Les confieso que a menudo tengo poca simpatía por la figura del intelectual omnisciente que
está en permanente estado de respuesta, con su tendencia a intervenir
sistemáticamente en todos los problemas, y que transforma en una profesión –a
menudo bastante lucrativa- su afanoso estado de “presencia” cultural.
Las
intervenciones públicas de personas/personajes como Alejandro Rozitchner, Tomás
Abraham, Martín Caparrós, Marcelo Birmajer, por nombrar algunos casos, me
suelen dejar con cierta sensación de vacío intelectual: casi como alimentarse de un bol lleno de pochoclos salados y beber cerveza tibia de mala calidad. Las ideas políticas de Abraham, por tomar el caso de una persona posiblemente muy formada, me parecen
de una trivialidad francamente decepcionante: sus ideas políticas son casi tan
provocadoras como los gestos de Miley Cirus, que a esta altura no escandalizan
ni a Mirtha Legrand, la conductora de televisión que es “Chiquita” en
castellano y “Grande” en francés.
Entiendo
que uno no puede opinar con solvencia acerca de todos los temas. Y si opina,
como yo mismo hago en este humilde espacio, que hago gratis y cuando tengo tiempo, debe tener la suficiente honestidad
intelectual como para admitir que de tal o cual cuestión sabe poco y nada.
En
el aforismo 95 de su Novum Organum, sir Francis Bacon
dividía a los estudiosos y pensadores en arañas, hormigas y abejas. En palabras
del excepcional historiador de filosofía italiano Paolo Rossi:
“Las arañas gustan de la
soledad, tienen poca curiosidad por la naturaleza y leen pocos libros; tienen
una mente muy aguda y casi sin disponer de material obtienen de ellas mismas
una tela sutilísima de argumentaciones y de minuciosas distinciones; gozan en
adelantar sin pausa objeciones cada vez más sutiles, terminan por quedar
sumergidas en la madeja de hilos que han creado y se encuentran con un saber
fragmentario y casi agusanado entre las manos. Las hormigas, por el contrario,
están llenas de curiosidad hacia el mundo, nunca se cansan de recoger, donde
casualmente lo encuentren, una gran cantidad de material; lo acumulan y lo
almacenan con gran constancia sin preocuparse en seleccionarlo, no tienen una
luz que las guíe y buscan tanteando un camino; a menudo se encuentran que tienen entre las manos formas de saber
supersticioso y oscilan de continuo, por esto mismo, entre el entusiasmo y la
desazón”.
Parece
ser que Francis Bacon auspiciaba una suerte de “santa unión” entre arañas y
hormigas, donde los vicios se transformarían en virtudes a partir de una
síntesis superadora: las abejas.
En
las abejas se conjuga la agudeza de las arañas y la infatigabilidad de las
hormigas, la curiosidad por el mundo y la capacidad de seleccionar, transformar
y digerir con la mente el material, para a partir de allí producir algo nuevo. Una mezcla de lo mejor del Cholo Simeone con lo mejor de Pep Guardiola.
Como
algunos habrán advertido, el esquema es muy similar al de la cita inspirada en Arquíloco –“muchas
cosas sabe el zorro, una sola el erizo, pero grande”- que sirvió de inspiración
para una de las obras más famosas de Isaiah Berlin (1): Pensadores rusos. Aunque no sé si la cita es exacta, porque parece ser que el amigo Berlin tenía cierta tendencia a citar de un modo no demasiado riguroso, pero no nos vayamos al carajo más de lo que ya nos estamos yendo...
Lo
que torpemente intento sugerir es que cuando las ideas de un autor triunfan y
adquieren cierta fama y legitimidad, inevitablemente surgen los maquinistas y
aspirantes que se acercan de inmediato a la máquina de hacer chorizos, pero
como no la saben manejar o la carne que consiguen no es de buena calidad,
empiezan a salir bolitas grises.
Como decía David Foster Wallace: “echa un vistazo a algunas de las tesis de
doctorado que se escriben ahora. Son como si se pusieran a de Man y a Foucault
en boca de un niño lerdo”.
No
es infrecuente leer obras de “foucaultianos” que parecen detectar micropoderes
y panópticos por donde quiera que miran, sin someter sus afirmaciones a la
verificación rigurosa de la investigación historiográfica. Aclaro que respeto y
valoro la obra de Foucault. Es más, tengo todos sus libros menos los cuarenta
últimos. Y sin embargo…
Por
caso, al leer Las palabras y las cosas,
me encuentro con que el tipo nos habla de la “episteme clásica”, la “episteme
occidental”, “la episteme del
Renacimiento”… ¿Qué quieren que les diga? A duras penas me puedo explicar a
mí mismo qué es la democracia, ¿y Foucault inventa una enormidad como LA
EPISTEME OCCIDENTAL? Leo lo siguiente:
“En una cultura y en un momento
dado, nunca hay más que una episteme que define las condiciones de posibilidad
de todo saber”.
¡Tomá
mate! En una época dominada por el culto a la novedad, el estudio de la
historia de las ideas nos puede enseñar a no confundir las novedades aparentes
con las reales, a no dejarnos engañar por los descubrimientos del agua caliente
presentados como giros y revoluciones culturales, y a desconfiar de los
filósofos que primero presentan todo el pasado como la infinita repetición de
la misma mierda con distinto olor, para luego proclamarse una especie de
portadores de nuevos y decisivos mensajes. Ojo, reconozco que Foucault tiene
intuiciones que son verdaderamente brillantes, y además escribe muy bien. Pero
es justamente su estilo deslumbrante el que lo capacita especialmente para
enhebrar juicios históricamente falsos.
Uno
de los mejores historiadores de la ciencia -se los digo yo, que de historia de la ciencia no cazo un fóbal-, Jacques Roger, nos dice:
“El mejor ejemplo que pueda
darse de la prioridad de la teoría sobre los hechos es sin más la Historia de
la locura de Michel Foucault… Se apoya enteramente en una definición de la
enfermedad mental dada por la antipsiquiatría contemporánea. Sobre esta base se
interpretan los hechos y sobre todo se seleccionan. Los historiadores en vano
han dicho y repetido que esta historia era falsa, que los enfermos mentales
habían sido encerrados muy a menudo desde la Edad Media y en el siglo XVI, que
el gran ‘renfermement’ de 1660 para nada tenía el significado que le atribuía
Foucault, etc. Pero es lo mismo: el éxito de la teoría queda asegurado por el
gran talento del autor, por la coherencia interna de la misma teoría y sobre
todo por su coincidencia con una de las grandes tendencias de la ideología
contemporánea. Su inexactitud histórica a nadie interesa; su subentendido
proyecto político es el que provoca adhesión”.
Ok,
es cierto que toda clasificación híper-sencilla y metafórica como ésta no debe
exagerarse, a riesgo de transformarse en una caricatura; sin embargo, me parece
útil.
Las
arañas que adoptan aires de abejas asumen que la historia entera de la
humanidad se puede dilucidar a través de modelos prefabricados como la
“episteme de una época”; se leen sólo entre ellos y ostentan un supremo
desprecio por las objeciones fácticas, siempre dispuestos a relegar a la noche
donde todas las vacas son pardas cualquier tipo de historia real que no esté
contemplada en su esquemita. Suelen poner atención a la anatomía de los
esqueletos y nunca en la embriología de los organismos; guitarrean y manipulan
los textos.
Luego
están las hormigas que se creen abejas. Según Paolo Rossi, este tipo de
pensadores:
“(…)
tienden a menudo a confundir una colección de fichas con una historia, y
persiguen el ideal de una lista completa de los libros y de los personajes de
una época como si de esto pudiese surgir algo más que una especie de listín
telefónico; les otorgan el mismo valor a todas las ideas y a todos los libros;
piensan que la estructura de las teorías es poco relevante y que todo es
explicable como un producto de la época o como la respuesta a las específicas
exigencias de una cultura y de una sociedad; consideran que la filosofía debe
resolverse sin residuos en la actividad ejercida por los historiadores; están
como ciegos frente a la existencia de las teorías, a la intencionalidad
cognoscitiva atemporal, a la transhistoricidad y a la capacidad de autocorrección
que son constitutivas del saber científico y que lo diferencian de cualquier
otro tipo de saber creado hasta ahora por la especie humana”.
Hay
un capítulo donde Rossi destaca las inexactitudes cometidas por Foucault
respecto de la correcta interpretación de varios pasajes de Francis Bacon, que
el pensador francés perpetra en Las palabras y las cosas:
Escribe
Foucault:
“A
comienzos del siglo XVII, en el período que mal o bien se llama barroco, el
pensamiento deja de moverse en el elemento de la semejanza. La similitud ya no
es la forma del saber, sino más bien la ocasión del error, el peligro al que
nos exponemos cuando no se examina el lugar mal aclarado de las confusiones… Ya
en Bacon se encuentra una crítica de la semejanza”.
Bacon
escribe, por el contrario:
“El
empeño de los hombres en las indagaciones y recolecciones de historias de ahora
en adelante debe cambiar completamente y volcarse en una dirección opuesta a la
hasta ahora habitual. Hasta ahora los hombres han puesto gran dedicación y
curiosidad en observar la variedad de las cosas y en explicar cuidadosamente
las diferencias de los animales, de las hierbas, de los fósiles, la mayor parte
de los cuales son más bien esbozos de la naturaleza que cosas de alguna
utilidad para la ciencia. Todo esto sirve por cierto para divertir, y a veces
también para la práctica, pero poco o nada para penetrar en la naturaleza. Nuestro
esfuerzo, en cambio,debe estar completamente dirigido a la indagación y a la
observación de las semejanzas y de las analogías, tanto en la totalidad como en
las partes. Son éstas las que muestran la unidad de la naturaleza y empiezan a
constituir las ciencias… Las similitudes físicas llevan casi de la mano a los
axiomas más altos y nobles, relativos a la constitución del mundo”.
Digresión aclaratoria: el fragmento de Bacon está tomado de Las arañas y las hormigas de Paolo Rossi, quien es un profundo conocedor de la obra del pensador inglés.
Digresión aclaratoria: el fragmento de Bacon está tomado de Las arañas y las hormigas de Paolo Rossi, quien es un profundo conocedor de la obra del pensador inglés.
No
pretendo negar que nuestras ideas e interpretaciones son siempre provisorias o,
como alguna vez sugirió Borges, que todos vivimos en una penúltima versión de
la realidad. Es más, me parece absurda la pretensión del investigador que
intenta mantenerse imparcial en su visión del pasado. ¿Podemos imaginar una
historia imparcial sobre la esclavitud, o sobre el nazismo? Somos seres
subjetivos, y no sólo no podemos, sino que incluso no debemos evitar la
jerarquización y la valoración. Sin embargo, los historiadores y los
intérpretes deben tener honestidad intelectual, tratando de no manipular los
textos para que se ajusten a sus prejuicios, sino estar abiertos a no ser
confirmados.
Para seguir leyendo:
Nota:
(1) En “El erizo y el zorro”, Isaiah Berlin nos dice que “existe una enorme
brecha entre aquellos que, por un lado, lo relacionan todo a una sola visión
central, un sistema más o menos coherente o expresado, de acuerdo con el cual
comprenden, piensan y sienten; un solo principio organizador, en unción del
cual cobra significado todo lo que ellos son y dicen; y, por la otra parte,
aquellos que persiguen muchos fines, a menudo no relacionados y aun contradictorios, conectados, si acaso,
de algún modo de facto, por alguna causa psicológica o fisiológica, no
vinculados por algún principio moral o estético; estos últimos llevan vidas,
efectúan acciones y sostienen ideas que son centrífugas, no centrípetas; sus
pensamientos son esparcidos o difusos, pasan de un nivel a otro y captan la
esencia de una gran variedad de experiencias y de objetos por lo que son en sí
mismos, sin intentar, consciente o inconscientemente, hacerles embonar o
excluirlos de alguna visión interna unitaria, invariable, omnipresente, a veces
contradictoria e incompleta, a veces fanática. El primer tipo de pesonalidad
intelectual y artística es el de los erizos, el segundo el de los zorros (…)”.
Y luego Berlin hablará de erizos que se creen zorros y de zorros que se creen
erizos y bla bla bla. Es un capítulo muy bello.
Excelente! Te felicito x el blog falco, promete mucho.
ResponderBorrar"Flaco" no falco, je.
BorrarGracias anónimo! Saludos
BorrarEstimado Rodrigo:
ResponderBorrarSinceramente agradecido. Aprecio que me avise de sus posteos. Escribe con inteligencia, y encara temas que no encuentro en los mundos de la política, de la comunicación, en los que me muevo. Y menos aún en el de la administración estatal, al que por trayectoria pertenezco.
En el lenguaje de una de mis actividades, es "la pausa que refresca".
En este caso, mi agradecimiento es doble. Con Foucault cultivé el escepticismo superficial que le dedico a la mayoría de los escritores franceses modernos. Estaba desde hace muchos años alto en mi lista de autores a no leer.
Mi socia, de muy buena formación intelectual, me insiste que es una actitud injusta. Y estaba pensando en renegar de mi compromiso. El lúcido párrafo de Jacques Roger que Ud. cita me fortalece en mi convicción. Sobre Foucault, y sobre una intuición similar que tengo respecto al pensamiento marxista.
Un abrazo
¡Muchas gracias Abel! Me alegra que te haya servido. Más que contra Foucault, cuya obra tengo pero que todavía no he leído en profundidad, mis dardos se dirigen a su recepción acrítica. Creo que hay autores cuyo estilo muchas veces deslumbra más de lo que alumbra. De todos modos insisto en que para criticar a un autor, hay que esforzarse por entrar en su vocabulario. Tampoco quiero caer en la actitud más sencilla: tomar la parte por el todo.
ResponderBorrarSí creo que hay muchos autores que deben ser tan o más interesantes que Foucault, que tienen mucha menor difusión de la que merecen. Creo que Paolo Rossi sería un buen ejemplo, entre tantos otros.
¡Abrazo!
Buenas. Estoy de acuerdo con casi todo, pero aún con todo el disgusto que me causan los pensadores-araña vengo a hacerle el aguante a Foucault, cuyas ambigüedades e inexactitudes son un precio que pago gustoso por tener contacto con su inteligencia (no puedo decir lo mismo de sus seguidores, vade retro). Te dejo una opinión de Searle, muy buen post el tuyo, un abrazo.
ResponderBorrarSearle begins by reciting Paul Grice’s four Maxims of Manner: be clear, be brief, be orderly, and avoid obscurity of expression. These are systematically violated in France, Searle says, partly due to the influence of German philosophy. Searle translates Foucault’s admission to him this way: “In France, you gotta have ten percent incomprehensible, otherwise people won’t think it’s deep–they won’t think you’re a profound thinker.”
Searle has been careful to separate Foucault from Derrida, with whom Searle had an unfriendly debate in the 1970s over Speech Act theory. “Foucault was often lumped with Derrida,” Searle says in a 2000 interview with Reason magazine. “That’s very unfair to Foucault. He was a different caliber of thinker altogether.” Elsewhere in the interview, Searle says:
With Derrida, you can hardly misread him, because he’s so obscure. Every time you say, “He says so and so,” he always says, “You misunderstood me.” But if you try to figure out the correct interpretation, then that’s not so easy. I once said this to Michel Foucault, who was more hostile to Derrida even than I am, and Foucault said that Derrida practiced the method of obscurantisme terroriste (terrorism of obscurantism). We were speaking in French. And I said, “What the hell do you mean by that?” And he said, “He writes so obscurely you can’t tell what he’s saying. That’s the obscurantism part. And then when you criticize him, he can always say, ‘You didn’t understand me; you’re an idiot.’ That’s the terrorism part.” And I like that. So I wrote an article about Derrida. I asked Michel if it was OK if I quoted that passage, and he said yes.
http://www.openculture.com/2013/07/jean_searle_on_foucault_and_the_obscurantism_in_french_philosophy.html
Muy interesante lo que dice Searle. Y ojo, que yo tengo toda la obra (salvo algún que otro libro) de Foucault, y leí bastante pero la quiero leer en profundidad antes de hacerle alguna crítica. No leería a Derrida, creo... aunque soy tan ecléctico que no lo descarto. Lo que dice Searle me recuerda un poco la escena de una película de Woody Allen que no me gustó, salvo justamente esa escena, donde el tipo se queda ciego en mitad del rodaje (o algo así) y dirige de un modo que no se entiende un carajo la trama y por eso termina triunfando en Francia. Algo así era... estoy escribiendo sin pensar mucho la respuesta. ¡Gracias por el aporte!
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