Se ha dicho que el mundo se divide en: 1) los que apenas llega el delivery agarran las
empanadas que ellos pidieron, poniendo todas “las suyas” en el plato como si
fueran perros; y 2) los que van viendo sobre la marcha, probando un poco de
todo, sin preocuparse por qué pidió cada uno. Se alega además que los segundos
suelen odiar a muerte a los primeros.
Sin
ánimo de ser exhaustivo, se me ocurre agregar algunas de las siguientes
variantes:
Están
los obsesivos hiper-estructurados que tratan de interpretar los 78 ideogramas
chinos que se corresponden con: “carne cortada a cuchillo”, “humita”, “humita
del litoral tucumano andino bonaerense”, “carne cortada con tijera”, “carne
suave”, “carne re picante boló tené cuidado”, “jamón y queso”, “queso y
cebolla”, “¡quesó, angurriento?!”…
El
matemático/metódico/ordenado/obsesivo/hermeneuta-de-la-papeleta-que-viene-dentro-de-la-caja
se suele enfocar en el más despreocupado –cuyo método expeditivo se basa más
bien en la "exploración por ensayo y error”- y lanzarle un: “¡Qué pediste
pelotudo! ¡Las de carne son esas que tienen el repulgue ondulado y la marquita
en el medio!”.
Jamás
faltan los que meten los garfios para entrever el contenido de la empanada. Una
variante de este tipo de ansiosos la constituye el que mastica sin esperar a
que se enfríe: ahí nomás suelen proferir insultos en arameo hacia los cuatro
puntos cardinales. Incluso, al apagar el fuego que de improviso les invade la
tráquea y los pulmones, se suelen atragantar con la mezcla de
gaseosa/cerveza/vino y empanada a medio masticar, con lo cual terminan por
escupir y toser durante ocho o nueve minutos seguidos.
Otra
variante, extremadamente impopular, es la del que pega el tarascón cual tiburón
blanco y luego –al anoticiarse de que “¡uh, la pucha, este gusto no era el
que pedí”- se hace el otario y la deja a un costado. Como es de esperar, si
alguno lo cacha en falta le salta inmediatamente a la yugular exclamando:
“¡¡ahora te la comés la conchitumá!!”. Resulta obvio agregar que en este caso
estaríamos en presencia de un “sin códigos”.
El
consumidor-madre (que puede o no serlo): corta las empanadas en dos o en tres
pedazos, para que a) se vayan enfriando y nadie se queme; b) facilitar la discriminación
del contenido; c) favorecer el abandono de un pedacito de empanada libre de
saliva fresca, que eventualmente puede servir para que el satisfecho se lo done
al famélico de turno.
Tampoco
faltan los violentos que -sin darte tiempo ni a pestañar, y viéndote un tanto
dubitativo- te tiran: “¡si ya la mordiste es tuya pedazo de lksd aslb aslba
bldpaor!”, anticipándose a la posibilidad de que seas un “sin códigos”.
Está
el que muerde una y se entera al toque de que no era el relleno que pidió, cuyo
hambre y desesperación lo llevan a seguir desgarrando y deglutiendo la presa.
Este tipo de personas suelen ocasionar disturbios cuando quedan pocas en la
caja (salvo que se hayan pedido varias docenas de más, lo que es muuuuuy
infrecuente).
Párrafo
aparte para el “delivey bajón”: ahí ya todo es una anarquía total, un desbande
de brazos, tenedores, puñetazos y empujones. Una bellum omnium contra omnes
/”the war of all against all”, un hobbesiano
estado-de-naturaleza-sálvese-quien- pueda donde la excepción se torna regla.
Finalizando,
están las personas serviciales que se preocupan por tender la mesa, porque
todos tengan ubicación. Espíritus humanitarios quienes, sin importar su grado
de hambre, jamás manotean primero, aguardando con paciencia a que les llegue su
turno. En mi opinión, esta clase de personas son extremadamente difíciles de
hallar y, como los dinosaurios o los mastodontes, se diría que conforman una
raza extinta.
Jajaja, realmente muy bueno che. Me sentí identificado con un par.
ResponderBorrarMF
Gracias MF. Saludos!
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