viernes, 31 de enero de 2014

LA PLUTOCRACIA Y LA DEMOCRACIA

A grandes rasgos, un plutócrata es alguien que cree que los ricos deben gobernar y dirigir los intereses del país. El plutócrata no necesariamente pertenece a la clase acomodada, puesto que hay partidarios de la plutocracia en todos los estratos sociales.

Según Bernard Shaw, si es que hemos de creerle a Wikipedia:

“La plutocracia, después de haber destruido el poder real por la fuerza bruta con disfraz de democracia, ha comprobado y reducido a la nada esta democracia. El dinero es el que habla, el que imprime, el que radia, el que reina, y los reyes, lo mismo que los jefes socialistas, tienen que acatar sus decretos y aún, por extraña paradoja, que suministrar los fondos para sus empresas y garantizar sus utilidades. Ya no se compra a la democracia: se la embauca”.

La visión de Bernard me parece un tanto extrema, pero sirve como para ilustrar la idea. Si soy el dueño de buena parte de la riqueza de un país, necesariamente deberé negociar con su clase política, es decir, con los representantes del pueblo: qué salarios voy a pagar, cuál es el seguro de desempleo, cuál es el nivel de contaminación que la ley me permite, etc. ¿No debo suponer que al horadar la relación entre los representados y los representantes, la capacidad de imponer mi voluntad aumenta? Si yo me peleo con alguien en sede judicial, seguramente me veré beneficiado si logro envenenar la relación entre el abogado de la otra parte y su representado, porque de ese modo incrementaré mi capacidad de negociación.

Aquellos que creemos que la democracia es –pese a sus vicios- un sistema de gobierno superior a la plutocracia, estamos interesados en difundir la idea de que los ricos deben someterse a las decisiones democráticas, en lugar de hacer pasar sus intereses sectoriales por el “interés de la gente” o “del pueblo” o de “la Patria”.

En términos generales, el plutócrata cree que el país se gobierna como si fuera una gran empresa. La cuestión es que en una empresa, el interés mayor es hacer un buen producto para que los accionistas obtengan ganancias, mientras que en un Estado, hay servicios que necesariamente deben ir “a pérdida”: atender la salud de jubilados y discapacitados, por ejemplo, no otorga beneficios monetarios al inversor.

Muchos de quienes impulsan la idea de que el Estado debe funcionar como una gran empresa, sostienen que los políticos deben cobrar sueldos no muy altos, dormir poco, no irse de vacaciones y comportarse como monjes trapenses, y al mismo tiempo defender nuestros intereses a capa y espada. En tanto que el CEO de una mega empresa, cuando es enviado a otro país a cerrar un negocio millonario, debe alojarse en el mejor hotel, vestirse con los mejores trajes y cenar en el restaurant más caro, porque de lo contrario su imagen conspiraría contra la “seriedad” del contrato que de concretarse favorecerá a los accionistas. Es como pretender que un club amateur compita contra el Barcelona y haga un partido de fútbol digno.

Dicho de otro modo, si aceptamos las premisas de cierta concepción plutocrática difundida en diversos medios masivos de comunicación, un funcionario público elegido para defender los intereses de los ciudadanos de La Matanza podrá estar mal pago, mal dormido y mal comido, pero tendrá que negociar a brazo partido contratos millonarios con el CEO de Telefónica, quien cuenta con recursos económicos y logísticos de primer nivel (abogados, contadores, tecnología de punta), y encima cobra un sueldo más que suculento para dedicarse a pleno al ejercicio de sus funciones. El funcionario público debe cobrar un sueldo bajo porque “maneja nuestra plata”, y además es necesario que sea insobornable al negociar contratos millonarios con los representantes del poder económico y financiero. ¿No le estaremos pidiendo mucho?

Al plutócrata se lo seduce, al pobre se lo disciplina

La seducción al plutócrata es una idea que regresa una y otra vez, sin importar cuántas veces haya sido desmentida por la realidad. La idea sería que debemos defender una medida justa, y que lo mejor es lograrla por la vía del diálogo, el consenso y el convencimiento, para que el plutócrata se sienta “seducido” y así decida invertir en el país. La seducción plutocrática tiende a apoyar sin dudar una quita de impuestos a todo rico para estimular que haga X.

Si el poderoso tiene el derecho a ser seducido en lugar de ser compelido como el resto del pueblo, especialmente la clase más relegada, ¿no estaríamos reconociéndole derechos desiguales? ¿Por qué la ley debería someter a quienes no tienen poder de resistírsele y en cambio seducir a quienes sí lo tienen?

Una concepción hermana sería la hipótesis de la confianza, que propone que lo mejor es que el Estado cree confianza para que los hombres de negocios inviertan en el país. A mi juicio, esto no está necesariamente mal; sin embargo, ocure que a menudo se hipotecan los intereses del pueblo en pos de perseguir esa supuesta “confianza” como si fuera la panacea. El economista Michael Kalecki decía que la teoría de la confianza tendía a someter las políticas del Estado a un derecho de veto de su clase empresaria. Si esta objetaba algo, la inversión se desplomaría y el desempleo resurgiría. Según Kalecki, el estado, por el contrario, debería invertir cuando los privados no lo hicieran para así garantizar siempre la creación de empleos más allá de la confianza o buena voluntad de los hombres de negocios. Así los plutócratas podían decidir ingresar o no al proceso productivo peo no tendrían poder de veto sobre él ni la capacidad de extorsionar con la simple amenaza de no invertir.

En este sentido, me pareció interesante destacar este fragmento de un análisis de coyuntura escrito por Atilio Borón.

“Es absurdo, y a estas alturas demencial, que cinco o seis grandes oligopolios manejen el grueso de la divisas que ingresan por la vía de las exportaciones agropecuarias. En una economía tan dolarizada como la Argentina, en donde los componentes importados afectan a casi todas, por no decir todas, las actividades económicas del país, dejar que la disponibilidad de dólares quede en manos de un puñado de oligopolios es un acto de soberana insensatez. En Chile, sin ir más lejos, los ingresos de su riqueza principal, el cobre, los controla exclusivamente el estado. En nuestro país, en cambio, un 80 por ciento de lo producido por las exportaciones cerealeras lo retienen grandes oligopolios transnacionales, y especialmente Cargill y Bunge, seguidos de cerca por Continental y Dreyfus; a su vez un par de grandes empresas controlan los ingresos que producen las exportaciones de manufacturas de origen agropecuario, principalmente aceite de soja; en la gran minería quienes lo hacen son las transnacionales del sector; y en el área de hidrocarburos (petróleo y gas) las propias empresas, con el agregado ahora de YPF pero sin perder de vista que ésta es una sociedad anónima y no una empresa del estado. Todas estas corporaciones están fuertemente articuladas con la banca extranjera, predominante en la Argentina, y mantienen fluidos contactos con los paraísos fiscales que proliferan sobre todo en el capitalismo desarrollado.  En suma: un puñado de 100 empresas controlan aproximadamente el 80 por ciento del total de las exportaciones de la Argentina, y son ellas las que retienen los dólares que surgen de este comercio y que son requeridos por distintos sectores de la economía nacional.

De lo anterior se infiere una conclusión tan simple como contundente: quien controla la disponibilidad de dólares termina teniendo la capacidad de fijar su precio en el mercado local, especialmente ante un Banco Central debilitado y cuyas reservas cayeron de 52.190 millones de dólares en el 2010 a 28.700 millones de dólares al finalizar enero del 2014. Esta debilidad del BCRA le impide desbaratar las maniobras de la cúpula empresarial más concentrada, fuertemente orientada hacia los mercados internacionales, y para la cual el dólar “recontra alto” significa pingües ganancias porque desvaloriza el salario de los trabajadores y les permite alentar la carrera inflacionaria con la seguridad de que su disponibilidad de dólares la sitúa a refugio de cualquier contingencia. En consecuencia, el control de las divisas por parte de ese puñado de grandes oligopolios le permite ser el verdadero autor de las políticas económicas de un país tan dolarizado como la Argentina y, además, extorsionar a cualquier gobierno que no se someta a sus mandatos. Pueden aterrorizar a la población agitando el fantasma de la hiperinflación, que este país padeció a tan brutal costo en 1989 o el espectro del “corralito” de finales del 2001, y de ese modo desestabilizar a un gobierno que debe jugar partidas simultáneas de ajedrez (en el frente fiscal, tributario, monetario, cambiario, productivo) con enemigos que no sólo procuran derrotarlo en una puja puntual sino sobre todo derrocarlo. Y el gobierno actual comete el error de pensar que con concesiones varias podrá apaciguar el “instinto asesino”, como le llaman admirativamente los ideólogos neoliberales, de esos enormes conglomerados para las cuales la ganancia y el ganar -sobre todo el ganar, como recordaba Marx- es una verdadera religión cuyos preceptos son respetados escrupulosamente (…)”

La política no se reduce a la moral: implica poder e intereses en juego

Decir que la política no se reduce a la moral no implica afirmar que es inmoral o amoral o que funciona al margen de valores, sino criticar la uni-dimensionalidad del análisis que reduce lo político a la calidad moral de los funcionarios públicos.

Como bien sugiere Natanson: "Por su propia naturaleza, por la lógica misma con la que operan, los medios de comunicación, en especial pero no exclusivamente los electrónicos, tienden a personalizar los episodios y los procesos. Renuentes en general a considerar las tensiones de la estructura económica, los intereses objetivos de los actores corporativos y los sustratos ideológicos que se esconden detrás de los posicionamientos políticos, los medios suelen reducir sus narraciones a las formas de la amistad, el odio y la traición. Su enfoque es personal y su tono el del melodrama.


Y es cierto, por supuesto, que la política no es sólo el producto automático de una serie de fuerzas en juego y que las personas, sus sueños y miserias, le imprimen siempre un tono particular, pero también es verdad que abaratarla a una telenovela de la tarde ayuda poco a entender las cosas".


En síntesis, y para no irme por las ramas: todo análisis político que considere que el poder sólo está en los oficialismos o en el Estado, está obviando datos de la realidad que le impedirán entender lo que ocurre.

PD: para hacer este post, le robé ideas al amigo Bosnio.

jueves, 30 de enero de 2014

FRAGMENTOS BREVES PARA REFLEXIONAR

    1. en la TV toman el té, en las redes cagan.
    2. que estas cosas no tengan costo, sino una audiencia babeante, es un signo principal del abismo que transitamos.
    3. por eso el poder los usa como forros todo el tiempo. Un lider "revolucionario" no puede estar tomando el té con periodistas reaccionarios.
    4. aparte de mezquino es idiota. No ven que hoy el poder no defiende el "orden" supuestamente atacado, sino una combinación de orden y caos.
    5. ceder así a impulsos mezquinamente afectivos es una política miserable y solo augura males mayores e impotencia en los hechos.
    6. las cosas criticables se han ido acumulando y la discusión no es solo para estos diez minutos, sino por un rato más, en todo sentido.
    7. y tendría que ser más que obvio que no pienso bien de los militantes NyP que usen esos mismos métodos. Lo he dicho miles de veces. Paren.
    8. Häganlo en privado. Aporten algo afirmativo, algo superador, algo emancipatorio, algo incluso violento pero no esa mierda.
    9. gente que es militante de esto o de lo otro, contracultural o de izquierda y cede a la tentación de literalmente cagar en las redes.
    10. No es tan difícil lo que pido. Usen la energía del odio para otra cosa, constructiva, afirmativa, no para la violencia.
    11. Entonces que discutan los argumentos, aunque no prevalezcan en lugar de derramar odio y frustración que solo puede favorecer a lo peor.
    12. Veo personas que dicen barbaridades todo el tiempo solo porque su partidito o su bandita o su grupito sostiene "buenos" principios.
    13. Es no significa consentir con nada en que se esté en desacuerdo. La política es lo que se dice y lo que se hace, no lo que se cree.

    14. El advenimiento de una situación caótica solo puede beneficiar a los poderosos.

    15. Las fotos y las frases invocan el odio. Invocar el odio es de derecha, no importa la buena conciencia que se tenga. Lleva solo al desastre.
    16. la única forma de contribuir es con argumentos emancipatorios, sean cuales fueren. En cambio usar fotos o frases que "muestran", no.