domingo, 31 de julio de 2016

NIETZSCHE, PLATÓN, KANT Y LA RAZÓN OCCIDENTAL (¡¡A LA MIÉRCOLES!!)

Antes de continuar con la segunda parte de la introducción a El origen de la tragedia, cuya primera parte posteamos acá, me parece útil resumir algunas cuestiones, valiéndome para eso de la muy buena introducción y selección de textos de Nietzsche a cargo de la profesora de filosofía Virginia Cano para la editorial Galerna.

La cosmovisión occidental padece de lo que Nietzsche llamó, según nos recuerda Cano, “monótono-teísmo”. Esta enfermedad tiene como síntomas más comunes la aversión al cambio, al devenir, y por eso se apega de modo “enfermo” y “decadente” a valores absolutos, eternos, que se ocultan a sí mismos su propia historicidad y su voluntad de poder. 

Es importante destacar que la crítica de la cosmovisión occidental no se juega, según Nietzsche, en la dicotomía verdadero/falso sino en el terreno de la disputa por los modos de vida: más o menos útiles, más o menos vitales, más o menos enfermos… 

La filosofía no sólo pretende “librar su batalla más allá de lo verdadero y de lo falso, sino también, más allá del bien y del mal, es decir, más allá de esa voluntad de verdad irrestricta que ha pensado e instituido una diferencia ‘clara y distinta’ entre ‘lo verdadero’ y ‘lo falso’, la luz y la oscuridad, la razón y el cuerpo… la vida y la muerte” (Virginia Cano). (Nota al margen: Cano lee a Nietzsche a la luz de Deleuze, Foucault, Vattimo. Lo digo para que lo tengan en cuenta).

Entre otras cosas, lo que Nietzsche le objeta al cristianismo es semejante a la acusación que le dirige a Platón, Kant, Descartes o a la biología de su época: el temor “a la esfera completa del devenir y la caducidad” que pretende, con su voluntad  de verdad, dar con un fundamento último o explicación definitiva en la que fundar su legitimidad y su poder. Para Nietzsche, las ideas platónicas de un “bien en sí” o de un “espíritu absoluto” organizan una visión dual del mundo, a la vez que fundan una moral absoluta, y por eso se ubican en el inicio de un largo error, frente al cual él defiende la idea de “perspectivismo”.


Hago un paréntesis para recordarles algunas cuestiones de El origen de la tragedia, para lo cual recurro a Rüdiger Safranski y su Nietzsche: biografía de su pensamiento:


“La tesis según la cual la tragedia procede de las fiestas dedicadas a Dionisos es todavía plausible dentro del marco de la contemporánea filología clásica. Pero la tesis de la segunda conferencia, insinuada ya al final de la primera con la referencia al ‘proceso de descomposición’ de la tragedia por su intelectualización, tenía que recibirse como una provocación entre los estudiosos de la filología clásica (…).


Así pues, la conferencia sobre Sócrates y la tragedia, tal como relata Nietzsche en la carta a Rohde de mediados de febrero de 1870, ‘produjo espanto y tergiversaciones’. ¿Qué era lo espantoso y expuesto a tergiversación en la conferencia?


Nietzsche critica la alta estima de la conciencia, considera fatal el despliegue de aquel pensamiento socrático según el cual ‘todo ha de  ser consciente para ser bueno’. Ante todo, con ello quedó destrozada la tragedia, y luego se limitó y se reprimió de manera general el inconsciente creador. Sócrates rompe el poder de la música y pone en su lugar la dialéctica. Sócrates constituye una fatalidad, pues con él comienza un racionalismo que ya nada quiere saber de la profundidad del ser. Sócrates es el comienzo de un saber sin sabiduría. Concretamente en la tragedia, el pathos del destino fue desplazado por el cálculo, las intrigas y las previsiones. La representación de poderes de la vida fue sustituida por la escenificación de intrigas pensadas con refinamiento. El mecanismo de causa y efecto suplanta el nexo de culpa y expiación. En el escenario ya no se canta, sino que se discute. (…) ‘Nos parece’, dice Nietzsche, ‘como si todas estas figura sucumbieran no por lo trágico, sino por una superfetación de lo lógico’”. 

(Cierro el paréntesis de Safranski y sigo con el Nietzsche de Virginia Cano):


Para Nietzsche, la moral, la religión, la metafísica, son al mismo tiempo remedios y enfermedades: remedios prescriptos para esas mismas enfermedades que ellas mismos crean.

Según Cano: “La invención del “mundo verdadero” por parte de Occidente (y de todas sus re-invenciones) ha sido el modo en que aquellos que temen y resisten la precariedad, el deterioro y la caducidad de toda vida y de todo devenir, se han podido mantener en vida. O más precisamente, ese ha sido el ‘phármakon’, veneno y remedio a la vez, herida y sutura a un tiempo, con el que el corpus ‘monótono-teísta’ ha podido cimentar su modo de vida enfermo y decadente. (…)

‘Monótono-teísmo’ es el nombre con el que N diagnostica a los ‘sapientísimos’ que sostienen ‘que lo que es no deviene, y que lo que deviene no es’. Esos sepultureros creen otorgar los máximos honores cuando deshistorizan y confunden lo último con lo primero. De hecho, estas dos características delinean el ‘éthos’ con el que los doctos han forjado sus grandes catedrales metafísicas e ‘ilusiones óptico-morales’ a los que han bautizado y legitimado como ‘la verdad’. La primera ‘peculiaridad’ o ‘idiosincracia’ –como la llama Nietzsche- refiere a la falta de sentido histórico. En el capítulo ‘La razón en la filosofía’, del ‘Crepúsculo de los ídolos’, N interpreta esta ausencia de sentido histórico como una ‘aversión al devenir’, que se traduce en la contraposición jerarquizante entre el ser y el devenir. Estos ‘sepultureros’ y ‘momias conceptuales’ creen que un valor, ideal o concepto se dignifica por su carácter eterno, es decir, ubicándose más allá del cambio, la transformación, la vejez y la muerte. Podríamos recordar nuevamente el sueño y la exigencia de Kant de encontrar ‘juicios sintéticos a priori’ que nos garanticen una ampliación del conocimiento objetivo, necesario y universal; o a Descartes y su intento de dar, finalmente, con una certeza que sea capaz de refundar de una vez y para siempre el edificio de nuestro conocimiento. (...)


Deshistorizando, y olvidando los procesos de formación de las verdades, esos ‘sepultureros’ han negado el carácter vital y finito de sus narraciones, saberes y perspectivas”.

Creo que con esto pinté un panorama mínimo. Les vuelvo a recomendar la colección “La revuelta filosófica” de editorial Galerna, porque tiene una selección de textos  de cada autor, y una buena introducción, a cargo de profesores de filosofía jóvenes, que tratan de ser didácticos sin por eso dejar de profundizar lo más posible. Hasta el momento editaron textos de Epicuro, Nietzsche, Eriúgena y Derrida:


¡Sean felices!

Rodrigo

viernes, 29 de julio de 2016

UNA INTRODUCCIÓN A “EL ORIGEN DE LA TRAGEDIA” DE FRIEDRICH NIETZSCHE (Primera parte)

Friedrich Nietzsche nació el 15 de octubre de 1844 en Röcken. Tanto su padre, Karl Ludwig, como su abuelo, fueron pastores protestantes, con lo cual vino al mundo en una atmósfera intensamente religiosa. 

Al comienzo, su gusto se inclinaba por la música clásica, representada por Mozart, Haydn, Schubert, Mendelssohn, Beethoven y Bach. Al mismo tiempo expresa su aversión por toda la música no clásica, especialmente lo que entonces se conocía como Zukunftmusik (“música del futuro”), término derivado del escrito de Wagner La obra de arte del futuro, cuyos máximos exponentes eran el propio Wagner y Franz Liszt. Como vemos, la conversión del filósofo a la música wagneriana se produjo algunos años después.


A su padre le gustaba improvisar al piano, al igual que a él. La temprana muerte del padre lo dejó solitario y serio, ¿y cómo no habría de serlo si perdió no sólo al padre sino también a un hermano menor, a una tía y a su abuela cuando tenía menos de ocho años?


Tiempo después, se rebeló a los deseos de su madre de convertirlo en párroco: dejó la facultad de teología y se dedicó a la filología clásica. Cuando en la primavera de 1865 vuelve a Naumburg para pasar las primeras vacaciones semestrales, su madre queda consternada porque Nietzsche se niega firmemente a participar de la celebración eucarística. Discuten y la madre rompe en llanto, teniendo que ser consolada por una tía que le dice que todos los grandes hombres  se han visto obligados a sufrir dudas y tentaciones. Nietzsche escribirá, por aquel entonces: “si quieres conseguir quietud de alma y dicha, cree; si quieres ser un discípulo de la verdad, investiga”.

Compuso la primera pieza musical que se conserva hoy a los once años: un Allegro para piano. Siempre le pareció que el arte por excelencia, el arte más cercano a la fuerza de la vida, a lo dionisíaco; el arte que no nace de la imagen sino directamente de la voluntad misma, era la música. Más de una vez escribió que “sin música, la vida sería un error”:


“Todo lo que (…) no se deja aprehender a través de relaciones musicales engendra en mí hastío y náusea. Al volver del concierto de Mannheim sentí en mayor medida el singular miedo nocturno ante la realidad del día, pues ésta ya no me parecía real, sino fantasmagórica”, le escribe a su amigo Erwin Rohde, a poco de venir de un concierto de música de Richard Wagner. 


Les recuerdo algo que parece trivial pero que tal vez no lo sea tanto: en ese entonces, para escuchar música había que ir a un concierto, o tocar uno mismo algún instrumento. Esto se nos pasa de largo porque nosotros convivimos todo el tiempo con toda clase de música, con sonidos de lo más variados -algunos muy molestos y otros muy disfrutables- , motivados por la reproductibilidad técnica.


Hay una anécdota muy interesante que alguna vez narró su amigo de juventud, Paul Deussen:


“Nietzsche había partido solo hacia Colonia un día de febrero de 1865, y allí se agenció un guía para que le mostrara cosas dignas de ver. Al final le rogó que lo llevara a un restaurante. Pero el acompañante lo llevó a un burdel. Nietzsche me contaba al día siguiente: ‘De pronto me vi rodeado por media docena de apariciones en lentejuelas y gasa, con su mirada expectante puesta en mí. Durante un tiempo me quedé sin palabras. Pero luego me dirigí instintivamente hacia un piano, que era el único ser  con alma en aquel grupo, y toqué algunos acordes, que mitigaron mi rigidez y salí a la calle’”.


Como bien nota Rüdiger Safranski, “la música triunfa sobre la lascivia”. Cuando en 1877 Nietzsche establece un ranking de cosas según su grado de placer, le destina el primer lugar a la improvisación musical, el segundo lugar a la música de Wagner, y dos escalones más abajo recién aparecen los placeres carnales.


En octubre de 1858, a sus catorce años, ingresa en la Escuela de Pforta, instituto célebre en la época por su enseñanza de la lengua y la literatura clásicas. Allí aprende muy bien el latín y el griego. En aquellos años escolares, Nietzsche creía que el mejor tipo de educación es aquel que no descuida ni la mente ni el cuerpo, por lo que “hay que educarse en todas las ciencias y artes y evitar que el estudio nos haga desarrollarnos solamente en algunos ámbitos del saber, pues de este modo nuestra educación siempre sería parcial y unilateral. Para alcanzar este objetivo, lo mejor es leer a todos los escritores, clásicos y modernos, tanto por su forma como por su contenido, y estudiar las diversas ciencias para que, iluminado por un único sol, el árbol de la verdad fructifique”. (Pforta, 1859)


Tenía un gran afán por adquirir conocimiento, y se interesó vivamente por todo tipo de artes y ciencias, hasta que consideró que era necesario especializarse y eligió dedicarse  a la filología. 

Alguna vez dijo que los profesores de Pforta pusieron fin a su “vagar sin plan”. Como diría Séneca, nunca soplan vientos favorables para un barco sin rumbo; pues bien, Nietzsche descubrió en los griegos y en la música un motivo para investigar y reflexionar acerca del rol de la cultura,  interés que lo acompañará toda su vida.


Como sugiere Safranski, si exceptuamos el caso de Michel de Montaigne, autor de los famosos Ensayos, ningún otro filósofo o pensador se inclina tanto a decir “yo” en sus escritos como lo hace Nietzsche. Creía que valía la pena que sus lectores tomen conciencia de su mismidad, de sus dolores, de sus luchas, de sus obsesiones. 

Hacia el final de su vida, en Ecce Homo escribe: “Conozco mi suerte, un día mi nombre evocará el recuerdo de algo terrible, de una crisis como no hubo en la tierra, de la más profunda colisión de conciencia, de una decisión, conjurada contra todo lo que se creyó y era sagrado hasta entonces”.


EL ORIGEN DE LA TRAGEDIA


En 1865 descubrió, en una librería de anticuario de Leipzig, los dos tomos de El mundo como voluntad y representación de Arthur Schopenhauer; los compró, se los devoró inmediatamente y durante un tiempo confiesa haber estado sumido en una especie de embriaguez. Observa con claridad que la esencia del mundo no es lógica ni racional, sino que está gobernada por un impulso oscuro y vital.


Con el Grupo de Estudio habíamos hablado de leer primero Ecce Homo. Ahora, para abordar una obra compleja y polimorfa, me viene bien la muy buena introducción al Volumen I de las Obras completas de Nietzsche, titulada “Escritos de juventud” y editada por Tecnos. Voy a extraer algunos párrafos para que les sirvan de introducción a la lectura de este mes: El origen de la tragedia

Recordemos que en ese escrito temprano, Nietzsche estaba muy influido por la música de Richard Wagner y por la filosofía de Schopenhauer. Tiempo después, y cuando ya había renunciado a su cátedra, nuestro autor reniega bastante de ese escrito de juventud, y de su influencia schopenhaueriano-wagneriana, y construye un pensamiento crítico genealógico muy diferente, aunque esa es otra historia que veremos más adelante, si es que no me dejan solo.


Para entender mejor el contexto en el que surge El origen de la tragedia, hay que  relacionarla con la crítica que el clasicismo y el romanticismo alemán habían formulado contra la cultura moderna a partir de cierto modelo idealizado del mundo griego. Tanto la filología clásica como la historia y la filosofía alemanas, se constituyeron en instancias decisivas para la comprensión del ideal griego. ¿Por qué motivo? Porque los intelectuales alemanes creían que el ideal griego era una manera eficaz de renovar la cultura y dar a Alemania una identidad nacional comprendida como “nueva Grecia”. El “genio”, el “filósofo-artista” debía producir el acto creador e innovador para oxigenar y hacer evolucionar la transformación cultural alemana.



Para escribir esto le voy a robar ideas a Diego Sánchez Meca, autor de la citada introducción a sus “Escritos de juventud”:


Aparte de la profunda impronta que dejará en su pensamiento y en su vida el haber nacido y crecido en una familia del clero protestante -casi exclusivamente criado y rodeado por mujeres tras la muerte de su padre, cuando Nietzsche tenía cinco años-, nuestro autor se educó en el ambiente de los años en que Alemania luchaba por tener una identidad cultural fuerte, ya que políticamente no tenía ni una historia común ni un territorio unificado como nación. Se suponía que esa identidad le sería dada por la educación. El neohumanismo de Goethe, Schiller, Winckelmann, Lessing, etc.; había señalado a la Grecia antigua como la más perfecta unidad de estilo y de carácter en cuanto nación. Constituía, entonces, el modelo a seguir en la tarea del cultivo, recuperación y renovación del verdadero espíritu alemán, el cual debía dar su contenido propio a una Bildung (formación) capaz de delimitar, moldear y construir la singularidad del individuo y del pueblo alemán. En esta Bildung debían confluir, en concreto, el estudio de la Antigüedad clásica, la religión luterana y la lengua y literatura germánicas. Eso explica la preeminencia de los estudios humanísticos en el sistema educativo alemán. Recordemos que en 1810 se crea la Universidad de Berlín, de la que Wilhelm von Humboldt fue su principal instigador.


El Nietzsche joven intentó siempre educarse bajo la estricta órbita de los principios de la Bildung. De hecho, muchos de los escritos iniciales que nos han llegado formaron parte de la asociación Germania, fundada por el propio Nietzsche junto a sus amigos de la infancia: Wilhelm Pfinder y Gustavo Krug.


La poesía es la máxima expresión de la individualidad popular, por lo que antes de ser filólogo había que ser poeta. Así, los temas preferidos por el Nietzsche niño y adolescente son los de las leyendas germánicas, de entre las cuales su héroe favorito es Hermanarico, rey de los godos, cuya muerte le inspira un poema épico, el esbozo de una tragedia, una composición musical, un ensayo filológico y otro histórico.


Entre sus lecturas juveniles, además de Hölderlin, sobresale Emerson, cuyos Ensayos le atraen enormemente, sobre todo esa mezcla de romanticismo europeo y optimismo norteamericano. 


Schulpforta, la institución escolar que les nombré antes y donde Nietzsche hizo la secundaria, era la perfecta síntesis de los ideales de la burguesía culta (Bildungsbürgertum) de ese entonces. Su estudio de despedida sobre Teognis de Megara, le valió para ser admitido por Friedrich Ritschl, prestigioso catedrático de Filología clásica en Bonn y en Leipzig, en el selecto círculo de sus alumnos universitarios.


Para Nietzsche, los estudios clásicos no eran una excusa para ejercer la erudición vacía, sino una forma de recuperar del modelo griego la idea de una educación como construcción de la individualidad que haga posible reconducir la fragmentación del hombre y la sociedad modernas a su unidad originaria.


En determinado momento, el joven filólogo Nietzsche, educado en la rígida disciplina de Pforta y entrenado por Ritschl en las técnicas positivistas del estudio erudito de la Antigüedad, sucumbió fatalmente a la personalidad y la música de Richard Wagner. El destino quiso que su nombramiento como profesor en Basilea a sus  veinticinco años –por recomendación de su maestro Ritschl no tuvo que hacer un examen para doctorarse- coincidiera con el encuentro con Wagner, del que nació un compromiso cada vez más fuerte con la justificación ideológica y la difusión del proyecto wagneriano de una renovación estético-política de la cultura alemana. 

En síntesis y para no divagar más: sus inclinaciones filosóficas chocaron con las funciones y obligaciones propias de un profesor de filología y con los compromisos y tareas de un propagandista wagneriano, hasta que, tras la fuerte crisis personal de 1875-1876, se acabe alejando definitivamente de Wagner y abandone la universidad para realizar sus aspiraciones iniciando su vida de filósofo errante.


A mediados de 1870 le había escrito a su amigo Rohde: “Ciencia, arte y filosofía crecen ahora en mí juntos de tal manera, que en cualquier caso alguna vez pariré centauros”. Con la palabra “ciencia” se refiere a la filología y al estudio y comprensión del mundo griego; con la palabra “arte” alude a la ópera de Wagner; y con la palabra “filosofía” a la metafísica de Schopenhauer.


No es de extrañar que esta mezcolanza de ciencia, arte y filosofía no fuera comprendida por los filólogos de su época. Su escrito sobre El origen de la tragedia tenía que ser, para muchos eruditos de la filología de aquél entonces -como U. von Wilamowitz-Möllendorff-, no más que una “ingeniosa borrachera” (geistreiche Schwiemelei), al decir de su maestro Ritschl en su diario privado.


Me parece que con esto ya tienen un buen panorama. Espero poder escribirles pronto la segunda y última parte, y que  les pueda servir de introducción  al texto que íbamos a ver este mes. Los espero a mediados de agosto en mi casa, para discutir y charlar –mate de por medio-de un autor que nos apasiona: Federico Nietzsche.

¡Sean felices!

Rodrigo

lunes, 25 de julio de 2016

EN LAS TRINCHERAS DEL DÍA A DÍA DE LA VIDA DE UN ADULTO...

"Y he aquí algo raro, pero que es verdad: en las trincheras del día a día de la vida de un adulto, no existe el ateísmo. No hay tal cosa como la ‘no-veneración’. Todo el mundo es creyente. Y quizá la única razón por la que debamos cuidarnos al elegir qué venerar, cualquier camino espiritual –llámese Cristo, Allah, Yaveh, la Pachamama, las Cuatro Nobles Verdades o cualquier set de principios éticos– es que, sea lo que sea que elijas, te devorará en vida. Si elegís adorar el dinero y los bienes materiales, nunca tendrás suficiente. Si elegís tu cuerpo, la belleza y ser atractivo, siempre te vas a sentir feo y cuando el tiempo y la edad se manifiesten, padecerás un millón de muertes antes de que al fin te entierren. En cierto modo, todos lo sabemos. 

Esto fue codificado en mitos, leyendas, cuentos, proverbios, epigramas, parábolas, en el esqueleto de toda gran historia. El verdadero logro es mantener esta verdad consciente en el día a día. Si elegís venerar el poder, terminarás sintiéndote débil y necesitarás cada día de más poder para no creerte amenazado por los demás. Si elegís adorar tu intelecto, ser reconocido como inteligente, terminarás sintiéndote un estúpido, un chasco, siempre al borde de ser descubierto. Pero lo más terrible de estas formas de adoración no es que sean pecaminosas o malas, es que son inconscientes. Son el funcionamiento por default.

Día a día nos vamos sumergiendo en un modo cada vez más selectivo acerca de a qué prestar atención, qué percibir como bueno y deseable, sin siquiera ser conscientes de lo que estamos haciendo.

Y el mundo real no te va a desalentar en este modo de operar, porque el así llamado mundo real está esculpido del mismo modo, dinero y poder que se regodean juntos en una piscina de miedo y odio y frustración y ambición y adoración al YO. Las fuerzas de nuestra cultura dirigen a estas fuerzas en pos de las riquezas, confort y libertad individual. Libertad para ser los señores de nuestro diminuto reino mental, solitarios en el centro de la creación. Este tipo de libertad es muy tentadora. Pero hay otros tipo de libertad pero justo del tipo de libertad que es el más precioso no vas a escuchar mucho en este mundo que nos rodea, de puro desear y conseguir.

La libertad que importa verdaderamente implica atención, conciencia y disciplina, y estar realmente interesados en el bienestar de los demás y estar dispuestos a sacrificarnos por ellos una y otra vez en miríadas de insignificantes y poco atractivas maneras, todos los días.

Esa es la libertad real. Eso es ser educado y entender cómo pensar. La alternativa es lo inconsciente, lo automático, el funcionamiento por default, el constante sentimiento de haber tenido y perdido alguna cosa infinita". (David Foster Wallace)

sábado, 23 de julio de 2016

EL ROL DEL ESTADO EXPLICADO A UN TELEVIDENTE DE LUIS MAJUL

Una suerte de "proto-idea" de Estado debería haber sido concebida para repartir el excedente entre quienes no pueden salir a cazar, porque son viejos o porque son niños o porque les falta un brazo o están enfermos. Para que puedan comer aquellos que no pueden salir a cazar, imaginamos que se creó una instancia similar a lo que hoy llamamos “Estado”. 

Ahora bien, usar el Estado para sacarle al que tiene apenas un bocado y dárselo a quienes tienen dominado todo el sistema de caza, suena irracional. A uno le parece que la creación de un Estado "Hood Robin" es catastrófica. ¿Por qué?  Porque la desigualdad genera violencia, resentimiento y además favorece la corrupción. ¿Por qué? Si hay gente lo suficientemente rica como para comprar la voluntad de varios que son tan pobres que se ven compelidos a venderse, la cosa no puede pintar bien. 

¿Qué ocurre entonces? Que quienes tienen dinero se quejan, inventando una falsa moralina, y gritan “a mí me meten la mano en el bolsillo para dárselo a…”, y ahí viene una estigmatización que puede tener algún basamento real, pero que en rigor es una máscara para no asumir el egoísmo propio. La gente que tiene mucha guita SIEMPRE quiere pagar impuestos nigerianos, PERO TENER PRESTACIONES SUECAS. Lo curioso es que esa indignación se da más hacia el pobre o el viejo que no aportó, que hacia un Fondo Buitre o hacia un multimillonario que hizo la guita… ¡¡en contratos con el Estado!! Por otro lado, como bien demuestra Vicky Xipolitakis, que debe tener más plata de la que tenía Borges en tiempos en que era un escritor talentosísimo pero desconocido, es difícil justificar una relación evidente entre tener guita y hacer méritos ostensibles para tenerla. Es lógico que Majul, que debe ser uno de los periodistas más bobos del planeta tierra, crea que su éxito se debe a su talento, pero vos, querido lector, deberías ser un poco menos pelotudo. ¿No te parece? 

Como generalmente a quienes más tienen les conviene que los medios difundan que su patrimonio tiene que ver con sus méritos, es que tratan de convencer a toda la población de que el Estado debe acentuar ese patrimonio, porque eso tendría -de acuerdo a su lógica- cierta relación con una especie de "justicia meritocrática". Que el Estado acentúe las diferencias que el mercado capitalista establece, es ridículo. Por eso es que los países escandinavos funcionan, dentro del capitalismo, mejor que los países de capitalismo más salvaje: porque hay una presencia medianamente racional y re-distributiva por parte del Estado. Y nótese que ni siquiera me estoy desviando del régimen capitalista, suponiendo (cosa que yo no creo) que sea lo más parecido a la panacea universal. Esa es una discusión POLÍTICA: ¿cuál debe ser el  rol del Estado? 

Pues bien, ¿de qué manera se obtura esa discusión? Reduciendo todo a la moral individual de los gobernantes: “¿qué me venís a hablar de política si fulano de tal fue atrapado en un choreo?”. Ok, supongamos que sí. Respondo: no se puede discutir política si te la vas a pasar hablando de la conducta moral de cada integrante de una bancada. En todo caso, en una discusión que funciona en otro plano, podríamos hablar de cómo hacer para implementar mecanismos institucionales que dificulten la corrupción en lugar de favorecerla, asumiendo que siempre va a existir. Toda esta reflexión, que debería ser evidente en un curso de primer año de secundario, está obturada por quilos y quilos de la más espantosa pelotudez informativa. Traté de usar el lenguaje más llano posible, para no dejar afuera ni siquiera a un oyente de Luis Majul. 

¡Abrazo de gol!

Post Scriptum aclaratorio: no estoy diciendo que no existan personas con mayor talento y capacidad de trabajo que otras, y que por tanto merecen mejor suerte; tampoco pretendo que todos los habitantes de un país cobren el mismo salario. No se trata de "mantener vagos" eternamente. Lo aclaro por si me lee un televidente de Majul, dado que el posteo está especialmente dedicado a ellos. Es ultra-remanido eso de aclarar que la "igualdad de derechos" no tiene nada que ver con la "igualdad de hecho".

jueves, 21 de julio de 2016

DIVERTIRSE HASTA LA MUERTE: LA TELEVISIÓN, NEIL POSTMAN Y EL HIPERCONSUMISMO

Nos habíamos preocupado por la utopía de Orwell en 1984, pero en rigor se cumplió la de Huxley en Brave new world. El temor hoy a un Estado Todopoderoso que nos impide formarnos e informarnos sólo lo tienen los conspiranoicos, los mentalmente perezosos o los idiotas políticos. 

Hoy es la cultura hiperconsumista la que nos forma para que formarnos e informarnos nos importe un carajo. La censura opera por exceso de pelotudez, y no tanto de modo "orwelliano". Algo de eso argumentaba el sociólogo Neil Postman en el prefacio de Amusing Ourselves to Death. Public Discourse in the Age of Show Business (New York, 1985):

“Estábamos pendientes del año 1984. Cuando el mismo llegó sin que se cumpliera la profecía, los estadounidenses reflexivos entonaron su propia alabanza en voz baja. Se habían mantenido firmes las raíces de la democracia liberal. Dondequiera el terror hubiera cundido, nosotros, al menos, no habíamos sido visitados por pesadillas orwellianas. Pero habíamos olvidado que al lado de la pesimista visión de Orwell había otra, un poco anterior y menos conocida, pero igualmente escalofriante: Un  mundo  feliz,  de Aldous Huxley. Contrariamente a la creencia prevaleciente entre la gente culta, Huxley y Orwell no profetizaron la misma cosa. Orwell advierte que seremos vencidos por la opresión impuesta exteriormente. Pero en la visión de Huxley no se requiere un Gran Hermano para privar a la gente de su autonomía, de su madurez y de su historia. Según él lo percibió, la gente llegará a amar su opresión y a adorar las tecnologías que anulen su capacidad de pensar. Lo que Orwell temía eran aquellos que pudieran prohibir libros, mientras que Huxley temía que no hubiera razón alguna para prohibirlos, debido a que nadie tuviera interés en leerlos. Orwell temía a los que pudieran privarnos de información. Huxley, en cambio, temía a los que llegaran a brindarnos tanta que pudiéramos ser reducidos a la pasividad y el egoísmo. Orwell temía que nos fuera ocultada la verdad, mientras que Huxley temía que la verdad fuera anegada por un mar de irrelevancia. Orwell temía que nos convirtiéramos en una cultura cautiva. Huxley temía que nuestra cultura se transformara en algo trivial, preocupada únicamente por algunos equivalentes de sensaciones varias. Como Huxley destacó en su libro Nueva visita a un mundo feliz, los libertarios civiles y racionalistas, siempre alertas para combatir la tiranía, «fracasaron en cuanto a tomar en cuenta el inmensurable apetito por distracciones experimentado por los humanos». En  1984,  agregó Huxley, la gente es controlada infligiéndole dolor, mientras que en  Un mundo feliz  es controlada infligiéndole placer. Resumiendo, Orwell temía que lo que odiamos terminara arruinándonos, y en cambio, Huxley temía que aquello que amamos llegara a ser lo que nos arruinara”.

En cierto modo, Las Vegas es una suerte de metáfora de la cultura del entretenimiento a nivel mundial:


“Las Vegas es una ciudad dedicada totalmente a la idea del entretenimiento, y como tal proclama el espíritu de una cultura en la que el discurso público toma, cada vez más, la forma de espectáculo. En general, la política, la religión, las noticias, los deportes, la educación y el comercio se han transformado en accesorios simpáticos del mundo del espectáculo, sin que haya habido protestas o la gente haya sido consciente de ello. El resultado es que somos un pueblo al borde de divertirnos hasta la muerte”.


Es muy difícil hacer filosofía política en televisión, porque en gran medida la forma conspira contra el contenido. La fama relativa de un personaje tan vacío de contenido como el Rabino Bergman, que se presenta a sí mismo como un líder espiritual y moral y hasta logrando que más de un bobo lo tome en serio, por ejemplo, sería casi imposible sin la existencia de la televisión. Ninguna persona que haya tenido una formación política sólida podrá tomarse en serio a semejante fantoche.


Creo que el arte auténtico no se dirige principalmente a sacarte la guita, aunque pueda hacerlo y aunque sepamos que su disfrute se inscribe dentro de la lógica capitalista, sino que te impulsa a esforzarte para acceder a su disfrute, del mismo modo que el placer más vivificante suele ser consecuencia de algo de sudor e incomodidad. 


Yo no creo que los seres humanos sean naturalmente estúpidos, aunque algunos hayamos nacido con esa tendencia, sino que la televisión y la cultura comercial, como bien decía David Foster Wallace, nos han enseñado a ser una especie de vagos e infantiles en lo que respecta a nuestras expectativas.



Como no leí a fondo el libro de Postman, me gustaría citar in extenso un artículo escrito por un ex profesor mío que yo aprecio mucho, Alejandro Kaufman:




En la TV, la necedad es inevitable y obligatoria, algo hasta aceptable en un mundo con muchas otras cosas por las que preocuparse. Distinto es cuando la estupidez se extralimita de ciertos segmentos, como los que organizan diversos menesteres en lugares y tiempos específicos de la vida social y urbana. Adultos, conocemos de su existencia, los frecuentemos o ignoremos. El pluralismo contemporáneo “normal” define una mezcla regulada de lo diverso, lo alto y lo bajo, lo cómico y lo serio.

En los tiempos de crimen y censura de la dictadura, la estupidez (bajo alegato de entretenimiento, adhesión de las audiencias y ethos televisivo) se instaló como práctica generalizada y transversal de nuestra industria del espectáculo. Desde entonces transcurrieron tanto el menemismo como algunos aspectos de la expansión tecnológica que, cada uno a su manera y en forma combinada, desenvolvieron una necedad matricial que devino hegemónica. No es asunto de “nivel”, ni de “calidad”, ni de “chabacanería”, señalados erróneamente por algunos críticos que ponen el acento en los giros retóricos y estilísticos considerados en sus facetas jerárquicas. El mismo gesto que frente a un niño puede ser un juego infantil y frente a un adulto un acto cómico, puede tornarse estúpido y abusivo en un contexto narcótico o negligente. Años de injusticia extrema, horror y mentira han entronizado la confusión de géneros, la aplicación de falsas comicidades, la distorsión del sentido y la disolución de parámetros colectivos de evaluación de los sucesos. Máscaras que encubrieron prácticas políticas y sociales inconfesables, desde la perpetración de crímenes de lesa humanidad hasta el desguace del Estado y la cancelación social de millones de personas. Todo ello se pudo hacer también –entre otras variables– por la instauración de un estado confusional colectivo.

Algunos disidentes emplearon los métodos vigentes para abrir puntos de fuga contrahegemónicos, aunque al no considerar los nervios decisivos de las matrices imperantes dejaron intactos los mecanismos perversos fundamentales, consistentes en las estructuras narcóticas a las que se nos ha acostumbrado como sociedad.

La recuperación de una “normalidad” convivencial, aunque no depare la emancipación ni la fraternidad universal, es un valor insustituible para retornar del horror y la injusticia extremos: demanda una recuperación relativa de algunas distinciones, segmentaciones y diferenciaciones entre política y entretenimiento, seriedad y comicidad, gravedad y ligereza. Aun cuando el ethos televisivo considerado como un todo responde al modelo del cambalache, la medida y los límites en que ello ocurra están muy lejos de donde hemos llegado en estas últimas décadas, tanto si comparamos el presente con el pasado como si –sobre todo– comparamos nuestra TV con la de otros países, algo para lo cual incluso es útil lo que vemos en nuestras propias emisiones de cable. Los niveles de brutalidad, estupidez y crueldad de nuestra TV son culminantes.

Es por todo ello que necesitamos discutir los formatos y las retóricas de los programas televisivos de archivo, porque contienen el legado de nuestras peores épocas. El problema no es la existencia de esos programas, que podría estar limitada por las codificaciones habituales, sino el papel que desempeñan, debido no sólo a sus protagonistas y productores, sino al embotamiento instaurado en las audiencias. El público es un recurso de la industria cultural y necesita cuidados, como los requiere la tierra cuando es cultivada, en lugar de despilfarrarla en pro de la máxima ganancia en el menor tiempo posible. Nuestras audiencias han sido dilapidadas de manera semejante. La fiesta del Bicentenario, en contraste, deja un saldo ejemplar. Sus programadores tuvieron la audacia de desobedecer a los andariveles hegemónicos. Mostraron un camino diferente: se puede ofrecer a las audiencias lo mejor y no lo peor, significados dotados de complejidad y no de estupidez, imágenes pertenecientes a géneros distintos, no confusos".

Hoy estoy medio triste, pero hace mucho que no escribía y ando con ganas de escribir más seguido.

RECORDANDO AL RABINO BLUMBERG

Pe-lo-tu-do, la punta de la lengua emprende un viaje de cuatro pasos desde atrás de los labios para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. ¿Cómo puede alguien ser tan pelotudo? 

Sergio Bergman es “como una especie de cyborg, una maquinita antropomórfica que repite frases a una gran velocidad –como si recién le hubiesen cambiado la batería-, para que el lenguaje robótico que lo hace hablar rinda a la altura de las exigencias televisivas que se le presentan. Está programado por una serie de aforismos cuya eficacia depende exclusivamente de sus reiteraciones (nada más efectivo que decir las mismas cosas mil veces) y del sonido publicitario de esas reiteraciones, un conjunto de difusión de contenidos compuesto de inexpresividad gestual y verborragia planificada” (Juan José Becerra). 

Es impresionante –aunque la estupidez que fomenta la televisión nos sorprenda poco- cómo hay personas que pueden creer que un discurso que parece copypasteado a base de frases de sobrecito de azúcar haya tenido semejante repercusión mediática. 


“No es que desliza una frase que viene al caso y luego, cuando la ocasión lo permite, desliza otra. No es que tenga un ritmo, una cadencia, y que tanto cadencia como ritmo se ajusten a la lógica de la conversación. De ningún modo. Pocas veces está adentro de las conversaciones que parece sostener, y eso ocurre porque Bergman tiene una misión de carácter autista que cumplir: difundir sí o sí su mensaje cívico antes que se acabe el mundo. Habla mediante eslogans, como si hablara solo, o frente a un espejo, acaso del modo en que Travis, el personaje de Martin Scorsese, se pregunta a sí mismo mientras entrena su yo nuevo antes de sus excursiones purificadoras en Taxi Driver: ‘¿Me estás hablando a mí?”. Por lo que advertimos que no ha ido a mostrarse a la televisión: ha ido a verse. Está pendiente de qué cantidad de clichés introducirá en la entrevista, es decir, de cómo se las arreglará para pasar sus avisos frenéticos. Ahora mismo acaba de dar un correo para movilizar contra la Ley de Medios que trata el Congreso y que su lectura considera chavista” (Juan José Becerra, Patriotas: héroes y hechos penosos de la política argentina).



Sus frases nos recuerdan el ingenio popular de “no es lo mismo un metro de encaje negro”, o “no es lo mismo las ruinas del Machu Pichu a que…”. 

Son de una vacuidad que asusta: “en vez de hablar de Ley de Medios, hay que volver al principio en el que el medio es la Ley”; que “Internet parece virtual pero es lo único real”; que una cosa son las reglas del juego y otra “jugar con las reglas”; que "el legado de Perón" no debe ser “la locura de Nerón”. Y cuando se le queman los papeles de esa retórica hueca con la que construye su discurso, deja que sea el sentido común osificado hasta el cliché el que hable por él. En rigor, el lenguaje televisivo funciona muy bien cuando lo hace a través de ideas pre-digeridas, preconcebidas, masticadas y vueltas a masticar, por lo cual se vuelven ideales para ser ESCUPIDAS a gran velocidad.


sábado, 9 de julio de 2016

AMOR FILOSÓFICO: JEAN-PAUL SARTRE Y SIMONE DE BEAUVOIR

Hay una escena conmovedora que tuvo lugar en 1980, en el hospital Broussais, en el que Sartre había ingresado tiempo atrás: Simone de Beauvoir, su pareja durante más de 50 años, se metió en la cama donde yacía el cadáver de su amor, aún caliente, y pasó esa última noche a su lado. 

En El diablo y el buen Dios, Sartre había escrito: “Si mueres, me acostaré pegada a vos y ahí me quedaré hasta el fin, sin comer ni beber; te pudrirás entre mis brazos y te amaré carroña: pues no se ama nada si no se ama todo”.

Otra relación de filósofos y amantes que ha dado mucho que hablar fue la que se dio entre Martin Heidegger, quien apoyó al nazismo; y Hanna Arendt, una de las analistas más lúcidas de los totalitarismos del siglo XX. La misma Arendt no tenía buena opinión de Simone de Beauvoir. En 1947, el director de Partisan Review, un tal William Phillips, le comentó a Arendt lo sorprendido que estaba de la “infinidad de tonterías” que Beauvoir podía decir sobre Norteamérica. La respuesta de su interlocutora fue demoledora: “El problema, William, es que usted no se da cuenta de que no es muy inteligente. En vez de discutir con ella, mejor sería que la cortejara”. Más adelante me gustaría hablar de la relación entre Arendt y Heidegger; por el momento, me voy a centrar en la famosa pareja de intelectuales franceses. 


Se conocieron en 1929, cuando él tenía veinticuatro y ella veintiuno. Tanto Sartre como Simone de Beauvoir han sido el prototipo de la pareja libre, un modelo de ruptura con las formas de vida burguesas tradicionales: nunca vivieron juntos, ambos aceptaban que el otro tuviera relaciones con terceras personas, dormían en camas separadas, se negaron a contraer matrimonio y tener hijos…


La autora de El segundo sexo le dedicó mucho al trabajo intelectual: en su adolescencia organizaba sus lecturas, dormía poco y evitaba las conversaciones inútiles, especialmente con la familia. Años después, en julio de 1929, un amigo en común, André Herbaud, los presentó. Ninguno de los dos quedó decepcionado: “estaba muy contento de acapararme; a mí me parecía que todo el tiempo que no estaba con él era tiempo perdido”.


En sus Memorias de una joven formal, ella escribió: “Sartre correspondía al deseo que formulé cuando tenía quince años: era el doble en el que reencontraba, llevadas a la incandescencia, todas mis manías. Con él siempre podía compartirlo todo”.


Parece ser que Sartre le propuso que conozcan “amores contingentes”, y ella aceptó el trato sin dudar: creía que las fugaces satisfacciones que podían proporcionarles los encuentros íntimos con otras personas, no podrían romper el vínculo entre dos almas de la misma especie.

Sartre fue un incansable seductor, pese a sus ojos estrábicos, sus dientes manchados por el tabaco y su escaso metro cincuenta y cinco centímetros de estatura. El tipo mantuvo diversos romances con mujeres cada vez más jóvenes, a menudo inestables y dependientes desde el punto de vista emocional. Simone de Beauvoir, por su parte, se relacionó eróticamente tanto con hombres como con mujeres.


Es curiosa la mezcla promiscua que ambos tenían con sus respectivos amantes. Cuando Simone de Beauvoir tuvo una relación amorosa con Olga Kosakiewicz, allá por 1936, Sartre intentó seducirla. Al ser rechazado, dirigió su interés a la hermana de Olga, de nombre Wanda, quien luego sería su amante varios años. Ocurrió algo similar poco después de que Simone de Beauvoir y el documentalista Claude Lanzmann fueran amantes: Sartre sedujo a la hermana de Claude, llamada Evelyne. La versión edulcorada interpreta que, al decir del propio Sartre, se trataba de una “gran familia”. La versión maliciosa sostiene que la mayor parte de esa “familia” de amantes pasaba de Simone de Beauvoir al autor de Las palabras, lo que llevó a Nelson Algren, amante de Simone, a acusar a su ex enamorada de “proxeneta” de Sartre.

En ese sentido, la historia de Nelson Algren es bastante paradigmática en cuanto al riesgo de este tipo de relaciones “contingentes”. En los años 40’, Sartre conoció, en uno de sus viajes a Estados Unidos, a Dolores Vanetti, con quien sostuvo una relación de tres años. La estadounidense no fue una amante más en la vida de Sartre: incluso estuvieron a punto de casarse. Simone de Beauvoir, quien sentía celos cuando el interés de Sartre iba más allá de lo físico, pasó un período bastante depresivo a consecuencia de ese amor. Así fue como, también durante un viaje a Estados Unidos, conoce a Nelson Algren:

“No puede decirse que lo suyo constituyera precisamente un flechazo: tras pasar juntos una noche, se despiden pensando que no se volverán a ver más. Es una petición del propio Sartre –sarcasmos del acuerdo fundacional que venimos comentando- en el sentido de que retrase su regreso (Dolores está en París con él en ese momento) la que termina devolviendo a Simone a los brazos de Nelson Algren. Decide volver a Chicago y esos días inicialmente no previstos significan el principio de una pasión que se prolongará varios años”. (Manuel Cruz)


Parece ser que con Algren, Simone de Beauvoir experimentó por vez primera un “orgasmo total”, lo que la había hecho sentir “una mujer completa”. Hay fragmentos de sus cartas con él donde escribe cosas sorprendentes para una pionera del feminismo: 

“¡Oh, Nelson! Seré amable, seré buena, ya lo verás, fregaré el suelo, cocinaré siempre yo, escribiré tu libro al mismo tiempo que el mío, haré el amor contigo diez veces cada noche y otras diez cada día, aunque me canse un poco”. (Simone de Beauvoir, Cartas a Nelson Algren: un amor transatlántico).


Sin embargo, al cabo de un tiempo, Algren le propone matrimonio varias veces, y ella se decide siempre por la negativa.


Según Manuel Cruz: 

“En el fondo, Algren había entendido perfectamente la situación. Descubrir que en realidad Simone acomodaba sus encuentros a la disponibilidad de Sartre y que, cuando el filósofo se iba con su amante neoyorquina Dolores Vanetti, entonces ella acudía a los brazos de Algren para contrapesar la soledad fue el detonante que le desquició, pero por un motivo que a la pareja francesa no se le podía escapar: confirmaba su estatuto de mero amor contingente”.


Hubieron conductas de Sartre que recuerdan el chiste de Groucho Marx: "estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros". Un secretario de Sartre, testigo privilegiado de las respuestas mentirosas que el autor de El ser y la nada les daba a las diversas mujeres cuando lo llamaban por teléfono, le preguntó cómo hacía para arreglárselas con algunas situaciones tan complicadas. Sartre le respondió:


-“Les miento. Es más fácil y más decente”.

-“¿A todas?”

-“A todas”.

-“¿Incluso al Castor (Simone de Beauvoir)?”.

-“Sobre todo al Castor”.

No vamos a evaluar la moral del teórico de la “mala fe”, dado que sería muy sencillo ponerse en maestro ciruela. Es posible que toda seducción erótica tenga algún componente cínico. Sin embargo, lo importante es que, como destaca Manuel Cruz en Amo, luego existo. Los filósofos y el amor:


“Se trata de señalar que, con semejantes premisas, la condición de contingentes  de todas sus relaciones con mujeres, lejos de ser algo problemático u objeto de reflexión (…) se desprende de manera prácticamente automática. Tal vez, se podría añadir, la condición contingente de una relación es difícil que no dañe a una de las partes, concretamente a aquella que no ha podido evitar vivirla (a veces mediando engaño por la otra parte) como necesaria”.


Debería leer más en profundidad la obra de Sartre como para profundizar en su concepción del amor. Tal vez lo haga en algún momento. Finalizo el posteo citando in extenso un fragmento del buen libro de Manuel Cruz:


“(…) ¿Puede haber compromiso amoroso por parte de una persona como Sartre que o bien no habla apenas del amor o, cuando lo hace, es para desdeñarlo? Si la función del compromiso es articular el plano teórico con el vital, ¿cómo valorar que el autor de El ser y lanada nunca alcanzara a elaborar una moral –por más que se pasara la vida anunciándola-, e incluso, como hemos visto, llegara, cínicamente, a hablar de moral provisional para no asumir sus responsabilidades –él, que, por otro lado, tanto énfasis ponía en la responsabilidad- hacia terceras personas? ¿Era ese compromiso-no-comprometido de la pareja una forma de hacer de la necesidad virtud, dado que ninguno de los dos disponía de una consistente idea de amor que defender hasta el final (esto es, con la que comprometerse)? (…)

El otro es aquel que me impide ser a voluntad, ser a la carta. Es aquel contra el que se estrella mi mala fe. El que me deja en evidencia: el que se resiste, desde su libertad, a devolverme la imagen que yo deseo o necesito. El otro puede ser un obstáculo para esa  particular modalidad de autoengaño –la mala fe- en la que la autoestima (el amor por la propia imagen) sustituye al amor propio (el amor por la realidad de uno mismo).


Quizá por eso se oponía Sartre a atribuirle al amado otra condición distinta a la de mero polo ontológico del yo: lo hubiera obligado a tener que aceptarse y querer lo que realmente era. Y resulta como poco dudoso que nuestro filósofo estuviera en condiciones de hacerlo, esto es, de sustituir la autoestima por el amor propio. Entre otras cosas porque es difícil que de veras pueda amarse a sí mismo quien no ha amado, decididamente y sin reservas, a los demás. Y, a su vez, es difícil amar a los demás, en la medida en que el amor s sustenta en el ser, si  uno no es capaz de aproximarse a ellos con la mirada limpia, liberada de la tutela de los prejuicios y la imágenes previas (tipo ‘las mujeres feas me enferman’, que gustaba repetir Sartre), con la generosidad de la lucidez, aceptando las virtudes y defectos de los demás”.

Eso es todo por hoy. ¡Sean felices!

Rodrigo

domingo, 3 de julio de 2016

EL AUTOR DEL BLOG NOS CUENTA CUANDO DAVID VIÑAS DE IRA SE AGARRÓ A TROMPADAS CON OTRO ESCRITOR, Y DE CUANDO CONOCIÓ A CHARLY GARCÍA

Leo en el Borges de Bioy una anécdota de David Viñas, famoso por ser más calentón que el "Tano" Pasman ante una derrota de River. 

Parece ser que en un bar llamado Edelweiss se encontraron de casualidad algunos integrantes de la revista Contorno (1) y los vanguardistas/surrealistas de Letra y Línea (2), que estaban haciéndole un homenaje a Oliverio Girondo. Un poeta llamado Pellegrini, que usaba bastón, discutió con Viñas (quien no soportaba a los "surrealistas"):


Viñas: "Pero Pellegrini, eso que usted escribió, esa poesía, ¿a usted mismo le parece que es buena esa poesía?".

Pellegrini: "Sí, como no, si yo mismo la escribí, es buena. Es una poesía buena...".

Viñas: "No, no, está bien, no se ponga nervioso Pellegrini".

Pellegrini: "La nerviosidad es natural en mí".

Viñas: No, lo que es natural en usted es la renguera.

Y ahí nomás el tal Pellegrini se le fue al humo, empezaron a volar sillas, mesas, vasos… Viñas le arrojó un botellazo a Oliverio Girondo, que ni se daba cuenta de lo que pasaba, y le partió en tres partes la pierna sana al rengo.

Qué ajena nos parece hoy una pelea a golpes por cuestiones literarias o estéticas. Ni tan siquiera Pappo se atrevió a trompear a DJ Deró en su famosa discusión en Sábado Bus. ¿Qué pasa con los escritores que no se cagan un poco a trompadas? ¡¡Necesitamos más beligerancia viejo!! ¿Qué significa esa proliferación de literatos que van al gimnasio, salen a correr a diario como Murakami, usan arito o dicen giladas en TN como Andahazi? La cultura porteña necesita escritores que tomen whisky y se agarren a patadas en el bar. ¡¡Mucho mejor que las matanzas entre barrabravas, o las peleas armadas de los programas de chimentos!!

DE CUANDO DON DAVID CONOCIÓ A CHARLY GARCÍA Y NITO MESTRE

Parece ser que una vez, cuando era purrete, Charly lo fue a ver a Viñas. La anécdota fue relatada por Beatriz Sarlo en el programa Los siete locos, que si no me equivoco estaba en un horario similar al de "mañanas al pedo", la parodia de Cha Cha Cha. La excesiva polarización del discurso político -junto con cierto antiintelectualismo típico de los populismos- hace que muchos desprecien a Sarlo, lo cual no me parece del todo justo. Sarlo es una intelectual a quien vale la pena leer o escuchar, aunque más no sea para discrepar. 



En fin, Sarlo cuenta que Charly -y tal vez Nito Mestre- van a ver a David Viñas. Miren a partir del minuto 8, más o menos.

Para quien tenga pereza de mirar el video, transcribo la anédota porque soy re macanudo:


SARLO: "Un día, estábamos en el mismo partido (con Viñas) en ese momento, y yo caigo..."

CRISTINA MUCCHI: "¿Qué partido era?"

SARLO: "Partido Comunista Revolucionario, "chinoísta" (...)"


CRISTINA MUCCHI: "¿Año?"

SARLO: "1970 o 71. Yo caigo en la casa de David, no sé llevada por qué misión, y David me dice: "¿sabés que vinieron dos pibes, que los podríamos usar para algún festival" o qué se yo, y le digo: ¿quiénes son David? 'Uno me dijo que se llamaba Charly'".


Era la época de Sui Generis, más o menos: que va de 1971 a 1975.

¡Qué loco! ¿No?

Notas:


(1) Contorno (1953-59) fue una revista literaria de izquierda fundada por Ismael Viñas y David Viñas, donde escribían tipos como J. J. Sebreli -o como diría Fontanarrosa, JJ "El Yaya" Serenelli- , Rodolfo Kusch, Noe Jitrik… 

(2) Letra y línea fue una revista que salió en Buenos Aires en 1953 y 1954, donde colaboraban escritores vanguardistas y surrealistas como Oliverio Girondo, Juan C. Onetti, Enrique Molina.