Arranquemos con los tapones de punta: tenemos que comprender que los seres humanos NO SOMOS TOTALMENTE TRANSPARENTES PARA NOSOTROS MISMOS, con lo cual mucho menos los otros serán totalmente transparentes para uno. En otras palabras, el deseo no equivale a decir "hago lo que quiero" y "quiero lo que hago" y voy en búsqueda de mis sueños y si le pongo garra las cosas me irán bien. El amor, el deseo y la satisfacción pulsional son tres cosas distintas que no van directo hacia el objeto.
Anyway, la cuestión es que la idea de este posteo surgió a partir de una promesa que le hice por chat a mi
Coniglia Hermosa, un cactus absolutamente incapaz de decirme “te quiero mucho”
aunque yo se lo diga cada treinta segundos. Sin embargo, por alguna razón opaca que
no alcanzo a vislumbrar del todo, a la muy basura inmunda la quiero un montón.
En
fin, la cuestión es que, tratando de aprender cómo viven las relaciones
amorosas las nuevas generaciones, le pregunté a un amigo, de poco más de veinte
años: “¿no te parece curiosa la idea de
‘relación tóxica’ que usan muchos pendejos hoy en día?”.
Y
me contestó: “Creo que es algo que dice
mi generación para no hacerse cargo de la irresponsabilidad emocional que nos
caracteriza”.
Aclaremos
que la idea de “gente tóxica” viene de los libros de autoayuda; es un concepto
medio pelotudo que acuñó, si no estoy mal informado, el siome de Bernardo
Stamateas. Según Alexandra Kohan, “prendió
mucho porque te des-responsabiliza de todo. El otro es tóxico, vos no tenés
nada que ver y no es así. Lo que hay que pensar es por qué sostenés relaciones
con personas tóxicas. Además se dice mucho que ‘no hay que juntarse con gente
tóxica’. Bueno, te vas a quedar solo en tu casa, para siempre. A mí me gusta
mucho la idea de ‘estar intoxicado’. Siempre lo pensé en términos positivos. Me
molesta mucho que se la hayan apropiado y que ahora tenga una connotación
negativa. (…)
Leer, leer a otro, tiene que
ver un poco con intoxicarse. Es como la palabra ‘fármaco’, que viene de los
griegos: es algo que por un lado te cura y por otro te envenena. Bueno, las
relaciones son así. Y eso que te envenena, no es porque el otro sea malo. Uno
también produce su propio veneno”.
Volviendo
a la charla que tuve hoy vía Whatsapp con mi amigo, le pregunté su visión
respecto del concepto de “poliamor”. Su respuesta fue: “la idea de poliamor en teoría suena bárbara, pero debe ser duro ser el
segundo plato. Debe ser duro saber que tu pareja busca en alguien más lo que a
vos te falta”.
Luego
me contó el caso de una chica, llamémosle Julia, que estuvo muchos años con un
flaco, hasta que decidieron abrirse a experiencias “poliamorosas”. No va que terminan haciendo un trío con otra chica, y ahí Julia sintió que su pareja y la chica la
estaban pasando mucho mejor sin ella. ¿Corolario? Al poco tiempo el chico le
dijo de separarse, e inclusive terminó poniéndose de novio con la chica del trío. Ni falta que hace que les aclare que, según mi amigo, Julia sufrió horrores esa experiencia.
Siguiendo
con este mosaico de ideas teóricas ajenas que iré desperdigando más o menos al
tuntún, diremos que cada momento histórico tiene su erótica: sus modos de amar,
de gozar, de odiar.
Considero
que Alexandra Kohan tiene razón cuando sugiere que hoy en día impera una suerte
de imperativo de bienestar que pretende suprimir el componente doloroso
inherente a cualquier relación amorosa. La exaltación de “pasarla bien” y
“disfrutar” termina por considerar que cualquier cosa que nos haga sufrir o
impida cumplir ese mandato de gozar a como dé lugar, deba ser desechada. Es
como si el disfrute, más que ser una opción hija de la libertad, fuera una
obligación.
Ese
discurso termina por frustrar a los seres humanos, sencillamente porque las
vivencias amorosas SIEMPRE nos harán sufrir en mayor o menor medida. Está claro
que lo antedicho no implica que uno tenga que abrazar el dolor a toda costa o
ser masoquista o autoflagelarse permaneciendo eternamente en una relación
perversa o enferma. Es muy simple: el precio de no sufrir es sencillamente no
amar, vivir solos con un perro siendo relativamente felices mientras el animal
viva o alcanzar cierto quietismo budista o Nirvana al alcance de casi nadie.
Toda
vez que uno tiende a ponerle un velo al sufrimiento, o a rechazar o reprimir cualquier
afectación del cuerpo, cualquier pathos –porque a veces se vedan pasiones que
no necesariamente tienen que ver con el sufrimiento- termina por volcar ese
rechazo reprimido en los demás. El problema consiste en que esa frustración de no
poder alcanzar ese mandato de bienestar –que por definición es SIEMPRE
inalcanzable- termina por provocar que los demás se nos vuelvan hostiles,
temerosos o temerarios, porque los vamos a terminar culpando de impedirnos
disfrutar “libremente”. Es un mecanismo bastante común el de terminar por
rechazar en los demás lo propio que nos habita, que es la afectación corporal
que siempre conlleva toda pasión.
Uno
de los aportes más importantes de la teoría psicoanalítica es la que sugiere
que el yo no es totalmente autónomo, porque uno no siempre hace lo que quiere,
e incluso hace lo que no quiere o dice querer algo y hace lo contrario de lo
que dice querer. Me parece que hay cierto voluntarismo un poco nefasto, hijo de
cierta pedagogía pastoral de autoayuda, que nos miente al sugerirnos que
“querer es poder”.
El
querer, en el mejor de los casos, nos moviliza para ir en búsqueda de lo que
deseamos, pero jamás nos garantiza que vayamos a conseguirlo. Los seres humanos
estamos sujetos a condicionamientos que en buena medida nos exceden:
condicionamientos que pueden ser biológicos, sociales o de historia personal.
En lo personal coincido con Gabriel Rolón cuando afirma que muchas veces, decirle a alguien
“vos podés” puede ser cruel: “Porque quien dice ‘vos podés y si no te levantás
es porque no querés’, no tiene en cuenta que, quizás, esa persona de verdad no
puede porque está atravesando un momento difícil y no encuentra herramientas
para defenderse, o ha entrado en una etapa en la que perdió el deseo y, por
ende, la capacidad de armar proyectos”.
A
mi juicio esto que dice Rolón es muy importante: ¿cómo le decís a alguien a
quien echaron del laburo y tiene que mantener a una familia con tres hijos que
no consigue trabajo porque no quiere? Nos atraviesan discursos que, repito una vez más, me parecen fruto de
cierta hegemonía neoliberal individualista que constantemente intentan
responsabilizar exclusivamente al sujeto de fenómenos relacionados muchas veces
con la injusticia social o la situación económica o la diferencia de
oportunidades.
También
existen situaciones que se producen por una historia personal o familiar
previa. Lo que el psicoanálisis muestra es que los seres humanos, sobre todo en
la infancia, nos apropiamos de lo que escuchamos, construimos un mandato y
luego le damos valor de verdad. Ejemplo: una mujer que dice “siempre me enamoro
de tipos casados”, o alguien que dice “siempre termino arruinando la relación
con todas mis parejas”, y así.
Según
Rolón, “un mandato es una palabra, un gesto o un acto de Otro que incorporamos
y al que, inconscientemente, le damos el poder de guiar nuestras vidas”. Y poco
después agrega el recuerdo de una paciente que “no podía armar relaciones
duraderas y placenteras con los hombres. Siempre que alguien le gustaba estaba
comprometido, la trataba mal o ni siquiera se fijaba en ella”. Fueron trabajando
juntos en terapia hasta que “en una sesión tuvo un recuerdo que resultó
esencial para destrabar esa conducta sintomática. Me contó que cierta vez,
estando en su casa, la madre la retó por algo que había hecho y en un momento
de ira le gritó: ‘vos te vas a quedar sola, nadie te va a querer porque no
servís para nada’. Podrás imaginar que revivir esa situación la dejó devastada,
pero poner palabras en aquello que se le imponía desde lo Inconsciente y la
llevaba a elegir de esa manera, fue fundamental para que se corriera de ese
lugar subjetivo. Asumió que aquella frase de la madre se había transformado en
un mandato y a lo largo de su vida lo había cumplido eligiendo personas que la
iban a dejar sola, con lo cual satisfacía lo que –suponía- era el deseo de su
madre. De hecho, lo dijo literalmente: ‘Mamá tenía razón. Siempre me quedo sola
porque no sirvo para nada’”.
En estos días aburridos de cuarentena obligada me interesa problematizar, siguiendo el razonamiento de
Alexandra Kohan, cómo en la actualidad proliferan discursos que intentan todo
el tiempo protocolizar las relaciones sexo-afectivas, y creo que así como no
existe un manual infalible respecto de cómo ser buenos padres, no podemos manejar con recetas pre-establecidas el modo de conducirnos en ese tipo
de relaciones. En otras palabras, digamos que en toda relación afectiva hay
ciertos “acuerdos” o códigos que son negociados permanentemente, y en donde si
uno es honesto con la otra persona, va “midiendo” qué es lo permitido y qué lo
prohibido. Ahora bien, pretender que ese tipo de acuerdos, siempre inestables y
precarios, puedan tornarse un manual pedagógico que nos garantice que no habrá
ningún tipo de sufrimiento, es utópico.
—"Entonces,
volviendo a la responsabilidad afectiva, mencionaste que no hay que generalizar
ni esencializar. Ahora, cuando uno hace algo que puede molestar al otro ¿no es
consciente de eso?
—Es
que cuando veo que la responsabilidad afectiva es algo que se le exige a los
varones, la cuestión principal es que se está evaluando todo como si las
personas fuéramos sujetos de la voluntad y sujetos conscientes de lo que
hacemos. Suponer que el otro sabe lo que hace y que hace lo que quiere es
peligroso porque se construye un otro muy poderoso. Uno construye a un otro que
sabe, que puede, que decide, que es libre. Que dice “yo voy a hacer esto” y va
directo y lo hace. No hace falta leer una línea de psicoanálisis para advertir
que no es así. Sobre todo en el terreno del amor. No hay una relación entre yo
y otro sin que estén mediando fantasmas, miedos, prejuicios, tanto tuyos como
del otro. No hay una relación dual. Es un error pensar que entre vos y yo, si
nos vamos a relacionar afectivamente… Porque ese es el término, ¿no?
—Sexoafectivamente.
—Sexoafectivamente.
Se le pide al otro algo así como “decime lo que querés sin vueltas”. ¿Cómo
podría alguien saber lo que quiere? ¿Cómo podría alguien saber lo que quiere
antes del encuentro con otro? ¿Cómo puede ser que alguien sea capaz de pensar
que uno puede saber lo que quiere? Hay mediaciones entre lo que uno dice que
quiere en el plano consciente y lo que después hace con eso. Esto lo descubre Freud
y cambió el modo de pensar en Occidente, no se trata de si te gusta ir a
terapia o no. El sujeto no es dueño de sí mismo porque hay un inconsciente. La
voluntad freudiana está corrida, no es la voluntad “yo quiero”, es la de la
pulsión que es un concepto mucho más difícil. Uno no tiende a su propio bien.
—¿Por
qué?
—Porque
advierte que “querer no es poder”: ¿por qué si yo quiero dejar de comer
harinas, no dejo de comer harinas?, ¿por qué si quiero dejar de fumar, no dejo
de fumar?, ¿por qué no dejo de hacer las cosas que “me hacen mal”? Trasladá eso
al plano amoroso. Además, si uno a priori sabe lo que quiere con el otro,
empieza a armarse como un manual de la persona ideal. Escribís las cinco
características de tu persona ideal y listo, cualquiera que no entre en esa
lista, deberías descartar. Sin embargo, no la descartás.
—Entonces,
¿el problema es esa lista?
—Claro.
Funciona como un ideal que es a priori de cualquier posible encuentro con
alguien. Y los ideales molestan bastante. Pero también podrías encontrar a una
persona que cumpla con todos esos requisitos y que no te pase nada. Entonces el
deseo no es lo mismo que lo que uno dice que quiere. El amor, el deseo y la
satisfacción pulsional son tres cosas distintas que no van directo hacia el
objeto. No somos transparentes a nosotros mismos, menos, el otro va a ser
transparente para uno.
—Y
estos ideales, ¿cómo intervienen en la idea de responsabilidad afectiva?
—Se
supone que el otro no es transparente porque es mentiroso. Yo no digo que no
haya gente mentirosa pero el movimiento es inverso: es suponer que el otro no
hace lo que vos esperás que haga pudiendo hacerlo. “No le costaba nada
llamarme”. Bueno, parece que sí le costaba, ¿por qué suponer que al otro no le
cuesta? No funciona así. Después uno escucha el otro lado y resulta que se
estaba carcomiendo la
cabeza. En estas exigencias nunca se supone que el otro
también está torturado, que tiene su propia neurosis. Siempre se lo supone
libre, que sabe lo que quiere y que si no lo hace es porque es malo. Mal tipo.
—¿Que
uno no sea libre, significa que no es responsable?
—Tendríamos
que definir responsabilidad. Una cosa es responder por lo que uno hace y otra
es suponer que uno está obligado a responder por lo que suscita en el otro.
Pensémoslo en un lugar más evidente. En el Derecho, la responsabilidad civil,
si vos atropellás a alguien, el seguro responde por ese acto. En términos
generales yo puedo estar obligado a responder por mis obligaciones cívicas,
ahora ¿qué quiere decir responsabilidad afectiva? ¿Que yo debería responder por
qué?
—Por
no cuidar al otro, por ghostearlo, por ignorarlo. Por herirlo.
—Yo
no tengo cómo saber lo que te voy a causar. Lo que vi de la responsabilidad
afectiva es que es una traducción de “hacerse cargo” y hay cosas por las que no
hay que responder. Pongamos un ejemplo concreto. Vos no histeriqueaste ni
apretaste con nadie, pero al otro le dio celos y vos, en vez de alojar lo que
sintió, aunque no se lo hayas causado vos, le decís “no hice nada, jodete”.
Entonces está en el otro elegir con quien quiere estar: con alguien que rechaza
lo que le pasa o con alguien capaz de escuchar, de ser contenedor, aunque no
haya sido responsable. Pero no es que uno no tiene nada que ver porque no lo
causó, es porque son cosas del otro. Es un lugar en el que el otro te quiere
poner una y otra vez y eso también es violento. La responsabilidad afectiva es
una especie de oxímoron. Porque uno no es responsable de los afectos.
—¿Cómo
es eso?
—Si
vos me amás, es porque hay algo amable en mi. Pero yo no tengo que responder
por eso. Porque yo no soy estrictamente responsable porque lo que vos me amás.
“Me desilusionaste porque yo pensé que vos…” y las ilusiones que te hiciste
conmigo, no tengo que responderlas. Ahora, si yo digo que voy a pasarte a
buscar a las 10 y no voy, a lo sumo decime “me cagaste”, pero no me hables de
responsabilidad afectiva. Y si te lo hago una y otra vez, está en vos ver por
qué te quedás esperando a alguien que te dice una y otra vez que va hacer algo
que no hace. Endilgarle todo al otro, evita que uno se pregunte cosas a sí
mismo. Uno siempre es bueno, casto, puro y todo es culpa del otro. No me parece.
Además siempre se exige responsabilidad afectiva, pero nunca se promete.
Siempre está enunciada en una sola dirección. ¿No es raro eso?
—¿Qué
creés que se pretende con la responsabilidad afectiva?
—Veo
que se pretenden cláusulas de un contrato. Y como hay que responder a esas
cláusulas, no hay ningún margen de libertad. Si es que la hay. Pero además uno
está obligado a responder por ese contrato. Para eso casáte, que eso es un
contrato que dice que tenés que hacer esto y esto, y si no cumplís, el otro te puede
hacer un juicio de divorcio.
–¿Intentamos
evitarnos un malestar?
–Se
pretende que la cosa ande, que haya garantías. Por ejemplo, empezamos a salir.
“Por favor, si un día te dejo de gustar, avisáme, no me claves el visto”. Y el
otro te va a decir “bueno, dale” pero después, como diría Macri, “pasaron
cosas”. Yo sé que es horrible quedarse en ascuas, lo entiendo. No estoy
diciendo “la vida es así”… pero la vida es así: uno a veces se queda sin
respuestas y le exige al otro que responda cuando, en realidad, si uno revisara
esa primera cita, ahí estaba todo. Y uno lo corrió y siguió. Ahí ya escuchaste
algo y pensaste “esto mucho no me gusta, pero bueno, conmigo va a ser
diferente”. Siempre hay malentendidos, desencuentros, imposibilidad de
complementación: eso es tener una relación.
–¿Hay
que aceptar esos riesgos cuando uno decide relacionarse?
–Son
cosas que uno se juega porque tiene ganas de estar o conocer al otro. Pero si
va y revisa, hay elementos. No es que el otro desaparece de la noche a la mañana:
había indicios. Y eso es un trabajo enorme: revisar, pensar, pensarse. No es
cómodo, uno se angustia, se da cuenta que es parte de una escena en la que a
veces no quiere estar y sin embargo, está. Eso tampoco nos hace culpables. Pero
hay que admitir que uno no se conoce a sí mismo como cree.
–Entonces
son actitudes que forman parte de lo humano y no actitudes patriarcales…
–Yo
no pondría eso a cuenta del patriarcado porque es banalizarlo. Eso no es
patriarcado. Lo que es patriarcado es suponer que la mujer es sumisa, pasiva.
Que no puede decirle “che, flaco, sos un tarado, chau”. Porque la pregunta es
por qué seguís esperando a alguien que te clavó el visto. ¿Por qué empezás a
hacer capturas de pantalla y mandárselas al comité de tus amigas? Tres noches
seguidas tratando de escrutar, haciendo una hermenéutica del chat, de los
emojis del pibe. Si a todo le ponemos el nombre patriarcado, no pensamos más
nada. “Listo, es el patriarcado, no soy yo que me quedo enganchada con un tipo
que no me contesta los llamados, que lo estoy persiguiendo”.
–Otra
de las cosas que se escucha es que el amor no duele, ¿se puede amar sin sufrir?
–No,
el amor duele. Son discursos que se compran de la misma manera que se compran
los libros de autoayuda, que son los que más se venden. En la Feria del Libro
había cola porque estaba Bernardo Stamateas. Y mirá cómo serán las cosas: es un
pastor evangelista. ¿Cómo puede ser? Con Magalí Tajes pasa lo mismo. Porque son
discursos evangelizadores. Son puro sentido, llaman a la identificación, a la fascinación. Fascinarse,
que viene del latin fascinum, que a su vez viene de falo, también quiere decir
petrificarse, paralizarse. Eso es el efecto de masa: uno queda paralizado y no
puede pensar. No tengo nada en contra de los pastores, pero tienen un discurso
evangelizador y lo que yo entiendo por feminismo, es lo contrario. (...)
–También
se dice que las relaciones “tóxicas” se solucionan con un poco de amor propio.
–Ese
es el mensaje. ¿Para qué vas a buscar a otro si afuera es todo hostil? Quedate
en casita, que estás más protegido. Ahí me parece la clave es la palabra
“necesidad”. Porque uno puede decir “yo no necesito a otro, pero quiero estar con
otro”. Hay que separar la necesidad de las ganas. Porque una cosa es el anhelo,
por ejemplo, estudiar una carrera. Y otra cosa es que se conviertan en
imperativos: hay que hacer una carrera. La gente sufre de eso y la cura es
hacer caer esa idea de que tenés que saber hacia dónde va tu vida. ¿Cómo
podrías saberlo? Eso trae frustración. Cualquier cosa que se ponga adelante
como proyección, en algún momento empieza a ser un obstáculo. En términos de
amor es lo mismo.
–El
“amor propio” propone que no importe la mirada del otro, pero ¿es posible a la
hora de relacionarse?
–Cuando
te mirás al espejo, tenés una imagen tuya, una idea de vos. Y el otro, cuando
te ama, hace que eso se diluya un poco. No te ama por lo mismo que por lo que
vos creés que sos. Por ejemplo, vos decís “no me gustan mis piernas”, y viene
el otro y te dice que lo que más le gusta de vos son tus piernas. ¿Qué haces
con eso? Soportar ser amado, es dejarse tomar por otro. Y justamente el amor
propio es lo contrario. Porque el discurso del amor propio es “amate tal cual
sos”, con esas piernas, con ese culo no hegemónico. Si vos te amás demasiado
tal cual sos, no hay lugar para otro. Porque el otro va a venir a decirte otra
cosa.
–Hay
que aceptar que la mirada del otro te modifica.
–Es
que el amor hace de uno, otro. Te hace extraño para vos mismo. Uno nunca es
amado por lo que cree que es. Hay una ilusión neurótica de creer que sabemos
quiénes somos y quién es el otro. Entonces se arenga a favor de un amor propio
pretendiendo ilusoriamente que así se dará lugar a relaciones que no serán
“tóxicas”, sin advertir cómo ese discurso nos deja alienados al individualismo.
Porque es muy individualista el amor propio. No puedo dejar de escucharlo en
términos de propiedad: “no te metas conmigo”. Si se dice que el otro no es
tuyo, que no es tu propiedad, entonces vos tampoco sos tu propiedad. Y el amor
tampoco lo es. Además de que se presume que existe un yo que no necesita nada
del otro, cuando no es así.
–Este
individualismo que mencionás ¿tiene alguna relación con el neoliberalismo que
nos atraviesa?
–No
es casual que en este momento proliferen estos discursos. Por eso me molesta
especialmente cuando salen de supuestas posiciones de izquierda o progresistas.
Por un lado, hay un discurso del feminismo que yo celebro muchísimo, sobre todo
en gente joven, porque es su entrada a la política y a lo político, y hay una
cuestión de comunidad muy linda entre las jóvenes, eso es realmente
emocionante. Pero no hay que confundir comunidad con masa. La masa que a veces
se forma en esto de los varones, las mujeres, ellos son malos, nosotras buenas,
arma un efecto que tiene un componente de segregación.
–Rita
Segato dio una charla en la UNSAM, y mencionó esta segregación al hablar de los
colegios, que ve por un lado a las chicas, por el otro a los chicos. E hizo
hincapié en los escraches, ¿cuál es tu mirada sobre las denuncias públicas?
–Hay
una idea a priori que no deja de ser esencialista que es que las mujeres no
mentimos y los varones sí. Entonces se ha escrachado a una cantidad de varones
que no habían hecho nada, se arruinan sus vidas siendo jóvenes y no tan
jóvenes, y yo estoy totalmente en contra de eso. Me parece nocivo, me parece
que se arma un estado policial que es contrario a la supuesta emancipación del
feminismo. El feminismo tiene que incluir a los varones, primero porque también
son víctimas del patriarcado y, segundo, porque la lucha no debe pasar por el
género. Porque si no, vamos a subsumir todo en el género y es retroceder contra
lo que estamos luchando: que la mujer no se define por los genitales.
–¿Se
superpone varón a patriarcado?
–Sí,
y es un error garrafal. El patriarcado no es el varón, es un sistema de
opresión, porque incluso hay mujeres patriarcales. Es un error de análisis y
por lo tanto de consecuencia. ¿Por qué no incluir a los varones en la lucha por
la legalización del aborto? Si son parte. Porque además, lo que yo digo, es que
a cualquier mujer, después de decidir, lo que le vendría mejor es que el varón la acompañe. No que la
deje sola.
–Hace
poco se armó un debate sobre “Jellyfish”, un libro escrito por un varón -Carlos
Godoy- que se pone la piel de una joven que se hace un aborto y va relatando
día a día cómo es transitar por esa situación.
–A
mí me gustó mucho ese libro. Es una barbaridad suponer que un varón no puede
construir una voz ficcional distinta de su género. Es arrasar con la ficción. Es como si le
dijéramos a Cabezón Cámara que no puede escribir sobre pobres porque ella no es
pobre. La ficción es fundamental para producir verdades y el texto de Godoy es
muy impresionante, muy realista. Yo leía sobre ese aborto de una chica de clase
media, y se me ponía la piel de gallina, y tiene mucha más verdad esa ficción
que un discurso que diga “mi cuerpo, mi decisión”.
–¿El
feminismo peca de yoísmo?
–El
feminismo no es uno solo y puertas adentro hay muchos debates. Pero sí, cierto
sector peca de yoísmo, de voluntarismo, individualismo, cosas que pregnan mucho
más en los jóvenes. Y eso yo lo puedo entender porque la adolescencia es
traumática, hay muchos padecimientos. Las relaciones no son fáciles. Coger no
es fácil a ninguna edad. No se trata de acumular experiencia. Y estos son
discursos tranquilizadores. Entonces, démosles a los jóvenes la chance de
tranquilizarse, pero esto va poniendo parches a esos agujeros que después van a
quedar abiertos para toda la
vida. Lo que me parece peligroso, es cuando eso deriva en
punitivismo, escraches, y construir un otro malo todo el tiempo.
–Sin
reparar en el poder de amplificación de las redes sociales…
–La
idea de que hay que compartir y hacer público todo es también un problema,
porque hay un efecto de catarsis que después, cuando te quedás sola, la
angustia sigue ahí en el mismo lugar. Tenés 15 mil retuits porque decis “tal
abusó de mí”… ¿y después? De todos modos, no es opinable qué debe hacer una
víctima con su dolor. Hace poco salió una chica del colegio Carlos Pellegrini a
contar que un coordinador de viajes de estudios abusó de ella y me parece que
en ese caso es distinto porque efectivamente tuvo consecuencias, le inició una
demanda penal, y es una manera de visibilizar muy distinta que ponerlo en
Facebook. Primero porque el tipo estaba en un lugar de poder, mayor de edad,
ella menor. Yo me opongo a los escraches de pares.
–Hay
un sector del feminismo que cuestiona y alerta sobre las diferencias de edad
entre varones y mujeres a la hora de relacionarse. Se habla de abuso de poder,
¿es así?
–Una
cosa es el delito en términos judiciales y otra es la moral sexual. Una chica
mayor de edad, de 18 años, con un tipo de 30, la única manera de que el poder
lo tenga él, es desconocer lo que puede producir una chica de 18 en uno de 30.
Recién hablábamos de Jellyfish. Ahí ella tiene 19 y el pibe tiene 32, y él es
un boludo, “un estudiante crónico de Comunicación Social”, dice ella; que todo
el tiempo lo denigra, lo hace mierda, el tipo no tiene plata pero la lleva a
comer. Ahí claramente el de 32 está fascinado con la pendeja y el poder lo
tiene ella. Volvemos a lo del esencialismo, a suponer que una persona de 30 es
más madura que una de 18.
–Y
suponer que alguien de 18 no puede tener una sexualidad activa, ¿no es
infantilización?
–Suponer
que la diferencia de edad de por sí es un abuso de poder, es infantilizar. Hay
algo que a mi me molestó mucho con el caso de Thelma Fardin, que es que en los
discursos se decía “era una nena”. No, no era una nena. Eso es privarla de su
sexualidad. Era una chica jovencita, con su sexualidad, y lo que hizo Juan
Darthés fue una canallada. Si no, para poder sostener que hay un canalla, se
priva a una joven de su sexualidad. Ella no era una nena y él es un canalla.
Las dos cosas a la vez.
–¿Habría
que hacer una distinción entre tener y abusar del poder?
–En
todas las relaciones hay poder de por medio. Vos venís acá, necesitás hacer una
nota y estás en mis manos. Pero si yo te cito 18.30 y te hago esperar una hora,
ya es otra cosa. Por ejemplo, ahora está mal visto que un docente varón salga
con una alumna mujer. ¿Por qué? Ahora, si el docente le dice “si no te acostás
conmigo, no aprobás la materia”, es distinto. ¿Pero por qué no podrían salir?
Es ridículo. Más que moral, me parece moralismo. Es represivo y puritano, y lo
que hace es echar un manto de homogeneidad a todo. No se puede distinguir nada.
Está dado que un docente va a abusar del poder cuando conozco miles de casos de
matrimonios que se formaron así, que tienen hijos. O no, que salieron un tiempo
y chau, no importa.
–Foucault
habla de la microfísica del poder.
–Exacto.
El poder circula. Entonces, se supone que el poder está estancado en alguien y
que por eso, ese alguien va a abusar de ese poder. O sea, no es sólo una mala
concepción del poder, sino una mala idea de que porque se lo tiene, se va a
abusar. Está lleno de mujeres que abusan del poder. Lleno. Tengo miles de
ejemplos. Y está lleno de mujeres que ocupan lugares de poder y no abusan del
poder. Con los hombres lo mismo. Ocupar lugares es simplemente que ahí se
produzca una asimetría.
–Decís
que hay algo del juego de seducción…
–Está
en crisis el juego de seducción. ¿Cómo hacemos para seducir si no puedo mirar
fijamente a alguien en una fiesta porque es acoso? Mil veces alguien intenta
darte un beso y decís que no y está todo bien. Ahora si te agarra es otra cosa.
No existe el consenso a priori. ¿Cómo se va a consensuar antes si voy a querer?
Son garantías para lo que no tiene garantías. Empezamos, apretamos y después no
me gustó porque tiene mal aliento, la piel, lo que sea. El abuso es otra cosa.
Acostarse con un boludo no es violencia. La violencia es violencia. Si no, se
banaliza y como todo es violencia, nada es violencia. Eso no es una frase
hecha. Es así. Cuando veo que le dicen psicópata a todos, después aparece el
psicópata de verdad y se enganchan, obvio. Porque el psicópata te envuelve.
–¿Siempre
el “no es no”?
–Mi
hijo el otro día me decía que uno sabe cuando es no y tiene que cortarla, o
cuando es “no pero insistimos”. Se sabe. Te das cuenta. Tenés que ser hijo de
puta para avanzar cuando la mina te dijo no. El problema es transformar todo en
un slogan indiscutible y en algo que no se puede pensar. Es un discurso yoísta,
individualista, y también un poco evangelizador. Como el “yo te creo hermana”.
Después, me parece genial lo que hicieron las chicas del Colegio Nacional
Buenos Aires de denunciar a los profesores porque es un colegio muy
verticalista, de mucho abuso de poder por parte de los docentes y este tipo de
intervenciones ponen en jaque instituciones retrógradas, patriarcales. Ahora,
que una chica no reconozca que está fascinada con un cantante de su banda
preferida, qué se yo. Si abusa de todas, es otra cosa. Pero abusar, yo insisto,
es que la mina aún estando en bolas diga “me arrepentí”, y vos avances igual.
–¿Y
sobre la frase “lo personal es político”?
–Estoy
de acuerdo en el contexto en el que surge. Porque lo que produce, si no la
entiendo mal, es que se haga público y que se politice lo que quedaba en el
ámbito doméstico. Lo que veo ahora es que todo se hace público. Beatriz Sarlo y
Slavoj Žižek dicen, cada uno con su estilo, algo parecido: que no está
desapareciendo la vida privada, sino la vida pública. Es un movimiento inverso:
se despolitiza lo que tiene que mantenerse como público, en pos de la
exposición permanente de la vida privada.
–¿Entonces
se termina regulando algo que se pretende liberar?
–Yo
diría que hay que volver a la noción de poder de Foucault. Por un lado, no hay
que ser policía de los cuerpos del otro, porque eso es lo que hace el Estado:
regula los modos de gozar. Ahora, si eso queda en manos del feminismo también
es un problema porque está replicando lo que quiere combatir, que es ser
policía. Una cosa es el colectivo y otra cosa es la masa. Los colectivos
piensan, problematizan todo el tiempo. Hay muchas diferencias entre la masa y
la comunidad, y muchos autores que se ocuparon de comparar y analizar esto.
–¿Qué
es ser “policía de los cuerpos”?
–Prescribir
las conductas del resto. Si yo elijo, teniendo en cuenta que nadie elige
libremente, tener una pareja monogámica porque estoy enamorada y no tengo ganas
de coger con nadie más, y la persona con la que estoy, tampoco, ¿por qué estoy
más “alienada” que el que dice que hay que coger con ocho? Que “la monogamia no
va, que aguante el poliamor”. ¿Por qué yo estoy más alienada si esa persona
eligió tan poco libremente como yo? El problema es el cuco: la monogamia es un
cuco y, al parecer, el poliamor es la salida de esa opresión.
–Volviendo
a los escraches, ahora cuando un artista varón es escrachado o si una música se
comporta de manera “antifeminista”, se lo cancela…
–Es
una idea un poco naif, ¿no? Yo justo fui al último recital de Los Espíritus en
Niceto y esa tarde me mandaron una captura de pantalla con la denuncia de
Facebook. Lo gracioso es que debajo de la denuncia, había una chica que decía
que se acababa de enterar, que había decidido no ir y que quería vender las
entradas. ¿El asunto era vaciar Niceto? Ahí es donde yo digo que de político no
tiene nada, es un gesto totalmente vacío. Eso es no pensar. ¿Qué consecuencias
políticas tiene eso? ¿A quién le importa que ella no vaya? Pero además las
quería vender, ni siquiera romper y que haya una persona menos en el lugar.
–¿Se
modifica la realidad cancelando gente?
–Es
suponer que muerto el perro se acabó la rabia. El asunto es que no están muy dispuestos a
problematizar. Y cuando vos lo hacés, rápidamente sos tildada de
“antifeminista”. Definamos acá qué es feminismo y yo te aseguro que mantuve una
vida feminista. El problema es el exceso, el fanatismo. Ahora, también conozco
personas que en algún momento pararon y pensaron un poco. Porque a la larga, y
yo creo que es una cuestión de tiempo, uno empieza a advertir los efectos
nocivos de todo esto: se dañan personas".
Eso es todo por hoy. Yo sé que es un posteo tremendamente largo para estos tiempos donde muy pocas personas se bancan leer textos de más de ocho caracteres, pero me parece que VALE LA PENA.
Sean felices (o intenten estar bien),
Rodrigo