domingo, 24 de noviembre de 2019

PROLONGANDO UNA CONVERSACIÓN QUE INICIÉ HOY EN UN GRUPO DE WHATSAPP

Hoy a la mañana hablaba en uno de mis grupos de Whatsapp acerca de esa tendencia actual que tenemos a la ansiedad: ese impulso que nos lleva a doblar la cuchara de un helado todavía demasiado duro porque queremos servirnos de inmediato el contenido del pote de medio quilo. La dificultad para esperar que nos compele a tirar la cadena antes de terminar de mear. Ocurre que el mundo del "multi-tasking" nos genera apuro constante y déficit de atención.


Como diría De Caro: somos procastinadores ansiosos, "¡dáme todo ya, pero qué paja!" Tengo que hablar para que entienda todo el mundo, ¡cuidado que mi abuela y su nieta se quedaron afuera del chiste! Comamos pizza porque les gusta a todos. Suprimamos el elemento trágico de la vida y tratemos de divertirnos así olvidamos todo el tiempo que nos vamos a morir. ¡Necesito sentir calor y frío al mismo tiempo! ¡Quiero café y quiero helado! "¡Mozo, sírvame rápido un frappuccino!".

Cuando un libro es auténticamente bueno nos invita a la re-lectura. La re-lectura es anti-comercial, porque si vuelvo a leer un clásico no sigo comprando otros libros. Por otro lado, la complejidad no depende sólo de la obra, sino del receptor: una obra literaria, una película, una canción es como un espejo, si un burro se mira en ese objeto no puede pretender verse reflejado como si fuera un caballo pura sangre. 


Un mal lector es como un mal traductor, porque interpreta literalmente cuando debe parafrasear, y parafrasea cuando debe interpretar literalmente. Según W. Auden: "Una señal de que un libro tiene valor literario es que puede ser leído de varias maneras. A la inversa, la prueba de que la pornografía no tiene valor literario es que si uno intenta leerla de cualquier otra forma que no sea la del estímulo sexual, leerla, digamos, como el informe psicológico de las fantasías sexuales del autor, uno se aburre como ostra”.

Una gran película o una gran obra literaria es aquella que soporta el spóiler: sabemos cómo termina Romeo y Julieta de Shakespeare, Ana Karenina de Tolstói o la saga de El Padrino de Francis Ford Coppola; sin embargo, si somos receptores activos y nos dejamos fascinar, podremos prescindir de la certeza del final, enriquecernos y disfrutar del camino; en cambio, si al comienzo de Sexto sentido nos damos cuenta de lo que le pasa al pendejo, buena parte del placer de la película se va a la mierda. ¿Cuántas personas conocen que tengan ganas de volver a ver un capítulo de La Casa de Papel?


El capitalismo funciona con la idea de deuda permanente: sos el libro que te falta, no sos el libro que tenés en tu biblioteca. El "tener" vale más que "el ser", como diría un viejo y querido libro de Erich Fromm.

¡Cualquier boludx se enamora de Brad Pitt en ¿Conoces a Joe Black? o de Scarlett Johansson en Match Point: son íconos de belleza que difunde una y otra vez el capitalismo a nivel global. La obra de arte que nos trastorna se parece al amor auténtico: la obra crece y uno crece con la obra. Es como el buen vino, que tiene cuerpo y experiencia; no es como la bebida cola, que se toma para el olvido. No es el "donjuanismo" de estar cada noche con una mina distinta hablando boludeces entretenidas:  es la mujer que amás aunque tenga rollos, aunque se le noten las arrugas o a pesar de que a veces te diga frases inconvenientes que no te gusta escuchar.

El escritor Fabián Casas, que para mí es una suerte de hermano mayor que me hubiera gustado tener, dijo algo que me gustó mucho:

"Antes de hacer un largo viaje, a los 21 años, leí Trilce, de César Vallejo, y no entendí nada. Después viajé por América dos años, viví miles de peripecias y escuché hablar en múltiples registros de lengua. Eso me abrió el oído y el corazón. Cuando volví, Trilce me hablaba en mi idioma. No necesité libros que me explicaran la operación de Vallejo, necesité acumular experiencia. ¿Qué es la experiencia? Saber que lo que vivimos va a morir con nosotros".

Es lo que pasa con las obras que nos "trastornan", algunas nos llegan demasiado pronto o demasiado tarde, y otras nos agarran en el momento justo.

Antes de terminar me gustaría aclarar algo para no generar malos entendidos: es obvio que consumo mucha basura, y obras que a la crítica le parecen sublimes me dejan indiferente. Con la mierda, diría mi "hermano mayor imaginario", también se hace combustible, y al repetir muchas veces la palabra "menor", surge ENORME. Nadie dice que tengamos que estar el día entero escuchando a Mozart y leyendo a Borges. Los buenos lectores sacan aceite de las piedras, y son capaces de ver la belleza a la vuelta de la esquina, o de decir "asombro" donde otros simplemente repiten "costumbre" o "me aburro". 

Para terminar, y aunque me incomoda bastante adoptar un tono de viejo choto apocalíptico que le habla a las nuevas generaciones, puesto que solemos confundir nuestra propia decadencia física con la decadencia del mundo, me permito citarles a otro "hermano mayor" estadounidense que se llamaba David Foster Wallace, y que decía que el arte 'serio', a diferencia del arte 'comercial', "no se dirige principalmente a sacarte el dinero", sino que "tiende a hacer que te sientas incómodo, o te empuja a esforzarte para acceder a su disfrute, del mismo modo que en la vida real el placer es consecuencia del esfuerzo y de la incomodidad. Por tanto es difícil que el público, especialmente el joven que ha sido educado para esperar que el arte sea 100 por cien placentero y para recibir ese placer sin esfuerzo, lea y aprecie la narrativa seria. Eso no es bueno. El problema no es que el lector de hoy sea tonto, no lo creo. Simplemente se trata de que la televisión y la cultura comercial le han enseñado a ser una especie de vago e infantil en lo que respecta a sus expectativas. Esto hace que intentar llamar la atención de los lectores de hoy implique una dificultad imaginativa e intelectual sin precedentes".

sábado, 3 de agosto de 2019

LA NECESIDAD DE CONSTRUIR UNA CIUDADANÍA POLÍTICA Y ECONÓMICAMENTE ACTIVA

Post dedicado a mi "Coniglia hermosa"


En estos días asumí la necesidad de escribir –especialmente para las generaciones más jóvenes, que son buena parte de nuestro futuro- algunos artículos que tienen el propósito de que asumamos una postura ciudadana política y económicamente activa y responsable. La razón principal de mi decisión es la molestia de ver y escuchar a tantas víctimas apoyando verdugos sin cuestionarse nada. 


Mi apasionamiento por estos temas ha hecho que incluso me pelee con algunos compañeros de trabajo, entre otras cosas porque elegí estrategias comunicacionales muy malas. Y es que hace falta saber cuándo, cómo y con quiénes hablar de algunos temas. Sin ir más lejos, hace pocos días se fueron yendo las personas de mi grupo de Whatsapp del laburo porque se pudrieron de que yo discutiera de política e incluso ejerciera cierta “soberbia puteadora” con varios. Tenemos que entender que los interesados en política seguimos siendo, muy a mi pesar, una “minoría intensa”. 

Antes que nada quiero recordar que, como decía Wittgenstein, VEMOS INTERPRETACIONES todo el tiempo. Al respecto, me parece interesante citar al gran Pedro Saborido, quien en el transcurso de la presentación de un libro de entrevistas a Axel Kicillof en la Feria del Libro, reflexionó:

“¿Cómo es que estamos percibiendo de una manera tan distinta? ¿Cómo puede ser que a un montón de gente la misma persona le parezca un gran cuadro político y a otro, una loca de mierda? Y no sabemos si estamos hablando de Cristina o de Carrió. Funciona, funciona para ambos casos. (…) El otro día hablaba con Marlene y con mis chicos sobre quién se supone que es normal. ¿Quién es el normal? Va un tipo en un auto a la mañana y la radio le habla y le dice que va a haber un montón de cortes en la 9 de Julio. Ese tipo es el normal y escucha: ‘Bueno, usted que va para tal lado va a cruzarse con una serie de cortes de piqueteros’. Le hablan sobre el derecho a la circulación y qué se yo. La radio no le habla al que participa del movimiento social, al piquetero. La radio no le dice: ‘Señor piquetero que hoy va a cortar la calle, se va a encontrar con un montón de pequeños burgueses que van al trabajo, le van a tocar la bocina, lo van a insultar’. No. El tipo que va en el auto entonces se cree el centro. El normal. Y como en ese momento es el normal, no puede por un instante pensarse del otro lado. Ponerse en el lugar del que corta la calle. Uno le diría: ‘Mirá, vos tenés que esperar media hora, qué se yo, vas al laburo o volvés a tu casa y vas a llegar más tarde para ver Friends. Pero el otro se está cagando de hambre y vos te quejás en vez de agradecer que tenés un auto y tenés un trabajo. Agradecer que no sos el que tiene que cortar la calle. Poné Aspen, dale boludo, dos, tres temas de Richard Marx y ya pasó. El otro se está cagando de hambre’”.

Esto que dice Saborido, un poco en broma pero bastante en serio, tiene que ver con que no existe el pelotudo integral: los seres humanos somos pluridimensionales, excelentes cirujanos que toman en serio las gansadas de Luis Majul, expertos en literatura rusa que no pueden hacer un huevo frito sin quemar todo, y así siguiendo. Uno puede adjetivar cada tanto a alguien -amigo, hermano, jefe, vecino- diciendo “este tipo es tremendo pelotudo”. Sin embargo, como agrega Peter: “no existe el boludo integral, porque no podría sobrevivir a él mismo, no podría cruzar Constituyentes o se ahogaría en la ducha. Pero resulta que tienen hijos, los tienen a upa y no se les caen, los llevan todos los días al mismo jardín (…) La persona es un poliedro y uno de sus lados es boludo, y cuando uno ve ese costado, ve a un boludo”.

Es cierto que hay poliedros y poliedros, pero en esencia el amigo Peter tiene razón. Uno se enoja con compañeros por haberse tirado un tiro en el pie votando a Macri, pero esos mismos compañeros por ahí son brillantes, incluso mucho mejores que uno, en un montón de otras actividades o aspectos de la vida.


En fin, la cuestión es que no soy muy original: allá por 1548, cuando tenía nada más que 18 años, el pensador francés Étienne de La Boétie (1530-1563) escribió su Discurso sobre la servidumbre voluntaria, donde se pregunta cuál es la legitimidad de los menos sobre los muchos, o de cualquier autoridad sobre un pueblo, analizando la situación de sumisión que las personas adoptan, en buena medida, voluntariamente.


En lo personal me jode que muchos de los que más sufren las políticas neoliberales, o de libre mercado, son frecuentemente quienes más las apoyan: los han convencido, y se han dejado convencer, de que el adelgazamiento del gobierno, el rigor fiscal, el individualismo extremo, el egoísmo, la libertad de empresa, la autoayuda individual -frente a la política, que es la autoayuda colectiva- son las únicas bases posibles para una economía dinámica y la conformación de una sociedad decente.


En síntesis, podría decirse que flota en el aire una pregunta recurrente: ¿por qué razón las víctimas votan a sus verdugos? Traducido a la política local: ¿cómo es posible que un jubilado, un empresario Pyme, un asalariado o un científico del Conicet siga apoyando al macrismo? Sabemos que un banquero o un miembro de la sociedad rural tiene sobradas razones para apoyar a Macri, ¿pero un jubilado?


No es una pregunta sencilla de contestar, aunque se pueden ensayar algunas respuestas: 1) la derecha conservadora suele manejar buena parte de los aparatos ideológicos de construcción de sentido, y además se mueve en bloque: sectores del poder judicial, del poder mediático, del poder económico y parte del poder político funcionan de manera coordinada para construir sentido, para construir subjetividad. Cuando te convencen de votar un ajuste lo hacen desde la hegemonía neoliberal que te dice que “no existe otra alternativa”, es eso o “el caos”, “Venezuela”, “el monstruo del populismo”, etc. Es una  suerte de legitimación de cierto darwinismo social radicalizado y convertido en una lógica fatalista: “el mundo es una selva donde predominan los más fuertes, y todo aquél que lo cuestione es un izquierdista infantil que no entiende nada”. Algo así como Nietzsche para pelotudos mezclado con Ayn Rand. El macrismo, como no tiene logros económicos para mostrar, sólo puede sostener su chance electoral a través de la demonización del kirchnerismo.


2) La segunda razón es antipática pero es real: a muchas personas NO LES GUSTA LA IGUALDAD. De algún modo tiene que ver con lo que Freud denominaba “el narcisismo de las pequeñas diferencias”. Lo vemos todo el tiempo: tipos que disfrutan el ascenso social mínimo con respecto al vecino, así como envidian profundamente que alguien que vive al lado tenga un logro o un éxito económico o social que él/ella también tiene. “¿Cómo puede ser que este negro de mierda maneje una 4 x 4 tan linda como la que manejo yo?”. Salvando las distancias, algo así como el mayordomo esclavista personificado por Samuel Jackson en Django Unchained (2012)




De todos modos no es mi intención buscar en este post mayores precisiones sobre la psicología del votante, ni tampoco creo que el kirchnerismo sea la solución a todos nuestros males. ¡Al contrario! Creo que la hegemonía neoliberal es tan omnipresente, el individualismo egoísta está tan arraigado, que cada mínimo avance "populista" -por llamarlo de algún modo- en relación a cierta equidad se logra con muchísimo esfuerzo; por algo a cada gobierno que intenta distribuir un poquito le sucede la restauración de los gobiernos de derecha, cuyas políticas son siempre el mismo perfume de mierda con diferente frasco: Martínez de Hoz, Cavallo, Dujovne… Lo digo nuevamente:  mi intención en varios de los próximos posteos que proyecto publicar, y algunos que ya escribí, es tratar de entender, y ayudarle a entender a los más jóvenes, algunas cuestiones sobre política y economía. Y es que con los viejos carcamanes onda Quintín no hay nada que debatir: sería una pérdida de tiempo, esfuerzo y neuronas. 

Parto de la base de que, como sugería Joan Robinson, el principal propósito de estudiar economía es “aprender a evitar ser engañado por economistas”, que muchas veces no son más que lobbystas del establishment o traficantes de información financiera al servicio de intereses ajenos e incluso contrarios a los nuestros.

Se ha hecho famosa una frase de Raúl Scalabrini Ortiz: “Estos asuntos de economía y finanzas son tan simples que están al alcance de cualquier niño. Solo requieren saber sumar y restar. Cuando usted no entiende una cosa, pregunte hasta que la entienda. Si no la entiende, es que están tratando de robarlo. Cuando usted entienda eso, ya habrá aprendido a defender la patria en el orden inmaterial de los conceptos económicos y financieros”. (Bases para la Reconstrucción Nacional, 1965).

Me parece que se trata de una verdad a medias, en el sentido de que uno no puede ahorrarse el esfuerzo, y que tampoco se puede negar que existen ciertos tecnicismos y ciertos conocimientos mínimos que no son sencillos de aprender. En otras palabras, adhiero a la postura del economista coreano Ha-Joon Chang cuando dice que "no hace falta que entendamos todos los aspectos técnicos para hacernos una idea de qué pasa en el mundo y ejercer lo que llamo ‘ciudadanía económicamente activa’ para exigir medidas adecuadas a los cargos de responsabilidad. A fin de cuentas, la falta de conocimientos técnicos no nos impide pronunciarnos sobre muchos otros temas. No hace falta ser un experto en epidemiología para darse cuenta de que las fábricas de productos alimentarios, las carnicerías y los restaurantes deben seguir normas de higiene. Pronunciarse sobre economía viene a ser lo mismo: una vez que se conocen los principios clave y los datos básicos, se pueden emitir juicios sólidos sin conocer detalles técnicos”.

Y es que estoy convencido de que la economía es una ciencia social, no una ciencia exacta. Hay que rechazar la idea de la ciencia económica como un modelo predictivo para aceptarla como una ciencia que debe combinarse con otros aportes: la antropología, la psicología, la sociología, la política… La economía es un terreno de disputa de poder. Como dije alguna vez: "economistas queridos, ¡ciencia no es cientificismo!"

También es importante no confundir "democracia" con "plutocracia": con los plutócratas que se disfrazan de demócratas no hay nada que hablar, simplemente hay que combatirlos en la arena política con todo el pesimismo del intelecto y el optimismo de la voluntad de que seamos capaces.

La raíz de la voluntad está en el deseo: hay que QUERER pensar, volverse una persona autónoma, reflexiva aunque no por eso menos apasionada. La voluntad es un deseo que ha pasado por el tamiz de la reflexión crítica.

Eso es todo por hoy. 

¡Sean felices!,

Rodrigo

jueves, 1 de agosto de 2019

LA PERCEPCIÓN DEL NEOLIBERALISMO COMO LA ÚNICA ALTERNATIVA

Antes que nada es importante poner en claro que deploro el uso del término “neoliberalismo” como excusa para ejercer la pereza mental o como término comodín para explicarlo todo: no quiero parecerme a energúmenos provocadores como Fernando Iglesias, para quien conceptos tales como “peronismo”, “populismo” o “kirchnerismo” son chivos expiatorios para depositar todas sus miserias o explicar el origen del universo, la estructura económica del cosmos, la historia económica y social de la argentina, los enemigos de la democracia y la razón por la cual una mina nos clavó el visto por Whatsapp.

Uno de los problemas que encuentro en el discurso neoliberal es su tendencia a percibirse como “la única alternativa racional”, y por tanto sustraer sus postulados al debate democrático o científico. Si uno concibe su cosmovisión como una posible entre otras, eso lo lleva a debatir y enriquecerse con la mirada ajena y el intercambio de argumentos: no es el caso de muchos neoliberales que conozco, para quienes el libre mercado es una especie de religión que no puede ser cuestionada. ¿Nunca escucharon respuestas pelotudas del tipo “andáte a Cuba” y/o “¿qué querés, vivir como en Venezuela?” y/o “no seas marxista” toda vez que objetaron algún dogma neoliberal?

De ahí que no me parezca casual que tantos “neoliberales” sean impermeables al debate: se puede ver en ésta interrupción a los gritos del fundamentalista neoliberal Germán Fermo hacia otro economista con ideas distintas a las suyas. Otro ejemplo de neoliberal, aunque él se defina como “libertario anarcocapitalista” o algo así, es el payaso mediático Javier Milei. En éste blog español leí un artículo respecto de Milei con el que coincido bastante.

No está de más recordar que “capitalismo” y “neoliberalismo” no son sinónimos: de hecho el mismo Keynes, Joseph Stiglitz, Paul Krugman y tantos otros economistas prestigiosos no son “neoliberales” y sin embargo creen en las bondades del capitalismo, sólo que sostienen -a mi juicio con total razón- que el sistema capitalista debe someterse a regulaciones y controles democráticos.


Retomando, la hegemonía neoliberal termina por achicar los horizontes, evitando que la sociedad civil pueda imaginarse modos de vida alternativos. El neoliberalismo terminó siendo una suerte de “revolución conservadora” en la que ya no se apela -como hacía el conservadurismo de otros tiempos- a un pasado idealizado, arcaico, o a la exaltación de la tierra y la sangre sino a un supuesto “progreso”, a la ciencia, a la razón, y todo para justificar el desplazamiento del pensamiento y la acción progresista.

Como diría el sociólogo francés Pierre Bourdieu, “es una doctrina coreada en todo el mundo por políticos y altos funcionarios nacionales e internacionales pero muy especialmente por grandes periodistas, casi todos indoctos en la teología matemática fundamental que se transforma en una suerte de creencia universal, un nuevo evangelio ecuménico. Este evangelio, o mejor dicho la difusa Vulgata que nos proponen bajo el nombre de liberalismo, está compuesta por un conjunto de palabras mal definidas –“globalización”, “flexibilidad”, “desregulación”, etc.- que gracias a sus connotaciones liberales o libertarias pueden ayudar a darle una fachada de libertad y liberación a una ideología conservadora que se presenta como contraria a toda ideología”.

De hecho, siguiendo a Bourdieu, esta filosofía no conoce ni reconoce otro fin que no sea la creación incesante de riquezas y, apenas disfrazada, su concentración en manos de una pequeña minoría de privilegiados; conduce por lo tanto a combatir por todos los medios –incluido el sacrificio de los seres humanos y la destrucción del medio ambiente- cualquier obstáculo contra la maximización incesante del beneficio.

Reducir la democracia a votar cada dos, cuatro o seis años y luego dedicarse casi exclusivamente a ganar guita y a consumir es empobrecedor. A menudo uno tiene la impresión de que nuestros regímenes de gobierno suelen parecerse más a “oligarquías liberales” que a sociedades democráticas. La mayoría de la población no participa activamente en política, porque votar cada tanto sobre problemas que no se conocen y que el sistema hace todo lo posible porque no se conozcan es demasiado poco para considerarse auténticamente democrático. Etimológicamente, vivir en una república, res publica, remite a lo que los griegos llamaban "politeia" -algo así como el buen gobierno de la cosa pública-, estar interesados activamente en los asuntos comunes. Una sociedad no puede, NI ES DESEABLE QUE TRATE DE HACERLO,  volver a la gente igual en el sentido de que todos los hombres corran 100 metros en menos de 10 segundos o toquen admirablemente una sonata de Beethoven al piano, pero puede crear instituciones que favorezcan su participación efectiva en todo poder instituido. La pasión por los objetos de consumo debe reemplazarse o subordinarse a la pasión por los asuntos comunes. Está claro que para participar, la gente debe tener la certeza, verificada con relativa constancia, de que entre su participación y su abstención hay una diferencia. Los elementos de libertad que forman parte de las diversas sociedades no son una dádiva de las clases dominantes. Los elementos liberales de las instituciones contemporáneas, como bien recuerda Cornelius Castoriadis y tantos otros, son los sedimentos de las luchas populares desde hace siglos, luchas para obtener un relativo autogobierno. 

Es la retirada de los pueblos de la esfera política, la desaparición del conflicto político y social por una suerte de semi-adhesión blanda a los postulados de la hegemonía neoliberal la que ayuda a que la oligarquía económica, política y mediática escape a cualquier control o regulación democráticas, favoreciendo o acostumbrando a la población a la corrupción y el egoísmo de sus élites.


Esa concepción individualista que ayuda a difundir la influencia del discurso neoliberal hace que los políticos sean percibidos o como una suerte de parásitos “que viven de nuestros impuestos” o como personas que nos tienen que dar cosas, como si fueran una máquina expendedora de bebidas cola. El individualismo extremo desemboca en la depresión, los ansiolíticos, la proliferación interminable de terapias psicoanalíticas o terapias alternativas o libros de autoayuda. Como leí por ahí: LA AUTOAYUDA COLECTIVA SE LLAMA POLÍTICA.

La saturación de la información nos vuelve seres amnésicos, sin memoria histórica o sin vínculos con la tradición a la hora de buscar razones valederas para enojarnos o para comprender que nuestro modo de vida es contingente y por tanto puede ser mejorado por la intervención humana. 

Cualquiera que intente hablar de política con sus compañeros de trabajo, amigos o conocidos, se encontrará con una resistencia muy grande: o te dicen que sos un fanático, o tratan de mandarte chistes pelotudos por WhatsApp, o cambian de tema. No se trata de ser un amargado ni mucho menos: se puede hacer política con alegría. También es cierto que uno tiene que ser más inteligente para saber cuándo y cómo hablar de algunos temas.


Tengo ganas de seguirla pero por hoy ya creo que fue suficiente y hace un sol hermoso. Sean felices,


Rodrigo

Post Scriptum: todavía me falta hacer un recorrido histórico más preciso sobre el término "neoliberalismo". Ahora no tengo tiempo pero si quieren leer algo que está escrito de modo bastante ameno pueden clickear acá, donde hay varios artículos de un tal José María Gallardo, un español cuyo punto de vista y su abordaje de la economía es bastante enriquecedor, más allá de su estilo vanidoso y provocador. 

miércoles, 31 de julio de 2019

EL NEOLIBERALISMO EXPLICADO DE MANERA SENCILLA

No es inusual escuchar que, luego de una separación amorosa, alguien se queje amargamente diciendo: “pensar que había invertido un montón en esa relación”. La pregunta que a uno le surge es, ¿y por qué deberíamos naturalizar el hecho de que la vida sea una suerte de incesante inversión en uno mismo? Las frases de este estilo, cuyo tenor podríamos multiplicar ad infinitum, son parte de cierto “sentido común neoliberal”.  Ahora bien, ¿qué es el neoliberalismo?

Es cierto que el término “neoliberal/neoliberalismo” se suele usar más como un adjetivo (des)calificativo o un insulto aplicado a cualquier cosa que como un concepto que tiene un origen histórico determinado y un sentido preciso. Ese uso vago y difuso ha obrado como una suerte de excusa de la derecha para decir que el neoliberalismo es una invención de la izquierda. Ahora bien, que la palabra “fascista” o “facho” se use como un insulto indiferenciado, ¿implica que el fascismo no haya tenido existencia histórica real o sea imposible de definir? Pues bien, lo mismo ocurre a mi juicio con el concepto de “neoliberalismo”.

Los neoliberales, a diferencia de los liberales clásicos del siglo pasado, dan prioridad a las libertades económicas sobre las libertades políticas. La cuestión es que cuando la sociedad le da prioridad a las libertades políticas: el derecho a la libre expresión, el derecho al voto universal, el derecho a la educación, etc., tarde o temprano termina exigiendo la conformación de un estado social, de un estado de bienestar, de instituciones que garanticen el ejercicio efectivo de estos derechos: la conformación de una ciudadanía autónoma, informada, libre, que pueda expresarse y votar de modo responsable, cosa que evidentemente debe hacerse con el estómago lleno y los nutrientes necesarios en el organismo. Por eso los neoliberales invierten la importancia de los derechos sociales y subordinan todo a una idea determinada de “libertad económica”.

Más adelante, en una nueva entrada, voy a hacer un recorrido histórico del concepto. Por el momento me basta recordar que el neoliberalismo no es exclusivamente una política económica que propugna el retraimiento de la esfera pública y su subordinación a la esfera privada, sino que también es una antropología, una concepción de la naturaleza humana, del Estado, del derecho, de la educación… El neoliberalismo es una forma de vida que nos impulsa a ser empresarios de nosotros mismos, vivir la vida como una competencia incesante con los demás: esa lógica hace que los seres humanos nunca nos sintamos “pobres” sino “perdedores”. Los ricos no son "enriquecidos" sino "exitosos". 

Como diría el economista Joseph Stiglitz, la característica principal del modelo neoliberal ha sido convencerse y convencernos de que “no existe alternativa”; el "there is no alternative" de Margaret Tatcher. El discurso neoliberal ha tejido una red tan tupida que nos impide ver la luz.

En lo personal comparto la visión de economistas como Joseph Stiglitz en cuanto a la necesidad de reconocer y entender que el mercado no va a resolver por sí mismo ni la creciente desigualdad, ni la inestabilidad financiera o la degradación ambiental; por tanto, los gobiernos y la sociedad civil tienen la obligación de esforzarse por idear políticas que puedan limitar a los mercados a través de regulaciones ambientales, de salud, de seguridad ocupacional, entre otras.

El “mercado capitalista” no puede mistificarse como si fuera una creación divina, sino que debe estar subordinado a los controles democráticos.

Pongamos el ejemplo de un economista “neoliberal” como Miguel Boggiano, justificando el advenimiento del desastre de 2001: el tipo pone en palabras descarnadas lo que piensan, con matices, algunos miembros del macrismo. Lo que postulan personas como Boggiano es que el Estado se tiene que retirar para generar una especie de darwinismo social que haga que prevalezcan “los fuertes” y se jodan “los débiles”, los que no son “competitivos”. Desde mi perspectiva, el Estado debe intervenir porque si uno deja todo en manos del mercado capitalista, se genera concentración y exclusión. Si el Estado no interviene asistiendo a las Pymes, atendiendo a los jubilados, implementando mecanismos de redistribución de la riqueza, se genera violencia y caos social.

La crisis de 2001, que Boggiano justifica, generó más de 30 muertos por represión policial, pobreza, personas que recorrían las calles revolviendo la basura, desocupados. No es que Boggiano sea un canalla, sino que realmente cree en algo que varios neoliberales denominan “destrucción creativa”: se piensa que para que exista competitividad e innovación, hay personas que literalmente tienen que morir, desaparecer, o en todo caso “reconvertirse”. Al decir de Esteban Bullrich: "hay que crear argentinos capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla".

Yo creo en la existencia virtuosa de premios y castigos, en el esfuerzo, en cultivarse a uno mismo, en mejorar, en enriquecerse intelectualmente. Tampoco considero que uno deba ser un asceta o un monje: soy bastante hedonista, prefiero un buen vino a un vino malo, una comida bien hecha a conformarse con las sobras. Ahora bien, si te habla de “emprendedurismo” o “meritocracia” un grupo de funcionarios que heredaron su fortuna –Macri, Rodríguez Larreta, los Bullrich, los Peña Brown- es entre cínico y ridículo. NADIE PUEDE REALIZARSE PERSONALMENTE EN UNA COMUNIDAD QUE NO SE REALIZA.

domingo, 14 de julio de 2019

PREMIO NOBEL DE LECTURA

El Premio Nobel de lectura me lo tendrían que dar a mí,que soy el lector ideal y leo todo lo que encuentro: leo los nombres de las calles, los subtítulos de las películas, las pantallas luminosas y las inscripciones de los baños. Leo el rostro triste o alegre de las personas que quiero. Y sobre todo leo, y disfruto mucho haciéndolo,  a Don Nicanor Parra, quien fue un poeta chileno.

AUTORRETRATO


“Tengo la costumbre, por comodidades del lenguaje, de llamar ‘amigos’ a quienes no lo son, no encuentro otra palabra para describir aquellas personas que conozco, que me caen bien, pero con las que no he estrechado ningún vínculo en particular”. Ocurre que los sentimientos humanos son más variados que nuestro modo de nombrarlos, más allá de que el acto de nombrar tenga un efecto de realidad en lo que hacemos y sentimos.

Tengo una enorme necesidad de que me quieran, no sólo con actos sino también con palabras. Tal vez por eso siento que soy más “zalamero” de lo que debería, aunque a esta altura de mi vida no tengo ganas de cambiar al respecto. Prefiero decir “te quiero” de más que de menos, aunque entiendo que “las personas amables lo son con todo el mundo, les gusta todo, lo que disminuye el valor de sus opiniones” ante la mirada externa. No carezco de personalidad, y puedo ser sincero hasta la crueldad de ser necesario.

Estimo que los años me han dado la capacidad de aprender a “no ser querido”. Sé que uno no le puede caer bien a todo el mundo.

No hablo casi nada de las mujeres con las que estoy, pero me gusta mucho que los demás me cuenten sus relaciones amorosas y sus experiencias de vida.

Considero que los amigos no son sólo ni principalmente los que te ayudan “en las malas”, sino también los que se alegran cuando  estás contento o cuando conseguiste algún logro. Un  amigo que no te envidia tiene las condiciones para ser un gran amigo.

A casi todas las mujeres les encuentro algo bello. Me gusta estar rodeado de mujeres, porque casi nunca me aburro conversando con ellas, incluso si la conversación es trivial. Mis amigas me parecen hermosas, y no me interesa racionalizar en qué medida las veo hermosas porque las quiero, o las quiero porque las veo hermosas.

“No sé cómo interrumpir a un interlocutor que me aburre”.

“A veces termino haciendo que los interlocutores se me pongan en contra por un exceso de argumentación”.

Cuando viajo, aunque disfruto mucho el paisaje, me gusta más relacionarme con personas que con la naturaleza. Me encanta ir a bares y conversar con gente en diversos idiomas.

“Siento menos ganas de cambiar las cosas que de cambiar cómo las percibo”, pero me parece que ambas cosas están relacionadas. Quiero cambiar las cosas que me parecen injustas. Si los seres humanos definen las situaciones como reales, sus consecuencias son reales. Además, nunca está de más recordar que  VEMOS interpretaciones todo el tiempo.

“Me encantan las relaciones de paso en los viajes: breves y sin consecuencias, tienen el entusiasmo de los comienzos y la tristeza de las separaciones”.

“No puedo integrarme a un grupo de amigos que ya se conocen, yo siempre sería el que vino después, me gustan los grupos de amigos formados juntos al mismo tiempo”. No coincido totalmente con esa frase, pero en buena medida sí. 

“Creo que los ricos son peor gente que los pobres. ‘Te amo’ puede ser una forma de chantaje”.

De no ser por el apetito sexual, podría pasarme un mes entero leyendo, viviendo casi como un monje.

Nunca estuve ni estaría con la mujer de un amigo, aunque crea racionalmente que los seres humanos no son JAMÁS nuestra posesión.

Mi exceso de autoconsciencia hace que rápidamente capte que mi interlocutor se está aburriendo: en ese momento me dan ganas de callar de repente, pero sigo hablando un rato más.

“Ciertas personas me cansan en pocos segundos porque sé que me van a aburrir”. Por otra parte, considero que el miedo excesivo a aburrirnos puede ser una forma grave de estupidez, hija de la cultura del entretenimiento de masas.

“Todo me interesa a priori, pero no a posteriori”.

No fumo, y puedo prescindir fácilmente del alcohol, aunque me gusta mucho tomar cerveza con personas que quiero.

Soy más cariñoso con mis amigos y amigas que con mi familia.

No puedo prescindir de la música, del cine y de la lectura.

“Escuchar música alegre es como pasar el rato con personas que no se me parecen”, decía Levé. Me identifico parcialmente, y me recuerda el “Burn down the disco/ Hang the blessed DJ/ Because the music that they constantly play/ It says nothing to me about my life” que cantaba Morrisey. Sin embargo, me gusta bailar cumbia y ritmos latinos, aunque me gustaría ser mejor bailarín de lo que soy.

“He dejado a una mujer porque ya no la quería y porque yo no me quería cuando estaba con ella”.

“Cuando hay más de seis personas en una mesa, me pierdo en la multiplicidad de conversaciones. Tengo cierta preferencia por las conversaciones de a dos. Prefiero cenar con una persona que con varias”.

“No siempre me parecen excitantes las mujeres hermosas, ni hermosas aquellas que me excitan”.

“Me atraen las mujeres generosas con su tiempo, sus sonrisas, sus conversaciones, su afecto y su deseo físico”.

A veces me agrada más leer, no tanto autores que escriben cosas banales con palabras extraordinarias, sino a aquellos que escriben cosas inverosímiles con palabras comunes.

“Razonar no me convence, pero me tranquiliza”. Los seres humanos solemos preferir una mala explicación antes que ninguna explicación.
Escucho muchos fragmentos de canciones que me gustan, sin escuchar la canción entera.

A veces “me gustaría comunicarme sin usar palabras ni gestos, y percibir en un instante el contenido del cerebro de mis interlocutores, como una fotografía”.

“El principio de placer guía más mi vida que el principio de realidad, aunque me enfrente más a menudo con la realidad que con el placer”.

“Me preocupan las cuestiones morales. No entiendo que se dejen de lado las cuestiones morales por dandismo o por una supuesta amplitud de miras, sin embargo, los moralistas me parecen tristes o reaccionarios”.

“No disfruto demasiado del éxito, el fracaso me es indiferente, pero me pone furioso, llegado el caso, no haber intentado algo”.

Me gusta mucho leer a Nietzsche. Tengo las obras completas de Nietzsche, Schopenhauer, Borges, Foucault, David Foster Wallace, Karl Marx, Leon Tólstoi, William Shakespeare, Ricardo Piglia, Eric Hobsbawm y Max Weber. No leí ni la mitad de esas obras, pero me complace la posibilidad de saber que en cuanto tenga mucho tiempo lo voy a hacer.

Las discotecas me parecen  lugares de espectáculo. Cuando estoy ahí soy más de  observar que de mostrarme, y cuando me muestro no puedo evitar sentirme un poco ridículo. Sin embargo, me gusta bailar.

Post scriptum: las frases entrecomilladas le pertenecen a Édouard Levé, pero me identifican a mí también.