Pedir empanadas en la oficina es complicado. Yo solía organizar los pedidos: confeccionaba una planilla de excel y se
la enviaba por mail a todos, para que elijan libremente. Luego recopilaba y clasificaba la información con nombre, gustos y costo a
pagar. Lo usual era anotar con rayitas, como en el truco. Después me iba a
coquetear con la recepcionista para que haga el pedido (estaba buenísima la
recepcionista, y me miraba con cara de “uh, otra vez el nabo éste que se hace
el que organiza para venir a darme charla”).
Además me ocupaba de juntar la guita escritorio por escritorio, entendiendo que siempre hay quien
come media empanada y quien come 23. He sido muy bien criado y tengo una noción alta de la justicia, por lo cual nunca
estuve de acuerdo con pagar a la romana, perjudicando a quien menos tiene. Es entendible también que a veces alguno anda medio flojo de
bolsillo, como Juancito, entonces yo cargaba 1 pesito más a la cuenta de los
“ricos” que se pedían media docena y compraba alguna que otra para que sobren y
al final poder decir "uh, se equivocaron, quedátela vos Juancito, que ya
todos agarraron las suyas"...y Juancito podía comer una extra a pesar de
que él había jurado que pedía pocas porque justo había empezado un régimen
(“Juancito, vos pesás 46 quilos y medís un metro noventa, ¿para qué hacés
régimen si casi no arrojás sombra porque los rayos del sol esquivan tu
silueta?”).
Y pese a todo era feliz. Me gustaba quedarme en la oficina a juntar las sobras, para que los jefes no
se quejaran de que estaba todo sucio. Sí, yo fui feliz... Me sentía protagonista de la
vida diaria, asumiendo la responsabilidad, tomando decisiones, agarrando fuertemente las riendas de mi propio destino. Enfrentando situaciones, poniéndole el
pecho a las balas cuando la cuenta no da, o cuando falta una, o cuando se
quejan del olor que quedó en la sala de reuniones (búnker del delivery). Hasta
me preocupaba por abrir la ventana primero, ventilando el ambiente para evitar
las protestas. La contraseña era: “reunión de avance en la sala grande a las
2 pm”...
Después
la vida me fue golpeando un poco. Entendí que a menudo la gente es una mierda. Empecé a mirar
lo que antes no miraba, comencé a prestar atención: a ver cómo Pablito se
hacía sistemáticamente el boludo para comer de más; al que no garpaba.....al que
pedía una y comía dos......el que nunca juntaba......el rata......el sucio que
dejaba todo tirado y jamás lavaba un plato ni limpiaba la mesa.. a las minitas
que pedían las variedades más exóticas para complicar, para darse corte: “¡Ay,
¿vas a pedir?.. yo quiero berberechos meditárraneos con algas verdes al vapor y
huevos de bacalao depilado al carbón”… ¡hacé el pedido vos, hija de puta! Y
uno, que ya tiene experiencia, termina tirando “dos de carne”.. como para
compensar. Siempre es uno el que afloja.
Yo
organizaba, pero no organizo más. La vida te va desgastando, te das cuenta que
tenés ganas de comer empanadas pero ya no pedís....mirás a los costados pero
agachás la cabeza....y ya no pedís.......y lo peor es que la gente se olvida,
enseguida se olvidan y ya nadie dice “che, ¿qué pasa con Rodri que no pide más
empanadas ni llama al delivery?”. Porque la gente se malacostumbra, y en lugar de notar nuestro esfuerzo lo tiende a considerar un derecho adquirido.
Porque
la gente no tiene memoria, cada uno se mete en lo suyo y es indiferente....¿y
si necesitaba ayuda? ¿Y si Rodri quería organizar para sentirse importante o
querido?
Nadie
se te acerca, nadie te da una mano, todos se hacen los giles para pagar y luego
agarran una de más…
Uno
se vuelve otro, se queda en el molde. Si los demás tienen hambre y quieren
delivery que hagan el esfuerzo y pidan, que se hagan mala sangre, que la
peleen.. yo ya no organizo más.
Cuando
me consultan por gustos, pido siempre lo mismo, 2 de carne........porque sé que
hay gente que pide con hambre, con ojo grueso y después no come, ¡¡la vida me
enseñó!! Entonces gasto poco y me quedo hasta el final.....para comer
gratis..... ya no junto la guita, si me la vienen a pedir se las doy....si no,
me hago el otario y que saquen cuentas hasta que adviertan que me faltaba pagar
a mí: siempre hay un buenudo -como solía ser yo- que pone extra para evitar el
quilombo y que la gente la pase mal....entonces garpa él y quizá, con suerte,
termino zafando...
Ahora
dejo todo tirado.....como, chupo y apenas me limpio la barba si quedan restos…
ya no coqueteo (porque me di cuenta de que los resoplidos de la recepcionista
eran una señal clara de que apenas soporta mi presencia)… y salgo de la cocina
siempre penúltimo, para no apagar la luz y para no juntar. ¡Que junten los
otros, los jóvenes, los "pilas"!
Ya
no soy feliz, y a veces pienso que cada experiencia acumulada que adquiero la
termino aplicando para hacer el mal Me doy cuenta que la rueda de la vida da
vueltas y vueltas y más vueltas, y que uno se transforma en ese ser detestable que
otrora odiaba. ¡Es así viejo! Uno cae en esa inercia y empieza a pensar como si fuera
otro. Uno sabe en su interior lo que es bueno, pero elige la fácil, la
perjudicial para el prójimo. Tal vez uno, interiormente, sigue siendo el mismo
-o no, vaya uno a saber: el río del tiempo, el eterno dilema
Parménides/Heráclito de la permanencia en el cambio. Lo concreto es que ahora,
antes de tomar una decisión, la pienso mil veces. La medito aplicando toda esa
sarta de mecanismos de pensamiento que aprendí a puro cachetazo, y ya no
reacciono con el corazón, ya dejé de ser espontáneo: reacciono con la cabeza, y
me quedo pensando: “¿a dónde quedaron los buenos sentimientos?”, ¿quién fui,
quién soy? ¿Cómo es que llegué a ser tan cínico y oportunista?”
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