¿Se imaginan a un policía antidisturbios, frente a un grupo de barrabravas de Chacarita enardecidos, pensando “si alguien te golpea la mejilla izquierda, ofrécele la derecha”? Si cualquier uniformado actuara según criterios dictados por el Sermón de la Montaña, no sólo pondría en peligro su propia vida, sino que lo consideraríamos un imbécil que debe dedicarse a otra profesión.
- "¿Vos me estás diciendo que la música está arriba de la política? Yo ya sé eso, la música está arriba de la política. Gracias a Dios, si no estamos perdidos".
A despecho de lo que puede llegar a creer algún cultor del “Lanatismo” -la doctrina según la cual la investigación periodística se reduce a demostrar que “los políticos son todos chorros” y la política es algo sucio y feo- , el político de raza no se mete en política para afanar guita, aunque a veces lo haga, sino porque concibe a la política como una auténtica vocación, a la que entrega gran parte de su vida y energía.
Hace un tiempo estuve releyendo “La originalidad de Maquiavelo”, del filósofo liberal inglés de origen ruso Isaiah Berlin. Lo que sigue es una especie de resumen/comentario del artículo:
Si tenemos en cuenta que El Príncipe es una obra breve, de estilo seco, lúcido, cuya prosa constituye un modelo típico de claridad renacentista: ¿cómo puede ser que haya suscitado un número tan grande de interpretaciones encontradas?
La obra de autores como Platón, Rousseau, Hegel o Marx, también ha dado origen a muchísimas lecturas diversas: “Pero entonces podría decirse que Platón escribió en un mundo y un lenguaje que no podemos estar seguros de entender; que Rousseau, Hegel, Marx fueron teóricos prolíficos, cuyas obras son escasamente modelos de claridad o consistencia” (Isaiah Berlin).
¿Será por haber separado, como asegura Benedetto Croce y quienes lo siguen en este punto, la política de la moral? No han faltado intérpretes que creen que Maquiavelo recomendó como políticamente necesarios ciertos caminos que la opinión común condena moralmente; esto es, pisar cadáveres para beneficio del estado. Según Isaiah Berlin, esta antítesis es falsa:
“Lo que Maquiavelo distingue no son los valores específicamente morales de los valores específicamente políticos; lo que logra no es la emancipación de la política de la ética o de la religión, que Croce y muchos otros comentadores ven como el logro que la corona; lo que instituye es algo que corta aún más profundamente: una diferenciación entre dos ideales de vida incompatibles, y por lo tanto dos moralidades. Una es la moral del mundo pagano; sus valores son el coraje, el vigor, la fortaleza ante la adversidad, el logro público, el orden, la disciplina, la felicidad, la fuerza, la justicia y por encima de todo la afirmación de las exigencias propias y el conocimiento y poder necesarios para asegurar su satisfacción; aquello que para un lector del Renacimiento equivalía a lo que Pericles había visto personificado en su Atenas ideal, lo que Livio había encontrado en la antigua República Romana, lo que Tácito y Juvenal lamentaron de la decadencia y la muerte en su propio tiempo. Estas parecen a Maquiavelo las mejores horas de la humanidad y, como humanista renacentista que es, desea restaurar. (…)”.
Los ideales de la moral cristiana, en cambio, son la caridad, la misericordia, el sacrificio, el amor a Dios, el perdón a los enemigos, el desprecio por los bienes de este mundo, la fe en la vida ulterior, la creencia en la salvación del alma individual, como valores incomparables, más elevados que, y de cierto absolutamente inconmensurables a, cualquier meta social, política u otra terrestre, a cualquier consideración económica, moral o estética.
Para Maquiavelo no hay posibilidad de conciliar ambas moralidades. La religión cristiana le da un valor supremo a la humildad, la abyección, al desdén por las cosas humanas; la religión antigua enfatizaba la grandeza de espíritu, el vigor del cuerpo y todo lo que hace fuertes a los hombres.
Ahora bien, si los hombres fueran distintos a lo que son y han sido siempre, podrían crear una sociedad cristiana ideal, pero no es lo que ocurre en la realidad.
Como bien nota Berlin, Maquiavelo no dice que la humildad, la bondad, la ingenuidad, la fe en dios, la santidad, la compasión, son malas, o atributos sin importancia; o que la crueldad, la mala fe, el poder político, el sacrificio de hombres inocentes a las necesidades sociales, son buenos.
Lo que dice Maquiavelo es muy similar a lo que años más tarde dirá Max Weber –gran lector del florentino, así como también de Nietzsche- en La política como vocación: elegir llevar una vida cristiana te condena a la impotencia política: a ser usado y aplastado por hombres ambiciosos, inteligentes e inescrupulosos. Tampoco cree que se pueda llegar a una conciliación entre ambos mundos. Los políticos que toman caminos intermedios, y ante determinadas circunstancias son incapaces de ser completamente buenos o completamente malos, terminan por vacilar y caer en la debilidad y el fracaso.
Insisto una vez más: el tipo no trata de corregir las virtudes cristianas, ni llama “maldad” al “bien” y “bondad” al “mal”. Lo que dice, según la lectura de Berlin, es que los principios cristianos son incompatibles con las virtudes cívicas.
Maquiavelo condena, en el terreno político, la inefectividad. En un pasaje de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, dice que la fe cristiana ha hecho a los hombres “débiles”, fácil presa de los “hombres malvados”, ya que aquéllos “piensan más en soportar las injurias que en vengarlas”.
La lección de Maquiavelo es que uno puede salvar su alma o puede mantener o bien servir un gran y glorioso estado, pero no siempre puede hacer ambas cosas a la vez. Como la de Aristóteles o Cicerón, la moralidad de Maquiavelo era social, no individual. Pero es una moralidad no menos que la de ellos, y no una región amoral más allá del bien y del mal.
En síntesis: ¿por qué la lectura de El Príncipe ha dado lugar a interpretaciones tan diversas? Según Isaiah Berlin:
"Me gustaría sugerir que es la yuxtaposición de las dos perspectivas en Maquiavelo -los dos mundos moralmente incompatibles, por decirlo así- sobre las mentes de sus lectores, y la colisión y aguda inconformidad moral subsecuentes lo que, a través de los años, han sido responsables de los desesperados esfuerzos por interpretar mal sus doctrinas, para representarlo como un cínico y por lo tanto, finalmente, como un superficial defensor del poder político, o como un satánico, o como un patriota que receta para situaciones particularmente desesperadas que raramente se presentan, o como un contemporizador, o como un amargado fracasado político, o como mero vocero de verdades que siempre hemos conocido pero no nos gusta pronunciar, o nuevamente como el ilustrado traductor de antiguos principios sociales universalmente aceptados dentro de términos empíricos, o como un criptorepublicano satírico (un descendiente de Juvenal, un precursor de Orwell); o un frío científico, un mero tecnólogo político libre de implicaciones morales (...)
Esta no es una división de la política y la ética. Es el descubrimiento de la posibilidad de más de un sistema de valores, sin ningún criterio común a los sistemas entre los que se puede hacer una elección racional. Esto no es el rechazo del cristianismo por el paganismo (aunque Maquiavelo claramente prefirió este último), ni el paganismo por el cristianismo (...) sino el acomodo de ambos lado a lado, con la implícita invitación a los hombres a escoger entre una vida privada, buena, virtuosa, o una existencia social buena, de éxito, pero no ambas".
MAX WEBER, LECTOR DE MAQUIAVELO:
Siguiendo a Maquiavelo, Weber distingue entre la “ética de la convicción” (Lilita Carrió) y la “ética de la responsabilidad”.
A ojos de Weber, “lo patético de la acción estaba vinculado a la antítesis entre dos formas morales, la moral de la responsabilidad y la moral de la convicción. O bien obedezco a mis convicciones (pacifistas o revolucionarias, tanto da) sin preocuparme por las consecuencias de mis actos, o bien me siento obligado a rendir cuentas de lo que hago, aunque no lo haya querido directamente, y entonces las buenas intenciones y los corazones puros no bastan ya para justificar a los actores” (Raymond Aron).
Cuando se entra en política, la moral que debe seguirse es la de la responsabilidad por las consecuencias de las acciones que se toman en la coyuntura. Entrar en política es participar en conflictos en los que se pelea por el poder, por la capacidad de influir sobre el Estado y, a través de él, sobre la colectividad. Al mismo tiempo, el político queda atrapado en la obligación de someterse a las leyes de la acción, aunque esas leyes sean contrarias a sus convicciones más íntimas, a los diez mandamientos o a las recriminaciones que Pepe Grillo le puede hacer en la soledad nocturna de una conversación con la almohada. Los dardos de Weber estaban dirigidos, probablemente, a los pacifistas de orientación cristiana y a los revolucionarios principistas, a los idealistas. Aunque nuestro contexto y lugar no son los de la época de Weber -y mucho menos los de los tiempos de Maquiavelo-, la lección de ambos sigue teniendo vigencia.
Por ejemplo: para un seguidor de la “ética de la convicción”, el aborto está mal sin importar las consecuencias, y por lo tanto no debe ser legalizado. Un político debe considerar las circunstancias, y las consecuencias que puede tener su no legalización sobre la población femenina, sobre todo entre las mujeres que pertenecen a los sectores económicamente más desfavorecidos.
Aclaración importante: Weber no quiere decir que el moralista de la responsabilidad no tenga convicciones, ni que el moralista de la convicción no tenga sentido de la responsabilidad. “Lo que él sugiere es que, en condiciones extremas, ambas actitudes pueden contradecirse y que, en último análisis, uno prefiere al éxito la afirmación intransigente de sus principios y el otro sacrifica sus convicciones a las necesidades del triunfo, siendo morales tanto uno como otro dentro de una determinada concepción de la moralidad” (R. Aron).
Esta es la lección que Weber toma de Maquiavelo, según el cual la política se revela en situaciones extremas. Es evidente que un buen político debe estar convencido de sus ideas –que no es lo mismo que ser un necio o un soberbio- y al mismo tiempo ser responsable de sus actos. Ahora bien, ¿cuál es la elección moral cuando es preciso mentir o perder, matar o ser vencido? La verdad, responde el moralista de la convicción (Lilita Carrió); el éxito, responde el (¿peronista?) moralista de la responsabilidad.
Otro punto importante: no existe criterio científico universal capaz de salvar al político de tomar decisiones erróneas. Creer que la política debe someterse al dictado de la ciencia no es más que “cientificismo”. La política es negociación constante, y por lo común, no hay una medida política o económica que beneficie a todos: generalmente se perjudica a algunos en beneficio de otros.
Me interesa este análisis de Isaiah Berlin. Creo que aporta una percepción válida de Maquiavelo, aunque incompleta.
ResponderBorrarLo que estoy seguro es que es incompleta en relación a la política. Porque los valores éticos también son herramientas para la construcción de poder. aunque formen parte de otro sistema.
Lilita Carrió, por ejemplo, es un animal político de primer orden, aunque sea incapaz de organizar.
Saludos
Coincido en que Carrió es un animal político. Confieso que no soy un gran lector de Maquiavelo: tengo muchos de sus textos pendientes. A mí me parece sugerente la lectura de Claude Lefort. Puse una suerte de síntesis sobre algunas ideas de Lefort acá: http://rodrigoestudiaderecho.blogspot.com.ar/2015/03/democracia-no-es-ausencia-de-conflicto.html
BorrarInteresante, pero busque la referencia de cientificismo, no la encontre, y, de alguna forma la politica es Nash, otro enfoque.
ResponderBorrarayjblog
Estimado, ahí puse la referencia: http://rodrigoestudiaderecho.blogspot.com.ar/2015/03/economistas-queridos-el-cientificismo.html
BorrarSaludos!