Apenas comenzado su Nietzsche, la genealogía, la historia,
Foucault sugiere que “la genealogía es
gris; es meticulosa y pacientemente documentalista. Trabaja sobre sendas
embrolladas, garabateadas, muchas veces reescritas”. A decir verdad, uno no
sabe bien si mientras escribía este tipo de textos, el calvo Michel había
fumado una flor o tomado Nesquick vencido. En un posteo anterior, que pueden leer acá, ya habíamos escrito sobre cierta tendencia a mandar fruta por parte de
muchos lectores acríticos del autor de Vigilar
y castigar.
Si leemos la Genealogía de la moral, nos será difícil percibir dónde carajo está
lo “meticuloso”: el autor alemán no suele dar nombres, ni fechas, y muestra muy
poco interés por el detalle; más bien el estilo está lleno de sugerencias
inspiradas o especulativas. Desprovista de pruebas empíricas y de aparato
erudito, también nos parece difícil ver qué tiene de “pacientemente
documentalista”.
En cuanto a lo de “gris”, diríamos
que lo predominante en Nietzsche consiste en reducir el colorido pasado moral
de la humanidad a dos morales en competencia, con lo cual si tenemos ganas de
construir metáforas, podríamos decir que sería más acertado sugerir que es “blanca”
y “negra” en constante pelea, porque de gris tiene poco y nada.
Francamente me resulta medio
extravagante pretender que la “genealogía”, tal y como la concibe Nietzsche,
sea una suerte de nuevo método de investigación social que contiene
innovaciones conceptuales originales. La genealogía nietzscheana no dista mucho
de los objetivos de cualquier historiador convencional que, al investigar, debe recurrir a fuentes históricas para determinar el origen o las causas de
determinadas creencias o prácticas.
El mismo Foucault admitió alguna
vez, al menos hasta donde leí, lo siguiente: “el único tributo válido a un
pensamiento como el de Nietzsche es precisamente utilizarlo, deformarlo,
hacerlo gemir y protestar. Y si los comentadores dicen después que estoy siendo
fiel o infiel a Nietzsche, eso no tiene ningún interés en absoluto”.
Al respecto me gustaría recordar
que el amor por la palabra en los grandes filólogos, no es otra cosa que amor
por la verdad. En un fragmento de Aurora,
Nietzsche expresaba su deseo de que sus textos fueran leídos en clave filológica,
con disciplina y esfuerzos suficientes como para desesperar a lectores
apresurados o, como en el caso de Foucault, muchas veces medio chamuyeros.
En lo personal me resulta más
interesante la visión de Mazzino Montinari, uno de los responsables junto a
Giorgio Colli de la edición crítica en alemán de la obra completa de Nietzsche,
para quien “la labor histórica privada de
comprensión filosófica es ciega”, en tanto que “el pensamiento filosófico sin contenido histórico es vacío”. Es
perfectamente válido pensar a partir de Nietzsche, lo que me parece mal es
hacerle decir a Nietzsche, retorciéndolo o haciendo “chirriar” sus textos, lo
que tenemos ganas de decir nosotros.
Como dice Peter Berkowitz: “Foucault sigue el ejemplo de Nietzsche al
tratar de investir a la genealogía de un aura de legitimación erudita y
científica que no merece. Pero al leer el mito de Nietzsche tanto literal como
selectivamente, Foucault acrecienta la dificultad de entender la creación de
mitos de Nietzsche”.
En algún otro momento, si tengo
tiempo y viento a favor, me gustaría profundizar con mayor rigurosidad en la lectura que Foucault hace de la obra de Nietzsche.
En este posteo, a partir de un título provocativo, mi intención no era tomar
la parte por el todo e impugnar toda interpretación foucaultiana hacia el amigo Federico, sino llamar la atención sobre algunas lecturas seductoras
que, cuando las miramos de cerca, están atadas con alambre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario