viernes, 18 de abril de 2014

ACERCA DE PENSAR EN POSITIVO, O NADA QUE VER

Estuve leyendo un muy buen libro de Salvador Benesdra, y a poco de comenzar me encuentro con esta frase:

“En un adulto seriamente golpeado en su autoestima el aliento es casi invariablemente decodificado en forma invertida: la persona siente que no confían en ella y no la valoran si la alientan de manera tan explícita que la hacen sentir como un niño. La forma más terrible que tiene un jefe o un patrón de humillar a un empleado es elogiarlo  generosamente pero mantenerlo marginado de cualquier ascenso o progreso salarial, porque así la infantilización llega a su extremo. El adulto tiene más en cuenta los hechos que las palabras. Y un varón se sentirá probablemente más golpeado al recibir un no de una mujer si ésta acompaña el rechazo con un exuberante elogio de las cualidades del aspirante, que termina de ese modo siendo ubicado en el lugar de un lobo sin dientes, un buen tipo que no seduce”.

Vale decir que, incluso si pensamos que la autoestima es crucial para alcanzar el éxito o cierta forma de felicidad, nada prueba que en los adultos sirva de mucho el aliento como estímulo positivo, al menos no del mismo modo que sirve en los niños. No estoy seguro de que esto sea completamente cierto, aunque me sirve para pensar.

Salvador Benesdra tiene razón en que los libros de autoayuda son de calidad dispar, y sin embargo, a priori, no los desprecia:

“Como los consejos de un buen amigo, todos esos libros pueden prestar un servicio apreciable a quien los toma a beneficio de inventario y sabe escoger pragmáticamente los aspectos más indicados para su caso y desechar el resto. Pero ocurre que hacer esa selección utilitaria suele no ser tan fácil como parece a primera vista. En primer lugar, porque las personas que de verdad están pasando por una crisis suficientemente profunda como para moverlas a buscar la ayuda de una palabra ajena difícilmente puedan ponerse a seleccionar minuciosamente los costados de la tabla de salvación a los que habrán de aferrarse para salir del remolino que los está tragando. Y como la tabla no está hecha a medida para cada persona, si uno trata de tomarla por todos los costados a la vez es probable que no cese de resbalar y sufra en sus intentos de aprovechamiento de la ayuda una frustración no muy distinta de aquellas que lo han sumido en la crisis. Exactamente como muchos pacientes viven la psicoterapia de un modo tremendamente frustrante y fracasan en su “cura” como están fracasando en su vida.

En segundo lugar, porque los propios libros de autoayuda, aun los mejores, suelen estar concebidos de una manera paradójicamente dogmática, unitaria y, a veces, hasta “totalitaria”, con perdón de la hipérbole, y caen a menudo, pese a todas las promesas en contrario, en la actitud de “todo o nada”, “tómalo o déjalo”.

"Nihilismo, pesimismo o resignación filosófica no tienen por qué producir depresión o inhibir de cualquier manera que sea la capacidad de acción o la creatividad de quienes los promueven. Eso no significa que "pensar en positivo", tener una actitud "positiva", esperar siempre lo mejor y no dejarse turbar por pesimismos y malos presagios no pueda ser útil. A menudo lo es. Y también es cierto que en determinadas circunstancias puede obrar pequeños milagros en la vida de uno. Pero es no convierte al "pensamiento positivo" en un sistema válido para todas las circunstancias y personas.

Más bien al contrario. Para muchas personas, la actitud diametralmente opuesta, el "pensar en negativo", el pesimismo íntimo a ultranza, puede ser infinitamente más útil y eficaz para sobrellevar andanadas desafortunadas del destino, y para realizar cosas, mientras que el mero intento de "pensar en positivo" puede tener resultados tremendamente negativos, sea porque resulte en determinada circunstancia inaccesible y por ende frustrante planteárselo como modelo de actitud, sea porque genere expectativas infundadas que luego revierten en decepción deprimente al no materlializarse. Muchas personas solo están en condiciones de conseguir cosas si se resignando antemano a no alcanzarlas y si emprenden la persecución de esas metas por mera inercia, por una vaga o autoimpuesta sensación del deber, o, en un extremo opuesto, como mero juego o prueba. La frase “lo intenté sin la menor esperanza de lograrlo” es oída con tanta frecuencia que exime de mayores comentarios. Y debe tenerse en cuenta que casi siempre va seguida de la asombrada constatación: "¿Y sin embargo lo logré!". Lo que no siempre se reconoce es que en muchos de esos casos hubiera bastado que la persona tuviera la esperanza de lograrlo, para que se produjera el  fracaso por la ansiedad que se desata en alguien demasiado necesitado de determinada cosa cuando siente que está por alcanzarla y sabe que puede escapársele a último momento".

La lectura y la escritura, que por momentos suele ser una actividad que te aísla de los demás, y te encierra en la cárcel del yo, se puede volver en nuestra contra si no la mechamos bien, en el sentido de que no existe el veneno sino las dosis. Quiero decir, existe cierta fantasía, que Kafka llevó al extremo, al decir que deseaba recluirse en una cueva, solamente con una lámpara y sus materiales de escritura: "me traerían la comida y me la dejarían siempre lejos de donde yo estuviera instalado, detrás de la puerta más exterior de la cueva. Ir a buscarla, en camisón, a través de todas las bóvedas, sería mi único paseo".

No lo tengo muy claro, pero creo que a veces el exceso de yo nos consume. Cada tanto viene bien parar la moto, suspender un poco “la máquina de pensar en Gladys"” y visitar amigos, jugar al fútbol, hacer boxeo, viajar, ayudar a quien lo necesita. ¿A quién le estoy diciendo todo esto? Me lo estoy diciendo, principalmente, a mí mismo. ¡Lástima que muy pocas veces sigo mis propios consejos! Esa puta atrofia de la voluntad, que a veces me afecta más de lo debido.


Si quieren leer algo más sobre Benesdra, pueden pinchar acá.

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