Ante el dolor y el horror, el lenguaje está herido de
muerte, las palabras se cansan, están siempre al filo del morbo barato o la
banalización.
Como dice Juan Villoro: "la crónica no puede ser sólo
un espejo de lo que sucede, debe reelaborarlo para que tenga sentido. La imagen
de un decapitado no informa, en el sentido de que no establece un contexto ni
una explicación de lo sucedido. El desafío consiste en buscar esa articulación
de sentido, y en abrir una ventana a lo que no es espanto".
Villoro destaca muy bien una de las cualidades de
Kapuscinski como cronista, que consiste en demostrarnos que incluso el sujeto más humilde
tiene una vida interior que puede ser detestable, pero que en todo caso es
compleja. Las crónicas policiales dominantes tienden a mostrar a quienes no son
protagonistas como figuras sin fuerza, anónimas, marionetas del destino o
bultos sin vida ni biografía que mueren en un tiroteo o en un fusilamiento de
la yuta.
Me parece que el libro de Cristian Alarcón está a la altura-
aunque es cierto que hablamos de libros y no de montañas- de las mejores
crónicas que pude leer: "Gomorra" de Saviano, algún libro de Ryszard
Kapuscinski, “A sangre fría” de Capote o “¿Quién mató a Rosendo?” de Rodolfo
Walsh. En rigor la comparación con Capote es exagerada, pero sí creo que es un buen escritor. Su estilo es despojado, seco, sin florituras ni
adjetivos impactantes, aunque con metáforas felices como “una incursión a un
territorio al comienzo hostil, desconfiado como una criatura golpeada a la que
se le acerca un desconocido”; o “me saludó con desconfianza pero apretando la
mano como a un revólver viejo”.
Al leer el libro uno se acuerda de Walter Benjamin y su idea
de escribir la historia a contrapelo, desde el punto de vista de los vencidos.
Claro está que la historia de los “vencidos” no puede hacerse sin la presencia
de los “testigos”, quienes suelen ser los “sobrevivientes”. El tema es que,
como dijo Primo Levi en un contexto muy distinto pero en cierto sentido
aplicable:
“Nosotros, los supervivientes, no somos sólo una minoría pequeña
sino también anómala. Formamos parte de aquellos que, gracias a la
prevaricación, la habilidad o la suerte, no llegamos a tocar fondo. Quienes lo
hicieron y vieron el rostro de la Gorgona no regresaron, o regresaron sin palabras”.
Volviendo al tema, se trata de la
historia de Victor Manuel “Frente” Vital, un pibe de 17 años acribillado a
balazos por un cabo de la bonaerense, quien se transformó con su muerte en una
suerte de santo: lo consideraban capaz de desviar las balas y salvar a los
pibes chorros del barrio. El "Frente" era un ladrón con códigos -era
respetuoso y jamás robaba a los habitantes de la villa- , una suerte de
carismático Robin Hood que repartía el botín entre la gente, a quien Alarcón
retrata de modo ambiguo -el reparto del botín está relacionado también con que
su madre no quería guita "sucia" en su casa. Como todo buen cronista,
Alarcón jamás sacraliza ni banaliza a ningún personaje.
El autor no tiene una visión "romántica" del dolor,
y sabe que el sufrimiento, la miseria y la crueldad no suelen ennoblecer a
quienes lo padecen de manera casi permanente: muchos de los protagonisas del
relato son personas solidarias y capaces de muy buenos sentimientos, pero
también resentidas, envidiosas, crueles, machistas, egoístas y mentirosas.
Más allá del protagonista, me interesó mucho la pelea entre
“chorros” y “transas”, junto con la historia de Nadia, una chica a quien su
novio le contagió el Sida, con un hermano asesinado por la policía y otro
preso. La infancia de Nadia era la de una niña hija de una familia de clase
media que sufrió en carne propia el desclasamiento, la pérdida de la esperanza
en el progreso... Su hermano menor, Ignacio, está preso desde los dieciséis
años por asesinar a un policía:
"- ¿Tu hermano estaba muy descontrolado?
- Mi hermano era un boludito, que fumaba porro en la
esquina. Yo traté de sacarlo, pero acá los que envician a los pibes son los
transas. El Tripa era uno de los peores. Si los veía a los pibes medio drogados
empezaba a hacerles la cabeza. Que dale gil, que sos un cagón, que si no querés
hacerte un rolo –un reloj Rolex- , que vos tenés coraje, que vos sos chorro, no
un gil de cuarta, y dale con lo mismo. Contra ellos no se puede hacer nada, a
no ser que los bajes a tiros.
- ¿Quiénes son los personajes como el Tripa?
- Ellos son como delegados de la cana. Ellos son la relación
entre los canas y los chorros, pueden manejar datos, conocen, pueden hacer casi
todo lo que la cana puede hacer, pero mejor. Pibe que se peleó con el Tripa,
pibe que terminó arruinado (…)”
Los transas son odiados no sólo porque los chorros caen en
la trampa a la que están condenados por su irrefrenable adicción, y roban para
pagarles a ellos, sino porque la inmensa mayoría cuenta con protección policial
para hacer funcionar el negocio.
Una de las drogas más usadas es el Rohipnol mezclado con
cerveza: es un fármaco antidepresivo de venta restringida que a comienzos de la
década del noventa ingresó a las villas para quedarse. "Si te tomás una,
te pega. Con dos, andá y piloteala , loco. A la tercera que te tomás ya no sos
vos. Y cuando te quisiste acordar por ahí te mataste a piñas y te das cuenta al
otro día".
En fin, no quiero abundar mucho porque es un libro para leer
más que para comentar.
¡Sean felices!
Esto lo había publicado en un blog anterior.. y como no tengo mucho tiempo de ampliar este nuevo espacio, lo refrité.
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