Los grandes artistas suelen aspirar
a la trascendencia, padeciendo ese “duro deseo de durar” -le dur désir de durer, al decir de Paul Éluard- , que los impulsa a
darlo todo en su afán por legarle al mundo obras de arte perdurables.
Mi vieja, una de las personas que
más quiero en el mundo, se ha pasado la vida regalando un amor infinito a su esposo,
sus hijos, sus nietos, sus amigos… Ni se me cruza por la mente pensar que su
vida, cuando ya no la tenga, habrá sido en vano por no haber dejado obra.
Bah, hace un tiempo se le dio por aprender pintura, pero cada cuadro que me fue mostrando era más fiero que el anterior.
La filósofa alemana Hanna Arendt,
cuyos estudios antropológicos analizaron las categorías de “trabajo” (work) y “obra” (labor), decía que en la cima de toda actividad humana están los actos.
Una vida sin actos, y no una vida sin obras, no podría ser considerada humana,
ya que no sería vivida entre seres humanos.
Tenía ganas de escribir este
posteo, que es una vindicación de mi vieja (?), para matizar lo que puse hace
un tiempo en referencia a la importancia de los clásicos.
Cuenta Todorov que Thomas
Jefferson, futuro presidente de los Estados Unidos, se había hecho construir
una hermosa mansión en Virginia. Parece ser que el diseño, a cargo del propio
Jefferson, permitía evitar toda clase de contacto entre el orden material y el
espiritual:
“Sirvientes
y cocineros, mujeres y niños no coincidían nunca con los hombres que visitaban
al propietario; éstos podían así conversar cómodamente de política, arte o
filosofía sin sufrir interrupciones. Incluso la comida les llegaba a la mesa
mediante un ingenioso sistema de bandejas giratorias, de modo que los
sirvientes no compareciesen nunca ante ellos… Por mi parte, y quizá porque mi
educación inicial tuvo lugar en un país desesperadamente plebeyo –aquí Todorov
alude a su Bulgaria natal-, yo opto por
un ideal de continuidad armoniosa entre lo material y lo espiritual antes que
por ese ideal aristocrático que separa lo elevado de lo vulgar”.
Hay filósofos o pensadores que
deducen la esencia del arte a partir de unas cuantas obras, condenando al resto
a la mediocridad. De esta manera, la poesía, la música, la pintura o el cine
canonizados son las que sirven de base a las demás artes. Esta concepción
minusvalora el arte indumentario o paisajístico, el caligráfico, la cerámica,
la ceremonia del té o el arreglo floral.
“Más
lo bello desborda las convenciones: esa tradición romántica y maniquea, que
exige que santifiquemos el arte y despreciemos lo cotidiano, es más pobre, en
este aspecto, que la tradición del extremo oriente, que descubre belleza en los
más humildes gestos, en el modo de envolver un paquete, en el amoblamiento de
una estancia, en el arreglo de un jardín o un ramillete”.
Está claro que lo cotidiano puede
ser aburrido e incluso atroz. Sin embargo, el elogio de lo cotidiano al que me
refiero se relaciona con aceptar la vida en toda su riqueza. Como bien sugiere
Todorov:
“(…)
el maniqueo privilegia lo espiritual en detrimento de lo material, e incita a
valorar al Hombre más que a los hombres, prefiere abstracciones antes que las
relaciones particulares entre individuos. El ejemplo quizá más evidente de este
tipo de opciones maniqueas, porque en verdad hay muchos, es el rechazo a criar
niños, o a otorgarle a esta actividad alguna clase de valor. Quien dice ‘criar
niños’ dice, en efecto, al tiempo: no olvidar nunca lo material (la
alimentación, la temperatura, la higiene), ni el individuo singular que se
tiene ante sí (es inútil soltarle un discurso abstracto sobre la infancia).
Lo
contrario del maniqueísmo no consiste en elogiar el cuerpo en detrimento del
intelecto, ni en elogiar el intercambio social concreto contra la abstracción,
sino en rechazar su aislamiento, y la exclusión de los unos en beneficio de los
otros. No es decir por un lado los aristócratas (del pensamiento), y por el
otro los esclavos (de la carne), sino anhelar para todos la posibilidad de una
vida mental alimentada por el contacto con la materia y la interacción con los
demás”.
En fin, hoy tenía ganas de escribir
esto, porque pensaba que tanta sobredosis
de George Steiner no me puede hacer olvidar la actividad esencial de personas
que no serán Ludwig van Beethoven o Friedrich Nietzsche, pero son como mi
vieja, y eso para mí es decir muchísimo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario