domingo, 28 de junio de 2020

EL MITO DECADENTISTA DE "POR QUÉ NO FUIMOS CANADÁ O AUSTRALIA"


En su iluminador libro Mitomanías Argentinas, el antropólogo Alejandro Grimson aborda los “mitos decadentistas”, y sugiere que algunos argentinos tenemos cierta tendencia a pasar de la soberbia de creernos los mejores del mundo a la autodenigración de sentir que somos la peor escoria que habita el planeta Tierra. 


Esta suerte de ombliguismo cultural hace que, al movernos de un extremo a otro, logremos “ahuyentar cualquier reflexión compleja sobre nuestra propia situación” y nos hundamos en las arenas movedizas de la mitología.

Hace un tiempo Luis Novaresio entrevistó al gran basquebolista argentino Luis Scola, quien a lo largo de sus cuarenta años de vida vivió más tiempo afuera del país que adentro, dado que jugó en clubes de España, Canadá, Estados Unidos, China e Italia: 

Luis Novaresio: “Los argentinos tenemos la fantasía de saber qué dicen de nosotros en el exterior, y yo suelo decir ‘no demasiado’. ¿Coincidís?”

Luis Scola: “No dicen mucho de nosotros. No les importa mucho. De la misma manera que, ¿qué decimos nosotros de Nigeria, Croacia, Turquía? Nada”.



El gran capitán agrega que a él le gusta hablar bien de nuestro país a los extranjeros, y reflexiona acerca de dos tendencias que suelen darse entre los argentinos que por diversos motivos tuvieron que emigrar: “hay una cultura del que se fue (...) hay de todo”, está la visión “tremendamente negativa” del que se fue y dice “no vuelvo nunca más, y qué tontos los que se quedaron y menos mal que yo me fui” y hay otra que se fue y extraña “el asado y los amigos y te cuenta todo el tiempo cosas positivas del país”.

Sea como fuere, la cuestión es que los mitos decadentistas postulan que la Argentina fue alguna vez un país fantástico hace algunos años pero que ahora -según cierta visión 'gorila' esto sería culpa del peronismo- hemos ingresado en una decadencia irremediable:

“Ser terceros de treinta, décimos de cincuenta o trigésimos de doscientos es una verdadera catástrofe. Hemos hecho todo mal. Bueno, en realidad, la primera persona del plural es aquí demasiado generosa. Un pequeño grupo de militares y corporaciones ha destruido el país, rasgo que después se transfiere a los directores técnicos de la selección o a un jugador de fútbol o tenis, al rendimiento escolar de nuestros estudiantes o a cualquier objeto que se tome en consideración”.

Es la contracara de los mitos patrioteros, igualmente obtusos y simplistas.

El amigo Grimson recordaba un monólogo de Dady Brieva acerca de la historia de un argentino que le escribe cartas a su amigo desde Canadá, país a donde había emigrado:

“Feliz de haber dejado de una vez por todas este ‘país de porquería’, aguardaba la llegada de la nieve, contemplando a través de su ventana bellos bosques donde adivinaba o inventaba simpáticos bambis. Celebró como una confirmación de estar en otro planeta la llegada de la nieve, como si no nevara de hecho en la mitad del territorio argentino. A medida que pasaban las semanas, la rutina de levantar la nieva con pala y descongelar su automóvil se tornaba insoportable; las últimas carta referían a la nostalgia del calor húmedo y pesado de la siesta santafecina”.

Uno de los mitos decadentistas más arraigados es el que sugiere que la Argentina estaba predestinada a ser Canadá o Australia: agua, tierra fértil, montañas, bosques, petróleo, teníamos todo para ser los mejores, pero algo se frustró:

Para algunos no fuimos Canadá “por la corrupción, por la clase dirigente o por el imperialismo. No falta quien lo vea al revés: si hubieran triunfado los ingleses, seríamos Canadá. ¡Qué error fue haberles arrojado aceite a aquellos muchachos que hablaban la lengua de Shakespeare!

Si se realiza una comparación histórica con Canadá, podrá verse que los gobiernos de ambos países tomaron decisiones opuestas hace poco más de un siglo en relación con tres temas importantes: los ferrocarriles (para integrar el vasto territorio del país o para integrar el país al mundo), la distribución de la tierra y la elección de una política proteccionista o librecambista. Canadá tenía, al igual que la Argentina, un territorio inmenso con escasa población. Pero la Argentina tenía dos ventajas: su clima era más favorable y las zonas productivas estaban más cerca de los puertos.

Sin embargo, Canadá tomó tres decisiones cruciales: construyó el ferrocarril de este a oeste, priorizando la integración interna antes que la integración con los Estados Unidos; impuso una política de protección para su industria y entregó parcelas a quienes estuvieran dispuestos a trabajarlas y a volverse ciudadanos canadienses. La Argentina, en cambio, como detalla José Nun en la introducción a Debates de Mayo. Nación, cultura y política, priorizó, en el marco del modelo agroexportador, la construcción  de ferrocarriles que permitieran llevar la producción hacia el puerto, no protegió su industria y mantuvo una alta concentración de la propiedad de la tierra. Estas diferencias nada tienen que ver con el ADN ni con nuestra raza. Son diferencias de formas de construcción política en un momento crucial de la historia".

Desde una perspectiva de desarrollo económico, me parece interesante leer el siguiente artículo de Claudio Scaletta:


El "Plan Australia": un modelo que nunca fue

"Hay quienes creen que los problemas del desarrollo consisten en replicar experiencias nacionales exitosas. Un caso extremo fue el que el actual gobierno mostró como presunto modelo a seguir: el "Plan Australia". Fiel a su estilo, el plan, que debe haber costado unos cuantos dólares en viajes y consultorías, quedó en los anuncios.

La idea parecía simple. Se trata de un país riquísimo en recursos naturales que decidió abortar sus intentos de industrialización para reconcentrarse en la producción de base primaria y en servicios. Al igual que la última dictadura militar y el menemismo, Cambiemos creía que Argentina debía seguir un camino similar, abandonar su industria "subsidiada e ineficiente" para concentrarse en ser el "supermercado del mundo".

Se trataba de explotar recursos naturales. Volver al país presuntamente exitoso de las carnes y las mieses. Había alguna lógica en la propuesta. En su etapa de auge el modelo agroexportador era tan rico en recursos naturales como lo es hoy Australia. La población era escasa y la frontera agrícola estaba en expansión. Pero existía también un tercer factor escasamente reconocido: se promovió un crecimiento conducido por la demanda por la vía de la construcción de un Estado.

Sin embargo, el modelo agroexportador llevaba en sí la semilla de su propia destrucción. Primero la construcción del Estado perdió dinámica, luego la expansión de la frontera agrícola no podía seguir creciendo a la misma velocidad que el aumento de la población. Finalmente, la concentración de la propiedad de la tierra, otra diferencia con "Canadá y Australia", desalentó el poblamiento del interior y la democratización de la vida rural.

El flujo de inmigrantes comenzó a abarrotarse en las ciudades, donde crecían las industrias vinculadas al mantenimiento del transporte, los talleres ferroviarios y alguna agregación de valor a los alimentos. Los servicios financieros y la logística de comercialización dieron origen a los trabajadores de cuello blanco.

En el escenario presente, donde los recursos naturales siguen siendo una ventaja comparativa, pero insuficiente, los replicadores de ejemplos nacionales afirman que deben sumarse también las experiencias de países con factores más convergentes con la realidad argentina. Por ejemplo, algunas experiencias de Corea del Sur, o el fondo de reserva noruego o las prácticas de otros países nórdicos.

Si bien las experiencias nacionales siempre son una referencia, la metodología de la réplica enfrenta algunas limitaciones también abordadas en la literatura. La más evidente es que los procesos de cierre de brecha en países de desarrollo tardío suponen siempre aprendizajes que son fuertemente tácitos. El know how no se compra, sólo se puede copiar parcialmente, pero sobre todo necesita ser adaptado y aprendido por los actores de cada país.

No al pleno empleo.

Pero tampoco es esta la principal limitación. El desarrollo de las estructuras productivas es impulsado por las estructuras sociales. Es decir, la principal restricción al desarrollo puede encontrarse en las sociedades mismas. Poniendo la lupa sobre el caso argentino y el actual desastre económico, el verdadero tiro en el pie que se autoinfligieron algunos actores sociales, desde las clases medias a los jubilados, desde las pymes al conjunto de las grandes empresas que no pertenecen ni al sector financiero, ni al agro, ni a las energéticas, debería llevar a preguntarse muy seriamente por qué a los ciclos de despegue, conseguidos durante gobiernos populares, le siguen recaídas neoliberales que los abortan.

En su reciente exposición de rechazo al Presupuesto 2019 en el Senado, la ex presidenta Cristina Kirchner recurrió a la luminosa explicación brindada por el economista polaco Michal Kalecki en su breve texto de 1943 "Aspectos políticos del pleno empleo". Kalecki afirmaba que los empresarios no desean que el pleno empleo se mantenga en el tiempo porque ello empodera a los trabajadores, deteriora la disciplina al interior de los espacios de trabajo, aumenta las demandas salariales y extrasalariales y, por todo eso, genera problemas de sustentabilidad política para el poder del capital. Contra lo que se proclama en los discursos, el desempleo no es un producto indeseado, sino una necesidad estructural del capitalismo. Llegado a un cierto punto de expansión económica vía el impulso a la demanda, la clase capitalista puede considerar razonable inducir una recesión disciplinadora o "ajuste kaleckiano". Incluso si en el camino pierde dinero en el corto plazo, ya que ello es preferible a perder poder en el largo.

El orden imperial.

Es una explicación que pertenece al ámbito de la lucha de clases. A diferencia del nacionalismo metodológico incorpora la realidad del poder. Sin embargo, visto desde la Argentina del siglo XXI le falta una pata, la del imperialismo. Los procesos productivos, vía las firmas multinacionales, tienen escala global. Como al interior de estos procesos existen jerarquías -matrices y subsidiarias-, jerarquías que a la vez son respaldadas por el poder militar, resulta más adecuado hablar de imperialismo que de globalización.

En este orden imperial las clases dominantes locales funcionan como auxiliares de las hegemónicas de los países centrales. Las necesidades de este orden son la libre circulación de capitales y de mercancías y que ninguna región del globo se aparte del lugar que le fue asignado en la producción global. En el caso argentino, este lugar es el de la provisión de commodities y absorber productos industriales. La ruptura de este orden es una tarea titánica. Los países que lo logran durante algún tiempo son sometidos a fortísimas presiones, externas e internas". 

Eso es todo por hoy. ¡Sean felices!

Rodrigo

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