domingo, 5 de junio de 2016

VINDICACIÓN DE LA ALEGRÍA

Miren cómo se ríe el anciano de la foto, pese a no tener dientes y a saber que en cualquier momento la parca le toca el hombro.


“Tengo amigos que se ponen pelo, otros que se matan en el gimnasio, hacen dietas letales o se compran ropa anatómica para modificar lo que natura no da o dio y se acabó. Si yo pudiera cambiar algo, comprar algo que me falta, compraría ‘un buen estado de ánimo’. Porque eso es una bendición que pocos tienen”. 


Eso lo escribió Fabián Casas, quien como padece cierta tendencia a la depresión, admira a la gente alegre. Pues bien, algo que me gusta de mí es que casi siempre estoy de buen humor. Es algo innato, no sé, mi vieja es igual. Por supuesto que hay cosas que no tengo y me gustaría tener: la prosa de Borges, la capacidad de Martha Argerich para tocar el piano, la facha de Brad Pitt en su mejor momento, la capacidad de Messi o Maradona para jugar al fútbol y un largo etcétera. Tampoco digo que ir al gimnasio o hacer ejercicio o preocuparse por la estética no sea algo bueno en su justa medida, aunque a mí me resulte aburrido. Ahora bien, ¿qué más se le puede pedir a la vida que estar casi siempre de buen ánimo? 


Tal vez el sufrimiento sea más edificante que la felicidad: reconozco que del dolor podemos extraer enseñanzas útiles. Sin embargo, he sufrido tanto como precio al crecimiento que, como Harvey Pekar, cada tanto no me disgusta la idea de disfrutar más, aún a costa de crecer un poco menos. En rigor, me seduce tratar de extraer el máximo de felicidad junto con el máximo de verdad que sean posibles. La felicidad motivada por la ignorancia boba me parece despreciable.


Me gusta leer y escuchar artistas melancólicos como Fernando Pessoa o Nick Drake, pero trato de no sufrir estados de melancolía innecesarios. Considero que los depresivos suelen estar seducidos por su propio dolor. Las personas que se quejan todo el tiempo son enojosas, tienen actitudes que desembocan en profecías autocumplidas:


-“Estoy sola, nadie me quiere”.

- “No seas así, yo estoy contigo”.

-“No trates de consolarme, es así, nadie me quiere”.


Si amar a alguien consiste en querer ser causa de su alegría, se vuelve muy difícil que alguien muy quejoso no resulte medio insoportable:


“Wally Zenner pierde sus guantes. Los encuentran en la biblioteca; Borges la llama, para darle la buena noticia. Como ella siempre debe ser trágica, pregunta: “¿Qué me importa haber encontrado los guantes, cuando he perdido todo? Interpretación de Miguel de Torre: “Ha perdido la pollera, los calzones, la blusa. Va a estar desnuda, con los guantes”. (Bioy Casares en su diario sobre Borges).


La felicidad es un estado muy infrecuente. Feliz es aquel que no quiere nada, porque sus deseos están definitivamente colmados. Desgraciadamente existe el tiempo, y somos mortales, y tenemos miedo de que la felicidad se acabe. La felicidad es presente puro, y se desvanece una vez que el miedo a que termine vuelve a sumergirla en la temporalidad. El temor y la esperanza van siempre juntos, y están inmersos en el río del tiempo.


Y está el placer: tomarse una birra en verano, tener sexo con amor, tener sexo sin amor, jugar al fútbol, ver a tu equipo ganar un torneo, comer algo rico con buenos amigos, saborear un buen helado (cuidado con cambiar la h por la p)… En cierto modo, la felicidad sería un estado, y el placer una sensación.


¿Y la alegría? La alegría no es la conformidad pelotuda con cada cosa que ocurre. La alegría no consiste en escuchar a Celia Cruz y gritar que la vida es un carnaval y las penas se van cantando.


“Hablando con propiedad, no es la vida lo que amamos, sino el vivir”, decía el gordito Savater que decía Robert Louis Stevenson.

Sí, hace mal tiempo, pero es mejor que haga mal tiempo a que no haga ninguno.


El otro día mi viejo trató de entretener a mi sobrino cantándole una canción de María Elena Walsh, esa que dice que “los castillos se quedaron solos, sin princesas ni caballeros…”. Mi sobrino lo cortó en seco:

-"No abuelo, esa canción es muy tíste", y se fue a los saltitos y riéndose. ¡Al carajo con los castillos!


La persona alegre está más dispuesta a ayudar que la persona depresiva, y por lo tanto la alegría suele ser un sentimiento más conectado con la ética y la generosidad que la depresión.


Clément Rosset sugería que “o bien la alegría consiste en la ilusión efímera de haber acabado con lo trágico de la existencia: en cuyo caso la alegría no es paradójica pero es ilusoria. O bien consiste en una aprobación de la existencia tenida por irremediablemente trágica: en cuyo caso la alegría es paradójica pero no ilusoria”. Yo estoy de acuerdo con la segunda reflexión: la alegría auténtica es paradójica, pero no ilusoria.


Según Savater en su Diccionario filosófico, solemos tachar de impiadosa a la alegría:


“(…) en el sentido de que demuestra falta de piedad o compasión por los sufrimientos de nuestros congéneres (Schopenhauer diría que de todos los seres vivos). Estos fiscales suponen que la alegría, para ser lícita, ha de venir justificada por la celebración de acontecimientos favorables concretos: si éstos faltan o si sobreabundan las desdichas, se convierte en una burla siniestra del dolor ajeno. Pero resulta que lo característico de la alegría (lo que la hace distinta y más intensa que la satisfacción que sentimos al ver cumplido cualquiera de nuestros episódicos anhelos, egoístas o altruistas) es que se manifiesta a pesar de todos los pesares, propios o ajenos. No porque los ignore, sino porque los vence; mejor, porque en su raíz misma no tiene nada que ver con ellos: porque los desconoce aunque los conozca demasiado bien”.


La alegría no desconoce que por momentos la vida es una mierda, e incluso puede ser consciente de que Macri nos va a dejar un país más desigual y más endeudado. Sin embargo, la alegría triunfa pese a que sabemos que somos mortales, que nuestros seres queridos sufren y que a veces nos sale todo medio para el carajo o elegimos de presidente a un energúmeno. Mi concepto de alegría tiene muy poco que ver con la euforia de los globos amarillos y el baile de un presidente que fuga su dinero en paraísos fiscales para no pagar impuestos.


Etimológicamente, es probable que “alegría” provenga de “aligerar”, de perder peso. La alegría, como bien dice Savater:


“No pretende superar lo trágico o abolirlo: aunque a veces se propone enmendar las cosas de este mundo, es perfectamente consciente de que el mundo mismo como tal –en su esencia real y trágica- no tiene enmienda alguna ni tendría por qué tenerla. (…) La alegría asume esta visión trágica y obra no contra ella sino a partir de ella, por eso me parece más realista que la felicidad y más profunda que el placer. En cualquier caso, sea como fuere que las jerarquicemos, conviene no olvidar que felicidad, placer y alegría son cómplices y, aún más, son variables de un mismo asentimiento”.

En otro momento me gustaría, a partir de Terry Eagleton y su Esperanza sin optimismo, abordar el par “optimismo/pesimismo”. Eso es todo por hoy.

¡Sean felices!

Rodrigo

Post Scriptum: El chistoso es una lacra social


2 comentarios:

  1. Sean felices y alegres!
    Por algo el viejo pícaro Jauretche anunció "El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza."
    Mas allá de considerar q un energúmeno cretino, q confirma a un funcionario q aplica un ajuste de 1000% , pero lo corrige a 400% (ambos dislates incluso en verano) es, o no, mi enemigo, respuesta, si es mi enemigo.

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    1. Coincido en que hay que hacer política (en el sentido amplio, no necesariamente partidario) del modo más alegre posible. Saludos!!

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