la juventud y la belleza corporal. Se nota en su discurso la influencia de El retrato de Dorian Grey, de Oscar Wilde. Personalmente no tolero mucho rato a las mujeres vacías o superficiales, aunque me pueda sentir muy atraído por su aspecto exterior. 

Sin embargo, cuando Dolina sugiere que tratar de agradar a otro te mejora, porque amar es darse en alimento y ser a la vez alimento del otro, no puedo menos que coincidir con su postura.


Ahora bien, ¿qué significa decir que amar a quien no nos ama es “trágico”?

En la antigüedad griega se dio una competencia entre la curiosidad teórica, representada por la filosofía, y el arte de la tragedia. 

Si leen la República de Platón, notarán su desprecio hacia el arte de la tragedia. Si uno lo piensa bien, el razonamiento es coherente desde el punto de vista platónico. La sabiduría de la tragedia se cifra en dejar ciertas cosas en la oscuridad o en la indecisión. En otras palabras, diríamos que en la tragedia no hay posibilidad de "síntesis". El amor es trágico porque, hasta cierto punto, el fracaso amoroso no es culpa de nadie.


Tomemos el ejemplo de Antígona, la tragedia de Sófocles, y allí veremos que tanto la hija de Edipo como Creonte tienen buenas razones para actuar como actúan. Un filósofo como Platón no puede aceptar que ambos tengan razón, porque eso implicaría negar que exista una verdad, y la posibilidad de distinguir bien de mal.


Como no existe una ciencia del amor es que el arte se vuelve mucho más eficaz para abordarlo. La ciencia trata de producir enunciados que puedan ser universalizables. El arte, toda vez que la experiencia estética se produce, nos interpela de modo personal.


Decir que la extinción del amor no es culpa “de nadie” no quiere decir que una relación no deba ser alimentada con trabajo y dedicación, sino afirmar que una vez que la llama se apaga, o si nunca estuvo encendida, es inútil tratar de avivar un fuego que no existe.

El amor como dador de sentido:

Nietzsche decía: “quien tiene un porqué para vivir, soporta casi cualquier cómo”. Estoy convencido de que el amor, en todas sus formas, es aquello que nos da el sentido más vigoroso para existir. Es más sencillo crecer como persona si todo lo que uno emprende está motivado por el deseo de ser querido. No sé si era Goethe quien afirmaba que amar a otro daba más fuerzas que sentirse fuerte.


Reconozco que también debemos aprender a no ser queridos, no sólo porque es utópico pretender caerle bien a todo el mundo, sino porque tampoco es deseable. Por lo demás, ni siquiera el más hábil demagogo puede lograr la aprobación universal. 


En lo personal, lo repito nuevamente, me gusta esa idea que sugiere que amar a alguien implica darse en alimento, y a su vez ser alimento de ese alguien. En tal sentido, me parece válido que uno se esfuerce por tratar de ser, para con el ser amado, el alimento más nutritivo y sabroso posible. Otra definición de amor que me agrada es la de Baruch Spinoza, quien si mal no recuerdo decía poco más o menos que “amar a otro consiste en querer ser causa de su alegría”.


Borges contaba que el pintor americano Whistler estaba cierta vez en un café de París y, como la gente discutía el modo en que la herencia, el ambiente, la situación política y cosas por el estilo influían en el artista, el tipo dijo: “Art happens” (“el arte sucede”). Vale decir, en el origen del arte, como en el amor, hay mucho de misterio. Sabemos intuitivamente lo que es el amor como sabemos lo que es la poesía, aunque no podamos dar una definición precisa. Así también somos incapaces de definir de una vez y para siempre el sabor del café, el color rojo o una puesta de sol.


“La rosa es sin porqué, 
florece porque florece
No cuida de sí misma
No pregunta si uno la ve”. 

“Die Rose ist ohne Warum.
Sie blühet, weil sie blühet.
Sie achtet nicht ihrer selbst,
fragt nicht, ob man sie siehet”. 
(Angelus Silesius)


Si nos ponemos muy racionalistas diremos que lo que llamamos misterio o magia no es más que la ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad. Leeremos estudios de científicos y botánicos que se ocuparán de analizar las propiedades químicas de la rosa o cómo la rosa fue percibida de modos diversos de acuerdo a la época y a la zona geográfica. Sin embargo, existe cierta indecibilidad de origen: “Las cosas no tienen significación: tienen existencia. Las cosas son el único sentido oculto de las cosas” (Fernando Pessoa).

Acá un post relacionado.



Nota aclaratoria: (1) Para simplificar el posteo, pienso hablar del rechazo femenino en relaciones heterosexuales, que son aquellas con las que personalmente me identifico. Aclaro, para que no bufen los eunucos, la obviedad de que existen “rechazados indignos” en todas las combinaciones de género y orientación sexual.

sábado, 4 de junio de 2016

EL CANALLA LEGALISTA

Según Comte-Sponville, un “canalla legalista” es aquel que basa casi todo su accionar moral en el estricto respeto de la ley, y cree que con eso es suficiente.

Debemos considerar además que quienes empuñan un martillo, son propensos a ver los problemas como si fueran clavos.

No existe ley que me prohíba cultivar la mentira, ni el egoísmo, ni el desprecio, ni el odio, ni tan siquiera la maldad o los sentimientos racistas. Corolario: el orden legal no es, ni por asomo, suficiente para considerarnos moralmente íntegros. El maestro francés Alain (Emile Chartier), decía que "la moral nunca es para el prójimo". Decirle al otro "tenés que ser generoso" no es dar muestras de generosidad.


Cabe aclarar que el “canalla legalista” es una suerte de tipo-ideal weberiano, pues obviamente en la realidad empírica existen mezclas. Este tipo de individuos es totalmente compatible con la legalidad republicana, y puede ser un perfecto mentiroso, egoísta, estar lleno de odio y desprecio hacia gran parte del resto de la población. El canalla legalista tiene un respeto rígido y absoluto hacia TODA legalidad, casi sin distinción.

El discurso del canalla legalista vendría a ser aquel que subyace en quienes vociferan, cuando algún grupete corta el tránsito –reconozco que en la Argentina se suelen evitar las vías institucionales, en parte porque funcionan para el carajo, y se corta el tránsito todo el tiempo- por algún reclamo justo: “¡déjenme de joder: yo pago mis impuestos, no me meto con nadie y respeto la ley, ¿por qué mierda tienen que acampar acá estos X de mierda?”

En su obra El capitalismo, ¿es moral?, Comte-Sponville distingue 4 órdenes: 1) el orden tecno-científico; 2) el orden jurídico-político; 3) el orden de la moral; 4) el orden ético; y se podría agregar un quinto: el orden religioso. Como actualmente vivimos en sociedades laicas, Comte-Sponville no desarrolla mucho el último punto. No voy a extenderme sobre el asunto, pero me parece evidente que su distinción se basa, directa o indirectamente, en la concepción weberiana de la modernidad como “proceso de desencantamiento del mundo”, de progresiva autonomización de las esferas de conocimiento: saber, verdad y ética ya no forman un todo orgánico y autosuficiente.

Sea como fuere, es evidente que los cuatro órdenes pertenecen a esferas autónomas que se relacionan estrechamente entre sí: toda sociedad que intente funcionar adecuadamente debe poder articular medianamente bien los cuatro órdenes, que a menudo entran en conflicto. Tomen cualquier fenómeno social: ley de medios, legalización de la marihuana: tendrá implicaciones políticas (en sentido "amplio" y en sentido "electoralista"), morales, económicas, jurídicas, ideológicas... Por otra parte, distinguir racionalmente no equivale a separar: al correr necesitamos oxígeno, y no por eso confundimos correr con respirar.

El canalla legalista sería aquel que confunde el orden jurídico-político con el moral. Hay ejemplos clásicos, como en Antígona de Sófocles, que nos enseña cómo los órdenes morales y los legales son distintos, y que frecuentemente colisionan entre sí. El canalla legalista es quien confunde ambos órdenes: “ninguna ley me prohíbe el egoísmo. ¿Con qué derecho me reprocha usted que soy egoísta? Pago mis impuestos, nunca he matado ni robado, me detengo en los semáforos… ¡No voy, encima, a preocuparme por los pobres!”


Una ley no dice lo que está bien y lo que está mal, sino lo que está prohibido y lo que está permitido por el Estado, que viene a ser el que detenta, en ÚLTIMA INSTANCIA, el monopolio de la coacción física considerada legítima.

jueves, 2 de junio de 2016

BORGES Y LOS CLÁSICOS

Me cae muy bien Carlos Gamerro: tengo casi todos sus libros, y en breve me pienso comprar Borges y los clásicos, libro editado por "Eterna cadencia". En otro momento me gustaría escribir algo a partir de sus reflexiones, que siempre encuentro estimulantes y enriquecedoras. 

En un posteo anterior habíamos hablado sobre la importancia de leer a los clásicos.


Les dejo para que lean este artículo de Gamerro que salió en La Nación. Ahí va:

Borges, el lector que armó nuestra biblioteca


"Sería temerario afirmar que Borges fue el escritor más importante o influyente del siglo XX (tendría que vérselas, para empezar, con la secularísima trinidad de Kafka, Joyce y Proust), pero creo que a esta altura del partido puede decirse, sin temor a exagerar, que fue el más activo e influyente de sus lectores. Borges tenía y tiene la rara capacidad de contagiarnos sus lecturas: su biblioteca personal, convertida en Biblioteca personal, se ha vuelto la de todos. ¿De cuántos autores puede decirse lo mismo? Los argentinos nos referimos con la mayor familiaridad a Swedenborg, Blake y Chesterton, autores que, de no ser por Borges, difícilmente leeríamos; y a los que leeríamos de todos modos, como Cervantes, Stevenson y Dante, los leemos con sus ojos. Paralelamente, el resto del mundo lee a José Hernández, Leopoldo Lugones, Macedonio Fernández o Evaristo Carriego, sólo porque Borges lo hizo.

Toda lectura activa modifica el libro leído. Ningún texto lo explica mejor que "Pierre Menard, autor del Quijote", cuento en el cual Borges coteja dos versiones del Quijote, una escrita por Cervantes; otra, por el francés Menard a principios del siglo XX: las dos son verbalmente idénticas, pero se entienden, viven, interpretan, sienten (es decir, leen) de modos radicalmente diferentes. "Una literatura difiere de otra, ulterior o anterior, menos por el texto que por la manera de ser leída; si me fuera otorgado leer cualquier página actual -ésta por ejemplo- como la leerán en el año dos mil, yo sabría cómo será la literatura en el año dos mil" asegura Borges en "Nota sobre (hacia) Bernard Shaw". La lectura, al menos como la practicamos en la actualidad, suele ser un acto íntimo, solitario. ¿Cómo se transmiten a los demás nuestras lecturas? En el caso de Borges, de múltiples modos: en las conversaciones cotidianas; en sus clases, sus traducciones, los ensayos, artículos y prólogos que escribió; y fundamentalmente, en los cuentos y poemas en los que las reescribe.


En algunos textos Borges contrasta la eternidad que es mera duración, como la de la materia inerte, con la inmortalidad de lo que vive, y por lo tanto, puede morir y renacer. "Las ideas no son eternas como el mármol, sino inmortales como un bosque o un río" propone en "La noche que en el sur lo velaron"; en "La escritura del dios" el sacerdote maya Tzinacán descubre que su dios ha confiado una sentencia mágica no a las cordilleras ni a los astros, que el tiempo borrará, sino a la piel viva de los jaguares, que mueren y renacen para que perduren sus manchas. En "La supersticiosa ética del lector" aplica esa distinción a la literatura: los textos que mejor resistirán el paso del tiempo no son esos sonetos perfectos de los que ninguna palabra puede alterarse, sino obras ?imperfectas' como el Quijote, que "gana póstumas batallas contra sus traductores y sobrevive a toda descuidada versión".

Los clásicos no perduran sino que renacen: la Odisea, en Ulises de James Joyce, en "El hacedor" y "El inmortal"; la Divina comedia, en Bajo el volcán de Malcolm Lowry, en Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal, en "El Aleph"; las obras de Shakespeare, en incontables puestas en todo el mundo, en "Everything and Nothing" y "Tema del traidor y del héroe"; el Quijote en Madame Bovary, en el Quijote de Pierre Menard; todas ellas, en las traducciones siempre renovadas, en las que Borges ve la prueba definitiva de esta "vocación de inmortalidad"; la obra que no resiste ser traducida morirá, porque la buena literatura dura más que la lengua en la que fue escrita: seguirán leyéndose Hamlet y el Quijote mucho después de que hayan dejado de hablarse en la Tierra el inglés y el español.



Además de revitalizar esos clásicos, Borges vuelve a la vida a sus autores. Su método está denunciado en "El hacedor", cuento en el cual imagina un momento decisivo en la vida de Homero, cuando empieza a quedarse ciego y descubre su destino de poeta. Entonces, Homero desciende a su memoria personal, insufla esas vivencias en el acerbo de leyendas de su pueblo y escribe (reescribe) la Ilíada y la Odisea. No de otro modo procede Borges: da vida a estos grandes autores a partir de sus propias vivencias y las historias de su propio mundo: "El hacedor" convierte al Homero joven en un cuchillero de Quíos, e imagina la ceguera del maduro a partir de la suya propia; "El inmortal" lo convierte en viajero a través de la vasta geografía del globo, y de la historia y la literatura de tres milenios, como lo fue, en su imaginación y sus lecturas, el propio Borges; en "El Aleph", las desdichas amorosas de Dante y la transformación de esas penas en motor de la creación reviven en el Borges que protagoniza el cuento; el Shakespeare capaz de crear "personajes mucho más vívidos que el hombre gris que los soñó" se espeja en el Borges que creó múltiples mundos sin salir de la biblioteca paterna.

Podríamos decir que una nueva literatura se define en buena medida por su capacidad de reescribir los clásicos; si no es capaz de hacerlo, es que no se trata de una nueva literatura. En ese sentido, la literatura argentina existe porque, gracias a Borges sobre todo, ha sido capaz de reescribir y redefinir la literatura mundial".

Carlos Gamerro, Domingo 29 de mayo de 2016.

Eso es todo por hoy.

¡Sean felices!

Rodrigo

miércoles, 1 de junio de 2016

ABURRIMIENTO Y SOCIEDAD DE CONSUMO

“Buying is more American than thinking” (Andy Warhol)

Ningún crítico de la sociedad de consumo con media neurona condenaría al consumo “por sí mismo”. Necesitamos consumir para vivir: oxígeno, alimentos, vivienda... Tampoco podemos negar que en una sociedad capitalista la falta de dinero dificulta muchísimo el bienestar. Digamos que cierta armonía mínima entre deseo y realización se vuelve enormemente difícil si uno es muy pobre.


Personalmente disfruto mucho del DVD, la computadora con conexión a Internet, el placer de estar rodeado de libros y discos o de comer algo rico hasta hartarme, rodeado de amigos o familiares a quienes quiero mucho. En este sentido, no resulta descabellada la afirmación del etnógrafo Daniel Miller cuando dice: “cuando los antropólogos trabajamos con tribus en Nueva Guinea, por ej., no tenemos problema en ver la importancia que esta gente le daba y le da a los objetos materiales, simplemente asumimos que los objetos materiales son simbólicos y que representan valores morales o religiosos para ellos. Pero al verlos en las sociedades occidentales todos tendemos a caer en el lugar común de condenarlo, cuando la única diferencia entre nosotros y esas tribus es que tenemos una mayor cantidad de objetos”.

Es evidente que le damos a los objetos valor simbólico, y que forman parte de nuestra identidad, nuestros recuerdos y vivencias. Tampoco estoy sugiriendo que muchas de las características que usualmente le adjudicamos a la "sociedad de consumo" sean  una suerte de monopolio exclusivo de este tipo de sociedades. Para evitar confusiones, diré que de ningún modo aludo a lo que -pelotudamente, justo es decirlo- pseudo intelectuales como Alejandro Rozitchner denominan "pobrismo"; ni tengo una visión pastoral o romántica de la pobreza.

Lo que sí creo es que cierta sensación de “no sé lo que quiero pero lo quiero ya e inmediatamente”; cierta oscilación entre la ansiedad y el aburrimiento, vendría a ser un estado ya no exclusivo de la niñez y la adolescencia, sino que se está extendiendo a toda la sociedad sin distinción de edad ni estatus socioeconómico.

Parece obvio que la publicidad en los medios masivos tiende a sumergirnos a todos en ese mismo estado de “inmadurez” como sociedad que hace que en ese sentido todos seamos un poco niños que no saben del todo a dónde se dirigen pero que quieren llegar lo más pronto posible.

Como dijo Pessoa hace más de 60 años:

“La lentitud de nuestra vida es tal que no nos consideramos viejos a los cuarenta años. La velocidad de los vehículos nos ha quitado la velocidad de nuestras almas. Vivimos muy lentamente, y ésa es la razón por la que nos aburrimos tan fácil. La vida se ha tornado un campo para nosotros. No trabajamos lo suficiente y fingimos que trabajamos demasiado. Nos movemos muy rápido desde un punto en donde nada se hace hasta otro donde no hay nada que hacer, y llamamos a esto la prisa febril de la vida moderna. No se trata de la fiebre de la prisa, sino de la prisa por la fiebre. La vida moderna es un ocio agitado, un apartarse agitado del movimiento ordenado”.


Daría la impresión de que ser “aburrido” es uno de los pecados mortales de nuestra sociedad; el otro pecado mortal consiste en no responder a cierto estereotipo de belleza, presión que sigue recayendo principalmente sobre las mujeres, aunque también los hombres nos veamos obligados a una presión similar.


Retomando, podríamos afirmar, como un apotegma, que el chismorreo vacío es fruto de: a) no tener tema de conversación; b) un temor excesivo al tedio.


Al decir del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, en su Vida de consumo:

"Una de las características más comentadas de la sociedad de consumo es el enaltecimiento de la novedad y la degradación de la rutina. Los mercados de consumo descuellan a la hora de desmantelar las rutinas existentes e impedir la implantación y el arraigo de otras nuevas, con excepción de ese breve lapso de tiempo necesario para vaciar los depósitos de los elementos creados para sostenerlas. Esos mismos mercados, sin embargo, logran un efecto todavía más profundo: para los miembros adecuadamente entrenados de la sociedad de consumidores, cualquier rutina y cualquier cosa asociada a conductas rutinarias (monotonía, repetición) se tornan insoportables; de hecho, invivibles. El “aburrimiento”, la ausencia e incluso la interrupción temporaria del perpetuo flujo de novedades que llaman la atención, se convierte en una pesadilla odiada y temida por la sociedad de consumo.

(…) Los que no pueden actuar sobre la base de esos deseos inducidos, gozan diariamente del deslumbrante espectáculo que ofrecen quienes sí pueden hacerlo. El despilfarro consumista, se les dice, es el signo del éxito, una autopista que conduce directamente al aplauso público y la fama. También aprenden que poseer y consumir ciertos objetos y vivir de determinada manera son requisitos necesarios para ser felices; y como “ser feliz” se ha transformado en la marca de la decencia humana y el único título merecedor de respeto, tiende a convertirse también en condición necesaria de la dignidad y la autoestima humanas. “Estar aburrido”, además de hacernos sentir incómodos, se transforma en un estigma vergonzante, signo de negligencia o de derrota que puede hundirnos en un estado de depresión aguda así como conducirnos a una agresividad socio y psicopática. (…)

Si el privilegio de “no aburrirse nunca” es el parámetro de una vida exitosa o incluso de la decencia y felicidad humanas, y si un consumo intenso es el camino principesco y principal que conduce a la derrota del aburrimiento, entonces hemos quitado todo tope a los deseos humanos: por cuantiosas que sean las adquisiciones gratificantes y las sensaciones tentadoras, es improbable que alguna de ellas nos brinde la satisfacción que en el pasado se nos prometía si “estábamos a la altura de los estándares”. Hoy por hoy no existen estándares que alcanzar, o mejor dicho, estándares que, una vez alcanzados, puedan refrendar con algún grado de autoridad el derecho a ser aceptados y respetados, y garantizar ese derecho en el tiempo”.

Otro punto que me parece curioso es el concepto de “publicidad engañosa”. ¿A qué carajo se alude con eso? Todo el mundo sabe que el marketing se basa en fomentar una necesidad que el consumidor, previamente, no tenía. ¿Cómo lograr eso sin recurrir a cierto tipo de mentira? La publicidad se torna superflua toda vez que un vendedor comercia con un comprador que realmente necesita el producto. ¿Qué es el yogurt con biopuritas? ¿Qué eran los granbys verdes y azules?

Entiendo perfectamente que todo esto que estoy diciendo es un tema recontra trillado. Tómenlo entonces como una suerte de catarsis.

¡Sean felices!

Rodrigo

ANÉCDOTA DE UN NIÑO VIAJANDO EN ÓMNIBUS

En Londres, una madre y su hijo suben a un ómnibus. Como está muy lleno, se separan; el niño queda junto a dos monjas. La madre advierte que el niño conversa animadamente con ellas; cuando llegan a donde tienen que bajar, les da las gracias y les dice que han hecho algo extraordinario, porque el niño es muy hosco y no se da con nadie. Las monjas explican: "Habló con nosotras, porque creía que éramos pingüinos".


(Anécdota de Susana Bombal escrita por Bioy Casares en su "Borges")