Desde que la leí por primera vez, me quedó grabada la cita de Nietzsche que criticaba el estilo de algunos pensadores que “enturbian las aguas para hacerlas parecer profundas”.
La cuestión es que en estos días volví a rememorar esa vieja frase porque de a poco estoy comprando y leyendo, a los tumbos y como autodidacta, las obras de Freud y Lacan.
A decir verdad, Freud siempre me atrajo, y además me parece que no descubro nada si digo que escribía maravillosamente bien; en cuanto a Lacan, me pareció muy desafiante su obra y además me ayuda a entender mejor el aporte de un autor argentino que me gusta mucho: Don Jorge Alemán.
Leyendo la biografía de Elisabeth Roudinesco confirmo algo que dijo alguna vez Todorov sobre Lacan: me impresiona como un tipo muy seductor y muy manipulador. En Deberes y delicias, una serie de entrevistas de Tzvetan Todorov con Catherine Portevin, el lingüista búlgaro recuerda su impresión de Lacan:
“(…) leía asiduamente a Freud y me apasionaba desde otra perspectiva, por los problemas del lenguaje. Pero el estilo de Lacan, alambicado y pretencioso, me producía risa; sus admiradores me hacían recordar a los miembros de una secta, absolutamente devotos de su gurú. Lacan buscaba golpear y seducir, no convencer con argumentos racionales, aspiraba a alienar la voluntad de sus auditorios, no a hacerlos más libres. Ésa era en todo caso mi impresión, lo que explica por qué no me atraía. Para mí, la máxima claridad en la expresión es una cuestión de ética, de respeto hacia aquel a quien me dirijo: es el modo en que lo coloco en el mismo plano que yo, que le permito responder y por lo tanto convertirse en sujeto de la palabra con el mismo derecho que yo. (…) Me interesa poco el culto a la oscuridad”.
Y un poco más adelante, Todorov relata una anécdota bastante interesante:
“Mi único encuentro personal con Lacan se desarrolló de esta manera: después de presentarme, me llenó de elogios. A juzgar por lo que decía, no tenía más sueño en la vida que el de encontrarse conmigo. ‘Usted se merece formar parte de mi círculo’, me dijo, ‘usted no es uno de esos adoradores que van a mi seminario y que no entienden nada de lo que digo’. Venga a mi casa a las 19 y hablaremos. Impulsado por la curiosidad y realmente envanecido, toqué su puerta a la hora convenida. Era otra persona: me trató con desdén, como si no comprendiera por qué me había permitido ir a molestarlo. Era toda una estrategia: seducir, después rechazar, para provocar dependencia. Me fui y nunca más lo vi en privado”.
No quiero ahondar demasiado en la cuestión del estilo de Lacan ni en la profundidad de su obra, sencillamente porque no soy un lector formado en psicoanálisis. A medida que vaya leyendo más seguramente iré complejizando esta visión de Todorov, que a priori y hasta el momento, en buena medida comparto.
¡Sean felices!
Rodrigo