Más allá de que se trata de datos de 2010, no viene mal recordar información útil que contradice o cuantimenos complejiza cierto discurso exageradamente conspiranoico acá y acá. Independientemente de ello, me parece importante lo que dice Martín Böhmer, profesor de derecho de la UBA y la Universidad de San Andrés, aquí. Cuando se sugiere que “subir las penas disminuye el
delito”, se está haciendo referencia a una proposición empírica. No hay posibilidad de
confirmar o desmentir ese aserto sino es con datos. Pues bien, el Poder
Judicial, incluyendo las facultades de derecho, padecen de una gran carencia en
la producción de estudios de campo y estadísticas sólidas. Lo mismo pasa si alguien dice que la disminución de la inseguridad se relaciona directamente con la distribución de la riqueza: para eso necesitamos más producción de empiria, y menos confusión entre "pensar" y "reordenar nuestros prejuicios". Eso por un lado.
Por otro lado, toda vez que se
habla de “inseguridad”, no falta el exaltado que te arroja un puñetazo verbal: “¿qué
harías si violaran y mataran a tu madre/novia/esposa/hijo?”. La respuesta es no lo sé: probablemente
intentaría ejercer la venganza. Decir “garantismo” y/o “derechos
humanos” refiere en parte a que el Estado, como la institución que detenta para sí, en última
instancia, el monopolio de la coacción física legítima, le expropia al individuo la
facultad de vengarse y lastimar a un tercero. Puertas para adentro, el Estado no tiene derecho a meterse en mi vida privada. Esa sería una visión "liberal", en el mejor sentido de la palabra. Está claro que existen otras visiones alternativas, más "hacia la derecha" o más "hacia la izquierda", por así decirlo.
Pero no nos vayamos por las ramas
y leamos un muy buen aporte de un anónimo autodenominado “Basurero”, que puede verse aquí.
Cito el artículo in extenso, porque me parece útil para reflexionar. Respecto de la "criminología mediática", pusimos algo acá:
En plena ola de una pretendida
“justicia por mano propia” o linchamientos al por mayor, difundida
(¿propiciada?) por los medios masivos de difusión, donde se pueden ver
verdaderos “linchamientistas” por acción u omisión (omisión de una condena
clara de los mismos), este humilde servidor público propone parar la pelota un
poco y observar el panorama, para sacar alguna conclusión que pueda ayudarnos a
aclarar nuestra visión.
Empecemos por repasar dos hechos
delictivos que sucedieron en estos días en la misma ciudad, Rosario, de acuerdo
a lo que dijeron los medios:
Primer linchamiento en Rosario.
Dijo Tiempo Argentino:
“Una joven de 21 años fue
asaltada en Rosario. La zona de Liniers y la cortada Marcos Paz fue el
escenario del arrebato, le sacaron la cartera. David Moreira de 18 años fue
linchado por los vecinos, minutos más tarde. La versión difundida por la joven
robada –puesta en boca de su abogado– señala que Moreira sería el ladrón. El
estado de shock no le impidió identificar a Moreira. Lo reconoció pese a la
brutalidad de la golpiza, ya que el rostro del joven se hallaba desfigurado.
Sin embargo, fue incapaz de identificar a ninguno de sus múltiples asesinos.
Según este curioso relato Moreira en su huida fue interceptado por un grupo que
lo golpeó hasta provocarle la pérdida de gran parte de su masa encefálica.
Pasaron horas hasta el arribo de Moreira al hospital, y a juzgar por la
información que circuló por las redes sociales, ese tiempo –diferencia entre
paliza terrible y asesinato premeditado– fue garantizado por los atacantes.
Esto es, desinformaron a las autoridades imposibilitando el acceso de una
ambulancia para socorrerlo. No se trataba de evitar el robo, sino de matar al
presunto ladrón.”
Segundo linchamiento en Rosario.
Dijo Clarín:
“(Leonardo) Medina tiene 24 años
y es empleado textil. (Oscar) Bonaldi (22) es albañil. El 15 de marzo, cerca de
las 6 de la mañana, iban en una moto hacia sus trabajos. Al detenerse en un
semáforo de la transitada intersección de Avenida Pellegrini y Provincias Unidas,
en la zona oeste de Rosario, vieron cómo se les aproximaba un Ford K negro.
“Desde el coche comenzaron a
dispararles. Los jóvenes decidieron abandonar la moto –que no volvieron a
recuperar– y salir corriendo, pensando que los estaban asaltando. Quienes los
atacaban los habían confundido con motochorros que un rato antes habían robado
una remisería.
“Medina llegó a refugiarse en una
estación de servicio ubicada a 100 metros del semáforo donde comenzó la
persecución. Bonaldi no tuvo la misma suerte. Entre cinco y seis personas lo
alcanzaron y lo golpearon con saña. “Uno de los tipos me dio dos o tres
fierrazos en la cabeza y, cuando estaba desmayado, vinieron los otros tipos. Me
pegaron patadas y me sacaron las zapatillas y el gorrito”, reconstruyó Bonaldi
en diálogo con La Capital de Rosario.
“Me pegaban porque decían que
nosotros habíamos robado una remisería, pero en vez de golpearme, ¿por qué no
llamaron a la Policía?”, planteó Oscar. Al muchacho lo salvaron un policía que
custodiaba la estación de servicio y un llamado telefónico: les dijeron a los
agresores que los asaltantes de la remisería ya habían sido detenidos en otro
lado. En la remisería admitieron el error, y los jóvenes hicieron la denuncia
por “lesiones”.”
Primero, un par de acotaciones
sobre los hechos antes de adentrarnos en las conclusiones:
* En ambos hechos ciudadanos
civiles (no identificados hasta ahora) intervinieron tras un robo con el
propósito de ejercer la mal llamada “justicia por mano propia” contra los
ladrones. En el segundo hecho, incluso utilizando disparos de armas de fuego.
* En ambos casos, el blanco de la
violencia popular (linchamiento) fueron dos jóvenes que respondían al biotipo
americano nativo (morocho, criollo, “cabecita negra”, etc.) y se desplazaban de
a dos en moto, es decir que se los identificó principalmente por “portación de
cara” y por “motochorros”, como se los caracteriza en los medios de difusión
masiva.
* En uno de ellos, la víctima del
linchamiento murió por causa de los golpes recibidos de parte de la turba. En
el otro, un policía le salvó la vida al supuesto ladrón al intervenir y detener
la golpiza a tiempo, aunque no detuvo a los linchadores ni evitó que se
llevaran la moto de la víctima. Tampoco se sabe nada de las armas utilizadas en
el hecho por los “justicieros”.
* El término “justicia por mano
propia” podría ser catalogado de oxímoron, ya que la justicia sólo puede ser
aplicada por el Estado (en representación de los ciudadanos), no por los
ciudadanos en forma directa.
* La pena que la Justicia
estipula para quien roba es, a lo sumo, la prisión y no la pena de muerte, por
lo que los linchadores se excedieron en la aplicación “por mano propia” de la
supuesta pena.
..
Conclusiones provisorias.
Analicemos ahora fríamente ambos
casos con los datos que tenemos hasta hoy:
* En el primer caso, la turba
enfurecida atacó y detuvo al supuesto ladrón y le propinó una furibunda golpiza
hasta dejarlo inconsciente en la calle y desangrándose, impidió que intervenga
el Estado (policía y ambulancia) para salvarle la vida y detenerlo para
juzgarlo y condenarlo como correspondiese si era realmente el ladrón.
* De no ser por la intervención
de Estado en el segundo hecho (el policía), la víctima hubiese terminado muerta
como en el primer caso. Es decir, evitó un posible asesinato.
* En ambos casos los jóvenes
fueron víctimas de asesinato, en el segundo caso en grado de tentativa. Por
ello, los “justicieros” o linchadores son pasibles de ser acusados de asesinato,
en el segundo caso en grado de tentativa.
* En el primero caso, el joven
asesinado parece ser quien produjo realmente el robo, pero no lo sabemos porque
no ha sido fehacientemente probado, por lo que murió siendo inocente. En el
segundo, por el contrario, sabemos que es inocente porque el Estado intervino
(la policía) y detuvo rápidamente a los verdaderos ladrones, que ya están
procesados.
* En el primer caso, al ciudadano
David Moreira no se les respetaron sus derechos humanos (ser acusado ante un
juez en un juicio y, en caso de ser hallado culpable, ser castigado con la pena
que estipula el Código Penal). La intervención de los linchadores o
“justicieros” evitó la del Estado (adrede), lo que hubiese posibilitado aclarar
el hecho y castigar a los verdaderos culpables, el mismo Moreira y su cómplice,
de haberlo sido, o que estuviese vivo y en libertad si era inocente.
* En el segundo caso, la
intervención del Estado le salvó la vida a Oscar Bonaldi y sus derechos humanos
no fueron avasallados; de no haber sido detenidos los verdaderos ladrones,
Oscar habría sido detenido y acusado ante la Justicia y, por lo tanto,
encontrado inocente, ya que sabemos fehacientemente que lo es.
Ahora bien, como sabemos todos,
las posibilidades de error en la condena o absolución de un ciudadano acusado
de un delito ante la Justicia existen, pero con estos casos de “justicia por
mano propia” vemos fehacientemente que las posibilidades de error son
infinitamente mayores (y pueden costar vidas). Esto es así porque en la intervención
de “la gente” o la turba enfurecida de “ciudadanos indignados” no existe un
procedimiento diseñado, reglado y metódico que nos garantice un resultado
justo, tanto para la víctima como para el acusado, y eficiente para castigar a
los delincuentes y defender los derechos de todos indistintamente: lo que se
denomina Justicia.
Esto que describimos no es otra
cosa que el respeto de los llamados derechos humanos; algo que muchos
comunicadores o medios de difusión masiva nombran despectivamente o denigran
sin saber qué son, o desconociéndolo adrede para ocultar su propia ideología,
contraria al derecho.
Finalmente, un pretencioso
consejo de parte de este humilde servidor público para los partidarios de los
“linchadores” o “vecinos indignados”: aprovechemos la lección que recibió en
carne propia Oscar Bonaldi sobre lo que son sus derechos humanos. Que son los
mismos que les corresponden a todos los ciudadanos involucrados en ambos
hechos: las víctimas de los robos, las víctimas de los linchamientos, los verdaderos
ladrones y los linchadores o asesinos de ambos casos. Esto último lo podemos
sintetizar en que todos tenemos derecho a que el Estado intervenga para
asegurarnos nuestros derechos humanos, porque ninguno de nosotros está exento
de ser objeto de una falsa o errónea acusación similar o muy distinta a la de
Oscar Bonaldi o la de David Moreira. Y esto puede darse en cualquier tipo y
escala de transgresión a la ley; lo que puede ir desde ser acusado por cruzar
una luz roja, por un exceso de velocidad, por un control de alcoholemia, por un
accidente automovilístico, por atropellar a un peatón, por matar a alguien en
defensa propia, en riña o luego de un estado de desequilibrio emocional. O aún
por hacerlo con dolo o alevosía, porque quien comete un delito no deja de tener
derechos humanos, porque sigue siendo humano.
Todos tenemos derecho a que el
Estado intervenga para aclarar los tantos y aplicarnos una pena si corresponde,
y en forma proporcional al tipo de delito que cometamos. Aún con todos los
defectos que sabemos que tiene. Siempre será peor si lo hace una turba
enfurecida, sin reglas claras y guiadas por el odio y la venganza, como vimos
más arriba.
Aunque parezca mentira, esto se
supone que la sociedad argentina ya lo había aprendido después de la última
dictadura, cuando la Justicia fue reemplazada por “grupos de tareas” y las
cárceles por campos de concentración. Cuando nuestros derechos dependían del
capricho de algunos privilegiados armados y sus partidarios o cómplices, y las
penas también.
Y hoy vemos que hay ciudadanos
que ante la afectación (robo) de un bien material (billetera, dinero, reloj,
moto, etc.) propio o ajeno (lo que constituye un delito menor) reaccionan
pidiendo o, peor aún, ejerciendo la mal llamada “justicia por mano propia” o,
mejor dicho, venganza por mano propia. Lo que puede terminar, como vimos, en un
asesinato. Estos linchamientistas pretenden cambiar un supuesto ladrón menos
por decenas de nuevos asesinos, a la voz de “comamos al caníbal”.
Pero en la misma Argentina también
hay ciudadanos que ante la afectación del bien más preciado o los derechos
fundamentales de todo ciudadano (secuestro, desaparición, tortura, asesinato)
reaccionan solicitando pacíficamente al Estado que actúe de acuerdo a derecho.
No un día sino por años, décadas, movilizándose en contra inclusive de la
mayoría de sus conciudadanos y del mismo Estado, sumando voluntades en un
trabajo de hormiga, evitando tozudamente el camino más corto de la venganza y
tragándose el odio y la indiferencia de los demás hasta lograr que el Estado
ejerza la Justicia. Como hicieron y siguen haciendo los organismos de derechos
humanos (Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, Familiares y Víctimas de la
represión ilegal, Susana Trimarco, etc.). Pero no sólo para que se respeten sus
derechos individuales sino también los
de todos los demás.
Esperemos que estos días de
debates casi primitivos no pasen de ser sólo una distracción pasajera en la
conciencia republicana y democrática de nuestro pueblo, y no el comienzo de una
espiral de violencia que no sabemos dónde puede terminar.
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