jueves, 23 de enero de 2014

MONOLOGANDO SOBRE GREIL MARCUS, LA LITERATURA, NABOKOV, ARENDT, TOCQUEVILLE, SUSAN SONTAG, AURORA VENTURINI Y UN MONTÓN DE CUESTIONES SOBRE LAS CUALES NO TENGO LA MÁS MÍNIMA IDEA


De chico, cuando el asombro suele predominar sobre la costumbre, me impactó mucho cuando leí el fragmento de una carta que, a sus veinte años (1904), Franz Kafka le dirige a  su amigo Oskar Pollak:

“Pienso que solo deberíamos leer libros de los que muerden y pinchan. Si el libro que leemos no nos despierta de un puñetazo en la cara, ¿para qué leerlo? ¿Para que nos haga felices, como dices en tu carta? Por Dios, podríamos ser igual de felices sin libros, y si nos hicieran falta libros para ser felices, podríamos escribirlos nosotros mismos, llegado el caso. No, lo que necesitaríamos son libros que caigan sobre nosotros como un golpe dolorosísimo, como la muerte de alguien a quien amábamos más que a nosotros mismos, como si nos viéramos desterrados a los bosques, lejos de todo ser humano, como un suicidio; un libro tiene que ser un hacha que abra un agujero en el mar helado de nuestro interior”.

Sí, yo de chico leía a Kafka. ¿No me creés? Lo siento, es la verdad. También jugaba al fútbol mejor que Messi, hablaba seis idiomas y todas mis compañeritas gustaban de mí. Lástima que con el tiempo me fui haciendo más nabo. En fin, imagino que la carta de Kafka debe haber sido leída con fruición por Don Ernesto Sótano, tan afecto a las reflexiones graves, densas, dolorosas, TREMENDAS y TERRIBLES. Y sí, Kafka era un capo, y ese fragmento está muy pero muy bueno, pero me suena un poco exagerado.

Hace algunos días me enteré que la escritora Aurora Venturini –que entre paréntesis/guiones, escribe muy bien- ganó el Premio Nueva Novela de Página 12 a los 85 años, y que hoy, con sus poco más de 90, sigue viviendo sola y escribiendo durante horas en su casa de La Plata. Hacia el final de una nota que le hicieron en Radarconfiesa que la suelen ir a visitar personas para pedirle consejos sobre el acto de escribir:

“Ya no recibo a nadie, pero hace poco vino un hombre. Un hombre grande. Me dice: ‘Yo me jubilé, tengo campos, tengo vacas, qué se yo, y ahora quiero escribir’. ‘Ah se está tomando un recreo’, le dije. ‘Y sí –me dice él-, algo hay que hacer’. Lo eché. Si hay algo que detesto es la gente que se toma esto como un juego, una frivolidad. Se creen que escribir es una pavada. Que es para pasar el rato. Que somos unos vagos. Cuando, en realidad, escribir es un sacrificio y los escritores, para colmo, somos todos pobres, bueno, la mayoría, porque no nos pagan. Ah, cómo lo eché a ese hijo de puta. Fue fantástico”.

A mí me parece que hubiese podido pasar un lindo momento con el tipo, tomándose unos mates con bizcochitos de grasa y aconsejándole alguna pelotudez que le pudiese servir. ¿Por qué la literatura no puede ser también un juego o un pasatiempo? Suelo decir que me gustan los artistas que se toman realmente en serio a la literatura, y no demasiado en serio a sí mismos. Ahora creo que tampoco hay que tomarse demasiado en serio al arte, aunque podemos discutir acerca de lo que encierra la palabra “demasiado”, y aún sabiendo que es necesario jerarquizar entre escritores buenos, malos y no tan buenos, que sin arte la vida sería mucho peor y todos los etcéteras que le quieran agregar.

Para Vladimir Nabokov, por ejemplo, el arte de escribir se relaciona con el artificio y con cierto sentido del humor, y no con la veracidad y mucho menos la sinceridad. Todo gran escritor es un gran embaucador. La literatura existe, para Nabokov, desde el momento en  que un niño cavernícola vuelve a su gruta y le grita a su clan que ahí está el lobo, y todos huyen despavoridos porque creen en sus palabras. No hay literatura si no se es un bromista.

Ojo, no es nada contra Venturini, quien tiene más de 90 años, es misántropa y prefiere que la dejen en paz. Sólo uso su anécdota como excusa para escribir lo que pienso acerca de mi relación con los libros.

Quiero decir: me gusta más lo que sugiere Fabián Casas cuando dice que “los libros no sirven para estar solo, aunque prometan eso, la literatura verdadera es para aprender a estar con la gente, para mezclarse con todos. En ese caso, para vivir en las ciudades, para soportar el tedio de nuestra cultura, para ser más felices sin ser por eso más estúpidos (…)”. En cierto sentido, me pareció un mejor consejo que el de Kafka.


GREIL MARCUS

A propósito de libros y lecturas, estuve leyendo las reflexiones del crítico estadounidense Greil Marcus: El basurero de la historia. Hace años leí, en Anagrama, Rastros de carmín (Lipstick traces), donde el tipo hace una analogía entre el surgimiento del punk con los Sex Pistols, y lo relaciona de modo muy original con diversos antecedentes como el dadaísmo, los anarquistas místico-lujuriosos y los heréticos milenaristas de la Europa medieval. También está traducido su libro Like a rolling stones, en obvia referencia a Bob Dylan.

Uno de los artículos de Greil Marcus que me parecieron más interesantes son sus opiniones sobre la crítica estadounidense Susan Sontag. Para quienes no la conozcan, Sontag fue bastante pionera en introducir en su país a autores modernistas europeos como Antonin Artaud, Walter Benjamin, Roland Barthes y Hans-Jürgen Syberberg.

Lo que Greil le critica a Sontag, entre otras cosas, es su desprecio por la cultura norteamericana y su tendencia a abrazar de modo acrítico la "teoría del genio":

“Como Tocqueville deja bien claro en Democracy in America en su descripción de un país que en muchos planos no ha cambiado nada, el genio no forma parte de la naturaleza norteamericana; el genio banaliza y humilla la democracia, tanto como la democracia banaliza y humilla al genio. Por eso las mejores obras de Pauline Kael y Leslie Fiedler no se caracterizar por tener el carácter imperiosamente mesiánico de Sontag, sino por su obstinación, incluso por su carácter defensivo: su rabia, arrogancia, dudas, histeria, seducción, humor, revulsión, miedo y un gran sentido de la tragedia. Son artistas de la tensión entre el genio y la democracia.

Sontag se crió en Arizona y en California, pero no hay nada en su voz o en su sensibilidad que lo delate, salvo quizá las botas de cowboy que suele calzar (nota: el artículo se escribió antes de que Sontag muriera). Su obra parece presuponer un campo literario en el que todos, o más bien tout le monde, tarde o temprano se vuelve un parisino. ¿Es posible imaginar algún crítico norteamericano destacado del que pudiera decirse que su lugar de origen no tuvo ninguna consecuencia para su pensamiento? ¿Emerson? ¿Hawthorne? ¿Matthiessen? ¿Fiedler? ¿Kael? Olvídenlo”.

Me parece importante que los críticos puedan dar cuenta de cierta tensión entre democracia y "alta cultura"; vale decir: que tengan la capacidad de unir lenguajes y corrientes culturales diversas, en lugar de usar el lenguaje un poco como los perros cuando mean a su alrededor para marcar territorio.

Una vez vi una película de Woody Allen que me pareció un embole, pero que tenía una escena muy buena: un director de cine, encarnado por Allen, se queda ciego en medio de la filmación. Tratando de que nadie se entere, sigue dirigiendo las escenas sin ver un carajo. ¿Conclusión? Termina la película, y su film resulta ser un éxito para la crítica cinematográfica francesa.

Como bien dice Arendt: una persona culta, para un romano, es quien sabe elegir compañía entre los hombres, entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. Como el trabajo y el sueño, la vida también necesita de pan y circo. Es más, el entretenimiento masivo de la cultura de masas, muchas veces, es menos peligroso que el filisteísmo cultural que denigra aquello de lo que no puede extraer un valor arribista.

¿Y a todo esto, dónde queda la cultura argentina en medio de la cultura latinoamericana y respecto del debate Europa vs Estados Unidos? 
The answer my friend, is flowing in the I don't know.


Además, como dijo Fogwill antes de pegarse  un saque y disponerse a laburar en Los Pichiciegos: “felizmente no nos debemos a una tradición, podemos aspirarla toda” (?). Termino con una cita de Don Jorge Luis, que me ayudará a terminar este post que todavía no sé muy bien a dónde se dirige:

Siempre que he hojeado libros de estética, he tenido la incómoda sensación de estar leyendo obras de astrónomos que jamás hubieran mirado a las estrellas. Quiero decir que sus autores escribían sobre poesía como si la poesía fuera un deber, y no lo que es en realidad: una pasión y un placer”. 

Porque la poesía no es algo extraño, sino que está acechándonos continuamente, como un troll kirchnerista en la cuenta de twitter de Mauricio Macri.

4 comentarios:

  1. No tiene un sólo sentido el post, sino varios. O el principal es las distintas visiones que de la literatura pueden existir. Coincido con Casas, pero para aspirar a alguna clase de trascendencia, creo, el enfoque de Kafka y la escritora nonagenaria es más adecuado. Al fin y al cabo, de todos modos, se trata de todas estas cosas: leer, escribir, el placer, la trascendencia, etc.
    Ya veo que mi comentario sigue al post, je.

    Abrazo.

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    1. Quien hablaba de "aspirar a la trascendencia", con muy buenos argumentos, como condición necesaria para hacer gran arte, era George Steiner. Steiner vinculaba el gran arte, el arte con mayúsculas, a cierta idea "religiosa" vinculada al "duro deseo de durar" (Paul Eluard). Coincido contigo en que esa aspiración a trascender, a hacer algo que dure, es condición necesaria (no suficiente, porque sabemos que nada te asegura un resultado, aunque Caruso busque la fórmula colgándose del travesaño) del arte con mayúsculas. Abrazo grande Richardinho!!

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  2. ¿Podés recomendarme algo para leer acerca de la tensión entre democracia y alta cultura? ¿E incluso sin "alta"? Una cuestión que me planteé estos últimos años, sin poder respondérmela, era si no hay una contradicción entre defender la igualdad esencial de los seres humanos en el campo político, y por otro lado desdeñar productos culturales masivos pero que considero pobrísimos, obviamente en tanto que productos culturales, no en tanto que marcas de identidad de un grupo social. Entiendo que no hay contradicción, pero no consigo desarrollar la idea. (Ser populista en términos políticos y lo contrario en el plano artístico tiene sus bemoles).
    Uno de los problemas de no haber leído lo suficiente es que uno se plantea cuestiones que tal vez ya estaban resueltas décadas o aún siglos antes.
    Saludos, muy valorable la evolución del blog

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    1. Uh.. es un tema más que interesante. Podría hacer un posteo y lo charlamos en los comentarios! Se me ocurren algunos autores: "En el castillo de barb azul" de George Steiner (su visión es bien elitista, casi diría adorniana)... Hanna Arendt, un tipo que se llamaba, creo, Gerard Vilar, que escribió "El invierno de nuestro descontento"... "La democracia en América" de Tocqueville toca el tema, aunque medio lateralmente... Nietzsche es otra referencia para abordar la cuestión. Obviamente Nietzsche está en contra de la democracia y a favor de la "alta cultura", y cree que democracia y "alta cultura" no se pueden conciliar sino al contrario. Hoy en día, obviamente muy pocos sostendrían tesis como las nietzscheanas. Nosotros somos hijos de la televisión, de la democracia, del populismo, etc.

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