jueves, 25 de diciembre de 2014

¿PARA QUÉ ESTUDIO DANÉS? PARA LEER A SØREN KIERKEGAARD

Apenas saben que estoy estudiando danés, muchos me preguntan para qué aprender una lengua tan poco hablada. A despecho de que pueda existir cierto esnobismo en mi decisión -creo que no, pero uno no suele ser buen juez de sí mismo- ; la razón principal es que aspiro a leer la obra de Søren Kierkegaard en su idioma original.

A menudo la vida se parece a una suerte de escenario en el que somos arrojados más allá de nuestra voluntad, obligados a intervenir en una trama que apenas conocemos. No tenemos un guión en el que ampararnos, y no siempre intuimos lo que los demás actores esperan de nosotros.

“Life's but a walking shadow, a poor player, that struts and frets his hour upon the stage, and then is heard no more. It is a tale told by an idiot, full of sound and fury, signifying nothing”. (Shakespeare, Macbeth Act 5, scene 5, 19–28)

En el orden social, Kierkegaard (1813-1855) fue uno de los primeros en darse cuenta del peligro de despersonalización que se encierra en la creciente tendencia a la masificación y el anonimato de la sociedad moderna. Por cobardía ante el riesgo que supone la existencia personal, los hombres nos refugiamos en el anonimato de la multitud. Demasiado débiles para ser “alguien” por sí mismos, buscamos ser “algo” por el número.

A diferencia de lo que nos pasa a los seres humanos, los animales están preparados particularmente para hacer muy bien alguna cosa específica: el delfín puede nadar a gran velocidad, pero su cuerpo no le permite desplazarse en tierra; las patas del elefante le permiten sostener su enorme peso, pero son inútiles para tocar el piano. Algunos animales tienen muy buena vista, o son veloces, o son capaces de cazar o hacer agujeros en el suelo. Por eso, cuando el ecosistema cambia bruscamente, ellos tienen mucha menor capacidad de adaptación que nosotros.

Nuestro brazo nos permite trepar, pero nada comparable al mono; podemos dar un golpe, pero sin la fuerza o la capacidad de daño de un león o un oso; podemos nadar, pero incomparablemente peor que un delfín o una foca. Sin embargo, podemos hacer todas esas cosas y además tocar el piano, jugar al tenis, correr una maratón, señalar la luna, diseñar el plano de un edificio, sostener un libro de Luis Majul (?), acariciar a un niño o pintar un cuadro.

Somos lo que decidimos ser. Por eso la existencia presupone la decisión por la que el hombre toma íntegramente su destino en sus propias manos. El hombre, como bien vio Sartre, está “condenado a ser libre”. Está condenado porque no fue él mismo quien se creó, y sin embargo es libre porque una vez arrojado al mundo, es responsable de sus actos.

Nuestra vida no se parece a la de una planta, cuyo futuro está ya “escrito” en la semilla; el hombre es el demiurgo de su porvenir; es aquello que proyecta ser. Eso no implica afirmar la obvia pelotudez de que resulta indiferente nacer en una villa miseria que en una cuna de oro. El entorno nos condiciona, pero nunca nos determina por completo. Dentro de las situaciones diversas que nos toca atravesar, estamos permanentemente obligados a elegir. Esa libertad es la que nos provoca “angustia”.

Pues bien, justamente Kierkegaard nos enseñó a distinguir entre “angustia” y “miedo”. El miedo surge ante el peligro o la amenaza de perder un bien particular y concreto. En la angustia, en cambio, no es algo particular lo que está amenazado, sino todo, la totalidad del hombre, su misma existencia que se manifiesta como expuesta a la nada. La angustia es una experiencia no física sino “meta-física”. La angustia siempre se corresponde con la nada. Por eso el lenguaje corriente habla de “angustiarse por nada”. La angustia no ocurre por algo externo, sino que el hombre mismo es fuente de su propia angustia. La angustia está ligada a lo que el individuo no es, pero puede llegar a ser. Por eso la angustia se dirige al futuro, como posibilidad de la libertad, y no al pasado. Lo posible y lo futuro están íntimamente relacionados. Cuando nos angustiamos por un hecho pasado lo hacemos en tanto tememos que algo malo vuelva a ocurrir. Uno puede arrepentirse de un hecho pasado, pero siempre se angustia hacia el futuro.

Me apuro a escribir que el individualismo de Kierkegaard tiene poco que ver con el egoísmo consumista que predica la mayor parte de la publicidad masiva, ni con hacer lo que se te canta sin que te importe el prójimo.

Se dice que Kierkegaard era un gran escritor, un gran estilista de la lengua danesa. Podemos apreciar su talento en una buena traducción, pero en cierto modo la poesía no se traduce, porque la música no se traduce.



Una de las diferencias abismales que me separan del autor de Temor y temblor radica en que soy agnóstico, y que defiendo una actitud más alegre y relajada ante la vida. Sin embargo, el fenómeno religioso me interesa, porque creo que forma una parte importante de nuestra cultura.  No soy muy original en mi creencia de que los seres humanos creen en Dios porque no soportan la idea de su propia muerte, ni la de sus seres queridos. El sol, como la muerte, no se puede mirar fijamente.

sábado, 13 de diciembre de 2014

EL MEJOR POEMA DE LA TELEVISIÓN ARGENTINA



Aquí se puede apreciar una de las escenas de amor más logradas de la historia de la televisión argentina. Un duelo actoral de la reputísima madre que lo parió.



La escena da cuenta del amor no correspondido entre "La Isa" -Marcela Klosterboer- y "Segundo" -Mariano "Imito el acento marginal re bien" Martínez-. El corazón de alcaucil, el clímax de semejante obra de arte comienza a partir de los 2 minutos 7 segundos:



Klosterbóster le dice: “dále, sigamos con la clase (?)”. De más está decir que hasta ese momento eran dos nabos hablando gansadas en el auto, con lo cual no sé a qué clase se referirá... uno imagina que aprendían castellano en el asiento delantero, lugar bastante incómodo para leer y escribir.



Y luego viene la mejor parte: el personaje de Klosterbóster le pregunta a "Second" si preparó la composición que le pidió; él le contesta que sí, y ella le pide que se la lea, para que practique su oralidad. Nuestro héroe toma coraje y decide confesarle su amor a través de la lectura de un poema propio:



“É rubia ella, y linda…y me ayuda mucho;

porque é buena ella, y todo lo que toca, cambia de coló.

Y tiene un corazón grande ella, y hace latí el mío…

más fuerte; cuando etámo cerca.



No lo sabe ella, pero la amo yo”.





Y la remata con un: “só vó ella, Isa”...



Más allá de que en la televisión, todos los personajes suelen ser más estúpidos de lo necesario, pesa una fatalidad sobre el costumbrismo: al prescindir de una idea de composición de lenguajes, se recurre a dialectos supuestamente marginales o regionales que no son trabajados por el talento del guionista. Describir a un tigre llenando la página de rugidos no tiene mucho sentido. El exceso de mímesis revela falta de imaginación y de invención.



En fin, ¿qué estará haciendo el guionista en este momento, mientras yo me deformo la espalda en la mesa de entradas de Tribunales?

EL DELIVERY DE OFICINA



Pedir empanadas en la oficina es complicado. Yo solía organizar los pedidos: confeccionaba una planilla de excel y se la enviaba por mail a todos, para que elijan libremente. Luego recopilaba y clasificaba la información con nombre, gustos y costo a pagar. Lo usual era anotar con rayitas, como en el truco. Después me iba a coquetear con la recepcionista para que haga el pedido (estaba buenísima la recepcionista, y me miraba con cara de “uh, otra vez el nabo éste que se hace el que organiza para venir a darme charla”).

Además me ocupaba de juntar la guita escritorio por escritorio, entendiendo que siempre hay quien come media empanada y quien come 23. He sido muy bien criado y tengo una noción alta de la justicia,  por lo cual nunca estuve de acuerdo con pagar a la romana, perjudicando a quien menos tiene. Es entendible también que a veces alguno anda medio flojo de bolsillo, como Juancito, entonces yo cargaba 1 pesito más a la cuenta de los “ricos” que se pedían media docena y compraba alguna que otra para que sobren y al final poder decir "uh, se equivocaron, quedátela vos Juancito, que ya todos agarraron las suyas"...y Juancito podía comer una extra a pesar de que él había jurado que pedía pocas porque justo había empezado un régimen (“Juancito, vos pesás 46 quilos y medís un metro noventa, ¿para qué hacés régimen si casi no arrojás sombra porque los rayos del sol esquivan tu silueta?”).

Y pese a todo era feliz. Me gustaba quedarme en la oficina a juntar las sobras, para que los jefes no se quejaran de que estaba todo sucio. Sí, yo fui feliz... Me sentía protagonista de la vida diaria, asumiendo la responsabilidad, tomando decisiones, agarrando fuertemente las riendas de mi propio destino. Enfrentando situaciones, poniéndole el pecho a las balas cuando la cuenta no da, o cuando falta una, o cuando se quejan del olor que quedó en la sala de reuniones (búnker del delivery). Hasta me preocupaba por abrir la ventana primero, ventilando el ambiente para evitar las protestas. La contraseña era: “reunión de avance en la sala grande a las 2 pm”...

Después la vida me fue golpeando un poco. Entendí que a menudo la gente es una mierda. Empecé a mirar lo que antes no miraba, comencé a prestar atención: a ver cómo Pablito se hacía sistemáticamente el boludo para comer de más; al que no garpaba.....al que pedía una y comía dos......el que nunca juntaba......el rata......el sucio que dejaba todo tirado y jamás lavaba un plato ni limpiaba la mesa.. a las minitas que pedían las variedades más exóticas para complicar, para darse corte: “¡Ay, ¿vas a pedir?.. yo quiero berberechos meditárraneos con algas verdes al vapor y huevos de bacalao depilado al carbón”… ¡hacé el pedido vos, hija de puta! Y uno, que ya tiene experiencia, termina tirando “dos de carne”.. como para compensar. Siempre es uno el que afloja.

Yo organizaba, pero no organizo más. La vida te va desgastando, te das cuenta que tenés ganas de comer empanadas pero ya no pedís....mirás a los costados pero agachás la cabeza....y ya no pedís.......y lo peor es que la gente se olvida, enseguida se olvidan y ya nadie dice “che, ¿qué pasa con Rodri que no pide más empanadas ni llama al delivery?”. Porque la gente se malacostumbra, y en lugar de notar nuestro esfuerzo lo tiende a considerar un derecho adquirido.

Porque la gente no tiene memoria, cada uno se mete en lo suyo y es indiferente....¿y si necesitaba ayuda? ¿Y si Rodri quería organizar para sentirse importante o querido?

Nadie se te acerca, nadie te da una mano, todos se hacen los giles para pagar y luego agarran una de más…

Uno se vuelve otro, se queda en el molde. Si los demás tienen hambre y quieren delivery que hagan el esfuerzo y pidan, que se hagan mala sangre, que la peleen.. yo ya no organizo más.

Cuando me consultan por gustos, pido siempre lo mismo, 2 de carne........porque sé que hay gente que pide con hambre, con ojo grueso y después no come, ¡¡la vida me enseñó!! Entonces gasto poco y me quedo hasta el final.....para comer gratis..... ya no junto la guita, si me la vienen a pedir se las doy....si no, me hago el otario y que saquen cuentas hasta que adviertan que me faltaba pagar a mí: siempre hay un buenudo -como solía ser yo- que pone extra para evitar el quilombo y que la gente la pase mal....entonces garpa él y quizá, con suerte, termino zafando...




Ahora dejo todo tirado.....como, chupo y apenas me limpio la barba si quedan restos… ya no coqueteo (porque me di cuenta de que los resoplidos de la recepcionista eran una señal clara de que apenas soporta mi presencia)… y salgo de la cocina siempre penúltimo, para no apagar la luz y para no juntar. ¡Que junten los otros, los jóvenes, los "pilas"!

Ya no soy feliz, y a veces pienso que cada experiencia acumulada que adquiero la termino aplicando para hacer el mal Me doy cuenta que la rueda de la vida da vueltas y vueltas y más vueltas, y que uno se transforma en ese ser detestable que otrora odiaba.  ¡Es así viejo! Uno cae en esa inercia y empieza a pensar como si fuera otro. Uno sabe en su interior lo que es bueno, pero elige la fácil, la perjudicial para el prójimo. Tal vez uno, interiormente, sigue siendo el mismo -o no, vaya uno a saber: el río del tiempo, el eterno dilema Parménides/Heráclito de la permanencia en el cambio. Lo concreto es que ahora, antes de tomar una decisión, la pienso mil veces. La medito aplicando toda esa sarta de mecanismos de pensamiento que aprendí a puro cachetazo, y ya no reacciono con el corazón, ya dejé de ser espontáneo: reacciono con la cabeza, y me quedo pensando: “¿a dónde quedaron los buenos sentimientos?”, ¿quién fui, quién soy? ¿Cómo es que llegué a ser tan cínico y oportunista?”

CUANDO LLEGA EL DELIVERY DE EMPANADAS



Se ha dicho que el mundo se divide en: 1) los que apenas llega el delivery agarran las empanadas que ellos pidieron, poniendo todas “las suyas” en el plato como si fueran perros; y 2) los que van viendo sobre la marcha, probando un poco de todo, sin preocuparse por qué pidió cada uno. Se alega además que los segundos suelen odiar a muerte a los primeros.

Sin ánimo de ser exhaustivo, se me ocurre agregar algunas de las siguientes variantes:

Están los obsesivos hiper-estructurados que tratan de interpretar los 78 ideogramas chinos que se corresponden con: “carne cortada a cuchillo”, “humita”, “humita del litoral tucumano andino bonaerense”, “carne cortada con tijera”, “carne suave”, “carne re picante boló tené cuidado”, “jamón y queso”, “queso y cebolla”, “¡quesó, angurriento?!”…

El matemático/metódico/ordenado/obsesivo/hermeneuta-de-la-papeleta-que-viene-dentro-de-la-caja se suele enfocar en el más despreocupado –cuyo método expeditivo se basa más bien en la "exploración por ensayo y error”- y lanzarle un: “¡Qué pediste pelotudo! ¡Las de carne son esas que tienen el repulgue ondulado y la marquita en el medio!”.

Jamás faltan los que meten los garfios para entrever el contenido de la empanada. Una variante de este tipo de ansiosos la constituye el que mastica sin esperar a que se enfríe: ahí nomás suelen proferir insultos en arameo hacia los cuatro puntos cardinales. Incluso, al apagar el fuego que de improviso les invade la tráquea y los pulmones, se suelen atragantar con la mezcla de gaseosa/cerveza/vino y empanada a medio masticar, con lo cual terminan por escupir y toser durante ocho o nueve minutos seguidos.

Otra variante, extremadamente impopular, es la del que pega el tarascón cual tiburón blanco y luego –al anoticiarse de que “¡uh, la pucha, este gusto no era el que pedí”- se hace el otario y la deja a un costado. Como es de esperar, si alguno lo cacha en falta le salta inmediatamente a la yugular exclamando: “¡¡ahora te la comés la conchitumá!!”. Resulta obvio agregar que en este caso estaríamos en presencia de un “sin códigos”.

El consumidor-madre (que puede o no serlo): corta las empanadas en dos o en tres pedazos, para que a) se vayan enfriando y nadie se queme; b) facilitar la discriminación del contenido; c) favorecer el abandono de un pedacito de empanada libre de saliva fresca, que eventualmente puede servir para que el satisfecho se lo done al famélico de turno.

Tampoco faltan los violentos que -sin darte tiempo ni a pestañar, y viéndote un tanto dubitativo- te tiran: “¡si ya la mordiste es tuya pedazo de lksd aslb aslba bldpaor!”, anticipándose a la posibilidad de que seas un “sin códigos”.

Está el que muerde una y se entera al toque de que no era el relleno que pidió, cuyo hambre y desesperación lo llevan a seguir desgarrando y deglutiendo la presa. Este tipo de personas suelen ocasionar disturbios cuando quedan pocas en la caja (salvo que se hayan pedido varias docenas de más, lo que es muuuuuy infrecuente).

Párrafo aparte para el “delivey bajón”: ahí ya todo es una anarquía total, un desbande de brazos, tenedores, puñetazos y empujones. Una bellum omnium contra omnes /”the war of all against all”, un hobbesiano estado-de-naturaleza-sálvese-quien- pueda donde la excepción se torna regla.

Finalizando, están las personas serviciales que se preocupan por tender la mesa, porque todos tengan ubicación. Espíritus humanitarios quienes, sin importar su grado de hambre, jamás manotean primero, aguardando con paciencia a que les llegue su turno. En mi opinión, esta clase de personas son extremadamente difíciles de hallar y, como los dinosaurios o los mastodontes, se diría que conforman una raza extinta.

domingo, 30 de noviembre de 2014

SOBRE LA BELLEZA

Para matizar, complejizar, enriquecer un poco el posteo anterior, me parecía interesante transcribir algunos fragmentos de Ética de urgencia, del filósofo español Fernando Savater:

La belleza es un don, evidentemente, y es un don que todos podemos admirar porque las personas, los objetos y los paisajes hermosos embellecen el mundo, y tienen algo de ideal, de inalcanzable. Por eso un gran poeta francés decía: "La belleza es lo que nos desespera".

Pero es verdad que, de un tiempo a esta parte, la belleza se ha convertido en una especie de obligación. Y, además, se trata de una belleza dictada por un canon determinado, de manera que ya no es algo que enriquezca el mundo, sino que lo empobrece. Se crean presiones para alcanzarlo que provocan situaciones como la anorexia, y la exclusión de grupos de edad o de personas con determinado aspecto; individuos talentosos o con méritos en otros órdenes pueden pasarse la vida sufriendo porque su cara y su cuerpo no se adaptan al canon. Lo monstruoso no es lo que se queda fuera de la categoría de belleza, sino la idea misma de belleza como una imposición externa y que puede convertirse en una tortura.

El miedo a envejecer y a perder la salud y la belleza no es nuevo, se ha dado siempre, hay cientos de relatos y novelas sobre ese asunto. Lo que sí parece un fenómeno nuevo es que en nuestra época no existe un modelo positivo para las personas mayores. Los viejos tenemos que fingir que somos jóvenes porque el que no es joven está enfermo en nuestra sociedad. La juventud, por razones sociológicas, de consumo, etcétera, se ha convertido en la totalidad de la vida; si no quieres ser excluido, debes fingir que eres joven hasta la tumba.

Una actitud así tiene sus peligros. No es sólo que todos vayamos a ser viejos, si tenemos la suerte de vivir lo suficiente, sino que como decía Voltaire: "Quien no tiene las virtudes de su edad, tendrá que cargar sólo con sus defectos". Todas las épocas, la juventud, la madurez, la vejez, tienen algún tipo de virtud que sólo se da en ese momento. Si no disfrutamos de ellas, entonces sólo arrastraremos los defectos comunes al resto de las edades.

Tenía ganas de compartir estas sencillas aunque profundas intuiciones del amigo Fernando.

¡Sean felices!

LA BELLEZA FEMENINA Y LA COSIFICACIÓN DE LA MUJER

“En rigor de verdad, ¿cuál es el límite para que una indumentaria sea susceptible de indignaciones ajenas? ¿Hasta dónde debe llegar un escote? ¿Hasta dónde debe llegar una pollera corta? Es absurdo plantearlo en esos términos. El tema es otro, el tema no es cuán desnuda está una dama mientras te carga nafta. El tema es la libertad y el poder. Si alguien se viste como quiere porque lo decide, está bien siempre. Si alguien es acosada, es presionada, es extorsionada para que se vista de determinada manera, o para que haga determinadas cosas, ahí es donde debemos indignarnos.

Es fácil saber dónde está la maldad, dónde está lo diabólico. Lo diabólico está en el tipo que comenta después. No en la chica que viene con la pollera corta. La estupidez del demonio está en el comentario del hombre. Viene una chica con una calza ajustada y está bien. Lo que lo convierte en obsceno es el tipo que aparece después y le dice “¡mamita, si te agarro te hago tal y tal cosa!”. Ese tipo de comentarios destruye lo que hasta podría ser una muestra de belleza, y lo convierte en algo obsceno. Creo que podríamos seguir pensando. ¿No será que en virtud de todo esto la belleza empieza a ser subvalorada, y que casi todas las mujeres rechazan el ser solamente bellas y exigen otro tipo de consideración porque les parece que cuando le dicen que son hermosas, le están diciendo también que son tontas? Hay una costumbre mediática contradictoria, que consiste en mostrarte por un lado mujeres desnudas y bellas y por el otro un “no, bueno, en realidad no quiero que me consideren sólo una cara bonita”, etc. ¡La belleza es una enorme virtud! Yo soy petrarquista en ese sentido, y creo que la belleza opera milagros. Creo que también hay una segunda puerta que es indispensable, que es la de la tonicidad espiritual, la inteligencia o como la queramos llamar, que también debe ser examinada. La obscenidad viene por la falta de libertad, por la extorsión, y por el comentario denigratorio del hombre que aparece después: eso es horripilante. Fíjense la escena de Tinelli: está fenómena la chica con una pollera corta, es hermosa. ¿Y qué es lo que la degrada? El tipo que viene luego y le dice “vení mamita que te corto la pollera…”. Eso es horrible. Eso enfría la situación. Todas esas cosas hay que pensarlas.


Un último tema, para que lo piense incluso la gente hermosa. ¿No hay una satisfacción personal en vestirse de modo tal que se encienda el deseo de los demás? ¿No produce eso también una especie de placer, o una situación que favorece el placer ulterior? Hay que examinarlo. Entonces, porque hay un mandato social que dice que una pollera corta es de mal gusto, la chica no se la quiere poner por más que le gustaría. ¿Qué es el me gustaría? Me gusta vestirme de modo tal que encienda el deseo de mi novio, de los tipos que pasan, de otras personas; pero no lo hago porque hay una especie de supuesto buen gusto que está impuesto vaya a saber por quiénes y desde dónde”. (transcripción ligeramente modificada por mí)

La reflexión, que me pareció por demás interesante, pertenece a Alejandro Dolina y la pueden ver y escuchar acá. No es importante si Dolina dice lo que dice porque en rigor "se quiere levantar minas hermosas". La cuestión es lo que dice, no las intenciones  que operan por detrás de lo que dice, que a mí me tienen sin cuidado. La objeción más sencilla, originada en cierta filosofía barrial de cuarta, sugiere que todo hombre que dice preocuparse por los derechos de la mujer, en realidad "la quiere colocar". Puede ser, puede ser más o menos, puede no ser. ¡No importa! Las intenciones ajenas, en última instancia, terminan por ser inescrutables.


Creo que mucho de lo que se sugiere en ese párrafo que transcribí debería ser obvio, y sin embargo no lo es. No digo que no hayamos avanzado nada como sociedad, sólo digo que ni por asomo avanzamos lo suficiente.

Entiendo que el límite entre el coqueteo seductor y el histeriqueo narcisista es bastante difuso. Ahora bien, ¿no tiene derecho una mujer hermosa o un tipo fachero a tratar de seducir a partir de su apariencia? ¿No harían ustedes lo mismo si tuviesen la facha necesaria? Entiendo que todo es cuestión de armonía, y tampoco me parece piola una persona que está todo el tiempo sacándose selfies en las redes sociales para cosechar "me gusta". No creo en el "soy mirado, luego existo". Sin embargo, cada uno seduce con las armas que tiene.

En el tema puntual de las discusiones mediáticas que disparó la negación de Carla Conte a que le corten la pollera, uno ha podido escuchar o leer innumerables comentarios del tipo "y ahora te venís a hacer la ofendida, si toda tu carrera la basaste en mostrar las tetas, bla bla bla". ¿Ese es el argumento que esgrimen? Me parece terriblemente estúpido.

Es completamente natural y esperable que la visión de una mujer hermosa, vestida de modo provocativo, nos despierte deseo. Ese DE NINGÚN MODO es el punto principal. Si no entendemos algo tan simple como eso, no entendemos nada. Si no entendemos que violar, acosar o injuriar a una mujer no se justifica JAMÁS a partir del modo en que esté vestida, estamos en serios problemas como sociedad. Esto que parece una obviedad, no lo es para buena parte del discurso mediático. Yo no tengo "derecho" a que una mina me de pelota. Eso es confundir el plano erótico con el plano jurídico-político, o con el plano ético. En todo caso tengo derecho a casarme por civil si ella me acepta. ¿Cómo puede ser que algo tan obvio como la diversidad de planos pueda mezclarse conceptualmente de modo tan burdo? ¿Cómo puede ser que un tipo se ofenda si una mina lo rechaza? Uno se puede sentir desilusionado, triste, menoscabado en su autoestima. ¿Pero reclamar airadamente poco menos que el derecho a ser aceptado por la chica que nos gusta? ¿Insultar a una mujer en un boliche porque nuestras armas de seducción le son completamente insoportables?

Luego podremos discutir acerca de varios tópicos como hasta qué punto el modelo de belleza que impera en la publicidad es nocivo para la convivencialidad democrática; sobre cómo la sociedad de consumo puede hacerte sentir una mierda si no sos joven o si no respondés al etereotipo deseado; sobre "la televisión blanca"; sobre si es justo que una persona menos cualificada que otra para un determinado empleo gane el puesto sólo en virtud de su apariencia física, etc. Hay planos de discusión muy diversos: estético, ético, político. Pero todo eso escapa a lo que me interesaba discutir hoy.

Eso es todo por hoy.

¡Sean felices!

Post Scriptum: les dejo otro link para seguir pensando juntos.

viernes, 28 de noviembre de 2014

ALGUNAS INTUICIONES DE GEORGE STEINER EN CONTRA DE LAS MEDIACIONES... Y DE SERENA VAN DER WOODSEN

Debo admitir que, además de leer autores considerados “clásicos”,  soy un consumidor compulsivo de toneladas y toneladas de basura televisiva. Con los libros me ocurre en menor medida: suelo ser más selectivo con lo que elijo para leer. No digo que a veces no sienta cierta culpa, por el simple hecho de que el tiempo que uno emplea en mirar una película o una serie pelotuda es tiempo que uno no emplea en tomar contacto con una obra de arte con mayúsculas. Y ojo que cuando hablo de mirar pelotudeces estoy haciendo referencia a series como Gossip Girl. Lo mío es serio…  ¡me he llegado a copar con las aventuras de Serena van der Woodsen!

Ocurre que muchas veces llegamos tan abombados del laburo que sólo tenemos ganas de entretenernos. “Loco, estoy cansado, ¿qué me puedo preparar para morfar? Ya fue, una hamburguesa, una coca y a la mierda”.

En lo personal, trato de evitar dos extravagancias respecto de la televisión: una es reducirla a una suerte de monstruo morfa cerebros, la gran hipnotizadora, la hacedora de estúpidos en masa; y por otro lado negar que muchas veces tiene efectos muy nocivos en la audiencia.

Creer simplemente que una obra está marginada sólo porque el público es demasiado estúpido como para apreciarla, me parece demasiado sencillo. Como dijo el escritor estadounidense David Foster Wallace (lo traduzco al castellano rioplatense):

“Si vos, el escritor, sucumbís a la idea de que el público es demasiado estúpido, entonces existen dos obstáculos. El número uno es el obstáculo de la vanguardia, según el cual tenés la idea de que estás escribiendo para otros escritores, por lo cual no te preocupás de ser accesible o relevante. Te preocupás de ser estructural y técnicamente innovador: intrincado de una forma adecuada, incluyendo las referencias intertextuales apropiadas, haciendo que parezca inteligente. Sin importarte realmente si te estás comunicando con un lector al que le importa algo ese sentimiento en el estómago que es la razón por la que leemos. Luego, el otro obstáculo consiste en esas obras de ficción extremadamente burdas, cínicas y comerciales que se hacen de un modo mecánico –en esencia, televisión escrita- para manipular al lector, que presentan asuntos grotescamente simplificados de una manera apasionante al modo infantil”.

A  mí me parece que el escritor tiene como desafío, y no digo que sea el único desafío pero sí digo que es un buen desafío, el de hacerse entender y al mismo tiempo tratar de producir algo más o menos innovador. Más allá de que, como es obvio, uno no hace realmente lo que quiere sino muchas veces lo que puede o lo que le sale.

Odo Marquard decía que “los filósofos que sólo escriben para filósofos profesionales actúan de un modo casi tan absurdo como actuaría un fabricante de medias que sólo fabricase medias para fabricantes de medias”. Y agregaría una frase de otro filósofo alemán, Peter Sloterdijk, quien dijo en un reportaje que “el profesor de filosofía se adapta a la Universidad como el pingüino a la Antártida”.

Todo este introito viene a cuento de un texto que tenía ganas de comentar, que se relaciona con el posteo anterior. El texto es Presencias reales, de George Steiner.

Para quienes no lo conocen, Steiner -nacido en 1929- es un crítico literario sumamente erudito y elitista. Hijo de judíos austríacos, habla con total fluidez tres lenguas: alemán, inglés y francés. La madre y el padre empezaban una frase en cualquiera de los tres idiomas y la seguían en cualquiera de los tres idiomas, de modo tal que el tipo no tiene una lengua madre sino tres. En síntesis, fue educado como un auténtico nerd: aprendió griego, latín, tiene conocimientos avanzados de física y matemática…

La cuestión es que en Presencias reales, Don Steiner imagina una ficción racional, una especie de sociedad ideal en la que está prohibida toda conversación acerca de arte, música y literatura. Allí “no habrá revistas de crítica literaria; ni seminarios académicos, conferencias o coloquios sobre este o aquel poeta, dramaturgo o novelista. (…) Lo prohibido sería el milésimo artículo o libro sobre los verdaderos significados de Hamlet y el inmediato artículo posterior que lo refuta, lo restringe o lo aumenta (…) Estarían fácilmente disponibles reproducciones de la mejor calidad; en cambio, estarían prohibidas la crítica de arte, las reseñas periodísticas de pintores, de escultores o arquitectos (…) El orden del comentario permitido sería filológico, es decir, de un tipo explicativo e históricamente contextual”.

Lo que propone Steiner como hipótesis explicativa es imaginar una política de lo primario, de inmediateces respecto a textos, obras de arte y composiciones musicales. Imagina una sociedad donde al chismorreo de altura se lo destina al ostracismo, de modo tal que los ciudadanos acceden directamente a las obras de arte, sin pasar por el comentario o la crítica especializada, salvo que sea hecha por artistas. ¿Qué se propone demostrar Steiner? Muy sencillo: plantea que todo arte, música o literatura serios constituyen, en sí mismos, un acto crítico. En cierto sentido, toda obra de arte encarna una reflexión expositiva, un juicio de valor respecto de la herencia y el contexto al que pertenece.

“Ningún arte, literatura o música estúpidos perduran. La creación estética es inteligencia en sumo grado. La inteligencia de una artista importante puede ser la de la intelectualidad soberana. Las mentes de Dante o Proust se hallan entre las más analíticas y sistemáticamente informadas de las que tenemos constancia. Es difícil igualar la perspicacia política de un Dostoievski o un Conrad. A la vista está el rigor teórico de un Durero, de un Schönberg”.

Lo que sugiere Steiner es que las lecturas, interpretaciones y creaciones artísticas son en sí mismas críticas del arte. Virgilio guía nuestra lectura de Homero; a su vez, la Divina Comedia de Dante es una lectura de la Eneida. El Ulises de Joyce es una experiencia crítica de la Odisea, y no sólo en el plano de la estructura. Anna Karenina de Tolstoi es, en lo que omite, en lo que sugiere, en el lenguaje que emplea, una crítica de Madame Bovary de Flaubert.

Podríamos añadir que las Cartas a Théo de Van Gogh son, en muchos sentidos, más instructivas que toda la obra de un crítico tan perspicaz e informado como Ernst Gombrich. Se podrían añadir los covers, como puede ser Jimmi Hendrix interpretando All along the watchtower de Bob Dylan.

“La crítica más útil del Otelo de Shakespeare que conozco es la que puede hallarse en el libreto de Boito para la ópera de Verdi y en la respuesta del compositor, tanto musical como verbal, a las sugerencias del libretista. Por cruel que parezca, la crítica estética merece ser tenida en cuenta sólo, o principalmente, cuando es de una maestría de la forma responsable comparable a su objeto.

(…) la traducción es interpretativa por su misma etimología. También es crítica en el modo más creativo. La transposición de Valéry de las Bucólicas de Virgilio es una creación crítica. Ningún estudio crítico sobre el surgimiento y los límites del Barroco consigue igualar las traducciones de Roy Campbell de San Juan de la Cruz. Ninguna crítica literaria educará tanto nuestro oído interno a la cambiante música del significado en la lengua inglesa como la lectura de las sucesivas versiones de Homero en las traducciones de Chapman, Hbbes, Cowper, Pope, Shelley, T.E. Lawrence y Christopher Logue”.

Se podría agregar la traducción de Proust que hace Walter Benjamin, o la versión al francés de los textos de Edgar Allan Poe por parte de Baudelaire... 

Lo que dice Steiner es que las mejores críticas del arte son arte. Algo no muy distinto sugería Oscar Wilde en The critic as artist, cuando hace decir a dos de sus personajes, Ernest y Gilbert:


“(…) Why should the artist be troubled by the shrill clamour of criticism? Why should those who cannot create take upon themselves to estimate the value of creative work? What can they know about it? If a man's work is easy to understand, an explanation is unnecessary... And if his work is incomprehensible, an explanation is wicked".

En fin, los ejemplos podrían multiplicarse innumerablemente. A mí me parece que las intuiciones y argumentos de Steiner, más allá de que nos puedan sonar demasiado elitistas o “adornianas” en un mundo y en un país donde mucha gente lee a Ari Paluch o a Luis Majul, no dejan de ser interesantes.

Está claro que Steiner sabe que esa ciudad ideal de lo primario que plantea como hipótesis exigiría un grado enorme de censura, lo cual sería absurdo. Se trata de poner en discusión el hecho de que muchas veces empleamos mucho más tiempo leyendo comentarios, críticas, críticas de las críticas, papers y artículos sobre grandes obras, y nos perdemos de ir directamente a las grandes obras.

Además, "ningún canon de sensibilidad con sentido común desearía borrar los comentarios de Samuel Johnson o Coleridge sobre Shakespeare, los de Walter Benjamin sobre Goethe o el ensayo de Mandelstam sobre Dante. ¿Cómo distinguir lo secundario de lo primario, lo parasitario de lo inmediato en los Discourses de Reynolds, en las lecturas que Erwin Panofsky hace del arte y la iconografía medievales y renacentistas? ¿Debería incluso el más convencido compromiso a la regla de la primera mano desestimar los análisis y las evocaciones críticas de la música realizados por Berlioz, por Adorno (que compuso) o por un virtuoso y musicólogo como Charles Rosen?"

Eso es todo por hoy.

¡Sean felices!


Off topic: La pucha digo, ¡otra vez perdimos con River! ¿Qué nos  está pasando viejo? ¡Me caigo y me levanto!

sábado, 22 de noviembre de 2014

POR QUÉ LEER A LOS CLÁSICOS


A mí me parece que la lectura de los clásicos no se tiene que basar ni en el temor ni en el respeto ni en el deber, sino principalmente en el amor: si la chispa no se produce, no hay nada que hacer. Hay libros de estética que uno hojea con la impresión de estar leyendo a astrónomos que jamás han mirado las estrellas con asombro infantil en la mirada. Entiendo que llega una edad en la que es difícil, como ayer, “querer sin presentir”. Y sin embargo…

Podría decirse que la lectura de un clásico nos tiene que deparar cierta sorpresa en relación al prejuicio o la imagen que teníamos de él. La escuela y la universidad deberían servir para hacernos entender que ningún libro que hable de un clásico dice más que su lectura directa, y si es posible en su idioma original. En cambio, por una especie de inversión de los valores; la introducción, el aparato crítico, la bibliografía, actúan como una suerte de cortina de humo que nos termina escondiendo lo que el texto tiene para decirnos. En  un post futuro me gustaría retomar el rol de las “mediaciones”, valiéndome de algunas reflexiones de George Steiner.

En Perché leggere i classici, un artículo de 1981, Italo Calvino aportaba algunas ideas que no por transitadas dejan de parecerme interesantes:

“Los clásicos son esos libros de los cuales suele oírse decir: ‘Estoy releyendo…’ y nunca ‘estoy leyendo’”.

Por supuesto que para releer hay que haber leído, y esa es la razón por la cual la mayor parte de los clásicos se releen en la madurez, aunque se descubran en la infancia o en la adolescencia. Por vastas que puedan ser las lecturas formativas que uno tenga, siempre queda una enorme lista de libros “clásicos” que uno no ha leído. ¿Cuántas personas han leído todos los diálogos de Platón, o todo Tucídides, o los nueve libros de Historia de Heródoto? ¿Y Don Quijote de la Mancha o La Divina Comedia de Dante? Por no hablar de los “clásicos nacionales”.

“Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”.

Los clásicos traen impresas ciertas huellas de lecturas que han precedido a la  nuestra. Como bien dice Calvino, es leyendo a Kafka como podemos corroborar la verdad del adjetivo “kafkiano”, que escuchamos a cada momento en los contextos más variados.

“Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude constantemente de encima”.

Puede pasar con la lectura “nazi” de los textos de Nietzsche; con interpretaciones trasnochadas -por caso, pseudo estalinistas- de textos de Marx. Por supuesto que no es necesario reducir todo a lecturas que manipulan el texto de modo evidente. Todo intérprete, por bueno que sea, nos aleja de la posibilidad de que tengamos nuestra propia experiencia de lectura en relación al texto clásico. 

Los clásicos siempre nos acercan cuestiones que no sabíamos, o descubrimos en su lectura ideas que siempre habíamos sabido o creíamos saber pero que ignorábamos de dónde procedían. Un ejemplo, entre  miles, podría ser cierta idea amorosa sobre la búsqueda de una “media naranja”, que procede del Banquete de Platón. Esa sorpresa que da el descubrimiento de una filiación, de un origen, de una procedencia que viene de muchos años atrás, nos da una gran satisfacción.

La escuela está obligada a darle a uno instrumentos para efectuar cierta selección. Sin embargo, como bien apunta Italo Calvino, “las elecciones que cuentan son las que ocurren fuera o después de cualquier escuela”.

Los clásicos también nos sirven para definirnos, a veces a favor, a veces en contra, de cierta tradición. Hay autores con los cuales uno no comparte casi nada, pero que nos despiertan un deseo incoercible de contradicción, de ganas de discutirle todo o casi todo.

Hoy quería compartir con  ustedes, inexistentes lectores que se han ido antes de que yo comience a pulsar las teclas, estas reflexiones ajenas. Ahora los dejo porque me voy a tomar unas cervezas por Palermo.

¡Sean felices! 

PD: la foto pertenece a Anna Karina, y tal vez ustedes piensen que no tiene un carajo que ver con el post. Sin embargo, a mí me pintó ponerla porque: a) estaba más buena que comer pollo con la mano; b) protagonizó películas clásicas, como por ejemplo ésta; c) porque acá el rey, el kapanga, el dueño de este blog, soy yo, que soy autor y único lector de este espacio.

Post Scriptum: si quieren complejizar/matizar un poco este posteo, pueden leer las Reglas para el parque humano de Peter Sloterdijk.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

CUANDO ME MUERA QUIERO QUE ME TOQUEN CUMBIA

Ante el dolor y el horror, el lenguaje está herido de muerte, las palabras se cansan, están siempre al filo del morbo barato o la banalización.

Como dice Juan Villoro: "la crónica no puede ser sólo un espejo de lo que sucede, debe reelaborarlo para que tenga sentido. La imagen de un decapitado no informa, en el sentido de que no establece un contexto ni una explicación de lo sucedido. El desafío consiste en buscar esa articulación de sentido, y en abrir una ventana a lo que no es espanto".

Villoro destaca muy bien una de las cualidades de Kapuscinski como cronista, que consiste en demostrarnos que incluso el sujeto más humilde tiene una vida interior que puede ser detestable, pero que en todo caso es compleja. Las crónicas policiales dominantes tienden a mostrar a quienes no son protagonistas como figuras sin fuerza, anónimas, marionetas del destino o bultos sin vida ni biografía que mueren en un tiroteo o en un fusilamiento de la yuta.

Me parece que el libro de Cristian Alarcón está a la altura- aunque es cierto que hablamos de libros y no de montañas- de las mejores crónicas que pude leer: "Gomorra" de Saviano, algún libro de Ryszard Kapuscinski, “A sangre fría” de Capote o “¿Quién mató a Rosendo?” de Rodolfo Walsh. En rigor la comparación con Capote es exagerada, pero sí creo que es un buen escritor. Su estilo es despojado, seco, sin florituras ni adjetivos impactantes, aunque con metáforas felices como “una incursión a un territorio al comienzo hostil, desconfiado como una criatura golpeada a la que se le acerca un desconocido”; o “me saludó con desconfianza pero apretando la mano como a un revólver viejo”.

Al leer el libro uno se acuerda de Walter Benjamin y su idea de escribir la historia a contrapelo, desde el punto de vista de los vencidos. Claro está que la historia de los “vencidos” no puede hacerse sin la presencia de los “testigos”, quienes suelen ser los “sobrevivientes”. El tema es que, como dijo Primo Levi en un contexto muy distinto pero en cierto sentido aplicable: 

“Nosotros, los supervivientes, no somos sólo una minoría pequeña sino también anómala. Formamos parte de aquellos que, gracias a la prevaricación, la habilidad o la suerte, no llegamos a tocar fondo. Quienes lo hicieron y vieron el rostro de la Gorgona no regresaron, o regresaron sin palabras”.

Volviendo al tema, se trata de la historia de Victor Manuel “Frente” Vital, un pibe de 17 años acribillado a balazos por un cabo de la bonaerense, quien se transformó con su muerte en una suerte de santo: lo consideraban capaz de desviar las balas y salvar a los pibes chorros del barrio. El "Frente" era un ladrón con códigos -era respetuoso y jamás robaba a los habitantes de la villa- , una suerte de carismático Robin Hood que repartía el botín entre la gente, a quien Alarcón retrata de modo ambiguo -el reparto del botín está relacionado también con que su madre no quería guita "sucia" en su casa. Como todo buen cronista, Alarcón jamás sacraliza ni banaliza a ningún personaje.

El autor no tiene una visión "romántica" del dolor, y sabe que el sufrimiento, la miseria y la crueldad no suelen ennoblecer a quienes lo padecen de manera casi permanente: muchos de los protagonisas del relato son personas solidarias y capaces de muy buenos sentimientos, pero también resentidas, envidiosas, crueles, machistas, egoístas y mentirosas.

Más allá del protagonista, me interesó mucho la pelea entre “chorros” y “transas”, junto con la historia de Nadia, una chica a quien su novio le contagió el Sida, con un hermano asesinado por la policía y otro preso. La infancia de Nadia era la de una niña hija de una familia de clase media que sufrió en carne propia el desclasamiento, la pérdida de la esperanza en el progreso... Su hermano menor, Ignacio, está preso desde los dieciséis años por asesinar a un policía:

"- ¿Tu hermano estaba muy descontrolado?

- Mi hermano era un boludito, que fumaba porro en la esquina. Yo traté de sacarlo, pero acá los que envician a los pibes son los transas. El Tripa era uno de los peores. Si los veía a los pibes medio drogados empezaba a hacerles la cabeza. Que dale gil, que sos un cagón, que si no querés hacerte un rolo –un reloj Rolex- , que vos tenés coraje, que vos sos chorro, no un gil de cuarta, y dale con lo mismo. Contra ellos no se puede hacer nada, a no ser que los bajes a tiros.

- ¿Quiénes son los personajes como el Tripa?

- Ellos son como delegados de la cana. Ellos son la relación entre los canas y los chorros, pueden manejar datos, conocen, pueden hacer casi todo lo que la cana puede hacer, pero mejor. Pibe que se peleó con el Tripa, pibe que terminó arruinado (…)”

Los transas son odiados no sólo porque los chorros caen en la trampa a la que están condenados por su irrefrenable adicción, y roban para pagarles a ellos, sino porque la inmensa mayoría cuenta con protección policial para hacer funcionar el negocio.

Una de las drogas más usadas es el Rohipnol mezclado con cerveza: es un fármaco antidepresivo de venta restringida que a comienzos de la década del noventa ingresó a las villas para quedarse. "Si te tomás una, te pega. Con dos, andá y piloteala , loco. A la tercera que te tomás ya no sos vos. Y cuando te quisiste acordar por ahí te mataste a piñas y te das cuenta al otro día".

En fin, no quiero abundar mucho porque es un libro para leer más que para comentar.

¡Sean felices!

PERFECCIONISMO Y UTOPÍA

En toda democracia hay cierta tensión entre realidad concreta e ideal. Definimos “realidad” como aquello que se me resiste, que no siempre coincide con mi deseo o con mi posibilidad. Si al momento de encararme a la mina más linda del boliche ella me corta el rostro, su voluntad forma parte de cierta “realidad” que no coincide con mi “perfeccionismo utópico”. Podría decirse que todo aquel que desprecie la realidad en nombre de la utopía, morirá virgen. Pero pongámonos serios:


Siguiendo a Sartori, diremos que el ideal constructivo se da cuando se aprende de la experiencia. El pensador francés Benjamin Constant demostró que un ideal sordo y ciego, que no escucha ni ve nada del mundo en el que actúa, es un principio que “destruye y trastorna”.
No es lo mismo el ideal democrático ANTES que una democracia llegue a ser, por caso a través de una revolución, que el ideal democrático EN democracia. En el primer contexto, el ideal democrático se desplaza como un ideal negador del sistema que combate y pretende abatir. En democracia, el ideal debe apelar a una crítica constructiva. En una democracia instalada –aún con miserias, lacras, cosas por mejorar- los ideales están para re-concebirse como ideales que no se limitan a reaccionar ante lo real, sino que INTERACTÚAN con lo real. En síntesis, siempre siguiendo a Sartori, cuando la deontología democrática es recibida o reformulada en forma extrema, entonces empieza a actuar CONTRA la democracia que ha generado, topando y tropezando con efectos inversos, contrarios a los deseados.


PERFECCIONISMO Y DEMAGOGIA


Para no abundar en peroratas vacías, lo cito al “Tano” Sartori:


“El confín entre perfeccionismo y demagogia puede ser, en la práctica, difícil de señalar.  Pero en teoría, la distinción es que el perfeccionismo es un error intelectual, desarrollado por intelectuales, mientras que la demagogia es pura y simple conveniencia. Y la teoría puede combatir la mala teoría, pero no la ‘mala práctica’, es decir, la demagogia. Para decirlo mejor, la teoría puede combatir la demagogia sólo de modo indirecto, aislándola y dejándola al descubierto. El demagogo es un animal ‘natural’ que existirá siempre; pero si se le priva de coartadas perfeccionistas, si carece de retaguardia intelectual, hará menos daño”.

Y acá viene un fragmento que me parece sumamente interesante:

“El comerciante que vende perlas falsas por verdaderas va a prisión; el político que vende humo, con frecuencia lo logra y no va a prisión. Entonces, la diferencia es que en política la concurrencia desleal, mentirosa y precisamente ‘demagógica’ es impune, y a menudo redituable (al demagogo). Legalmente no lo podemos impedir, estamos imposibilitados. El único correctivo es hacerlo público, que no se dejen engañar, cuando menos en masa y todo el tiempo. Y así como el perfeccionista agrega credibilidad al demagogo, es importante tener vigilado el demagogo”.


REALISMO E IDEALISMO

El realismo mal entendido alimenta la reacción airada de su primo bobo: el idealismo nocivo.

Desde que el hombre piensa, incluso Majul, siempre ha concebido un contraste entre lo ideal y lo real: ¿garchar sin cansarse, comer mucho sin engordar, vivir varios años sin envejecer, tener la facha de Brad Pitt, jugar al fútbol como Maradona y Messi? No, me refiero al ideal político.

En la historia de la filosofía, con Platón como ejemplo paradigmático, la búsqueda del ideal ha sido una cuestión ligada a lo contemplativo. Recién con Marx se llega a mezclar fuertemente la contemplación teórica al servicio de la acción práctica, según reza la famosa frase: “los filósofos se han limitado a interpretar el mundo, pero lo que importa es cambiarlo”.

Según Sartori, antes de las diversas tradiciones revolucionarias, el perfeccionismo era un ideal contemplativo, luego se transformó en un activismo perfeccionista, como bien lo muestran las actividades febriles de cientos y cientos de militantes de troskolandia.

Cuando Tomás Moro inventa el término “utopía”, no estaba hablando de alcanzar el paraíso en la tierra, sino de algo que se sabía que jamás iba a realizarse. En aquellos años se estaba lejísimos de la consigna del Mayo Francés, que decía algo así como “seamos relistas, pidamos lo imposible” (cito de memoria).

Bien entendido, un ideal es un estado de cosas deseado que jamás coincide con el estado de cosas existente. En el terreno de la acción, los ideales son realizables siempre en forma parcial. En la acción, hay ideales que no son imposibles de pensar, sino de realizar. Para Sartori:

"Se comprende que entre acciones diversas podemos escoger un curso intermedio, de compensaciones. Pero en tal caso, la estructura lógica será: es posible obtener más de una cosa con la condición de pedir menos de otra. Pero no es posible (imposibilidad absoluta) obtener más de dos cosas que exigen accciones contrarias. Más ebriedad y al mismo tiempo tener más vino, son una imposibilidad. Y entonces es falso que lo utópico, lo irrealizable, no sea determinable ex ante".

Obviamente, hay que demostrar "la imposibilidad de lo imposible". En política, a menudo los opuestos no son contrarios sino contradictorios. Es muy difícil conciliar intereses opuestos contradictorios, y es imposible conciliar opuestos contrarios. Dicho de un modo burdo: si este año me propongo ir al gimnasio todos los días para sacar músculo y al mismo tiempo leer las obras completas de Tolstoi editadas por Aguilar, lo podría hacer. ¿Se trata de opuestos contrarios? No, son contradictorios. Obviamente tendré que encontrar el tiempo, los recursos y las ganas de hacerlo.

Opuestos contrarios sería: clavarme medio quilo de asado con vino tinto y pretender adelgazar al mismo tiempo.

No necesito recordar que hay sectores que tratan de generalizar su interés particular y venderlo como si se tratara del "interés de la Argentina". Históricamente, la Sociedad Rural y la oligarquía ha sabido confundir muy bien sus intereses con los "intereses de LA PATRIA". Y lo mismo ocurrió en otros sectores (incluyendo al gobierno, claro está), pero esa es otra discusión.

En fin, dejo acá este compendio de obviedades y me voy a tomar unos mates con tostadas de manteca y miel.


¡Sean felices!

domingo, 9 de noviembre de 2014

ALGUNAS CUESTIONES ACERCA DE MARCEL PROUST



Probablemente los recuerdos que más nos emocionen sean aquellos relacionados con olores y gustos, porque suelen estar rodeados de abismos de olvido: hay que oler el mismo olor para recordar un olor, hay que sentir el mismo gusto para recordar “ese” gusto. No pasa lo mismo cuando la rememoración es impulsada por estímulos de imágenes o sonidos.

Tuve la suerte de leer el primer tomo de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, sin ningún tipo de información previa. Se me ocurrió leerlo simplemente porque mi viejo lo tenía en su biblioteca. Esa ingenuidad hizo que, la primera vez que lo leí, el pasaje de las magdalenas me tomara por sorpresa.

"Si el libro que leemos no nos despierta de un puñetazo en el cráneo, ¿para qué leerlo?... Un libro tiene que ser un hacha que rompa el mar de hielo que llevamos dentro” (Kafka).

Estamos acostumbrados a leer libros o mirar películas donde a cada momento “pasa algo”, donde la acción se desarrolla con rapidez, de modo vertiginoso. No es tan sencillo acostumbrarse a valorar la extrema precisión y riqueza de su estilo: sus frases inmensas, sus pormenores infinitos, sus múltiples asociaciones, su particular modo de tratar los temas sin casi jerarquizarlos…

Me resulta imposible hablar de la calidad literaria de Proust sin citar su pasaje más famoso:

“Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro triste día tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en la que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme esa alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en mucho, y no debía ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba? ¿Cómo llegar a aprehenderlo? Bebo un segundo trago, que no me dice más que el primero; luego un tercero, que ya me dice un poco menos. Ya es hora de pararse, parece que la virtud del brebaje va aminorándose. Ya se ve claro que la verdad que yo busco no está en él, sino en mí. El brebaje la despertó, pero no sabe cuál es y lo único que puede hacer es repetir indefinidamente, pero cada vez con menos intensidad, ese testimonio que no sé interpretar y que quiero volver a pedirle dentro de un instante y encontrar intacto a mi disposición para llegar a una aclaración decisiva. Dejo la taza y me vuelvo hacia mi alma”. (Por el camino de Swann).


A lo largo de los siete tomos de En busca del tiempo perdido desfilan más de 200 personajes, que parecen una suerte de divertimento del autor: se la pasan todo el día hablando de arte, cenando, haciendo bromas, paseando, enamorándose o cayendo en la desilusión. Nos da la impresión de que ninguno labura, y mucho menos en un ambiente como el de la mesa de entrada de Tribunales, tan lleno de ansiedad y nervios y tan lejos de las tertulias literarias, cerveza de por medio, que tanto disfruto. Aunque hay algún que otro criado que cocina o sirve la mesa, el resto de los personajes son burgueses o aristócratas que casi siempre están boludeando.

También es muy interesante la manera en que, a través de sus personajes, Proust concibe el amor. El filósofo alemán Arthur Schopenhauer hablaba de la atracción entre opuestos, pero refiriéndose más que nada a características físicas; Proust, en cambio, alude a rasgos del espíritu y del corazón. Nos dice que muchas veces detestamos lo que se nos parece, y que por eso nuestros defectos, vistos por fuera, reflejados en otra persona, habitualmente nos exasperan. A mí me parece que tiene razón, en el sentido en que no hay persona que deteste más a un hipster, que otro hipster equivalente; y no existe antiintelectual más furioso que un intelectual. Por eso es natural que el hombre sensible se sienta atraído por una mujer un poco dura, porque la vista de las lágrimas en los ojos de los demás le es penosa; el celoso se engancha con una coqueta, que podrá satisfacer sus sentidos y hacer sufrir su corazón; el excesivamente estructurado y racionalista tiende a buscar, a veces, a una mujer que lo seduce con su espontaneidad y simpatía, un poco como la relación entre “La Maga” y “Oliveira” que se lee en Rayuela. Recuerdo una cita, bastante machista del Borges de Bioy:


“BORGES: ¿Por qué atrae una mujer bruta? BIOY: Atrae una mujer bruta, una mujer sucia, una mujer mala, una mujer puta, porque es un poco incomprensible, porque es misteriosa. BORGES: Es claro, una persona inteligente, tiende a ser lógica, a ser comprensible (…)” (Jueves 12 de mayo de 1960)


Para Proust, el enamoramiento suele ser una ilusión; cierta prolongación del estado de nuestra alma en la mujer amada. Nos puede pasar de no entender qué carajo vio nuestro amigo en la mina que le gusta. De la misma manera, a determinado muchacho, una mujer silenciosa le parece fácilmente inteligente, porque en su mente amorosa le recompone las “piezas que le faltan”. Pero otro hombre, que escucha a la mujer a sangre fría, no podría dejar de juzgarla severamente y de sorprenderse ante lo que llamaría la aberración de su amigo. Quien no ve en un ser más que lo que realmente se encuentra en él, no puede comprender las preferencias del amor, que están determinadas por algo que hasta cierto punto ‘no se encuentra’ en esa persona, sino en la mente del enamorado.

Hay un consuelo muy común que suelen dar los amigos cuando nos ven tristes: "no sufras más por esa mina, no vale la pena". En cambio Proust nos parece más sabio:

"Ese pobre Swann –dijo aquella noche la princesa a su marido- sigue tan simpático como siempre, pero tiene un aire tristísimo. Ya le verás, porque ha dicho que va a venir a cenar una noche. En el fondo me parece ridículo que un hombre de su inteligencia sufra por una persona de esa clase, y que, además, no tiene ningún interés, porque dicen que es idiota”, añadió, con esa prudencia de las gentes que no están enamoradas y que se imaginan que un hombre listo no debe sufrir de amor más que por una mujer que valga la pena; que es lo mismo que si nos asombráramos de que una persona se digne padecer del cólera por un ser tan insignificante como el bacilo vírgula”. (Marcel Proust, “Por el camino de Swann”)


Y es que con frecuencia ignoramos, fingimos ignorar u olvidamos que el amor-pasión es, antes que nada, una ilusión; una especie de fantasma que habita en la imaginación enfermiza de quien ama.

Retomando la cuestión del estilo de Proust, podríamos decir que toda vez que uno intenta ser preciso, necesariamente acaba por ser metafórico. En ese sentido, las metáforas de Proust son realmente excepcionales. Para expresar una idea se vale de innumerables recursos: el lenguaje del arte, de la pintura, de la medicina, de la biología, de la botánica, de las matemáticas, y de una manera tan poética y precisa que a mí me resulta francamente envidiable. Una de las tantas metáforas que alude al recuerdo involuntario, evocado cuando el narrador toma contacto con los sabores y olores de una taza de té, es inconfundiblemente proustiana:

“Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfas del Vivonne  y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té”.

Las páginas brillan y relucen en alusiones preciosistas, en riquezas metafóricas que nunca se vuelven un fin en sí mismas, sino que profundizan y vuelven más palpables las ideas maestras de sus frases.

Según Nabokov, el estilo de Proust contiene tres elementos muy característicos:

1) Gran abundancia de imágenes metafóricas o comparaciones que se superponen capa sobre capa. Algunos proponen llamarle “forma híbrida” entre el símil y la metáfora: "la niebla era como un velo" de metáfora simple, "había un velo de niebla"; y de símil híbrido, "el velo de la niebla era como un sueño de silencio", en el que se combinan el símil y la metáfora.

2) Una tendencia a llenar y dilatar la frase al máximo de su capacidad, a meter en el calcetín de la frase un número prodigioso de cláusulas, frases entre paréntesis, oraciones subordinadas de subordinadas.

3) Una mezcla muy original de partes descriptivas y partes dialogadas, mezcladas unas con otras, de modo tal que formen una nueva unidad en la que la flor, la hoja y el insecto pertenecen a un mismo árbol florido.

Joyce y Proust

A juicio de Nabokov, “hay una diferencia fundamental entre el método proustiano y el joyceano de abordar a los personajes. Joyce presenta primero a un personaje completo y absoluto, sin secretos para Dios ni para Joyce, a continuación lo fragmenta en trocitos, y esparce esos trocitos por toda la extensión espaciotemporal del libro. El buen  “relector” reúne estas piezas del rompecabezas y las ensambla poco a poco. En cambio, Proust sostiene que un personaje, un carácter, no es nunca conocido como algo absoluto sino siempre como algo relativo. No lo trocea, sino que lo muestra tal como lo ven los demás personajes”.

La escritora nigeriana Chimamanda Adichie dijo alguna vez que “the single story creates stereotypes, and the problem with stereotypes is not that they are untrue, but that they are incomplete. They make one story become the only story”. En Proust encontramos una voluntad de saber y de comprender los estados de alma más opuestos entre sí; una capacidad de descubrir en los seres humanos más bajos los gestos más nobles, en el límite de lo sublime; y reflejos bajos en los seres más puros, de modo tal que su obra actúa sobre nosotros como la vida filtrada e iluminada por una conciencia cuya precisión y sensibilidad es mucho más aguda que la nuestra.

En un próximo posteo me gustaría retomar algunos otros aspectos de su obra, pero la termino acá porque tengo sueño y mañana debo levantarme temprano.

¡Sean felices!