Estuve
leyendo un muy buen libro de Salvador Benesdra, y a poco de comenzar me encuentro
con esta frase:
“En un adulto seriamente
golpeado en su autoestima el aliento es casi invariablemente decodificado en
forma invertida: la persona siente que no confían en ella y no la valoran si la
alientan de manera tan explícita que la hacen sentir como un niño. La forma más
terrible que tiene un jefe o un patrón de humillar a un empleado es
elogiarlo generosamente pero mantenerlo
marginado de cualquier ascenso o progreso salarial, porque así la
infantilización llega a su extremo. El adulto tiene más en cuenta los hechos
que las palabras. Y un varón se sentirá probablemente más golpeado al recibir
un no de una mujer si ésta acompaña el rechazo con un exuberante elogio de las
cualidades del aspirante, que termina de ese modo siendo ubicado en el lugar de
un lobo sin dientes, un buen tipo que no seduce”.
Vale
decir que, incluso si pensamos que la autoestima es crucial para alcanzar el éxito
o cierta forma de felicidad, nada prueba que en los adultos sirva de mucho el
aliento como estímulo positivo, al menos no del mismo modo que sirve en los
niños. No estoy seguro de que esto sea completamente cierto, aunque me sirve para pensar.
Salvador
Benesdra tiene razón en que los libros de autoayuda son de calidad dispar, y sin embargo, a priori, no los desprecia:
“Como
los consejos de un buen amigo, todos esos libros pueden prestar un servicio
apreciable a quien los toma a beneficio de inventario y sabe escoger
pragmáticamente los aspectos más indicados para su caso y desechar el resto.
Pero ocurre que hacer esa selección utilitaria suele no ser tan fácil como
parece a primera vista. En primer lugar, porque las personas que de verdad
están pasando por una crisis suficientemente profunda como para moverlas a
buscar la ayuda de una palabra ajena difícilmente puedan ponerse a seleccionar
minuciosamente los costados de la tabla de salvación a los que habrán de
aferrarse para salir del remolino que los está tragando. Y como la tabla no
está hecha a medida para cada persona, si uno trata de tomarla por todos los
costados a la vez es probable que no cese de resbalar y sufra en sus intentos
de aprovechamiento de la ayuda una frustración no muy distinta de aquellas que
lo han sumido en la crisis. Exactamente como muchos pacientes viven la
psicoterapia de un modo tremendamente frustrante y fracasan en su “cura” como
están fracasando en su vida.
En
segundo lugar, porque los propios libros de autoayuda, aun los mejores, suelen
estar concebidos de una manera paradójicamente dogmática, unitaria y, a veces,
hasta “totalitaria”, con perdón de la hipérbole, y caen a menudo, pese a todas
las promesas en contrario, en la actitud de “todo o nada”, “tómalo o déjalo”.
"Nihilismo,
pesimismo o resignación filosófica no tienen por qué producir depresión o
inhibir de cualquier manera que sea la capacidad de acción o la creatividad de
quienes los promueven. Eso no significa que "pensar en positivo",
tener una actitud "positiva", esperar siempre lo mejor y no dejarse
turbar por pesimismos y malos presagios no pueda ser útil. A menudo lo es. Y
también es cierto que en determinadas circunstancias puede obrar pequeños
milagros en la vida de uno. Pero es no convierte al "pensamiento
positivo" en un sistema válido para todas las circunstancias y personas.
Más
bien al contrario. Para muchas personas, la actitud diametralmente opuesta, el
"pensar en negativo", el pesimismo íntimo a ultranza, puede ser infinitamente
más útil y eficaz para sobrellevar andanadas desafortunadas del destino, y para
realizar cosas, mientras que el mero intento de "pensar en positivo"
puede tener resultados tremendamente negativos, sea porque resulte en
determinada circunstancia inaccesible y por ende frustrante planteárselo como
modelo de actitud, sea porque genere expectativas infundadas que luego
revierten en decepción deprimente al no materlializarse. Muchas personas solo
están en condiciones de conseguir cosas si se resignando antemano a no
alcanzarlas y si emprenden la persecución de esas metas por mera inercia, por
una vaga o autoimpuesta sensación del deber, o, en un extremo opuesto, como
mero juego o prueba. La frase “lo intenté sin la menor esperanza de lograrlo”
es oída con tanta frecuencia que exime de mayores comentarios. Y debe tenerse
en cuenta que casi siempre va seguida de la asombrada constatación: "¿Y
sin embargo lo logré!". Lo que no siempre se reconoce es que en muchos de
esos casos hubiera bastado que la persona tuviera la esperanza de lograrlo,
para que se produjera el fracaso por la
ansiedad que se desata en alguien demasiado necesitado de determinada cosa
cuando siente que está por alcanzarla y sabe que puede escapársele a último
momento".
La
lectura y la escritura, que por momentos suele ser una actividad que te aísla
de los demás, y te encierra en la cárcel del yo, se puede volver en nuestra
contra si no la mechamos bien, en el sentido de que no existe el veneno sino
las dosis. Quiero decir, existe cierta fantasía, que Kafka llevó al extremo, al
decir que deseaba recluirse en una cueva, solamente con una lámpara y sus
materiales de escritura: "me traerían la comida y me la dejarían siempre
lejos de donde yo estuviera instalado, detrás de la puerta más exterior de la
cueva. Ir a buscarla, en camisón, a través de todas las bóvedas, sería mi único
paseo".
No
lo tengo muy claro, pero creo que a veces el exceso de yo nos consume. Cada
tanto viene bien parar la moto, suspender un poco “la máquina de pensar en Gladys"”
y visitar amigos, jugar al fútbol, hacer boxeo, viajar, ayudar a quien lo
necesita. ¿A quién le estoy diciendo todo esto? Me lo estoy diciendo,
principalmente, a mí mismo. ¡Lástima que muy pocas veces sigo mis propios
consejos! Esa puta atrofia de la voluntad, que a veces me afecta más de lo debido.
Si quieren leer algo más sobre Benesdra, pueden pinchar acá.
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