domingo, 25 de septiembre de 2016

ALGUNAS CUESTIONES SOBRE LITERATURA PARA ESTUDIANTES DE PUÁN QUE TODAVÍA NO ENTIENDEN UN CARAJO DE NADA

Si alguien le dijera al poeta "dejá de escribir boludeces y hacé algo útil como poner a hervir el agua o traer las vendas", el poeta no tendría ningún derecho a negarse. ¿Y por qué muchos no se lo dicen? Porque la condición humana suele ser tan miserable y triste que la enfermera le pide al poeta que convenza al enfermo de que su oficio es esencial para curarlo; y el enfermo le pide al poeta que le cante canciones dulces que lo hagan olvidar su sufrimiento. 

Es cierto que, como hoy en día es más sencillo imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, muchos se interesan por “la lista de libros más vendidos” y no tanto por el contenido de una obra determinada, como si el criterio comercial fuera la última ratio. Es así como tantos le sugieren al poeta que deje de escribir boludeces para no “morirse de hambre”. En general, ese es un consejo típico de muchas madres a sus hijos, toda vez que sus hijos expresan su deseo de dedicarse a la poesía. El esnob, por su parte, se interesa por los libros más vendidos para saber lo que NO debe leer. Esa actitud también es medio pelotuda.

El poeta tiene un problema y es que su herramienta de trabajo, a diferencia de la del músico o la del matemático, le pertenece a la comunidad de hablantes. Los escritores no pueden inventar su propio lenguaje, porque si lo hicieran nadie los entendería; ergo, dependen del lenguaje que heredan. Si el lenguaje está corrompido, ellos también se corrompen, y corrompen a los lectores. 


Todo esto es lo que más o menos piensa un gran poeta, que se llamó Wystan Hugh Auden (1907-1973), quien nos recuerda lo que el gran satírico vienés Karl Kraus decía sobre su propia lengua: "el público no entiende alemán, y no les puedo decir eso en periodiqués"


Una fauna prolífica de periodistas, políticos y comunicadores de los medios masivos, lo sabemos muy bien, corrompen el idioma. La lengua de una comunidad es patrimonio de sus hablantes: tanto de los más nabos como de los seres más sensibles e inteligentes; de los canallas y de los que son la bondad personificada. El poeta debe luchar contra la corrupción del idioma, que viene a ser su propia herramienta de trabajo. El matemático es juzgado por sus pares, mientras que al poeta lo puede juzgar un idiota, un ser sensible o un despreciador profesional. ¿Por qué? Porque todos creen hablar "el mismo idioma", y en parte tienen razón, y en parte se equivocan absolutamente:


“Mucha gente admite de buen grado que no entiende la pintura o la música, pero muy pocos de los que fueron a la escuela y aprendieron a leer frases publicitarias admitirán que no conocen su lengua”, nos dice Auden.



El libro es como un espejo: si un burro se mira en él, no puede esperar verse reflejado como si fuera un apóstol.

Cada vez que leemos, lo hacemos con nuestros prejuicios y nuestro idioma “privado”. Un mal lector es como un mal traductor, nos dice Auden, porque “interpreta literalmente cuando debe parafrasear, y parafrasea cuando debe interpretar literalmente”. La erudición es valiosa a la hora de traducir, pero más valioso es el instinto y el gusto.


“Una señal de que un libro tiene valor literario es que puede ser leído de varias maneras. A la inversa, la prueba de que la pornografía no tiene valor literario es que si uno intenta leerla de cualquier otra forma que no sea la del estímulo sexual, leerla, digamos, como el informe psicológico de las fantasías sexuales del autor, uno se aburre como ostra”.


Encuentro interesante el símil de la ostra en este sentido: a veces es necesario saber aburrirse para que nazca una perla.

Decir que una gran obra se presta para múltiples lecturas no es lo mismo que sugerir que cualquiera puede decir lícitamente cualquier cosa sobre cualquier tema; hay lectores imbéciles o delirantes, y algunos sólo pretenden manipularnos, en el peor sentido de la palabra. Las posibilidades de interpretación son finitas: hay lecturas más verdaderas que otras, y hay muchas que son completamente falsas e incluso absurdas. La pluralidad interpretativa no es lo mismo que el cualunquismo que no sabe jerarquizar.


Alguna vez leí una conferencia donde Borges decía que al hojear libros de estética, le  parecía que habían sido escritos por astrónomos que jamás han mirado las estrellas, porque consideraban que la literatura era más un deber que una ocasión para el disfrute. Es cierto que el placer no le asegura resultados a ningún crítico, sin embargo:


“El buen gusto es una cuestión de discriminación más que de exclusión, y cuando el buen gusto se siente forzado a excluir lo hace con pesar, no con placer.

El placer no es de ningún modo un consejero crítico infalible, pero es el menos falible.

La lectura del niño se guía por el placer, pero su placer es indiferenciado; no puede distinguir, por ejemplo, entre el placer estético y los placeres del aprendizaje o la fantasía. En la adolescencia advertimos que hay diferentes clases de placeres, algunos de los cuales no se pueden disfrutar simultáneamente, pero todavía necesitamos ayuda para definirlos. Ya sea que se trate de un asunto de gustos en comida o en literatura, el adolescente busca un consejero en cuya autoridad pueda creer. Come o lee lo que su consejero le recomienda e inevitablemente hay momentos en los que tiene que engañarse un poco; debe pretender que disfruta las aceitunas o Guerra y paz un poco más de lo que en realidad disfruta.


(…) Cuando alguien entre los veinte y los cuarenta años dice a propósito de una obra de arte: ‘sé lo que me gusta’, en realidad quiere decir: ‘no tengo un gusto propio pero acepto el de mi ámbito cultural’; porque entre los veinte y los cuarenta años la señal más clara de que una persona tiene un gusto genuino es que no está segura de él. Después de los cuarenta, si no hemos perdido del todo nuestra individualidad, el placer puede volver a ser lo que era durante nuestra niñez, la guía apropiada de lo que deberíamos leer”. (W. H. Auden)

A mí me parece que solemos creernos “animales racionales” en cuestiones de gusto, cuando en rigor, la racionalización suele hacerse a posteriori: el hecho estético  es “la inminencia de una revelación que no se produce”, con lo cual el placer aparece como algo misterioso, como la rosa de Angelus Silesius, que es “sin porqué”. La justificación del gusto siempre es una suerte de racionalización de un sentimiento subjetivo.


Cuando el poeta escribe, hay una musa a la que intenta seducir, y un demonio al que trata de vencer. La Musa es una mina hermosísima, es consciente de tener muchos pretendientes y por tanto suele estar llena de malicia: aprecia la caballerosidad y los buenos modales, “pero desprecia a los que no están a su altura, y se deleita con crueldad dictándoles incoherencias y mentiras que ellos, obedientes, anotan como verdad ‘inspirada’”.


La inspiración es una suerte de capacidad para distinguir entre el azar y la providencia:


“Para reducir sus errores al mínimo, el censor interno al que el poeta somete su obra en progreso debe ser en realidad una asamblea. Debe incluir, por ejemplo, un hijo único sensible, un ama de casa eficaz, un experto en Lógica, un monje, un bufón irreverente e incluso –quizá odiado por todos los otros y devolviendo ese desprecio- un brutal y malhablado sargento de instrucción que considere que toda poesía es basura”.

EL DESEO DE TRASCENDENCIA

El escritor Fabián Casas recordaba una visita a la casa de un amigo: 


“En la mesa del living reposaban, como adornos, unas pulseras grandes, que parecían de plástico o acrílico o madera. Las toqué y pensé en mi madre. Ella se ponía esas fantasías baratas (…) Son pequeñas mercancías que utilizaban las mujeres de clase media baja para embellecerse, como lo hacen en ciertas tribus africanas. Hay algo en esos objetos que me produce una gran ternura. No tienen valor alguno, no son bellos y sin embargo son personales, exactos en su candor. Casi no se pueden separar de las personas que los llevan. Parecen un tatuaje de su condición”.

Esas pulseras eran de la madre de su amigo, una persona común sin “deseo de trascendencia”, o cuyo deseo de trascendencia era ver feliz a sus seres queridos. Casas dice admirar a esas personas comunes, y yo comparto esa admiración: 


“Ni se exponen en redes sociales, ni editan discos sofisticados, ni ponen un mingitorio en una galería ni se anotan a competir en realitys. Esa gente común es una bendición”.


Uno podría decir que afortunadamente no todas las personas son así, porque de lo contrario no existiría la música de Spinetta o el cine de David Lynch. Sin embargo, entiendo a qué apunta Fabián, y considero que en buena medida tiene razón. 


A mí me gustan las  personas que no se toman demasiado en serio a sí mismas, y que trabajan en contra de su propio ego. Tal vez una buena fórmula sería: tomarse la literatura en serio, pero no tomarse tan en serio a uno mismo.


El amigo del que habla Fabián es Ulises Conti, un ser con deseos de trascendencia que a su vez es hijo de una madre que usa pulseras baratas. En Tatuajes, el amigo Conti –cuya obra todavía no conozco- nos dice lo siguiente:


“Crecí en un suburbio y sé lo que es estar rodeado de cosas horribles, la angustia de crecer en un barrio signado por la decadencia y el mal gusto, ver a la gente viviendo una vida sin ningún tipo de inquietudes, la desidia y el fracaso establecidos en la normalidad de una coreografía cotidiana. Seguramente todo esto haya sido lo que de algún modo disparó semejante obsesión y fetichismo por vivir una vida diferente en busca de una superconciencia en el arte, poder modificar un destino deparado a la vida trabajando de operario doce horas en una fábrica de escarbadientes, tener que atravesar el conurbano bonaerense, de una punta a la otra, de día y de noche”.

La primera vez que Fabián Casas vio a Ulises Conti, lo vio usando un sombrero y unas botas texanas: a partir de allí lo llamó "el vaquero". ¿Esa vestimenta revela un "deseo de trascendencia" o las ganas de destacarse del modo más boludo? No tengo idea, aunque supongo que habrá sido una mezcla de ambas cosas, ya que los seres humanos solemos ser maravillosos y ridículos casi al mismo tiempo.

Vivo en Avellaneda y crecí en Wilde, en un barrio rodeado de laburantes, vagos, chorros y personas muy copadas. Tengo el trabajo menos literario que se les pueda ocurrir, pero no me identifico totalmente con el amigo Ulises. Sin embargo, ¿se puede ser un artista auténtico sin deseos de trascendencia? A mí me parece que no. Por supuesto que la ambición por “trascender” es una condición necesaria, pero nunca suficiente. Yo no juego en el Barcelona de Messi no por no haberlo deseado, sino porque tengo varias limitaciones: entre otras, la pierna izquierda y la pierna derecha.


Tal vez la cuestión principal tenga que ver con la confusión entre “autenticidad” y “originalidad”. Auden aporta algo de luz:


“Algunos autores confunden la autenticidad, a la que siempre deberían apuntar, con la originalidad, por la que jamás deberían molestarse. Existe cierto tipo de persona tan dominada por el deseo de que la estimen por sí misma que vive poniendo a prueba a los que la rodean mediante una conducta inaguantable; lo que dice o hace debe ser admirado no porque sea algo intrínsecamente admirable, sino porque se trata de su observación su acción. No explica esto en gran medida el arte vanguardista?”.


Eso es todo por hoy, hipócrita lector que fatigas los pasillos de Puán. No os ofendáis por el título del post, fue solamente una broma. Sé que ahora que os he mojado la oreja, me buscaréis defectos gramaticales y os erigiréis en policía: aceptaré vuestras críticas con resignación.

¡Sean felices!


Rodrigo

9 comentarios:

  1. Jajaja, me hacés reír Rodriiiiii.. ¡¡Te quiero!!

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Tras leer completa tu nota me quedó una gran tristeza, un bocado más de nada.

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    1. Stephen querido! Un capo total James Joyce. No importa estimado, hay que aprender a no ser querido. Tratá de leer algo que te guste más. ¡Abrazo de gol!

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  4. Rodrigo, leí tu post. No sé si alguna vez fuiste a alguna clase de literatura de la FFyL, pero me parece que acá hay mucho prejuicio y desconocimiento. Te recomiendo, por ejemplo, que asistas a las clases de literatura española I o literatura de siglo XX. Hay una descripción del estudiante de letras bastante alejada de la realidad, o, por lo menos, de los estudiantes avanzados. Muy linda redacción. Voy a leerte más seguido. Saludos.

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    1. Jaja, es broma el título. De hecho este año pienso estudiar letras en la UBA. ¡Placer puro!

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