jueves, 5 de enero de 2017

EL NIETZSCHE DE GEORG BRANDES. UN ENSAYO SOBRE EL RADICALISMO ARISTOCRÁTICO

Para criticar a un autor valioso, primero hay que dejarse fascinar por su  obra y tratar de seguirlo en su discurrir. Esta actitud de dejarse arrastrar se parece, de algún modo, a lo que sugería Samuel Taylor Coleridge en referencia a la fe poética, que implica una “voluntaria suspensión de la incredulidad” –willing suspension of desbelief- que nos  permite sumergirnos en el mundo ficcional que el creador de la obra nos propone. Más allá de que Coleridge se refería a textos de “ficción” y no a composiciones filosóficas o científicas creo que, especialmente en el caso de Nietzsche, la sugerencia del autor de Kubla Khan nos puede ser de utilidad.


En una de sus tantas “clases a la gorra”, Diego Singer plantea que, al empezar la lectura de una obra clásica de filosofía, hay que tener en cuenta tres cuestiones: 

1) Antes de leer textos complejos, como los de Nietzsche, hay que predisponerse a re-leerlos, incluso más de tres  o cuatro veces. Debemos “rumiar” los textos, pasarlos  de un estómago a otro para sacarles el jugo, los nutrientes, como hacen los herbívoros con el alimento;

2) Hay que ser muy generoso con el autor que uno lee, y seguirlo en el movimiento que propone. No hay que plantarse frente al autor con una postura soberbia de “estoy en desacuerdo” o de “¿qué está diciendo este loco o este excéntrico?”. Diego pone el ejemplo del tango, donde para bailar hay que entregarse y seguir los movimientos de la pareja;


3) Hay que sacarse de encima la pretensión de “entender todo”. El “no entiendo” es, a menudo, una forma de cobardía, de pereza mental. La cuestión no es comprenderlo todo, sino que el texto nos produzca algún trastorno, nos diga algo. Por lo demás, la comprensión absoluta no es posible, si el texto vale la pena, ni siquiera para quien lo escribe.

Ahora bien, en un momento posterior, me parece necesario dialogar críticamente con el autor, sin hacerle decir lo que nosotros queremos que diga en lugar nuestro. En este sentido, es tan ridículo hacer de Nietzsche un nazi avant la lettre, como reducirlo a una suerte de “proto-anarquista”, o a un “liberal” o un “izquierdista”.

En 1890, el crítico danés George Brandes publicó, en la revista Deutsche  Rundschau, un artículo titulado “Aristokratischer Radikalismus. Eine Abhandlung  über Friedrich Nietzsche” (Radicalismo aristocrático. Una disertación sobre Friedrich Nietzsche), donde el pensamiento nietzscheano es presentado como fruto de una profunda inspiración tanto ética como política.

Ambos autores llegaron a intercambiarse varias cartas, desde el 26 de noviembre de 1887 hasta principios de 1889, cuando ya Nietzsche había empezado a perderse  en las tinieblas de la enajenación mental.

En una de las cartas, Nietzsche le confesó: “La expresión ‘radicalismo aristocrático’, que usted me dirige, me agrada. Permítame decirle que es lo más fuerte que de mí se ha dicho”.


Para quienes no lo conocen, Georg Brandes nació en Copenhague, capital de Dinamarca, el 4 de febrero de 1842. Era  de origen hebreo, y su filosofía racionalista fue influenciada por autores como Stuart Mill, Kierkegaard, Renan y Taine, entre otros.


Según Nicolás González Varela -la foto de sus libros se la afané sin permiso, pero sé que me va a perdonar- en su Nietzsche  contra la democracia, las lecturas marginalmente políticas que se han realizado del autor de El origen de la tragedia, mayormente en la tradición anglosajona, “paradójicamente nos representan un Nietzsche hiperliberal, anarquista individualista, antiimperialista, que incluso puede ser una fuente valorable de recursos para el desarrollo de una teoría democrática posmoderna”.

Este tipo de interpretaciones, de acuerdo al amigo Nicolás, reducen la obra de Nietzsche a un “burdo mecanismo de anacronismos, extrapolaciones y arbitrariedades presentadas como necesarias. Lo accidental en Nietzsche, incluso lo anecdótico, se transforma en el núcleo central. La inexactitud filológica se revela como un 'approche' estético, reduciendo todo a la retórica, a un juego de metáforas (…)”.

Es cierto que el estilo  aforístico, fragmentario e incluso poético de Nietzsche facilita el hecho de que sus textos se presten especialmente a la manipulación hermenéutica. De ahí que el estudio pionero de Brandes me parezca digno de ser leído, porque se trata de la mirada de un contemporáneo.


Brandes comienza su  artículo diciendo que “en la literatura de la Alemania actual, Friedrich Nietzsche me parece el escritor más interesante. Aunque poco conocido, incluso en su patria, Nietzsche es un espíritu absolutamente de primer orden que merece por completo ser estudiado, discutido, combatido y asimilado”


Es curioso que lo llame “escritor” y no “filósofo”. Me interesa además que el danés hable de la necesidad de COMBATIR sus ideas. Sin embargo, lo que me parece más interesante del libro de Brandes radica en que no hace de Nietzsche un pensador que se desentiende de las cuestiones políticas, sino muy por el contrario. 

En la primera carta que le envía, antes de publicar su artículo, Brandes le escribe lo siguiente:

“Un espíritu nuevo y original me llega de sus creaciones. Aún no entiendo muy bien lo que he leído, no siempre alcanzo a distinguir su idea, pero mucho de lo suyo está en armonía con mi pensamiento y con mis simpatías, como el desprecio a los ideales ascéticos y el profundo asco a la mediocridad democrática, aquello a lo que yo hubiera llamado radicalismo aristocrático. Su desprecio a la moral de la piedad aún no lo comprendo muy bien. Hay en su  obra observaciones acerca de las mujeres con las que no concuerdo”.

El 2 de diciembre de 1887, Nietzsche le responde lo siguiente:

"Estimado señor:

Éste es mi anhelo: algunos lectores a quienes apreciar y nada más. Con el transcurso del tiempo tengo siempre menos esperanza de que mi deseo se realice, pero por eso tengo mucha suerte para los buenos lectores. Siempre los he tenido pocos y buenos. El viejo hegeliano Hugo Bauer y Richard Wagner han sido de los lectores que anhelo: ya no están entre los vivos, pero entre los colegas que viven aún, me leen personas como mi amigo Jacob Burckhardt, Hans von Bulow, Hippolyte Taine y el poeta suizo Keller, a quien debe usted conocer."


Como dijimos al principio del posteo, en esa carta Nietzsche le confiesa a Brandes que se sintió representado por la expresión “radicalismo aristocrático” que se le atribuye.

El 15 de diciembre de 1887, Brandes le responde  desde Copenhague, diciéndole, entre otras cosas:

“He empleado sobre su doctrina la expresión de ‘radicalismo aristocrático’ porque estas palabras reflejan claramente mis propias convicciones políticas. Me choca un poco la agudeza y la pasión de sus filípicas en contra de fenómenos como la propaganda socialista  y anarquista. Las ideas anarquistas de Kropotkin no son tonterías, como dice usted”.

Insisto nuevamente en que a Brandes no se le pasa por la cabeza tratar a Niezsche como a una personalidad “apolítica”. Desde joven, el autor de Así hablaba Zaratustra se interesó por la política y la historia, como atestiguan sus lecturas de Maquiavelo, Bakunin, Louis Blanc, Tocqueville, Michelet, Ranke y tantos otros. 


Como bien destaca el amigo Nicolás, “desde sus primeros escritos sobre Napoleóon III, hasta sus pertinentes e informadas menciones en cartas y manuscritos sobre los hechos político-sociales más importantes de los años transcurridos entre 1860 y 1880, como por ejemplo la reforma del ejército prusiano en los inicios de los 1860’s, la crisis de Schleswig-Holstein y la guerra de Prusia contra Dinamarca (1863/64), la guerra imperialista entre Austria y Prusia (1866), la introducción del sufragio universal masculino en Prusia (1867/1871), las primeras coaliciones y asociaciones obreras (1867-1868), las elecciones y luchas parlamentarias (1867-1880), sobre el partido más importante del II Reich contra la Iglesia Católica Romana (circa 1871/1879), las leyes de Bismarck prohibiendo el partido socialdemócrata, el SPD (1878), las reformas sociales populistas de Bismarck”, etc.; hacen que de lo que menos se pueda hablar es de un tipo que no le daba bolilla a la política del día a día en su tiempo.

En lo personal me parece interesante contraponer la figura de Nietzsche a la de Tolstói, sobre todo porque ambos son auténticos MAESTROS, aunque seguramente yo no sea un discípulo digno.

En un artículo necrológico que cierra la edición del libro, escrito en 1900, Brandes afirma:

“En los últimos años Nietzsche y Tolstói fueron dos polos opuestos de la vida. La moral de Nietzsche es aristocrática, la de Tolstói popular; individualista la del primero y evangélica la del segundo. Nietzsche quiere la superioridad del individuo y Tolstói proclama la necesidad del sacrificio de la vida colectiva”.

Es evidente que se trata de temperamentos MUY diferentes. No es casualidad que el autor de Ana Karenina haya dicho que Nietzsche era un ser “medio demente, de una seguridad en sí mismo rayana en la locura, inconsistente, limitado pero diestro en el lenguaje”, y además que lo leyó con placer pero “con asco”

Recordemos que tanto Nietzsche como Tolstói son lectores de la obra de Schopenhauer.  No importa demasiado que yo les aclare que estoy mucho más próximo a Tolstói que a Nietzsche. Al Fede lo admiro, a Tolstói lo admiro pero además lo quiero y, en muchos aspectos, me parece un modelo a seguir.

Brandes destaca como característico de la obra de Nietzsche su hipótesis respecto de la cual un pueblo está en estado de civilización cuando los hombres de la sociedad trabajan constantemente para la producción de grandes personalidades. ¿Y cuándo están alejados de la civilización? Muy sencillo: cuando las masas dificultan o impiden la producción del genio.

Brandes cita a Nietzsche cuando afirma que "la humanidad trabajará incesantemente para producir grandes individuos: esto y nada más deberá ser su tarea". Y luego agrega:

"Ciertos autores, almas aristocráticas contemporáneas, han llegado a la misma verdad. Así, Ernest Renan se expresa de un modo casi idéntico: ‘En definitiva, el fin de la humanidad es producir grandes hombres. Nada hay sin los grandes hombres. De los grandes hombres es de donde nos vendrá la salud’. Y por las cartas de Flaubert a Georg Sand se advierte hasta qué punto el autor de Madame Bovary estaba convencido del mismo pensamiento, pues llega a decir lo siguiente: ‘La única cosa razonable es un gobierno de mandarines, con la condición de que éstos sepan alguna cosa o, más bien, de que sepan muchas cosas’”.

Les comento algunos fragmentos del artículo de Brandes, por si no consiguen el libro. Si quieren leer la versión inglesa, pueden hacer click acá.

Antes que nada hay que tener en cuenta que, siendo un estudio pionero, el autor ni leyó la obra completa de Nietzsche, ni mucho menos se empapó de las interpretaciones de otros estudiosos. Ese es el motivo por el cual, al comienzo de su artículo, Brandes aborda cuestiones que hoy ya son ultra-sabidas, como la afición inicial de Nietzsche por la obra de Schopenhauer, su amor por la música de Richard Wagner o su admiración por Jacob Burckhardt.

Recordemos que, en la primera de las Consideraciones Intempestivas, que lleva por título "David Strauss, el confesor y el escritor", Nietzsche alude a la victoria militar de Prusia sobre Francia, en 1870, y critica el hecho de que haya sido interpretada y presentada por varios intelectuales y periodistas de aquel entonces como una victoria de la cultura alemana sobre la francesa. Nietzsche percibe que la cultura alemana está presidida por el racionalismo económico, por la idolatría positivista de “los hechos”, por la discursividad científica y por la “opinión pública”. 

Según Brandes, Nietzsche considera que las palabras “civilización” y “civilización homogénea” son sinónimas, dado que la idea de civilización se manifiesta bajo la forma de unidad de estilo a través de todas las manifestaciones de la vida de una nación. Sin embargo, el crítico danés se despega de interpretaciones que varios años después harán algunos partidarios del nazismo:

“Pero civilización homogénea no es, naturalmente, sinónimo de civilización autóctona. La vieja Islandia, por ejemplo, poseía una civilización homogénea, aunque su alto desarrollo fue debido a las relaciones muy vivas existentes entre esa isla y Europa; una civilización homogénea distinguía a la Italia del Renacimiento, a la Inglaterra del siglo XVI y a la Francia de los siglos XVII  XVIII; y esto, gracias a que Italia construyó su civilización con impresiones griegas, romanas y españolas; Francia la suya con elementos antiguos celtas, españoles e italianos; y a que el pueblo inglés fue, en un grado mayor que los otros pueblos, el resultado de la mezcla de razas”.

Brandes destaca luego que, para Nietzsche, el tiempo de las civilizaciones nacionales ya pasó, y que “no está lejos el momento en que no se hablará ya más que de una civilización americanaeuropea, sola y única”.

Y más adelante, Brandes nos dice:

“A los ojos de Nietzsche, la desgracia capital para un país no es, por lo tanto, no poseer todavía una civilización verdadera, única y sistematizada, sino creerse civilizado cuando no lo está”. Por eso es que, en 1878, Nietzsche introduce el término Bildungsphilister (filisteo culto), que es aquél que se autoengaña creyéndose un hombre culto cuando es justamente lo contrario.


Como es de sobra conocido, Nietzsche siempre manifestó un desprecio absoluto, tanto por el periodismo como por la llamada “opinión pública”. Cuanto más dotado está un individuo de personalidad propia, es tanto más impermeable a seguir las opiniones del rebaño.

Ahí aparece la figura de Schopenhauer como maestro, como el pensador solitario que escribe verdades que sus contemporáneos no están dispuestos a escuchar. Al respecto, Brandes puntualiza lo siguiente:


“En nuestros días, las palabras ‘institución de cultura’ designan a una organización en virtud de la cual la gente cultivada avanza en filas cerradas, echando a  un lado a todos los oponentes solitarios cuyo esfuerzo tiende a fines superiores. Aun entre los hombres de ciencia, la facultad de comprender al genio en formación peca de ordinario, lo mismo que la comprensión del valor del genio contemporáneo en  plena actividad. Por esta razón, y a pesar de los progresos rápidos e innegables en todos los dominios técnicos y especiales de la ciencia, las condiciones para la existencia de los grandes hombres han mejorado poco; de hecho, se puede decir que el resentimiento con respecto a todo lo que es genial se ha recrudecido más que disminuido”.

En fin, tampoco pretendo resumirles todo el contenido de un artículo que pueden leer ustedes mismos. Solamente quiero agregar que, en el intercambio epistolar que mantuvieron, me pareció curioso el desacuerdo sobre la figura de Dostoievski:

18. De Nietzsche a Brandes
Turín, 20 de octubre de 1888

"(...) Me agrada Rusia, como a usted. Cada libro ruso, especialmente de Dostoievsky (¡en traducción francesa, por Dios, no alemana!), es mi mayor consuelo y un verdadero manantial de tranquilidad."

19. De Brandes a Nietzsche
Copenhague, 16 de noviembre de 1888

"(...)  (Dostoievsky) Es un gran poeta, pero un ser repugnante, cristianamente emocional y sádico al mismo tiempo. Toda su moral es la que usted llama moral de esclavos".

20. De Nietzsche a Brandes
Turín, Carlo Camino Alberto, 20 de noviembre de 1888.

"(...) Estoy conforme con lo que dice usted de Dostoievsky: siento por él mucho aprecio como uno de los psicólogos más grandes del mundo. Le estoy profundamente agradecido, por más antagónico que sea a mis instintos. Lo mismo siento hacia Pascal, a quien casi quiero, porque me enseñó mucho, mucho. ¡Es el único cristiano lógico!"

Vale decir, Nietzsche está dispuesto a admirar a personalidades incluso contrarias a sus propios instintos.


Para no extenderme más, déjenme decirles que para entender a otra persona, no basta con admitir la verdad trivial de que se trata de alguien diferente a mí: lo decisivo es comprender que no sólo yo soy un extranjero para el otro, sino que yo soy extranjero incluso para mí mismo, como él ha de serlo para sí. Como es natural, Nietzsche no pensó lo mismo en cada período de su vida; sin embargo, el desprecio por la democracia fue una constante a lo largo de toda su vida. El socialismo siempre le pareció cosa del rebaño, de la plebe, de pobres gentes que quieren calentarse mutuamente. No es casual que, en una de sus cartas, Brandes le recomiende la lectura de Kierkegaard, otro autor que desprecia a las masas y ensalza al individuo, aunque desde una postura que, aún siendo heterodoxa, jamás dejó de ser cristiana.

En síntesis, adhiero al lugar común que sostiene que uno debe leer a Nietzsche contra Nietzsche, a Nietzsche contra Marx, a Marx contra Nietzsche y así siguiendo. Lo que no me parece una actitud piola es comprar una visión edulcorada de los autores que leemos, o seleccionar citas meramente para acomodar una obra compleja para que encaje con nuestros propios prejuicios. Me parece que hay que tratar de tener el coraje de animarse a mirar el abismo con los ojos bien abiertos.

¡Sean felices!

Rodrigo

2 comentarios:

  1. Terminé de leer el post y se ve que no me dejé armonizar con la fluidez de los hermosos cantos del autor, belleza incólume y reluctante negada por la infamia de la contemplación acelerada, vicio de la admiración en grado de necesidad primordial que vibra en cada una de las sinapsis de mi estructura ósea. O sea, no entendí un carajo, pero por ad hominen está buenísimo.
    Y que esto sirva para enajenarnos de la maldita ciudadanía planetaria.

    Saludos Rodri!

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