domingo, 28 de junio de 2020

EL MITO DECADENTISTA DE "POR QUÉ NO FUIMOS CANADÁ O AUSTRALIA"


En su iluminador libro Mitomanías Argentinas, el antropólogo Alejandro Grimson aborda los “mitos decadentistas”, y sugiere que algunos argentinos tenemos cierta tendencia a pasar de la soberbia de creernos los mejores del mundo a la autodenigración de sentir que somos la peor escoria que habita el planeta Tierra. 


Esta suerte de ombliguismo cultural hace que, al movernos de un extremo a otro, logremos “ahuyentar cualquier reflexión compleja sobre nuestra propia situación” y nos hundamos en las arenas movedizas de la mitología.

Hace un tiempo Luis Novaresio entrevistó al gran basquebolista argentino Luis Scola, quien a lo largo de sus cuarenta años de vida vivió más tiempo afuera del país que adentro, dado que jugó en clubes de España, Canadá, Estados Unidos, China e Italia: 

Luis Novaresio: “Los argentinos tenemos la fantasía de saber qué dicen de nosotros en el exterior, y yo suelo decir ‘no demasiado’. ¿Coincidís?”

Luis Scola: “No dicen mucho de nosotros. No les importa mucho. De la misma manera que, ¿qué decimos nosotros de Nigeria, Croacia, Turquía? Nada”.



El gran capitán agrega que a él le gusta hablar bien de nuestro país a los extranjeros, y reflexiona acerca de dos tendencias que suelen darse entre los argentinos que por diversos motivos tuvieron que emigrar: “hay una cultura del que se fue (...) hay de todo”, está la visión “tremendamente negativa” del que se fue y dice “no vuelvo nunca más, y qué tontos los que se quedaron y menos mal que yo me fui” y hay otra que se fue y extraña “el asado y los amigos y te cuenta todo el tiempo cosas positivas del país”.

Sea como fuere, la cuestión es que los mitos decadentistas postulan que la Argentina fue alguna vez un país fantástico hace algunos años pero que ahora -según cierta visión 'gorila' esto sería culpa del peronismo- hemos ingresado en una decadencia irremediable:

“Ser terceros de treinta, décimos de cincuenta o trigésimos de doscientos es una verdadera catástrofe. Hemos hecho todo mal. Bueno, en realidad, la primera persona del plural es aquí demasiado generosa. Un pequeño grupo de militares y corporaciones ha destruido el país, rasgo que después se transfiere a los directores técnicos de la selección o a un jugador de fútbol o tenis, al rendimiento escolar de nuestros estudiantes o a cualquier objeto que se tome en consideración”.

Es la contracara de los mitos patrioteros, igualmente obtusos y simplistas.

El amigo Grimson recordaba un monólogo de Dady Brieva acerca de la historia de un argentino que le escribe cartas a su amigo desde Canadá, país a donde había emigrado:

“Feliz de haber dejado de una vez por todas este ‘país de porquería’, aguardaba la llegada de la nieve, contemplando a través de su ventana bellos bosques donde adivinaba o inventaba simpáticos bambis. Celebró como una confirmación de estar en otro planeta la llegada de la nieve, como si no nevara de hecho en la mitad del territorio argentino. A medida que pasaban las semanas, la rutina de levantar la nieva con pala y descongelar su automóvil se tornaba insoportable; las últimas carta referían a la nostalgia del calor húmedo y pesado de la siesta santafecina”.

Uno de los mitos decadentistas más arraigados es el que sugiere que la Argentina estaba predestinada a ser Canadá o Australia: agua, tierra fértil, montañas, bosques, petróleo, teníamos todo para ser los mejores, pero algo se frustró:

Para algunos no fuimos Canadá “por la corrupción, por la clase dirigente o por el imperialismo. No falta quien lo vea al revés: si hubieran triunfado los ingleses, seríamos Canadá. ¡Qué error fue haberles arrojado aceite a aquellos muchachos que hablaban la lengua de Shakespeare!

Si se realiza una comparación histórica con Canadá, podrá verse que los gobiernos de ambos países tomaron decisiones opuestas hace poco más de un siglo en relación con tres temas importantes: los ferrocarriles (para integrar el vasto territorio del país o para integrar el país al mundo), la distribución de la tierra y la elección de una política proteccionista o librecambista. Canadá tenía, al igual que la Argentina, un territorio inmenso con escasa población. Pero la Argentina tenía dos ventajas: su clima era más favorable y las zonas productivas estaban más cerca de los puertos.

Sin embargo, Canadá tomó tres decisiones cruciales: construyó el ferrocarril de este a oeste, priorizando la integración interna antes que la integración con los Estados Unidos; impuso una política de protección para su industria y entregó parcelas a quienes estuvieran dispuestos a trabajarlas y a volverse ciudadanos canadienses. La Argentina, en cambio, como detalla José Nun en la introducción a Debates de Mayo. Nación, cultura y política, priorizó, en el marco del modelo agroexportador, la construcción  de ferrocarriles que permitieran llevar la producción hacia el puerto, no protegió su industria y mantuvo una alta concentración de la propiedad de la tierra. Estas diferencias nada tienen que ver con el ADN ni con nuestra raza. Son diferencias de formas de construcción política en un momento crucial de la historia".

Desde una perspectiva de desarrollo económico, me parece interesante leer el siguiente artículo de Claudio Scaletta:


El "Plan Australia": un modelo que nunca fue

"Hay quienes creen que los problemas del desarrollo consisten en replicar experiencias nacionales exitosas. Un caso extremo fue el que el actual gobierno mostró como presunto modelo a seguir: el "Plan Australia". Fiel a su estilo, el plan, que debe haber costado unos cuantos dólares en viajes y consultorías, quedó en los anuncios.

La idea parecía simple. Se trata de un país riquísimo en recursos naturales que decidió abortar sus intentos de industrialización para reconcentrarse en la producción de base primaria y en servicios. Al igual que la última dictadura militar y el menemismo, Cambiemos creía que Argentina debía seguir un camino similar, abandonar su industria "subsidiada e ineficiente" para concentrarse en ser el "supermercado del mundo".

Se trataba de explotar recursos naturales. Volver al país presuntamente exitoso de las carnes y las mieses. Había alguna lógica en la propuesta. En su etapa de auge el modelo agroexportador era tan rico en recursos naturales como lo es hoy Australia. La población era escasa y la frontera agrícola estaba en expansión. Pero existía también un tercer factor escasamente reconocido: se promovió un crecimiento conducido por la demanda por la vía de la construcción de un Estado.

Sin embargo, el modelo agroexportador llevaba en sí la semilla de su propia destrucción. Primero la construcción del Estado perdió dinámica, luego la expansión de la frontera agrícola no podía seguir creciendo a la misma velocidad que el aumento de la población. Finalmente, la concentración de la propiedad de la tierra, otra diferencia con "Canadá y Australia", desalentó el poblamiento del interior y la democratización de la vida rural.

El flujo de inmigrantes comenzó a abarrotarse en las ciudades, donde crecían las industrias vinculadas al mantenimiento del transporte, los talleres ferroviarios y alguna agregación de valor a los alimentos. Los servicios financieros y la logística de comercialización dieron origen a los trabajadores de cuello blanco.

En el escenario presente, donde los recursos naturales siguen siendo una ventaja comparativa, pero insuficiente, los replicadores de ejemplos nacionales afirman que deben sumarse también las experiencias de países con factores más convergentes con la realidad argentina. Por ejemplo, algunas experiencias de Corea del Sur, o el fondo de reserva noruego o las prácticas de otros países nórdicos.

Si bien las experiencias nacionales siempre son una referencia, la metodología de la réplica enfrenta algunas limitaciones también abordadas en la literatura. La más evidente es que los procesos de cierre de brecha en países de desarrollo tardío suponen siempre aprendizajes que son fuertemente tácitos. El know how no se compra, sólo se puede copiar parcialmente, pero sobre todo necesita ser adaptado y aprendido por los actores de cada país.

No al pleno empleo.

Pero tampoco es esta la principal limitación. El desarrollo de las estructuras productivas es impulsado por las estructuras sociales. Es decir, la principal restricción al desarrollo puede encontrarse en las sociedades mismas. Poniendo la lupa sobre el caso argentino y el actual desastre económico, el verdadero tiro en el pie que se autoinfligieron algunos actores sociales, desde las clases medias a los jubilados, desde las pymes al conjunto de las grandes empresas que no pertenecen ni al sector financiero, ni al agro, ni a las energéticas, debería llevar a preguntarse muy seriamente por qué a los ciclos de despegue, conseguidos durante gobiernos populares, le siguen recaídas neoliberales que los abortan.

En su reciente exposición de rechazo al Presupuesto 2019 en el Senado, la ex presidenta Cristina Kirchner recurrió a la luminosa explicación brindada por el economista polaco Michal Kalecki en su breve texto de 1943 "Aspectos políticos del pleno empleo". Kalecki afirmaba que los empresarios no desean que el pleno empleo se mantenga en el tiempo porque ello empodera a los trabajadores, deteriora la disciplina al interior de los espacios de trabajo, aumenta las demandas salariales y extrasalariales y, por todo eso, genera problemas de sustentabilidad política para el poder del capital. Contra lo que se proclama en los discursos, el desempleo no es un producto indeseado, sino una necesidad estructural del capitalismo. Llegado a un cierto punto de expansión económica vía el impulso a la demanda, la clase capitalista puede considerar razonable inducir una recesión disciplinadora o "ajuste kaleckiano". Incluso si en el camino pierde dinero en el corto plazo, ya que ello es preferible a perder poder en el largo.

El orden imperial.

Es una explicación que pertenece al ámbito de la lucha de clases. A diferencia del nacionalismo metodológico incorpora la realidad del poder. Sin embargo, visto desde la Argentina del siglo XXI le falta una pata, la del imperialismo. Los procesos productivos, vía las firmas multinacionales, tienen escala global. Como al interior de estos procesos existen jerarquías -matrices y subsidiarias-, jerarquías que a la vez son respaldadas por el poder militar, resulta más adecuado hablar de imperialismo que de globalización.

En este orden imperial las clases dominantes locales funcionan como auxiliares de las hegemónicas de los países centrales. Las necesidades de este orden son la libre circulación de capitales y de mercancías y que ninguna región del globo se aparte del lugar que le fue asignado en la producción global. En el caso argentino, este lugar es el de la provisión de commodities y absorber productos industriales. La ruptura de este orden es una tarea titánica. Los países que lo logran durante algún tiempo son sometidos a fortísimas presiones, externas e internas". 

Eso es todo por hoy. ¡Sean felices!

Rodrigo

martes, 23 de junio de 2020

EL LIBERVIRGO Y SU DIFICULTAD PARA RAZONAR LO QUE NO COINCIDA CON SUS PREJUICIOS


En términos generales es casi imposible sumergirse en una discusión política con un libervirgo, sin sentir que el tipo o la tipa van a salir de la pileta del debate con el mismo peinado con  el que entraron.


El siguiente fragmento fue publicado hace más de 260 años por uno de los padres fundadores del pensamiento liberal clásico:

“Esta disposición a admirar, y casi a idolatrar, a los ricos y poderosos, y a despreciar o, como mínimo, ignorar a las personas pobres y de condición humilde (…) es la principal y más extendida causa de corrupción de nuestros sentimientos morales” (Adam Smith, The theory of moral sentiments, Dover Publication Classics, 2006, publicado originalmente en 1759, p.59)



Mientras que en los 70’s había personas valientes y lúcidas como Rodolfo Walsh, quien pagó con su vida la publicación de su Carta abierta a la junta militar, hoy tenemos a periodistas como Luis Majul declarando que “tiene miedo” a publicar la enésima seudo investigación periodística contra CFK o a jóvenes libervirgos cuya máxima expresión de valentía radica en difundir a través de las redes sociales memes injuriosos contra el exceso de peso de Ofelia Fernández, idolatrando a pacientes psiquiátricos como Boggiano o Javier Milei cual si fueran rockeros rebeldes que pelean contra un sistema que los oprime. 



Pongamos como ejemplo de confusión mental al libervirgo Bender, para quien un funcionario como Cafiero no debería intervenir cuando empresarios millonarios estafan al Estado porque no es la versión criolla de Steve Jobs. 
 

Dejemos de lado el mito del economista-técnico sustentado en otro mito, el de la ciencia económica como un saber que no contiene juicios éticos o posiciones ideológicas. Sabemos que un modelo neoliberal que en su práctica concentra la riqueza en pocas manos no puede convencer al conjunto de la sociedad de que sus políticas son maravillosas, y ese es el principal motivo por el cual trata de convencerla de que su modelo utópico es el único posible. 


Los dueños de Vicentín no son el modelo de capitalistas emprendedores que admiraba Schumpeter, sino los típicos empresarios oligarcas argentinos, que privatizan ganancias, socializan pérdidas y le piden al Estado que los defienda de las inclemencias del mercado.

Podría poner muchos ejemplos, pero básteme decir que en los orígenes del capitalismo, en la Europa del siglo XVI, antes de que se inventara la empresa de responsabilidad limitada (o “de fondo”, como se llamaba entonces) los empresarios tenían que arriesgarlo todo a la hora de emprender un negocio: sus bienes personales –la responsabilidad ilimitada hacía que el empresario que fracasaba tuviera que vender todas sus posesiones personales para saldar sus deudas-, sino también su propia libertad personal, dado que cuando los deudores no pagaban sus deudas podían ir a la cárcel.



Ahí te creo que había capitalistas de espíritu emprendedor que uno –como le ocurría a Max Weber o a Joseph Schumpeter- puede llegar a admirar. ¿Pero los dueños de Vicentín? Sólo un Libervirgo puede defender a semejantes canallas.




Tal vez Juan Carlos Libervirgo dirá: "pero Milei habla pestes de los EMPRESAURIOS nacionales bla bla bla". Ok, por un momento démosle la razón al pelotudo de Milei, quien en un juego de palabras digno de su capacidad intelectual sugiere que nuestros empresarios son jurásicos incompetentes en comparación con otros empresarios que viven en los "países serios". Si esto es así, ¿no conviene tener en cuenta la realidad empírica en la concepción de un modelo que ya de por sí ha demostrado ser un desastre en América latina? Es como si Sergio Hernández, técnico de la Selección Argentina de básquet, propusiera un esquema de juego basado en la altura de nuestros pívots, y tratara de competir contra las torres de Serbia, Estados Unidos o España sin tener en cuenta la realidad de nuestro ADN. ¿Se entiende la comparación? Yo creo que hasta un libervirgo debería entenderla. Vale decir, oh joven libervirgo, que deberás tener en cuenta el carácter particularmente predatorio de nuestra clase empresarial a la hora de participar en debates sobre el modelo de desarrollo que le conviene a nuestro país.

Ahora bien, ¿cuál es la razón principal por la cual tantos economistas integrantes o adherentes al Partido Libertario -cuyo candidato a presidente más cercano a su ideología, José Luis Espert, obtuvo el 1,47% de los votos en la última elección presidencial de 2019- tengan tanta representación mediática en la esfera pública?



Me parece iluminador leer el siguiente artículo de Claudio Scaletta, cuya capacidad didáctica para exponer cuestiones de economía de modo sencillo sin por eso perder profundidad de análisis, constituye una muy buena noticia para un lector agradecido, como es mi caso:



"Algunos analistas de ambos lados de “la grieta”, muy prolíficos en la prensa, insisten en una caracterización extraña, casi un nuevo tópico: afirman que la Alianza Cambiemos falló en aquello en lo que se esperaba le fuera muy bien, el manejo de la economía, y le fue bien en aquello en lo que no se esperaba tanto, el armado político. La realidad habría arrojado la “sorpresa” de lo contrario.


¿En serio alguien con un mínimo de conocimiento de la historia económica podía creer que las recetas que llevaron a los fracasos económicos más estrepitosos de “los últimos 70 años” lograrían en el presente, repitiendo el mismo abecedario, un resultado exitoso? ¿En serio los mismos economistas que las llevaron adelante, con la misma teoría, lograrían con Cambiemos un resultado diferente?


Dicho de otra manera ¿por qué las políticas ortodoxas, que fueron una máquina de generar shocks inflacionarios, recesiones profundas, desindustrialización, desarticulación productiva y deuda pública externa, desencadenarían ahora resultados luminosos? ¿Por qué analistas políticos y económicos esperaban un resultado positivo?

La pregunta es necesaria: ¿por qué?


La respuesta lógica es difícil de comprender si no se incorpora el detalle, potente, del poder mediático. Para el sentido común metódicamente construido por la prensa hegemónica, los liberales autores de todos los colapsos de la historia económica reciente son rotulados como “economistas serios”. Lea de nuevo: son “economistas serios”. Y cuanto más ultramontano, más serio. Sin el sentido común construido por los medios, personajes como Federico Sturzenegger, secretario de Política Económica de Domingo Cavallo con Fernando de la Rúa, jamás podría haber saltado por encima de su historia para llegar a la titularidad del Banco Central y generar otro colapso.


Defensores de todos los ajustes como Carlos Melconian tampoco se habrían dado el gusto de rechazar el Ministerio de Economía. El entorno mediático en que todo sucede es sencillamente tóxico. Una muestra es que un individuo psiquiátrico como el insultador profesional Javier Milei es el economista que, bajo la segunda Alianza, acumula en los medios audiovisuales más minutos de aire que cualquier otro.


El aparente despropósito se entiende en su contexto. El personaje Milei cumple una función comunicacional muy clara: correr el discurso público a la derecha. Generalizando y sintetizando, los guerreros superextremistas hacen que los verdaderos extremistas, los que implementan cotidianamente las actuales políticas económicas, parezcan moderados. En la historia los Milei son el relevo generacional de los José Luis Espert, quien durante el apogeo neoliberal de Carlos Menem aparecía para decir que no se iba lo suficientemente a fondo con lo que por entonces se denominaba “cirugía mayor sin anestesia”.



En los debates, el personaje que ejecuta Milei suele amedrentar a sus interlocutores, casi siempre sin formación económica, con citas irrelevantes o papers improbables. Pero cuando el argumento de presunta autoridad académica, nunca el desarrollo de la idea, no surte efecto, su vía de escape es el insulto y la agresión. ¿Se imagina el lector el tratamiento mediático que recibiría un economista kirchnerista si copiase el estilo? Luego, el presunto look de “joven transgresor” de un casi cincuentón de peluquín que habla de sexo tántrico le facilita a sus seguidores, los autodenominados “libertarios”, proponer las recetas más retrógradas en nombre de la “incorrección política”. Nunca la incorrección fue tan conservadora.


Si alguien ve una fiesta en los últimos 70 años, debe abandonar el uso de sustancias.


Pero subsiste una contradicción. Incluso para el sentido común construido puede parecer evidente que si se aplican las mismas recetas que en el pasado se llegará a los mismos malos resultados. La vía de escape discursiva, entonces, consiste en apelar a que tal pasado nunca existió. Nunca hubo “verdadera” ortodoxia. Los 12 años largos de kirchnerismo juegan a favor del mensaje. La memoria de los treintañeros del presente no incluye la experiencia de los ’90. Y mucho menos la de los ’70. Es fácil mentir que nunca hubo neoliberalismo, que no hubo desarme del modelo sustitutivo de importaciones con bajo desempleo y tampoco desarme del Estado benefactor. Es fácil afirmar impunemente que lo que sí hubo, en cambio, fueron “70 años de peronismo”, una “posverdad” sin anclaje en la historia repetida como un mantra por todo el oficialismo incluido Mauricio Macri, quien agregó el giro de los “70 años de fiesta”. En paralelo sobre la recaída de los últimos tres años la respuesta es una conocida de siempre: “no se fue lo suficientemente a fondo”. Los Espert y todos los economistas serios ya ganaron.



En “los últimos 70 años” hubo otra cosa. Entre los más conspicuos estuvieron la Revolución Libertadora, Álvaro Alsogaray, el onganiato, Adalbert Krieger Vasena, Celestino Rodrigo, la dictadura militar y José Alfredo Martínez de Hoz, Juan Vital Sourrielle y el Plan Primavera, Domingo Cavallo y la Convertibilidad. Si alguien ve “peronismo” en esta secuencia quizá sea verdadero el mito de su carácter inexplicable. Y si alguien ve una fiesta debe abandonar el uso de sustancias. Lejos de las tres banderas del peronismo fundacional en el último medio siglo lo que predominó fue el antiperonismo y la aplicación sistemática de políticas ortodoxas respaldadas casi siempre por programas con el FMI. Gracias a ello la economía local se convirtió en un caso histórico y único de “des-desarrollo”. La “fiesta” sólo fue para una minoría selecta. Los paréntesis, en tanto, nunca fueron lo suficientemente a fondo como para romper la secuencia".

Post Scriptum: es interesante leer, a la luz del presente, el siguiente fragmento de la carta de Walsh:


Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada.  

En un año han reducido ustedes el salario real de los trabajadores al 40%, disminuido su participación en el ingreso nacional al 30%, elevado de 6 a 18 horas la jornada de labor que necesita un obrero para pagar la canasta familiar11, resucitando así formas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos reductos coloniales. 

Congelando salarios a culatazos mientras los precios suben en las puntas de las bayonetas, aboliendo toda forma de reclamación colectiva, prohibiendo asambleas y comisioncs internas, alargando horarios, elevando la desocupación al récord del 9%12 prometiendo aumentarla con 300.000 nuevos despidos, han retrotraído las relaciones de producción a los comienzos de la era industrial, y cuando los trabajadores han querido protestar los han calificados de subversivos, secuestrando cuerpos enteros de delegados que en algunos casos aparecieron muertos, y en otros no aparecieron.13 Los resultados de esa política han sido fulminantes. En este primer año de gobierno el consumo de alimentos ha disminuido el 40%, el de ropa más del 50%, el de medicinas ha desaparecido prácticamente en las capas populares. Ya hay zonas del Gran Buenos Aires donde la mortalidad infantil supera el 30%, cifra que nos iguala con Rhodesia, Dahomey o las Guayanas; enfermedades como la diarrea estival, las parasitosis y hasta la rabia en que las cifras trepan hacia marcas mundiales o las superan. Como si esas fueran metas deseadas y buscadas, han reducido ustedes el presupuesto de la salud pública a menos de un tercio de los gastos militares, suprimiendo hasta los hospitales gratuitos mientras centenares de médicos, profesionales y técnicos se suman al éxodo provocado por el terror, los bajos sueldos o la "racionalización".  

Basta andar unas horas por el Gran Buenos Aires para comprobar la rapidez con que semejante política la convirtió en una villa miseria de diez millones de habitantes. Ciudades a media luz, barrios enteros sin agua porque las industrias monopólicas saquean las napas subtérráneas, millares de cuadras convertidas en un solo bache porque ustedes sólo pavimentan los barrios militares y adornan la Plaza de Mayo , el río más grande del mundo contaminado en todas sus playas porque los socios del ministro Martínez de Hoz arrojan en él sus residuos industriales, y la única medida de gobierno que ustedes han tomado es prohibir a la gente que se bañe.  

Tampoco en las metas abstractas de la economía, a las que suelen llamar "el país", han sido ustedes más afortutunados. Un descenso del producto bruto que orilla el 3%, una deuda exterior que alcanza a 600 dólares por habitante, una inflación anual del 400%, un aumento del circulante que en solo una semana de diciembre llegó al 9%, una baja del 13% en la inversión externa constituyen también marcas mundiales, raro fruto de la fría deliberación y la cruda inepcia.  

Mientras todas las funciones creadoras y protectoras del Estado se atrofian hasta disolverse en la pura anemia, una sola crece y se vuelve autónoma. Mil ochocientos millones de dólares que equivalen a la mitad de las exportaciones argentinas presupuestados para Seguridad y Defensa en 1977, cuatro mil nuevas plazas de agentes en la Policía Federal, doce mil en la provincia de Buenos Aires con sueldos que duplican el de un obrero industrial y triplican el de un director de escuela, mientras en secreto se elevan los propios sueldos militares a partir de febrero en un 120%, prueban que no hay congelación ni desocupación en el reino de la tortura y de la muerte, único campo de la actividad argentina donde el producto crece y donde la cotización por guerrillero abatido sube más rápido que el dólar.  

6. Dictada por el Fondo Monetario Internacional según una receta que se aplica indistintamente al Zaire o a Chile, a Uruguay o Indonesia, la política económica de esa Junta sólo reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía ganadera, la nueva oligarquía especuladora y un grupo selecto de monopolios internacionales encabezados por la ITT, la Esso, las automotrices, la U.S.Steel, la Siemens, al que están ligados personalmente el ministro Martínez de Hoz y todos los miembros de su gabinete. Un aumento del 722% en los precios de la producción animal en 1976 define la magnitud de la restauración oligárquica emprendida por Martínez de Hoz en consonancia con el credo de la Sociedad Rural expuesto por su presidente Celedonio Pereda: "Llena de asombro que ciertos grupos pequeños pero activos sigan insistiendo en que los alimentos deben ser baratos".14 

 El espectáculo de una Bolsa de Comercio donde en una semana ha sido posible para algunos ganar sin trabajar el cien y el doscientos por ciento, donde hay empresas que de la noche a la mañana duplicaron su capital sin producir más que antes, la rueda loca de la especulación en dólares, letras, valores ajustables, la usura simple que ya calcula el interés por hora, son hechos bien curiosos bajo un gobierno que venía a acabar con el "festín de los corruptos".  

Desnacionalizando bancos se ponen el ahorro y el crédito nacional en manos de la banca extranjera, indemnizando a la ITT y a la Siemens se premia a empresas que estafaron al Estado, devolviendo las bocas de expendio se aumentan las ganancias de la Shell y la Esso, rebajando los aranceles aduaneros se crean empleos en Hong Kong o Singapur y desocupación en la Argentina. Frente al conjunto de esos hechos cabe preguntarse quiénes son los apátridas de los comunicados oficiales, dónde están los mercenarios al servicio de intereses foráneos, cuál es la ideologia que amenaza al ser nacional.


Eso era todo por hoy. Otro día si puedo trato de escribir algo más sobre el “neoliberalismo”, concepto cuya existencia no es reconocida por el libervirgo.

Sean felices,



Rodrigo