jueves, 27 de octubre de 2016

UNA COPLA DE JORGE LUIS BORGES

Borges, en diálogo con María Esther Vázquez, cita de memoria coplas barriales de Buenos Aires, que en general hacen alarde de coraje, como por ejemplo:

“Yo soy del barrio del Alto,
donde llueve y no gotea.
A mí no me asustan sombras
ni bultos que se menean".

O esta otra:

"Parado en las Cinco Esquinas,
con toda mi contingencia,
pa’ver si te rompo el alma
ando haciendo diligencia".

En determinado momento habla de una persona de Pehuajó que lo tenía harto:

“Entonces yo le pregunté si él conocía aquella famosa copla de Pehuajó y se la recité mientras la inventaba:

'En el medio de la plaza
del pueblo de Pehuajó
hay un letrero que dice:
la puta que te parió'.

¿Y sabés qué me contestó el hombre en cuestión? : ‘Sí, Borges, ya la conocía…’”.

Qué tipo gracioso este Jorge Luis. La anécdota está narrada en un libro donde se reúnen diversas charlas que tuvo con María Esther Vázquez, y se titula Borges. Sus días y su tiempo.

En lo personal no recuerdo muchas coplas, salvo las Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique (1440-1479), una obra muy hermosa. La composición empieza así: 

"Recuerde el alma dormida,/ avive el seso y despierte/ contemplando/cómo se pasa la vida/ cómo se viene la muerte/ tan callando,/ cuán presto se va el placer,/ cómo, después de acordado, da dolor;/ cómo, a nuestro parecer,/ cualquiera tiempo pasado/ fue mejor". 

A Borges también le gustaban esas coplas:

"¿Por qué es tan lindo el poema de Manrique? No sólo por los versos: por su ética. La ética es importante en todo; también en literatura". (Jueves 18 de junio de 1964, citado por Bioy Casares en su Diario sobre Borges).

domingo, 23 de octubre de 2016

CONSIDERACIONES MUY POCO ORIGINALES ACERCA DEL PREMIO NOBEL DE LITERATURA A BOB DYLAN

Este no es un alegato a favor o en contra de la obra de Bob Dylan, sino una excusa para entablar un diálogo polémico o amistoso con un interlocutor imaginario, y no porque los premios literarios me parezcan importantes -de hecho me importan muy poco- ; sino porque disfruto mucho de  escribir y conversar y el pretexto del Nobel me sirve de disparador.  

El amigo Corvino asegura que "en Facebook está lleno de gente que le contesta, en forma implícita, a otra gente que no está de acuerdo con que Bob Dylan haya ganado el Nobel de Literatura. Es rarísimo: yo lo único que leo es gente que se queja de la existencia de gente que se queja de que Bob Dylan haya ganado el Nobel de Literatura. En caso de que existan sólo quiero decir algo: están equivocados (igual hay cosas peores)".

Es posible que tenga razón, y tal vez la polémica existe en el imaginario del que escribe más que en la realidad empírica. Sea como fuere y parafraseando la Odisea homérica, podríamos decir que desde Alfred Nobel se inventó una distinción  para que las generaciones venideras tengan algo que discutir. 


Considero que los premios más importantes para un escritor o un artista son los premios iniciales, porque estimulan su autoconfianza, en algunos casos lo ayudan a no "morirse de hambre" y le permiten vislumbrar un futuro en el que vivir del arte no parezca una idea tan descabellada:  

“(…) los premios que recuerdo con mayor cariño e incluso con mayor fervor son esos premios de provincias, porque cuando yo gané el Herralde no me hacía falta el dinero, y cuando gané el Rómulo Gallegos, tampoco. Pero cuando yo ganaba esos premios de provincias, cuando llegaba el cheque, era como agua bendita, era maná caído del cielo, pennies from heaven” (Roberto Bolaño). 

El Premio Nobel de literatura siempre es para un escritor que ya ha sido, en mayor o menor medida,  consagrado por el mercado. 


Así como tildar a alguien de “bloguer” porque la mayor parte de su obra está en formato digital o tiene un blog suena arbitrario -¿por qué no  “cuaderno de hojas rayadas” o Word?-; decir que Bob Dylan no es escritor porque su producción literaria está contenida en canciones y no en cuentos o novelas, me parece una estupidez. ¿Acaso la Ilíada y la Odisea no fueron largos poemas cantados? ¿Qué importancia puede tener la polémica por el “formato” a la hora de hablar de un premio literario?


Todo premio es, como bien afirma Marcelo Figueras, una arbitrariedad mejor o peor fundada. ¿Cómo hacer para elegir un jurado que pueda evaluar comparativamente las obras contemporáneas de la literatura mundial? ¿Existen personas que puedan hablar fluidamente chino, aimara, guaraní, croata, ruso, danés, checo, noruego, sueco y además conocer la literatura que se está escribiendo en cada uno de esos países? ¿Cuántas personas que jamás han vivido en Hungría son capaces de entender el húngaro? ¿Cuántos títulos de autores contemporáneos en su idioma original puede leer un miembro de un jurado en toda su vida como para que podamos sostener que su juicio literario es medianamente ecuánime? 


No cualquiera puede apreciar la música del idioma en su lengua original si no es un hablante nativo. La suerte de muchas obras dependió, en buena medida, de la capacidad de difusión y el interés de lectores extraordinarios, editores valientes y traductores talentosos.


Hay razones para desconfiar de los criterios de selección del Nobel de Literatura si pensamos que se lo dieron a Winston Churchill, mientras que escritores excepcionales como Marcel Proust, Tolstói, Kafka, Borges o James Joyce no tuvieron tanta suerte. Sin embargo, repito que para mí la literatura no tiene estrictamente nada que ver con premios sino con una extraña lluvia de "sangre, sudor, semen, risas y lágrimas". Al menos esa es una definición de literatura -medio boluda, es cierto- que escribió o declaró el gran Roberto Bolaño, y como yo al escritor chileno le aguanto hasta los defectos...

En medio de un desierto en donde sobran canallas y comerciantes, y faltan lectores y editores; en un desierto habitado muchas veces no por artistas auténticos sino por fantasmas que cantan canciones idiotas, la obra de Bob Dylan respira y está viva, aunque la fama sea siempre una forma de simplificación.


Imagino que la discusión encendida de algunos en torno al Nobel a Bob Dylan tiene que ver con cierta pasión argentina por debatir cualquier gilada más o menos a los gritos y sin preocuparse por los argumentos sino por ver quién grita más fuerte; aunque tal vez me convenga creer esto para rebatir argumentos creados por mi cerebro para salir bien parado y quedar como un tipo inteligente. Por ejemplo, podría decir que muchos de los que creen que el Nobel es un premio “careta”, se muestran demasiado interesados en los méritos o deméritos del premiado. ¿Pero esas personas existen o son una creación de mi cráneo, o del cráneo de Marcelo Figueras? ¿Será que contengo multitudes de boludos que discuten entre sí mientras la gente está interesada en cualquier otra cosa? ¿Me estaré volviendo loco? ¿No será que este posteo es una falla de la Matrix?


Cuando se argumenta que Dylan no es formalmente un escritor, ¿no se está incurriendo en una crítica gremial sin demasiado sustento? La actividad literaria, y en esto acuerdo nuevamente con Figueras, no tiene carnet habilitante: pueden haber excelentes, mediocres o pésimos escritores que publican sus obras en blogs, que escriben guiones para series televisivas o crean letras de canciones. No tiene importancia si una obra se expone en un libro, sobre un escenario o en un soporte auditivo. Se puede publicar una novela pésima en tapa dura y edición de lujo o se puede escribir un gran poema hecho con mierda estampada en la puerta de un baño público.


Bolaño decía, en Derivas  de la pesada, que “la literatura es una máquina acorazada. No se preocupa de los escritores. A veces ni siquiera se da cuenta de que éstos están vivos. Su enemigo es otro, mucho más grande, mucho más poderoso, y que a la postre la terminará venciendo. Pero esa es otra historia”.


Hablando de premios, me viene a la memoria el hermosísimo cuento Sensini, de Roberto Bolaño, cuyo personaje principal está basado en Antonio Di Benedetto, quien tuvo que exiliarse en España y participar de premios de provincias mandando, muchas veces, el mismo cuento con diversos títulos a diferentes concursos. Bolaño cuenta que el autor de Zama hacía eso en España porque no tenía dinero:


“Yo participé en un concurso hace muchísimos años, aunque no el ganador, la primera mención era de Antonio Di Benedetto. Y a mí eso me dejó tocadísimo: ¿cómo es posible que Antonio Di Benedetto, un grandísimo escritor, traducido casi en todas las lenguas, esté tan mal como para mandar un premio a un concurso de provincia? Y el cuento surge de eso, de los motivos que podían impulsar a un crack de primera división a jugar en campos de tierra pelada de cuarta regional preferente”.


By the way, si todavía no leyeron Sensini, les pido de rodillas y llorando que lo lean.


Retomando la polémica, debo admitir que no me siento en condiciones de juzgar la obra de Bob Dylan, porque aunque me gustan muchas de sus canciones, ignoro la mayor parte de su producción. Tengo un libro grueso con casi todas sus letras en versión bilingüe y algún tomo de sus Crónicas, pero a ambos libros los leí muy por arriba y fragmentariamente. Intuyo que se trata de un artista muy prolífico y desparejo, con poemas hermosos que destacan sobre un fondo de palabrerío más o menos trivial, como suele ocurrir con los artistas prolíficos. Ahora si pienso en que su obra inspiró a tipos como John Lennon, Joni Mitchell o Leonard Cohen…


Si alguien me dijera que quiere adentrarse en el universo literario a partir de la lectura inicial de autores que hayan ganado un Premio Nobel, le aconsejaría que siga un jardín propio de senderos que se bifurcan y no le de mucha pelota a ese premio. Como escribí hace poco plagiando un consejo  de Abelardo Castillo: “un camino muy interesante para adentrarse en el universo literario consiste  en leer a los autores admirados por los autores que vos admirás. Te gusta James Joyce y entonces lees a Oscar Wilde, Dickens, Jonathan Swift. Porque te gusta Bukowski te fijás si te atraen los libros de John Fante. Don Abelardo Castillo te puede llevar a leer a Poe, Dostoievski, Tólstoi, Borges, Kafka y Roberto Arlt. O te gusta Borges, ergo lees a Chesterton, Stevenson y Dante Alighieri… Como leí a Pablo Ramos, luego leo a Raymond Carver, John Cheever o Isaac Bábel. De esa manera construís una "familia espiritual" que te ayuda en los momentos de soledad. Además existen autores que te permiten "limpiarte" de la prosa de otro autor: si leíste mucho a Faulkner, es recomendable que leas a Hemingway; si lees la prosa "minimalista" de Raymond Carver, te viene bien complementarla con la escritura "verbosa y derrochona" de David Foster Wallace.


Addenda: Les dejo algunas apreciaciones sobre algunos premiados por la academia sueca, sacados del Borges de Bioy:

Jueves 25 de octubre de 1956: "Borges me dice: ‘Le dieron el Premio Nobel a Juan Ramón Jiménez’. BIOY: ‘Qué vergüenza…’. BORGES: ‘… para Estocolmo. Primero a Gabriela, ahora a Juan Ramón. Son mejores para inventar la dinamita,  que para dar premios’. BIOY: ‘De cualquier modo, Juan Ramón es mucho mejor que Gabriela Mistral. Los malos poemas de Juan Ramón son malos; pero los mejores son bastante buenos. Gabriela Mistral no ha escrito ningún poema bastante bueno’".



Sábado 27  de octubre de 1956: "Hablamos del Premio Nobel. Borges está hoy mejor inclinado hacia Juan Ramón Jiménez: ‘Qué bien lo que dijo: ‘El Premio Nobel me llena de tristeza. Mi mujer está muy enferma’. Qué bien que dijera una frase llana: ‘me llena de tristeza’. Todo se hubiera ido al diablo si hubiera procedido como escritor y si hubiera dicho ‘me puebla de tristezas’ o algo así’".


Miércoles 8 de mayo de 1957: "(…) Hablamos, después, de Reyes y de su deseo de ganar el Premio Nobel. BORGES: ‘Los premios no ayudan, en la posteridad, a nadie. Para Schiavo, sí, son la única posibilidad de que lo conozcan; pero si uno no es Schiavo, no recibe mucha ayuda de los premios’".


Lunes 12 de diciembre de 1966: "Trae un cuento de dos páginas –El corazón conmigo- de Agnon, el judío polaco ganador del Premio Nobel, y me pide que lo lea. Se levanta en la silla, se  zarandea, ulula con la risa. Comenta: ‘Es peor que Esopo. ¿Quién podría escribir un cuento así? (…) Qué destino el del Premio Nobel. Y pensar que Agnon es uno delos grandes escritores de esta época".

domingo, 16 de octubre de 2016

A MAN OF CONSTANT SORROW


I am a man of constant sorrow
I've seen trouble all my days
I'll say goodbye to Colorado
Where I was born and partly raised.


Through this open world I'm about to trouble
Through ice and snows, sleet and rain
I'm about to ride that morning railroad
Perhaps I'll die on that train.

Your mother says I'm a stranger
My face you'll never see no more
But there's one promise, darling:


I'll see you on God's golden shore.

I'm going back to Colorado
The place that I started from
If I had known how bad you'd treat me honey
I never would have come.


Et tout le reste est littérature, como dijo, con admirable literatura, Paul Verlaine.

sábado, 15 de octubre de 2016

SOBRE EL ÚLTIMO LIBRO QUE ESTÁ LEYENDO MI AMIGA ALBERTINE CAMUS

Mi estimada Albertine me cuenta que está leyendo el Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, la novela donde una suerte de “ceguera blanca” se esparce por toda la población de modo misterioso y fulminante. ¿Qué significa esa responsabilidad de tener ojos cuando otros perdieron la capacidad de ver?

El gran David Foster acierta cuando dice que en las trincheras del día a día de la vida adulta no existe el ateísmo. Todos adoramos algo, y la única elección que tenemos es tratar de elegir QUÉ adorar:

“Si adoras el dinero y las cosas materiales –si es de ellas de donde extraes el sentido verdadero de la vida-, entonces siempre querrás más. Siempre sentirás que quieres más. (…)


Si adoras tu propio cuerpo y tu belleza y tu atractivo sexual, siempre te sentirás feo, y cuando se empiece a notar en vos el paso del tiempo y la edad, morirás un millón de veces antes de que por fin te metan bajo tierra.


(…) Si adoras el poder, te sentirás débil, tendrás miedo y siempre necesitarás más poder sobre los demás para mantener a raya el miedo.


Si adoras tu intelecto, el hecho de que te consideren inteligente, acabarás sintiéndote tonto y un fraude y siempre estarás con miedo a que te descubran...".


Lo interesante que sugiere DFW es que todos estos impulsos que nos llevan a adorar falsos ídolos son “configuraciones por defecto”; no son tendencias  excepcionales, malvadas o pecaminosas sino aspectos de nuestra personalidad que parecen venirnos casi “de fábrica”, como el idioma o la necesidad de dormir. 


La “naturaleza”, la inercia del mundo, nos lleva a funcionar de tal modo que aspirar al poder y al dinero y a la adoración de uno mismo nos parece algo obvio, hasta que el combustible del miedo, la frustración, el desprecio y la ansiedad nos empieza a comer vivos.


Sin embargo, “el tipo realmente importante de libertad implica atención, y conciencia, y disciplina, y esfuerzo, y ser capaz de preocuparse de verdad por otras personas y sacrificarse por ellas, una y otra vez, en una infinidad de pequeñas y nada apetecibles formas, día tras día. Esa es la auténtica libertad”.


Y esa libertad consiste en aprender a pensar. “La alternativa es la inconsciencia, la configuración por defecto, la competitividad febril: la sensación constante y agobiante de que has tenido algo infinito y lo has perdido”.


De algún modo misterioso, la lectura de Albertine me hizo recordar a mi querido David Foster Wallace. Respecto de la ceguera, se me ocurre que ciego no es aquél que no ve, sino la persona cuya visión no puede percibir matices, claroscuros, escalas de grises. Podríamos decir que ciega es toda persona que percibe la realidad de forma monocromática. Sé que suena a reflexión trivial de libro de autoayuda, pero es lo que hoy tenía ganas de decir.

No recuerdo muy bien cómo lo argumentaba, pero el filósofo alemán Max Scheler decía que además de la ceguera fisiológica, había personas que padecían de lo que él llamaba "ceguera axiológica".



Mi viejo tiene las obras completas de José Saramago, un autor al que nunca le presté demasiada atención. Como aprecio el gusto literario tanto de mi viejo como de mi amiga Albertine, tal vez lea más libros del autor portugués en un futuro no muy lejano. Por el momento estoy embobado releyendo a Tolstói -¡es Dios!- y a Flaubert.

¡Me olvidaba! Por estos días también estoy viajando por Min kamp (Mi lucha), la extensísima novela de seis tomos del escritor noruego Karl Ove Knausgård. ¡Muy recomendable! La seguimos en otro momento.


¡Sean felices!

Rodrigo

sábado, 8 de octubre de 2016

¡DEJÁ DE HABLAR BOLUDECES Y ANDÁ A LABURAR CARADURA!

La tercera parte del Gorgias es una discusión entre Sócrates y un personaje que según parece no existió sino que fue una invención de Platón, llamado Calicles.

La acusación principal que Calicles le hace a Sócrates es la de perder el tiempo al filosofar como un niño a una edad adulta (Gorgias, 484b-485c):

“La filosofía, Sócrates, está por cierto llena de encantos cuando uno se dedica moderadamente en la juventud; pero si uno se demora en ella más de lo necesario, te espera la ruina. Porque, por bien dotado que se esté, cuando se continúa filosofando hasta una edad avanzada, se permanece necesariamente novato en todo lo que es necesario saber si se quiere ser un hombre honesto y hacerse una reputación. Y en efecto, no se entiende nada de las leyes del Estado y del lenguaje que es preciso tener para tratar con los hombres en las relaciones privadas o públicas, ni se tiene ninguna experiencia de los placeres ni de las pasiones, en una palabra, de los caracteres de los hombres. Así uno se presta a risa cuando se mezcla en algún asunto privado o público, de la misma manera que, me imagino, se cubren también de ridículo los hombres políticos cuando se mezclan en tus conversaciones y tus disputas”.


Ambos siguen polemizando acaloradamente -cual kirchnerista apasionado que discute con un televidente de Jorge Sanata- acerca de la justicia y la retórica, en un tono vehemente y casi grosero, hasta que llega un punto en que la conversación da un giro y Calicles se vuelve amable, contentándose sólo con responder. 

Como es de esperar, Sócrates percibe esa indiferencia y le pregunta el motivo. La respuesta de Calicles es terrible para un filósofo: le dice poco más o menos que si está siendo amable, es porque lo que le está diciendo Sócrates no le interesa en lo absoluto. Le dice además que continúa dialogando por deferencia al viejo Gorgias, pero que si por él fuera se iría a mirar una serie de Netflix o a darle de comer a las palomas en la plaza. 

Como bien nota Châtelet, la respuesta de Calicles se trata de una de las objeciones más tremendas que se le puede hacer a un filósofo: desinteresarse por el carácter argumentativo de su discurso, usando el lenguaje casi exclusivamente en su función pragmática, del tipo “pasáme la sal” o “abrigáte que hace frío”. Los griegos se han hecho famosos por la invención del “logos”, y si en un intercambio dialógico, uno de los interlocutores no contesta argumentos con argumentos, la conversación se vuelve un delirio o un monólogo dialogado.

Esto que les digo tal vez les parezca una gansada, pero a mí me resulta interesante e incluso creo que mi posteo ayudará a cambiar el curso de la historia en Occidente aunque ustedes no se den cuenta porque les falta tomar mucha sopa. Ahora los dejo que reflexionen mientras yo me voy a tomar unas cervezas a San Telmo.

P.S.: No digo que Calicles no tenga algo de razón, ¡pero yo banco a Platón y me la re aguanto! ¡¡Y si les molesta la filosofía vengan de a uno que los peleo a todos!!


¡Sean felices!

Rodrigo

lunes, 3 de octubre de 2016

ROBERTO BOLAÑO NOS HABLA DE MARK TWAIN

"A mí no me importa a qué raza pertenece: si es blanco, negro o amarillo. Es un hombre y no puede haber nada peor" nos decía, con su contundencia y lucidez habitual, nuestro amigo Mark Twain. 

Según Bolaño, los novelistas norteamericanos tienen dos grandes horizontes que les hacen de faro; dos grandes estructuras, dos grandes destinos literarios: Moby Dick de Herman Melville, y Las aventuras de Huckleberry Finn del gran Mark Twain:

“El primero es la llave de esos territorios que por convención o por comodidad llamaremos los territorios del mal, allí donde el hombre se debate consigo mismo y con lo desconocido y generalmente acaba derrotado; el segundo es la llave de la aventura o de la felicidad, un territorio menos acotado, humilde e innumerable, en donde el personaje o los personajes ponen en movimiento la cotidianidad, la echan a rodar, y los resultados son imprevisibles y, al mismo tiempo, reconocibles y cercanos”.


Como muchos habrán notado, hoy volví a leer “Nuestro guía en el desfiladero”, un artículo que está en Entre paréntesis, donde Roberto Bolaño nos habla de Las aventuras de Huckleberry Finn.



Mark Twain nos deja ver la magia de la amistad a través de la relación que tienen Jim -un esclavo negro- y Huck, un huérfano pobre: 

“(...) una amistad que es también una lección de civilización de dos seres totalmente marginales, que se tienen el uno al otro y que se cuidan sin ternezas ni blanduras de ningún tipo, como se cuidan entre sí algunos fuera de la ley, es decir más allá de los límites de la gente decente, pues Las aventuras de Huckleberry Finn no es una novela para gente decente sino más bien todo lo contrario, y eso es curioso, pues el éxito de esta novela entre gente decente, que al fin y al cabo son los compradores y consumidores de novela, fue enorme, la novela se vendió (y se sigue vendiendo) en cantidades astronómicas, lo que dice mucho de las pulsiones secretas de la gente decente o de la clase media, esa clase media hacia la que todos nos encaminamos, como soñaba Borges, y sin duda se leyó poco en los círculos más frecuentados por Huck, es decir entre los adolescentes hijos de padres alcohólicos y maltratadores huidos de casa, o entre los estafadores y malhechores, o en el círculo de los negros, aunque según Chester Himes la suerte de Las aventuras de Huckleberry Finn en las bibliotecas de las cárceles de Estados Unidos no es mala”.


Recuerdo que en sus Ensayos, Montaigne le daba más importancia a la amistad, fundada en la comunicación, que a las relaciones filiales, “fundadas en el respeto”. El tipo decía que la comunicación “no puede encontrarse entre hijos y padres por la disparidad que entre ellos existe, y además porque chocaría los deberes que la naturaleza impone”. Y más adelante medio que se va a los caños para apoyar su argumentación con algunos ejemplos históricos ilustres más bien extremos:


“Pueblos ha habido, en que, por costumbre, los hijos mataban a los padres, otros en que los padres mataban a los hijos para salvar así las querellas que pudieran suscitarse entre los unos y los otros. Filósofos ha habido, que han desdeñado la natural afección y unión de padres e hijos; Aristipo entre otros, el cual cuando se le hacía presente el cariño que a los suyos debía por haber salido de él, se ponía a escupir diciendo que su saliva tenía también el mismo origen, y añadía que también engendramos piojos y gusanos. Habla Plutarco de otro a quien deseaban poner en buena armonía con su hermano, que objetó: 'No doy importancia mayor al accidente de haber salido del mismo agujero'".

Bolaño nos recuerda también los extraordinarios capítulos XXI y XXII, donde Twain demuestra la poca fe que habitualmente le tuvo al género humano.

El capítulo 21 comienza con un conflicto motivado por una serie de insultos de un borracho llamado Boggs hacia el tendero del pueblo, el Coronel Sherburn, quien con el correr de las horas se termina hinchando las pelotas:

-"Estoy cansado de este asunto, pero lo aguantaré hasta la una. Hasta la una, ¿oyes?, no más. Si se te ocurre abrir la boca contra mí sólo una vez más después de esa hora, te aseguro que no podrás viajar tan lejos que no te encuentre".


Como el borracho sigue jodiendo, termina por matarlo de dos tiros, luego de lo cual se retira lentamente de la escena.

Poco antes de que Sherburn matara al borracho, había llegado la hija, que inmediatamente estalla en llanto al ver a su padre tirado en la calle. Al instante, un grupo de gente comienza a rodear el cadáver y un tal Buck Harkness, propone "linchar a Sherburn. Después de un minuto decía lo mismo todo el mundo, así que se marcharon, rabiosos, gritando y arrancando todas las cuerdas de tender la ropa que veían para colgarlo con ellas".

La respuesta del coronel Sherburn es fenomenal, la cito casi in extenso en su idioma original:


XXII. Why the Lynching Bee Failed

"The idea of YOU lynching anybody! It's amusing. The idea of you thinking you had pluck enough to lynch a MAN! Because you're brave enough to tar and feather poor friendless cast-out women that come along here, did that make you think you had grit enough to lay your hands on a MAN? Why, a MAN'S safe in the hands of ten thousand of your kind — as long as it's daytime and you're not behind him.

"Do I know you? I know you clear through was born and raised in the South, and I've lived in the North; so I know the average all around. The average man's a coward. In the North he lets anybody walk over him that wants to, and goes home and prays for a humble spirit to bear it. In the South one man all by himself, has stopped a stage full of men in the daytime, and robbed the lot. Your newspapers call you a brave people so much that you think you are braver than any other people — whereas you're just AS brave, and no braver. Why don't your juries hang murderers? Because they're afraid the man's friends will shoot them in the back, in the dark — and it's just what they WOULD do.

"So they always acquit; and then a MAN goes in the night, with a hundred masked cowards at his back and lynches the rascal. Your mistake is, that you didn't bring a man with you; that's one mistake, and the other is that you didn't come in the dark and fetch your masks. You brought PART of a man — Buck Harkness, there — and if you hadn't had him to start you, you'd a taken it out in blowing.

"You didn't want to come. The average man don't like trouble and danger. YOU don't like trouble and danger. But if only HALF a man — like Buck Harkness, there — shouts 'Lynch him! lynch him!' you're afraid to back down — afraid you'll be found out to be what you are — COWARDS — and so you raise a yell, and hang yourselves on to that half-a-man's coat-tail, and come raging up here, swearing what big things you're going to do. The pitifulest thing out is a mob; that's what an army is — a mob; they don't fight with courage that's born in them, but with courage that's borrowed from their mass, and from their officers. But a mob without any MAN at the head of it is BENEATH pitifulness. Now the thing for YOU to do is to droop your tails and go home and crawl in a hole. If any real lynching's going to be done it will be done in the dark, Southern fashion; and when they come they'll bring their masks, and fetch a MAN along. Now LEAVE — and take your half-a-man with you" — tossing his gun up across his left arm and cocking it when he says this”.

¿Les gustó? Imagino que sí porque Twain es un maestro.

¡Sean felices!


Rodrigo

domingo, 2 de octubre de 2016

DONDE EL AUTOR DEL BLOG HACE UN ENCOMIO DE LA BONDAD Y REIVINDICA PARCIALMENTE A MICHEL HOUELLEBECQ AUNQUE EN UN POSTEO ANTERIOR LO HABÍA BARDEADO

Se necesitan buenas personas, no importa si son poetas malos, dos, cien mil pésimos o cien mil excelentes poetas; guitarristas cuya mano izquierda ignora lo que hace la derecha, pero que sean personas generosas.

Poetas que canten al tajo agrio de las mujeres, flavios mendozas o poetas asexuados, poetizas lesbianas o televidenets de Netflix, pero buenas personas.

Es cierto que la bondad no es condición suficiente ni lo resuelve todo ni genera dinero ni te hace seducir mujeres ni adquirir fama y renombre. 


En Este es mi amigo Strozza, un escritor que se llama Fabián Casas y a quien yo admiro y estimo mucho aunque no sea ningún genio de la literatura, cita a Michel Houellebecq, para quien "las sociedades humanas y animales tienen diferentes sistemas de diferenciación jerárquica. El aristocrático (por nacimiento), la belleza, inteligencia o fortuna. Yo los refuto. La única superioridad que reconozco es la de la bondad".


Me gusta esa cita, me recuerda a mi amigo Martín L., cuya hija mayor -Larita, mi hermosa "sobrina postiza" a quien no voy a visitar nunca- cada tanto me alegra diciéndome que lee algunas cosas que escribo, y cuya familia es un reflejo de lo que él es como persona. El Tincho es uno de esos raros seres que parecen haber nacido con cierta tendencia natural a la bondad, y que siempre están cuando uno lo necesita:

“Ser bondadoso, en realidad, es un valor supremo difícil de sostener en una sociedad caníbal y exitista como la que vivimos. Entiendo que una persona buena es una que, entre muchas de sus preocupaciones, tiene la de dar amor a los demás. Y que no utiliza la bondad como una patología para salvar sus culpas sino como algo que le sale naturalmente. Es decir, dar amor le produce placer. Así que un componente central de una persona que me interesa es el de la bondad. Claro que un amigo también nos tiene que seducir”. 

En lo personal elijo a mis amigos no sólo porque son buenos, sino también porque me hacen reír, o porque comparto con ellos algunos gustos o porque les admiro algún talento.


Hipócritas lectores, mis semejantes, mis hermanos, siempre repito esa frase que dice que seremos amados cuando podamos mostrar debilidad sin que la otra persona se aproveche de eso para reafirmar su fuerza; ergo, valoren al pelotudo o la pelotuda -padre, madre, amigo, hermano, diariero- que sea bondadoso y generoso con ustedes, no sean giles.


Respecto del arte, sabemos que no todos los artistas que nos gustan nos parecen personas moralmente admirables. La biografía de V. S. Naipaul escrita por Patrick French, por ejemplo, nos muestra a un ser despectivo y desconfiado, violento con las mujeres y vanidoso hasta la exasperación: “En el colegio, yo sólo tenía admiradores, no amigos. Es importante no confiar demasiado en las personas. La amistad se puede volver en tu contra de la manera más tonta, y no hay que exponerse a que te suceda algo así. No impongas a nadie tu confianza, pues la confianza es una pesada carga. La amistad nunca ha sido algo importante para mí”


Una declaración con la que estoy, y QUIERO ESTAR, totalmente en desacuerdo. Sin embargo, como dice nuevamente mi “hermano mayor”, “los lectores de Naipaul tenemos suerte de no tener que prestarle dinero, abrirle nuestro corazón ni soportar sus ofensas ni hospedarlo en nuestra casa. Y gozamos de los beneficios de más de treinta libros extraordinarios que drenan experiencia y vitalidad, algo tan escaso por estos días”.


Y es que la actitud más piola radica en admirar personas de carne y hueso, no ideales inalcanzables sino artistas que, aunque llenos de defectos y agachadas, también demuestran virtudes que nos deslumbran o nos expresan.

By the way, esa cita de Houellebecq que puse al principio lo reivindica a mis ojos y contradice el posteo medio extremista que publiqué hace un tiempo. Creo que Houellebecq muchas veces se comporta como un misógino despreciable pero en el fondo sabe ser tierno. Hay razones personales que explican algunos rasgos de su personalidad:


"Mis padres se desinteresaron de mí cuando era niño. Hasta mi muerte, seré un niño pequeño abandonado, aullando de miedo y de frío, hambriento de caricias". 

Para quienes no lo saben, Houellebecq es hijo de un guía de montaña y una anestesista, quienes se desentendieron de él cuando era un niño, dejándolo al cuidado de sus abuelos maternos. La madre, según Houellebecq, era una suerte de hippie degenerada que prefería a sus amantes antes que a sus hijos. Cuando se hizo famoso, esa misma madre (Lucie Ceccaldi), ya octogenaria, declaró que le gustaría golpear a su propio hijo, más precisamente “romperle los dientes a bastonazos”. ¿Cómo puede aprender a querer y confiar una persona con semejantes padres?

En fin, ¿recuerdan el famoso aforismo 199 de los Pensamientos de Pascal? Dice así:


“Imaginemos a una serie de hombres encadenados, y todos ellos condenados a muerte, y que cada día degüellan a uno a la vista de los otros, y los que quedan ven su propia condición en la de sus semejantes y aguardan su turno, mirándose con dolor y sin esperanza. Es la imagen de la condición humana”.


Afortunadamente hay seres generosos que nos hacen pensar que Pascal exagera, porque con su presencia nos dan ganas de seguir adelante cuando el destino nos ahorca y las papas queman.


Por hoy la corto acá, porque mañana tengo que levantarme re temprano para ir a mi “amado” laburo. ¡Sean felices!

Rodrigo

LA HUMILLACIÓN Y EL RESPETO

Esta es la historia de un asesinato que ocurrió en Buenos Aires hace cerca de 40 años, en el bar La Biela de Recoleta. En ese lugar selecto y tradicional, pasaba sus días felices un lustrabotas. Las personas del barrio lo conocían y apreciaban, porque el chico se hacía querer y tenía buenos sentimientos. Cuando entró a trabajar un mozo de apellido Moro, las cosas cambiaron.

No es que Moro fuera malo, pero era un bromista. Cuando se enteró que el lustrabotas había publicado un libro de poemas, le pareció ridículo, y desde el primer día se burló de él. Sus bromas bordeaban la agresión y el desprecio, al punto que más de una vez le tiraba cáscaras de maní y carozos de aceitunas sobre la cabeza.

Bioy Casares cuenta, en Descanso de caminantes: diarios íntimos, que un día el lustrabotas le dijo al cajero, como quien no quiere la cosa, que tenía algo importante para hacer antes de irse: matar a Moro:


“El cajero creyó que hablaba en broma. En ese momento se acercó Moro y cantó el pedido para la mesa nueve. El lustrabotas sacó un revólver y le dijo:

-¡Te voy a matar!

Moro lo miró, riendo; cuando vio el arma, atinó a decir:

-No me matés.

El lustrabotas le descerrajó un balazo en la cabeza; luego, sobre el cuerpo caído y muerto, vació el revólver. Aprovechando el desconcierto general, el lustrabotas se fue”.

El asesinato ocurrió en 1977, en plena dictadura, y cuando los policías lo vieron sentado en Once casi matan al lustrabotas a balazos, pero como el chico no opuso resistencia se dieron cuenta que les decía la verdad: les aseguró que estaba sentado esperando que pasara algún vigilante amigo, como los que patrullaban el bar y los restaurantes del lugar, porque tenía miedo de entrar solo a la comisaría.


El aumento del bien en el mundo depende en buena medida de actos no históricos; que ni a ustedes ni a mí nos haya ido tan mal en la vida como podría habernos ido, y de todas las personas que actuaron con lealtad y generosidad una vida anónima y ahora descansan en tumbas que nadie visita. Algo así dijo George Eliot en Middlemarch, y a mí me parece que tiene razón.

Hay un sociólogo estadounidense cuyos libros disfruto mucho: su nombre es Richard Sennett y fue criado por una madre soltera en un barrio pobre de Chicago. Cuando era joven, Sennett tuvo que reorientar su carrera de chelista porque una lesión le impidió desarrollar su pasión por la música. En El respeto: Sobre la dignidad del hombre en un mundo de desigualdad, Sennett narra historias y reflexiones que me recuerdan el caso trágico del lustrabotas.

La falta de respeto no necesariamente tiene que ver con el insulto, sino con el no reconocimiento a otra persona. Simplemente no “vemos” al prójimo como un ser humano integral cuya dignidad y presencia nos importa.

Si la sociedad de masas sólo destaca el “éxito”  y reconoce a unos pocos individuos, la consecuencia es una escasez de respeto que, a diferencia de lo que ocurre con el petróleo o algún otro recurso natural, no es más que una decisión  humana. Si no hay el suficiente respeto para todos, se trata de una cuestión "social" y no "natural".


El mozo asesinado destrozó, con algunas acciones humillantes, el reconocimiento y la dignidad que el lustrabotas supo ganarse a lo largo del tiempo. 

El libro de Sennett es muy interesante porque se propone investigar las causas posibles de la escasez de respeto en las sociedades desiguales. La primera causa es la más obvia: en toda sociedad existe siempre una diferencia de talento y esfuerzo entre sus miembros.

El otro aspecto que Sennett aborda es el de la dependencia entre los adultos, que implica el desafío incesante de ganarnos a un tiempo el respeto de los demás –un jefe, un colega, un familiar- y el respeto por nosotros mismos.

El tercer aspecto es el de las formas degradantes y condescendientes de compasión, por parte de psicólogos, asistentes sociales, maestros rurales y todo tipo de profesionales que trabajan en zonas vulnerables o económicamente desfavorecidas. 

En efecto, a mucha gente pobre se la priva del control de su propia vida, y eso hace que se sientan una suerte de espectadores de sus propias necesidades; meros consumidores del cuidado que el Estado, a través de sus instituciones, les dispensa. "Allí", nos dice Sennett, "fue donde la gente experimentó esa particular falta de respeto que consiste en no ser vista, en no ser tenida en cuenta como auténticos seres humanos".

Respecto del éxito en la escuela, Sennett dice algo que me parece muy sugestivo: 

"En una comunidad pobre no sobrevives por ser el mejor -o en realidad el más duro- , sino por mantener la cabeza baja; literalmente, por evitar el contacto visual en la calle, que puede interpretarse como desafío; en la escuela, el dotado procura hacerse invisible para que no le peguen por obtener mejores notas que los otros.

En correspondencia con esto, los adolescentes del gueto son muy sensibles al hecho de que no se los respete".


En otro momento me gustaría hablar más en profundidad del libro de Sennett. Por el momento me conformo con invitarlos a que lo lean.

¡Sean felices!

Rodrigo