martes, 3 de marzo de 2015

APORTES PARA COMBATIR NUESTRA PROPIA ESTUPIDEZ

Ante todo, cabe hacer una distinción entre el "tonto" y el "estúpido": la escasa brillantez del tonto le quita la mayor parte del peligro. Lo verdaderamente alarmante es el estúpido, que en ocasiones hasta puede ser intelectualmente brillante. Como dice Savater, "la estupidez es una categoría moral, no una calificación intelectual: se refiere a las condiciones de la acción humana".

El economista italiano Carlo Cipolla, de un modo juguetón, estableció alguna vez cuatro categorías morales: 1) los sabios y buenos, cuyas acciones logran ventajas para sí mismos y para su sociedad; 2) los incautos, quienes pretenden obtener ventajas para sí mismos pero que en realidad lo que hacen es proporcionárselas a los otros; 3) los malos, que se benefician a costa de perjudicar a terceros; y 4) los estúpidos, que aunque pretendan ser buenos o malos, lo que hacen es perjudicarse a sí mismos y a los demás.

Está claro que, más que hablar de personas fijas, habría que hablar de "lugares vacíos" susceptibles de ser encarnados por cada uno de nosotros a lo largo de nuestra mayormente estúpida existencia. 


Los estúpidos también tienen (tenemos) una ideología –un discurso de autojustificación- , una cosmovisión y la imperiosa necesidad de crear, mantener y difundir canales de expresión con otros pelotudos que piensan similar. Hay un escritor barcelonés, Jorge Wagensberg, que sostiene que la lectura, el fenómeno literario, "es un acto binario que se produce entre dos conciencias parecidas". En otras palabras: que entre el escritor y el lector debe existir cierto aire de familia o, como diría Goethe, cierta "afinidad electiva". Si el texto es demasiado complejo para quien lee, sobreviene una falta de interés parecida al  aburrimiento; en tanto que si nos parece demasiado simple, sobreviene el desdén. De ahí que tengamos tendencia a tildar de "inteligente" a quien piensa lo mismo que nosotros y lo dice de un modo un poco más sofisticado, por más que en rigor se trate de un paparulo a cuatro tiempos, casi tan nabo como nosotros.

En lo esencial, coincido con Wagensberg, más allá de que su hipótesis suena demasiado simplista: a veces uno lee a un autor difícil por esnobismo, por el placer intelectual de “haber entendido” (Joyce), para llenarse de bronca (como quien mira un programa de televisión para putear al conductor), para tratar de seducir a una mina que le gusta…

En televisión, por caso, casi todo el mundo se comporta de modo mucho más estúpido de lo recomendable. Y no estoy hablando de programas de entretenimiento, sino de economía política, lo cual es grave.

Para ilustrar mejor mi argumentación, quiero traer a colación una anécdota relatada por la escritora estadounidense Mary McCarthy (1912-1989) en Artist in uniform:


Se trata de una charla que la escritora mantuvo en un tren de larga distancia, en el momento en que se dirige al vagón del bar a refrescarse: allí observa como un pequeño grupo dialoga relajadamente, y uno de los contertulios -a quien llaman “coronel”- dice algo sobre los judíos, nada específico, una opinión muy común entre las que se sostenían en aquellos años cincuenta. El coronel afirmaba que el país y las universidades estaban llenos de intelectuales “pinks”, todos judíos comunistas traidores a la nación.

Como el tipo tenía facha, Mary se interesa por la conversación, e interviene ante la frase irritante con una interpelación sobre de dónde sacaba semejante aseveración. Se dio cuenta de que lo primero que hicieron los dos caballeros era ver cómo estaba vestida. Además de su aspecto general, no había nada que reprochar: judía no parecía. Su argumento era más razonable.

El coronel estaba sorprendido por la intervención de Mary, y el asunto no le parecía tan importante como para hacer aclaraciones, más aún cuando era sabido que lo que decía era cierto. ¿A quién defendía esta graciosa señorita? Mary no estaba dispuesta a disolver la charla en una serie de excusas amables, a pesar de que se dio cuenta de que invertía en la conversación una densidad inesperada y algo fuera de lugar. El comentario antisemita del coronel era sólo un aspecto de la urbanidad, como puede ser conversar sobre hoteles o mujeres.

Para aligerar el ambiente el hombre la invitó a almorzar. Mary no quería ser grosera, pero tampoco podía aceptar la invitación sin antes decirle lo que pensaba. Sigue un tira y afloje hasta que el coronel se sorprende y quiere tranquilizarla con un buen vino, pues conversando con distensión podrán aclarar esa molesta tontería.



Mary se ve en una escena en la que, en lugar de discutir sobre antisemitismo, discriminación o racismo, tiene que decidir si acepta ir a tomar algo con el tipo, que como dije tenía facha y se mostraba interesado.

“Usted no debería hablar así”. Mary convertía su posición en un ridículo asunto pedagógico y de buenas maneras. En un momento el coronel le dice: “Usted debería aceptar que el 90% de los comunistas son judíos”.

Mary responde con rapidez: “pero el 90% de los judíos no son comunistas”. El hombre sonríe mientras sirve el vino. “¿Qué es lo que la hace estar a favor de ellos?”. “No estoy a favor de ellos, sino en contra de la gente que está en contra de ellos”, responde Mary.

La conversación era fluida, no provocaba en ella más que la molestia que le había ocasionado la palabra “ellos”. A Mary se le ocurrió que la defensa de los judíos puede ser una forma sutil y lícita de antisemitismo. Ejercía así un modo de padrinazgo, era una persona cuya racionalidad le permitía situarse en un plano superior a judíos y antisemitas.

Al rato se distendieron, y el coronel le dijo que había que estar siempre alerta cuando se le compraba o vendía algo a un comerciante judío. No tenían estándar de honestidad. Este hecho se lo reconocían hasta “sus” propios amigos judíos.

Mary se preguntaba si existía una especie particular de judíos que se dedicaba a “ser amiga” de gente como el coronel.

Mary confiesa que no es de esos liberales que creen que los judíos no tienen cuerpo propio, carácter ni tradición, ni conductas singulares. Sería reconocer que no tienen historia ni cultura propias. Ésa es una afirmación que podía hacer un antisemita.

La cruda verdad, termina diciendo Mary, es que el coronel era extremadamente estúpido. Un fogonazo de lucidez atravesó las neuronas de Mary. Se había dado cuenta del problema. El problema no eran los judíos, sino el coronel. No se trataba del comunismo o la deshonestidad de los judíos, sino de la particular calidad de estupidez del coronel.

Y mientras esperaban la comida, Mary pensaba que, para la gente extremadamente estúpida, el antisemitismo era una forma de intelectualidad, la única forma de intelectualidad de la que eran capaces.

El resentimiento también debe encontrar su propia metafísica. Nietzsche tuvo la genialidad de develar estos secretos del rencor. El resentimiento no sólo masculla dentro de sí, sino que debe salir al exterior vestido con cierta elegancia. Los necios también son acreedores de una espiritualidad. Necesitan sentir que ellos expresan una legítima concepción del mundo, que tienen conocimientos históricos y capacidad explicativa. Que saben hablar.

El antisemitismo, sigue pensando Mary, es la posibilidad cultural que les permite, aunque sea rudimentariamente, categorizar y generalizar. Pueden tener habilidad lógica y tener al menos una de las credenciales civilizatorias.

De ahí la tozudez con la que el antisemita se aferra a sus argumentos. No se resisten a ser privados de su instrumento intelectual por los misioneros de la tolerancia. Es lo mismo que le pasaría al hombre de Occidente si se le secuestrara el silogismo: una caída en la oscuridad animal.

Mary además había notado, aun sin comprenderlo, que las afirmaciones antisemitas se dicen por lo general en una atmósfera de profundidad. Por estar razones era evidente que el coronel no se consideraba un antisemita sino un pensador de fuste.

Para ir finalizando, agrego algunas intuiciones de Fernando Savater, con quien discrepo muchas veces, pero aquí acuerdo plenamente:

"Cuando las cosas marchan discretamente bien, los humanos nos aburrimos: entonces empezamos a meternos con los vecinos, o a desear especias raras que sólo se dan en tierras lejanas y que necesitan para conseguirse afrontar mil penalidades, o nos inventamos amenazas sobrenaturales para asegurar las emociones que nos faltan (...) Homero asegura que hacen falta expediciones punitivas como la de Troya para que los bardos tengan algo que cantar, y Tolstoi advierte al comienzo de Ana Karenina que "las familias felices no tienen historia".

Nietzsche: "Más que ser felices, los humanos quieren estar ocupados. Todo el que les procura ocupación es, por tanto, un bienhechor. ¡La huida del aburrimiento! En Oriente la sabiduría se acomoda al aburrimiento, hazaña que a los europeos les resulta tan difícil que sospechan que la sabiduría es imposible"


Digresión aclaratoria: 

Es cierto que para dialogar de modo fructífero con aquellos discursos con los cuales estamos en desacuerdo, no basta con lanzar invectivas: lo mejor es conocer las  ideas y argumentos ajenos que “refutan” nuestras más íntimas convicciones. Lo contrario del “mal” no es forzosamente el bien: puede ser otro mal. Para deshacerse de una ideología maniquea, heredera de las doctrinas totalitarias, que divide la humanidad en dos mitades estancas, los buenos y los malos, nosotros y los demás, “los gronchos” y “la gente bien”, mejor será no convertirse uno mismo en maniqueo. Es una obviedad, pero el monopolio de la estupidez no lo tiene nadie.


Aclaro que en una democracia madura, es necesaria una "derecha" y una "izquierda" maduras, más allá de que el mundo no se explica fácilmente con estas dos categorías. Mi pelea, admitiendo que mi tendencia política y cultural se orienta más o menos "hacia la izquierda", no es tanto contra las personas "de derechas" sino contra la estupidez.



Admito que hay algo de vulgar en las personas que tratan todo el tiempo de mostrarse inteligentes, como si pensaran el mundo en términos de “más inteligente que”. Podrán creerme o no hacerlo, pero yo me sé bastante gil. Por eso, el combate más importante es contra la estupidez propia. 

2 comentarios:

  1. Eso si que da miedo, luchar contra la propia estupidez y perder.

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    1. Jeje, yo creo que es un campeonato que dura toda la vida, donde son más las derrotas que las victorias. Es cuestión de ponerle garra!

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