Hoy
tengo ganas de citar una extraordinaria reflexión del escritor estadounidense
David Foster Wallace acerca del predominio de la ironía y el sarcasmo en la
sociedad actual:
"El
sarcasmo, la parodia, el absurdo y la ironía son formas geniales de quitarle la
máscara a las cosas para mostrar la realidad desagradable que hay tras ellas.
El problema es que una vez desacreditadas las reglas del arte, y una vez que
las realidades desagradables que la ironía diagnostica son reveladas y
diagnosticada, ¿qué hacemos entonces? La ironía es útil para desacreditar
ilusiones, pero la mayoría de las ilusiones desacreditadas en los Estados
Unidos ya se han hecho y rehecho. Una vez que todo el mundo sabe que la
igualdad de oportunidades es una bobada, ¿qué hacemos ahora? [...]
Aparentemente todo lo que queremos hacer es seguir ridiculizando las cosas. La
ironía posmoderna y el cinismo se han convertido en un fin en sí mismas, en una
medida de la sofisticación en boga y el desparpajo literario. Pocos artistas se
atreven a hablar de lo que falla en los modos de dirigirse hacia la redención,
porque les parecerán sentimentales e ingenuos a todos esos ironistas hastiados.
La ironía ha pasado de liberar a esclavizar. Hay un gran ensayo en algún sitio
que contiene una línea acerca de que la ironía es la canción del prisionero que
llegó a amar su jaula".
Para complementar la reflexión de Foster Wallace, se me ocurre decir que la ironía y el sarcasmo son indispensables cuando se dirigen a la impunidad de los poderosos. Aquí tienen un buen ejemplo.
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