lunes, 20 de julio de 2020

EL MEJOR INDIO ES EL INDIO MUERTO



¿Quiénes son los indios? Es una pregunta para hacerse… Pero ese no es el punto de más interés, sino qué hacemos con ellos, cómo los segregamos. Y no importa tanto quiénes son ellos, sino el hecho de que SEGREGAMOS. El problema a pensar, ¿cómo se da la segregación?


Estamos todos profundamente implicados en una situación que sufre todo tipo de operaciones eufemísticas, de invisibilización. En las pantallas de televisión es donde está muy claro eso: no hay en las pantallas públicas una imagen del cuerpo humano  argentino que no sea blanca. Están en la calle, están en la escuela, pero en nuestra televisión y nuestro cine NO ESTÁN, porque tampoco están en nuestras élites, en la conducción institucional. Están casi ausentes en la parte “alta” y también en  muchos casos “media” de nuestra sociedad. Casi no hay acciones de compensación de ese desequilibrio.



Una de las operaciones segregatorias es definir lo originario como algo que tiene una identidad muy clara, que vive en las condiciones históricas y que está en otro lado: de ahí que asume la forma de los Quom, los mapuches que están en un lugar periférico en el campo donde viven igual desde hace 500 años y debemos respetar esa vida y etc. Y claro que se trata de un fenómeno existente entre quienes se organizan identitariamente de  una manera, pero esa es sólo una parte de la cuestión. La cuestión principal es que la mayoría de la población argentina es una población étnicamente heterogénea, que tiene un componente indígena o afrodescendiente invisibilizado. Las operaciones que llevan a la invisibilización son el problema, porque generalmente se realizan en nombre de la igualdad, de la indiferenciación; sin embargo, en la realidad de los hechos, segregan. Es una tarea que tenemos pendiente.





En la escuela hay como una sordina puesta: cuando usamos la palabra “esclavitud”, parece que se trata de un fenómeno que ocurrió en otro lado. En nuestros actos escolares hay una negra que vende mazamorra. En  el caso de la negritud está todo mucho más definido, porque hubieron movilizaciones al respecto y porque en nuestra experiencia cultural argentina no hay una idea de regreso. ¿A dónde sería ese regreso? ¿Al África? Podría haberla pero en nuestra historia no se dio de esa manera, sino con recuperaciones culturales, con los "quilombos", etc. El relato de afrodescendientes es un relato de clandestinidad, de culturas que han estado clandestinas. Ha habido una atmósfera segregatoria, represiva, de la que no tenemos idea. No nos sentimos partícipes de forma responsable y colectiva de lo que llevó a la clandestinidad de nuestros afrodescendientes. En la escuela nos llevamos una idea de que la esclavitud es un fenómeno de Estados Unidos o de Europa o a lo mejor de Haití o Brasil, pero que no tiene nada que ver con nuestro país. ¿Por qué decimos “mita”, “yanaconazgo” y “encomienda” si se trata de esclavitud y servidumbre? Cuando vos buscas cómo hablamos de eso te encontrás con discursos que dicen que “se parece a la esclavitud”. ¡No se parece a la esclavitud, es esclavitud, servidumbre, sometimiento, subyugación!


Nos educamos sobre un negacionismo de la situación de los indígenas, los afrodescendientes, de los que no son los blancos descendientes de europeos. Nos educamos sobre un negacionismo de lo que se les ha hecho pero también de lo que SE LES HACE y de lo que sigue ocurriendo. Yo creo que ese drama es hora de que lo rediscutamos. ¿Cómo es que salimos de la escuela sin la conciencia del problema? 

Hay dos grandes modos de reprimir o disfrazar el problema: uno es cierto pintoresquismo del indígena que vive en una choza, en un lugar periférico que es una imagen en apariencia positiva pero de segregación brutal; mucho más grave porque es amistosa. La otra forma es escandalizándonos por los muertos: ¡qué terrible la masacre de los indios de América! ¡Qué buenos que somos porque repudiamos la masacre que los españoles, la matanza que los blancos hicieron sobre América! El genocidio, la conquista del desierto, etc. Y decimos que eso no era un "desierto" porque llamarle "desierto" es invisibilizar la matanza, en fin...

En síntesis: para que el indio nos suscite un sentimiento debe estar muerto. EL BUEN INDIO ES EL INDIO MUERTO, pero el indio vivo no es un tema. El indio vivo es un indio segregado, pero no se tematiza. No puede haber una mujer bella, un dirigente que participe de la vida social, salvo que sea un sindicalista o un enfermero, un obrero, un peón, un suboficial, un alguien que siempre está abajo. Y como está abajo lo pisamos, no lo ponemos en cuestión. Es algo que está en el piso mientras le caminamos por arriba como cuando pisamos a las hormigas. Es una situación dramática de la que no tenemos conciencia porque no nos interesa. No es un tema de interés público, político.



P.S.: las palabras son de Alejandro Kaufman, ligeramente modificadas por mí para hacer más legible un relato que es oral.

Esto que sugiere mi querido ex-profe Alejandro se relaciona con aquello que escribíamos sobre la "violencia simbólica", concepto que yo aprendí gracias en parte a Bourdieu y en parte a él:

La violencia simbólica es una violencia que no es física pero tiene un correlato y consecuencias eventualmente físicas. Y precede a la violencia física. Siempre que va a haber violencia física viene precedida por la violencia simbólica. A veces son palabras dichas casi sin querer, insultos velados, descalificaciones que luego se legitiman socialmente. En los colectivos sociales la violencia no ocurre de repente, "en frío", como venida de otro planeta. Cuando se trata de situaciones de linchamiento, de discriminación, de racismo, de genocidio, de femicidio, antes hay una sistemática situación de violencia simbólica que puede durar mucho tiempo y que debemos ayudar a parar.