“Quemen la discoteca/ cuelguen al bendito DJ/ porque la música que pasan constantemente/ no me dice nada respecto de mi vida” (“burn down the disco/ hang the blessed DJ/ because the music that they constantly play/ it says nothing to me about my life”), cantaba Morrisey en "Panic", hace ya varios años.
Eduardo Galeano (1940-2015) escribía sencillo, con un estilo incluso un poco sentimental e ingenuo, pero sus libros SÍ nos hablaban -nos hablan- de cuestiones vitales que uno sentía cuando era adolescente, y que sigue sintiendo a pesar del paso del tiempo. Está claro que la realidad es más compleja que todo lo que Galeano haya podido decir de ella. Es cierto que en sus obras, Don Eduardo padecía de cierta tendencia al binarismo maniqueo, pero hoy no tengo ganas de escribir un texto "crítico" sino más bien "sentimental".
A mí me han gustado muchas chicas lindas que gustaban de su literatura, con lo cual uno le envidiaba su capacidad de enamorar a esas bellezas con pinta de estudiantes de filosofía o ciencias sociales vestidas con onda hippona, que escuchaban a Caetano o leían a Foucault, y que se conmovían con ese uruguayo “sentipensante”. Me hubiese gustado gustarles como les gustaba él.
Objetarle que escribía “libros para adolescentes” supone, como dice Marcelo Figueras por ahí, “ningunear a la adolescencia antes que a Galeano, cuando se trata de nuestro momento de mayor curiosidad y apertura. Es verdad que en el apetito pantagruélico de esos años, uno lee mucha mierda. Pero el tiempo pone ciertas cosas en su lugar”.
Está lleno de escritores que, como decía Nietzsche, “enturbian las aguas para hacerlas parecer profundas”. Escribir en estilo barroco y complicado es, casi siempre, más fácil que escribir sencillo. Hay un arte de parecer sin arte que Galeano cultivaba muy bien. Hay cierta oralidad en su estilo que uno disfrutaba, porque no es menor la capacidad de tocar temas trascendentes sin caer en el cliché, y en sus mejores momentos el yorugua lo lograba. Ojo, tampoco hay necesidad de ser dogmáticos: hay autores que escriben "en complicado" y no por eso dejan de maravillarme.
Leer sólo los libros de Galeano es empobrecedor, como es empobrecedor seguir una dieta exclusiva de vitaminas o de hidratos de carbono o ir al cine solamente para mirar películas de suspenso. A otro escritor, también uruguayo y también fallecido recientemente, Gustavo Escanlar (1962-2010), le gustaba provocar y burlarse de los “mitos uruguayos”: Benedetti, Galeano o la supuesta humildad de sus compatriotas.
A mi juicio, hay obras de Escanlar que valen la pena, y me parece bien que uno pueda leer autores que contradigan la fascinación de otros autores. Pero hoy no quiero hablar de Escanlar sino de Eduardo Galeano. Le pedimos a la literatura que nos entretenga pero también que nos conmueva, que nos ilumine, que nos interpele, que nos exprese, que nos seduzca, que nos trastorne, que nos deje huella: que aumente nuestra experiencia vital. A mí me parece que Galeano fue capaz de eso, y que “eso” no es poco.
En este link Don Abel Fernández, autor de un blog siempre interesante de leer -tanto por el contenido y el tratamiento que le da a cada uno de sus posteos como por la lucidez de algunos de sus comentaristas- evocaba la muerte del escritor uruguayo.
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