En su iluminador libro Mitomanías
Argentinas, el antropólogo Alejandro Grimson aborda los “mitos decadentistas”,
y sugiere que algunos argentinos tenemos cierta tendencia a pasar de la soberbia de
creernos los mejores del mundo a la autodenigración de sentir que somos la peor
escoria que habita el planeta Tierra.
Esta suerte de ombliguismo cultural
hace que, al movernos de un extremo a otro, logremos “ahuyentar cualquier reflexión
compleja sobre nuestra propia situación” y nos hundamos en las arenas movedizas
de la mitología.
Hace un tiempo Luis Novaresio entrevistó al gran basquebolista argentino Luis Scola, quien a lo largo de sus
cuarenta años de vida vivió más tiempo afuera del país que adentro, dado que
jugó en clubes de España, Canadá, Estados Unidos, China e Italia:
Luis Novaresio: “Los argentinos
tenemos la fantasía de saber qué dicen de nosotros en el exterior, y yo suelo
decir ‘no demasiado’. ¿Coincidís?”
Luis Scola: “No dicen mucho de
nosotros. No les importa mucho. De la misma manera que, ¿qué decimos nosotros
de Nigeria, Croacia, Turquía? Nada”.
El gran capitán agrega que a él
le gusta hablar bien de nuestro país a los extranjeros, y reflexiona acerca de
dos tendencias que suelen darse entre los argentinos que por diversos motivos tuvieron
que emigrar: “hay una cultura del que se fue (...) hay de todo”, está la visión
“tremendamente negativa” del que se fue y dice “no vuelvo nunca más, y qué
tontos los que se quedaron y menos mal que yo me fui” y hay otra que se fue y extraña
“el asado y los amigos y te cuenta todo el tiempo cosas positivas del país”.
Sea como fuere, la cuestión es
que los mitos decadentistas postulan que la Argentina fue alguna vez un país
fantástico hace algunos años pero que ahora -según cierta visión 'gorila' esto sería
culpa del peronismo- hemos ingresado en una decadencia irremediable:
“Ser terceros de treinta, décimos
de cincuenta o trigésimos de doscientos es una verdadera catástrofe. Hemos
hecho todo mal. Bueno, en realidad, la primera persona del plural es aquí
demasiado generosa. Un pequeño grupo de militares y corporaciones ha destruido
el país, rasgo que después se transfiere a los directores técnicos de la selección
o a un jugador de fútbol o tenis, al rendimiento escolar de nuestros
estudiantes o a cualquier objeto que se tome en consideración”.
Es la contracara de los mitos
patrioteros, igualmente obtusos y simplistas.
El amigo Grimson recordaba un
monólogo de Dady Brieva acerca de la historia de un argentino que le escribe
cartas a su amigo desde Canadá, país a donde había emigrado:
“Feliz de haber dejado de una vez
por todas este ‘país de porquería’, aguardaba la llegada de la nieve,
contemplando a través de su ventana bellos bosques donde adivinaba o inventaba
simpáticos bambis. Celebró como una confirmación de estar en otro planeta la
llegada de la nieve, como si no nevara de hecho en la mitad del territorio
argentino. A medida que pasaban las semanas, la rutina de levantar la nieva con
pala y descongelar su automóvil se tornaba insoportable; las últimas carta
referían a la nostalgia del calor húmedo y pesado de la siesta santafecina”.
Uno de los mitos decadentistas
más arraigados es el que sugiere que la Argentina estaba predestinada a ser
Canadá o Australia: agua, tierra fértil, montañas, bosques, petróleo, teníamos
todo para ser los mejores, pero algo se frustró:
Para algunos no fuimos Canadá “por
la corrupción, por la clase dirigente o por el imperialismo. No falta quien lo
vea al revés: si hubieran triunfado los ingleses, seríamos Canadá. ¡Qué error
fue haberles arrojado aceite a aquellos muchachos que hablaban la lengua de
Shakespeare!
Si se realiza una comparación
histórica con Canadá, podrá verse que los gobiernos de ambos países tomaron
decisiones opuestas hace poco más de un siglo en relación con tres temas
importantes: los ferrocarriles (para integrar el vasto territorio del país o
para integrar el país al mundo), la distribución de la tierra y la elección de
una política proteccionista o librecambista. Canadá tenía, al igual que la
Argentina, un territorio inmenso con escasa población. Pero la Argentina tenía
dos ventajas: su clima era más favorable y las zonas productivas estaban más
cerca de los puertos.
Sin embargo, Canadá tomó tres decisiones cruciales:
construyó el ferrocarril de este a oeste, priorizando la integración interna
antes que la integración con los Estados Unidos; impuso una política de
protección para su industria y entregó parcelas a quienes estuvieran dispuestos
a trabajarlas y a volverse ciudadanos canadienses. La Argentina, en cambio, como
detalla José Nun en la introducción a Debates de Mayo. Nación, cultura y
política, priorizó, en el marco del modelo agroexportador, la construcción de ferrocarriles que permitieran llevar la producción
hacia el puerto, no protegió su industria y mantuvo una alta concentración de
la propiedad de la tierra. Estas diferencias nada tienen que ver con el ADN ni
con nuestra raza. Son diferencias de formas de construcción política en un momento
crucial de la historia".
Desde una perspectiva de desarrollo económico, me parece interesante leer el siguiente artículo de Claudio Scaletta:
El "Plan Australia": un
modelo que nunca fue
"Hay quienes creen que los
problemas del desarrollo consisten en replicar experiencias nacionales
exitosas. Un caso extremo fue el que el actual gobierno mostró como presunto
modelo a seguir: el "Plan Australia". Fiel a su estilo, el plan, que
debe haber costado unos cuantos dólares en viajes y consultorías, quedó en los
anuncios.
La idea parecía simple. Se trata
de un país riquísimo en recursos naturales que decidió abortar sus intentos de
industrialización para reconcentrarse en la producción de base primaria y en
servicios. Al igual que la última dictadura militar y el menemismo, Cambiemos
creía que Argentina debía seguir un camino similar, abandonar su industria
"subsidiada e ineficiente" para concentrarse en ser el "supermercado
del mundo".
Se trataba de explotar recursos
naturales. Volver al país presuntamente exitoso de las carnes y las mieses.
Había alguna lógica en la propuesta. En su etapa de auge el modelo
agroexportador era tan rico en recursos naturales como lo es hoy Australia. La
población era escasa y la frontera agrícola estaba en expansión. Pero existía
también un tercer factor escasamente reconocido: se promovió un crecimiento
conducido por la demanda por la vía de la construcción de un Estado.
Sin embargo, el modelo
agroexportador llevaba en sí la semilla de su propia destrucción. Primero la
construcción del Estado perdió dinámica, luego la expansión de la frontera
agrícola no podía seguir creciendo a la misma velocidad que el aumento de la
población. Finalmente, la concentración de la propiedad de la tierra, otra
diferencia con "Canadá y Australia", desalentó el poblamiento del
interior y la democratización de la vida rural.
El flujo de inmigrantes comenzó a
abarrotarse en las ciudades, donde crecían las industrias vinculadas al
mantenimiento del transporte, los talleres ferroviarios y alguna agregación de
valor a los alimentos. Los servicios financieros y la logística de
comercialización dieron origen a los trabajadores de cuello blanco.
En el escenario presente, donde
los recursos naturales siguen siendo una ventaja comparativa, pero
insuficiente, los replicadores de ejemplos nacionales afirman que deben sumarse
también las experiencias de países con factores más convergentes con la
realidad argentina. Por ejemplo, algunas experiencias de Corea del Sur, o el
fondo de reserva noruego o las prácticas de otros países nórdicos.
Si bien las experiencias
nacionales siempre son una referencia, la metodología de la réplica enfrenta
algunas limitaciones también abordadas en la literatura. La más evidente es que
los procesos de cierre de brecha en países de desarrollo tardío suponen siempre
aprendizajes que son fuertemente tácitos. El know how no se compra, sólo se
puede copiar parcialmente, pero sobre todo necesita ser adaptado y aprendido
por los actores de cada país.
No al pleno empleo.
Pero tampoco es esta la principal
limitación. El desarrollo de las estructuras productivas es impulsado por las
estructuras sociales. Es decir, la principal restricción al desarrollo puede
encontrarse en las sociedades mismas. Poniendo la lupa sobre el caso argentino
y el actual desastre económico, el verdadero tiro en el pie que se
autoinfligieron algunos actores sociales, desde las clases medias a los
jubilados, desde las pymes al conjunto de las grandes empresas que no
pertenecen ni al sector financiero, ni al agro, ni a las energéticas, debería
llevar a preguntarse muy seriamente por qué a los ciclos de despegue,
conseguidos durante gobiernos populares, le siguen recaídas neoliberales que
los abortan.
En su reciente exposición de
rechazo al Presupuesto 2019 en el Senado, la ex presidenta Cristina Kirchner
recurrió a la luminosa explicación brindada por el economista polaco Michal
Kalecki en su breve texto de 1943 "Aspectos políticos del pleno
empleo". Kalecki afirmaba que los empresarios no desean que el pleno
empleo se mantenga en el tiempo porque ello empodera a los trabajadores,
deteriora la disciplina al interior de los espacios de trabajo, aumenta las
demandas salariales y extrasalariales y, por todo eso, genera problemas de
sustentabilidad política para el poder del capital. Contra lo que se proclama
en los discursos, el desempleo no es un producto indeseado, sino una necesidad
estructural del capitalismo. Llegado a un cierto punto de expansión económica
vía el impulso a la demanda, la clase capitalista puede considerar razonable
inducir una recesión disciplinadora o "ajuste kaleckiano". Incluso si
en el camino pierde dinero en el corto plazo, ya que ello es preferible a perder
poder en el largo.
El orden imperial.
Es una explicación que pertenece
al ámbito de la lucha de clases. A diferencia del nacionalismo metodológico
incorpora la realidad del poder. Sin embargo, visto desde la Argentina del
siglo XXI le falta una pata, la del imperialismo. Los procesos productivos, vía
las firmas multinacionales, tienen escala global. Como al interior de estos
procesos existen jerarquías -matrices y subsidiarias-, jerarquías que a la vez
son respaldadas por el poder militar, resulta más adecuado hablar de
imperialismo que de globalización.
En este orden imperial las clases
dominantes locales funcionan como auxiliares de las hegemónicas de los países
centrales. Las necesidades de este orden son la libre circulación de capitales
y de mercancías y que ninguna región del globo se aparte del lugar que le fue
asignado en la producción global. En el caso argentino, este lugar es el de la
provisión de commodities y absorber productos industriales. La ruptura de este
orden es una tarea titánica. Los países que lo logran durante algún tiempo son
sometidos a fortísimas presiones, externas e internas".
Eso es todo por hoy. ¡Sean felices!
Rodrigo