miércoles, 25 de febrero de 2015

LA CAPACIDAD DE NARRAR

En cierto sentido, todos somos capaces de contar historias, de intercambiar vivencias a través de una narración, más allá de que lo hagamos con mayor o menor nivel de pertinencia y calidad. Sin embargo, uno de los secretos de saber contar anécdotas radica en ser conscientes de que no por el mero hecho de que algo nos parezca importante, es suficiente para interesar a quienes nos escuchan. Un recuerdo que ha dejado huella en nuestra memoria, una vivencia de la infancia, nos puede haber dejado una impresión muy honda, y sin embargo dejar indiferente a nuestro interlocutor al intentar transmitírselo.

En síntesis, podemos decir que haber vivido experiencias impactantes no es suficiente para que nos transformemos en buenos narradores, si es que no tenemos la capacidad de transmitir adecuadamente nuestras emociones.

Parece ser que la etimología de la palabra narrador refiere a “el que sabe”, “el que conoce”. Según Piglia, se pueden elucidar dos grandes sentidos del concepto de narrador: a) el que conoce otro lugar porque estuvo ahí; b) el que adivina, intentando narrar lo que no está o lo que no se comprende, o que a partir de lo que no se comprende del todo, trata de descifrar algunas señales del porvenir.

Personalmente admiro mucho a la gente que sabe contar anécdotas. Por ejemplo, Pablo Cedrón tiene un modo trágico y al mismo tiempo muy cómico de relatar sus vivencias. Acá pueden ver un video.


Por su parte, en su Fábula del pelotudo, Roberto Fontanarrosa relata lo siguiente:

“Se cuenta que en una ciudad del interior, un grupo de personas se divertían con el pelotudo del pueblo. Un pobre infeliz de poca inteligencia, que vivía haciendo pequeños mandados y recibiendo limosnas.

Diariamente, algunos hombres llamaban al pelotudo al bar donde se reunían y le ofrecían escoger entre dos monedas: una de tamaño grande de 50 centavos y otra de menor tamaño, pero de 1 peso. Él siempre agarraba la más grande y menos valiosa, lo que era motivo de risas para todos.

Un día, alguien que observaba al grupo divertirse con el inocente hombre, lo llamó aparte y le preguntó si todavía no había percibido que la moneda de mayor tamaño valía menos y éste le respondió:

- “Lo sé, no soy tan pelotudo..., vale la mitad, pero el día que escoja la otra, el jueguito se acaba y no voy a ganar más mi moneda”.

Yo prefiero cortar el relato ahí, porque me gusta más cuando un narrador inventa una fábula, y no tanto la moraleja.

lunes, 16 de febrero de 2015

20-F: ¡¡PAREMOSLÁN!! ¡MARCHA EN CONTRA DE LA DESORIENTACIÓN Y LA INTOLERANCIA!!

El próximo 20 de febrero a las 2 de la mañana, en la puerta de mi casa, convoco a una marcha general para averiguar para dónde tendríamos que marchar. ¡¡Contra la desorientación y la intolerancia!! ¡¡Digamos basta de una buena vez!!


¡¡A favor de todo lo güeno y en contra de todo lo malo!! ¡¡Copia y pegá este texto en tu muro de facebook, linkealo en tu cuenta de twitter, ayudá a difundir la convocatoria así somos miles!!! 



Confirmaron su presencia: la AATN (Asociación Argentina de Turcos en la Neblina), mi mamá, Altamira, Jorge "Fino" Palacios, Laura Alonso, German Moldes, Raúl Pleé, la ONG Perros En Cancha de Bochas, Lilita Carrió, Jorge Asís, Bonadío, Massa, Luis Majul,
Roberto Gargarella y por ahí viene Binner, por ahí no (en estos días me manda un Whatsapp).



Mauricio dijo que si da por ahí pasa, pero que veía cómo pintaba su agenda. Lo que sí, Duck Bullrich viene seguro seguro.



¡¡Sumáte vos también!! Bah, si no te queda muy lejos.

domingo, 1 de febrero de 2015

WITOLD GOMBROWICZ Y LOS CLÁSICOS. POSTEO QUE LUEGO DERIVA HACIA UN TEXTO DE ROBERTO BOLAÑO POR CULPA DE LA ASOCIACIÓN LIBRE, NO SIN ANTES VINCULAR A NERUDA CON RICKY MARTIN

En agosto de 1947, en la librería Fray Mocho de Buenos Aires, un polaco mal vestido que se autoproclama conde da una conferencia sobre poesía en un castellano balbuceante que aprendió en Retiro, en los bares del puerto, entre obreros y marineros a quienes en algunos casos les pagaba por sexo. ¿Y qué sugiere Witold Gombrowicz en esa conferencia? Dice que “no existe ningún elemento específico que pueda determinar a priori a un texto como poético”.

Más adelante voy a retomar, ayudado por Piglia, el contexto en el que se dio esa conferencia. Por el momento me interesa destacar que el público, muchas veces, no admira sino que quiere admirar. Nuestra predisposición a considerar poético un texto es lo que lo hace poético:


“(…) es ingenuo creer que nuestro embelesamiento ante una obra de arte proviene de la obra misma, que este embelesamiento en gran parte nace no de los hombres, sino entre los hombres, y que es como si nos obligáramos mutuamente a embelesarnos (aunque nadie está ‘personalmente’ embelesado)”. (Gombrowicz, Diario).


En un ensayo de Borges sobre la metáfora, escrito en 1952 e incluido en Historia de la eternidad, Piglia recuerda que se dice algo similar: “He sospechado siempre que la distinción radical entre la poesía y la prosa se encuentra en la diferente expectativa del que lee”.

Creo recordar un programa de C.Q.C. en el que uno de los noteros asiste a un acto bastante careta en homenaje a Neruda, y le relata a una anciana ricachona que dice admirar la poesía del chileno, el siguiente fragmento:

“Tu loca manía/ has sido mía/ solo una vez/ dulce ironía/ fuego de noche, nieve de día”.


La señora dice más o menos que se trata de un poema maravilloso, como todos los de Neruda. El chiste es que el notero le cita el fragmento de una canción de Ricky Martin (“Fuego de noche, nieve de día”). No importa que uno crea que ese programa está integrado por perdonavidas que se creen piolas, porque sirve para ilustrar mi argumento, que en rigor no es mío sino de Gombrowicz, o de Borges, o de Piglia... 

Sea como fuere, la cuestión es que para Borges, clásico no es un libro que necesariamente posee tales o cuales méritos: es un libro que las generaciones de los hombres leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad”. Ese “previo fervor” es lo que emparenta a Borges, tan opuesto al polaco en casi todo, con la hipótesis de Gombrowicz.

También recuerdo un experimento en el que a un grupo de niños de más o menos tres años les hacen dibujar libremente, todos juntos, un mismo dibujo. Lo colorean y pintarrajean y luego ese dibujo es expuesto en un museo.  Cuando le preguntan al público su impresión del cuadro, muchos sugieren que se trata de una obra maravillosa, sólo porque tienen ese “previo fervor” del que habla Borges.

Es interesante recordar el contexto histórico de la conferencia de Gombrowicz. En ese entonces, el escritor polaco era completamente desconocido: vivía pobremente, en piezas de pensiones mal iluminadas. Había llegado a la Argentina medio de casualidad, en 1939, y decide quedarse luego de enterarse del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Según Piglia:

“Su centro de operaciones es la confitería Rex, en lo alto de un cine, en la calle Corrientes, donde juega al ajedrez y va ganando un grupo de iniciados y de adeptos, entre ellos al poeta Carlos Mastronardi y al gran Virgilio Piñera. Ha empezado a anunciar a quienes puedan oírlo que es un escritor del nivel de Kafka, pero, por supuesto, todo el mundo piensa que es un farsante: nadie lo conoce, nadie lo leyó. Además sostiene que es un conde, que su familia es aristocrática, aunque vive en la indigencia. Borges, con su malicia habitual, lo cristalizará, años después, con esta imagen:

'A ese hombre, Gombrowicz, lo vi una sola vez. Él vivía muy modestamente y tenía que compartir la pieza, una azotea, con otras tres personas y entre ellas tenían que repartirse la limpieza del cubículo. Él les hizo creer que era conde y utilizó el siguiente argumento: los condes somos muy sucios, con esa argucia consiguió que los demás limpiaran por él’.”

Piglia, en El escritor como lector, nos dice que Gombrowicz da esa conferencia en su mal castellano, en lugar de hacerlo en francés, idioma que hablaba fluidamente. El dato no es menor, porque Victoria Ocampo, en ese entonces, daba conferencias en ese idioma en Buenos Aires. 

La librería Fray Mocho, ubicada en Sarmiento casi Callao, era un lugar ajeno a los circuitos prestigiosos donde en aquel entonces se daban conferencias. No era el Colegio Libre de Estudios Superiores, lugar en el que Borges comenzó a dar sus conferencias allá por 1946, ni el Centro de Amigos del Arte, donde Ortega y Gasset chamuyó alguna vez frente a una gran cantidad de personas.


Probablemente el juicio de Gombrowicz sobre los clásicos se relacione con su necesidad de huir del aburrimiento. El aburrimiento en literatura era completamente indigerible para él. Parece ser que se esforzaba en leer El proceso de Kafka, pero a pesar de que reconocía el talento del autor, no lograba terminarlo, porque le resultaba soporífero, aburrido, intragable.


El humor, la diversión y la risa eran valores centrales para el autor de Ferdydurke. En contraposición, la escuela, la Academia, los profesores, le resultaban aburridísimos, carentes de gracia.

Y como a esta altura del posteo ya no sé cómo demonios terminar de escribir, por asociación libre me viene a la memoria el fragmento de una extraordinaria conferencia que Bolaño escribió poco antes de irse de este mundo, cuando su enfermedad estaba muy avanzada, y que se titula Literatura + enfermedad = enfermedad:

Allí habla de aburrimiento, de marineros, y vaya uno a saber si tiene en mente al amigo Gombrowicz:


"La poesía francesa, como bien saben los franceses, es la más alta poesía del siglo XIX y de alguna manera en sus páginas y en sus versos se prefiguran los grandes problemas que iba a afrontar Europa y nuestra cultura occidental durante el siglo XX y que aún están sin resolver. (...) Mallarmé (...) escribe en Brisa Marina:

La carne es triste, ¡ay!, y todo lo he leído.
¡Huir! ¡Huir! Presiento que en lo desconocido
de espuma y cielo, ebrios los pájaros se alejan.

¿Pero qué quiso decir Mallarmé cuando dijo que la carne es triste y que ya había leído todos los libros? ¿Que había leído hasta la saciedad y que había follado hasta la saciedad? ¿Que a partir de determinado momento toda lectura y todo acto carnal se transforman en repetición? ¿Que lo único que quedaba era viajar? ¿Que follar y leer, a la postre, resultaba aburrido, y que viajar era la única salida? Yo creo que Mallarmé está hablando de la enfermedad, del combate que libra la enfermedad contra la salud, dos estados o dos potencias, como queráis, totalitarias; yo creo que Mallarmé está hablando de la enfermedad revestida con los trapos del aburrimiento. La imagen que Mallarmé construye sobre la enfermedad, sin embargo, es, de alguna manera, prístina: habla de la enfermedad como resignación, resignación de vivir o resignación de lo que sea. 

Es decir, está hablando de derrota. Y para revertir la derrota opone vanamente la lectura y el sexo, que sospecho que para mayor gloria de Mallarmé y mayor perplejidad de Madame Mallarmé eran la misma cosa, pues de lo contrario nadie en su sano juicio puede decir que la carne es triste, así, de esa forma taxativa, que enuncia que la carne sólo es triste, que la petit morte, que en realidad no dura ni siquiera un minuto, se extiende a todos los gestos del amor, que como es bien sabido pueden durar horas y horas y hacerse interminables, en fin, que un verso semejante no desentonaría en un poeta español como Campoamor pero sí en la obra y en la biografía de Mallarmé, indisolublemente unidas, salvo en este poema, en este manifiesto cifrado, que sólo Paul Gauguin se tomó al pie de la letra, pues que se sepa Mallarmé no escuchó jamás cantar a los marineros, o si los escuchó no fue, ciertamente, a bordo de un barco con destino incierto. 


Y menos aún se puede afirmar que uno ya ha leído todos los libros, pues incluso aunque los libros se acaben nunca acaba uno de leerlos todos, algo que bien sabía Mallarmé. Los libros son finitos, los encuentros sexuales son finitos, pero el deseo de leer y de follar es infinito, sobrepasa nuestra propia muerte, nuestros miedos, nuestras esperanzas de paz. ¿Y qué le queda a Mallarmé en este ilustre poema, cuando ya no le quedan, según él, ni ganas de leer ni ganas de follar? Pues le queda el viaje, le quedan las ganas de viajar. Y ahí está tal vez la clave del crimen. Porque si Mallarmé llega a decir que lo que queda por hacer es rezar o llorar o volverse loco, tal vez habría conseguido la coartada perfecta. 


Pero en lugar de eso Mallarmé dice que lo único que resta por hacer es viajar, que es como si dijera navegar es necesario, vivir no es necesario, frase que antes sabía citar en latín y que por culpa de las toxinas viajeras de mi hígado también he olvidado, o lo que es lo mismo, Mallarmé opta por el viajero con el torso desnudo, por la libertad que también tiene el torso desnudo, por la vida sencilla (pero no tan sencilla si rascamos un poco) del marinero y del explorador que, a la par que es una afirmación de la vida, también es un juego constante con la muerte y que, en una escala jerárquica, es el primer peldaño de cierto aprendizaje poético. El segundo peldaño es el sexo y el tercero los libros. Lo que convierte la elección mallarmeana en una paradoja o bien en un regreso, en un volver a empezar desde cero. Y llegado a este punto no puedo, antes de volver al ascensor, dejar de pensar en un poema de Baudelaire, el padre de todos, en el que éste habla del viaje, del entusiasmo juvenil del viaje y de la amargura que todo viaje a la postre deja en el viajero, y pienso que tal vez el soneto de Mallarmé es una respuesta al poema de Baudelaire, uno de los más terribles que he leído, el de Baudelaire, un poema enfermo, un poema sin salida, pero acaso el poema más lúcido de todo el siglo XIX".