El lingüista norteamericano William Labov estudió las peculiaridades del lenguaje de los guetos en Harlem, para lo cual grabó a un grupo de jóvenes y les pidió que le contaran un día en que su vida había estado en peligro. La pregunta estaba pensada para que ellos se expresaran de manera espontánea, y se olvidaran de que estaban siendo grabados. La cantidad de experiencias que surgieron en un lugar tan marginal y violento dieron lugar a Language in the Inner City, obra que terminó siendo un gran libro de relatos.
El modo en que cada uno narraba sus historias de vida era muy notable. Según Piglia, lo que Labov percibió fue “sobre todo la forma en que estaban organizadas esas historias, y comprobó que muchos de esos relatos no diferían –en su manejo del suspenso, de la intriga, en su manera de presentar los hechos- de lo que se podía encontrar en la gran tradición narrativa (narraciones a la Chéjov, a la Faulkner, a la Isak Dinesen, escritores a los que por supuesto ellos no habían leído)”. Es como si existieran ciertas maneras de relatar comunes tanto a la “alta” literatura como a la tradición popular. Creo que en algún sentido todos –o casi todos- tenemos la capacidad de construir anécdotas, de narrar vivencias… Eso no implica sugerir que todos tengamos el mismo talento para emocionar y/o atraer la atención de nuestros interlocutores. A veces pienso en la paradoja de escritores que tienen mucho vocabulario y son pobres en experiencias vividas; en contraposición a personas que han vivido experiencias de vida muy fuertes, pero que son torpes para expresarse.
¡¡Sean felices!!
Creo que hay otra paradoja, cuando una experiencia extremadamente intensa es relatada con lenguaje demasiado florido diluye el resultado literario. Siempre y cuando el autor (el narrador) tenga como premisa el objetivo de un artista, esto es, transmitir una emoción.
ResponderBorrarPuede ser eso que decís. ¿Qué ejemplos de autores que transmiten emociones intensas usando un lenguaje "crudo" se te ocurren? Pienso en Charles Bukowski.
BorrarBorges, en El Aleph, cuando Carlos Argentino le dice:
ResponderBorrar-Tarumba habrás quedado de tanto curiosear donde no te llaman.
Ampliando el concepto, es casualmente lo coloquial y cotidiano lo que logra contundencia artística por su similitud o virtualidad a lo cercano y elemental.
Supongamos una escena en donde describo un golpe a la cara de alguien con mi puño y acompaño la acción con este discurso:
"¡Harto de infundios y desoídos soslayados por pretendida insolencia, mascarada ruín que merece ahora mas que nunca la humillación física, por la impúdica degradación de la sos generador, nada mas merecedor como respuesta mía que esta reacción atávica y primitiva."
¿No queda mejor esto?:
"¡Tomá la concha de tu madre,(golpe) hacete gárgaras con los dientes pedazo de puto!"
Es la sublime diferencia entre la elocuencia y la vehemencia, como para que la demencia sea cabalgada por la conciencia y esas paralelas se junten en la decencia.
Cuando le errás al clavo y el martillo te lo das en los dedos nadie dice "oh, que contrariedad".
Esto tampoco es una sentencia, Umberto Eco en "El nombre de la Rosa" acierta con la perfecta dosis alternando lo florido y lo contundente, y ni hablar de Edgar Alan Poe, ese si que era un químico literario.
Uno como lector es medio vago, si Unamuno no fuera tan empinado sería mas popular (va de la mano con Hans Kelsen).
Y crudo,Cortázar, Isidoro Blasiten, Terry Gilliam y Macedonio Fernández.
Saludos Rodrigo.
¡¡Qué lindo que es "El Aleph"!! ¿No? Gracias estimado!
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