Fulminada por el último resultado electoral, le mandé un
mensaje de texto a mi sucesor y le dije que salga a dar la cara por mí, porque “estoy abatida”. Apagué todos los
teléfonos, me hice un tilo y me acosté a dormir. El sonido incesante del timbre
me liberó del influjo de la "yegua nocturna": "¡qué sueño asqueroso!, ¿y quién carajo puede ser a esta
hora?"
La voz que venía del portero eléctrico me tranquilizó: era
el Tano Pacman...
Una mezcla de ansiedad y excitación comenzó a hervirme la
sangre.
El placer es como el nacimiento o como la muerte, nos ocurre
una sola vez, pero al nacimiento lo olvidamos y a la muerte la ignoramos: el
placer es ese único instante de éxtasis cuyo recuerdo o ilusión nos mantiene
vivos. El resto de la existencia, antes y después, es tan sólo una reflexión al
respecto.
Tal vez suene ridículo, pero es así: creemos amar a una sola
persona, pero de hecho solamente amamos una chispa en el ápice vertiginoso del
tiempo...
Ni bien abrí la puerta, el Tano- sabiendo que estábamos los
dos solos- me tomó con ambos brazos y me tiró contra el sillón: de un salto se
abalanzó contra mí y me besó los labios con fuerza. Después se fue a la cocina,
agarró un frasco y me untó con miel de la cabeza a los pies. Empezó a frotarme
el cuerpo haciendo círculos amplios con ambas manos, como Laruso en Karate Kid
cuando el señor Miyagui le ordena lustrar los autos. Me pegó un cachetazo:
-"¡¡Gritá Viva
Perón hija de puta!! ¡¡Gritá!!"
Yo estaba absolutamente fuera de mí: el placer apenas me
cabía en el cuerpo. El Tano despanzurró un almohadón y me cubrió de plumas, que
quedaron pegadas a la miel.
- "¡Hacé que sos
una gallina! ¡Gritá Jota Jota López! ¡Gritá Aguilar, gritá Aguilar la concha de
tu madre! ¡Gritá carajo, dále!... "
Me sentí completamente esclavizada por la lujuria.
- "Bueno, bueno,
ya está, basta. ¡¡Ahora cacareá!! ¡¡Hacé que ponés huevos!!"
Como poseída por el espíritu de Labruna y Almeyda, empecé a
cacarear a todo volumen, como una gallina a la que un gallo bataraz le picotea
la cresta.
- "Ahora decí:
¡pongan huevos, esto es River, pongan huevos! ¿Dónde mierda se creen que
están?"
Yo le hacía caso en todo, pese a que el fútbol me parece un
deporte de ignaros: prefiero jugar al buraco, y más con el Tano. Cuando ya casi
me estaba por quedar sin aire, el Tano me agarró de las mechas y me llevó hasta
el baño. A puntapiés me sentó en el inodoro y me apretó la cabeza contra mis
propias rodillas. Después me obligó a tomar una ducha fría mientras me daba
latigazos en la espalda con su propio cinturón.
Hicimos el amor, nos quedamos dormidos y a la mañana
siguiente le llamé un taxi para que se fuera. Me dijo que era la última vez que
nos íbamos a ver, que era un hombre casado y que no tenía ganas de poner en
riesgo su matrimonio. Se me hizo un nudo en el pecho y no supe bien qué decir.
Lo despedí con un beso seco y desganado en la mejilla.
Ni bien se fue prendí la tele, pero tuve que apagarla
enseguida. Me tiré boca abajo en la cama, puse la cabeza entre dos almohadones
blancos y me largué a llorar hasta quedarme sin lágrimas.
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