El espíritu del post es más pedagógico que polémico: esa es la razón por la cual está escrito como si estuviese discutiendo
contra una figura que no existe (¿no existe?) en estado puro: una suerte de
“televidente lanatiano ideal”, una mezcla de resignado y paranoico que cree –y
tal vez incluso desea, para no tener que usar la cabeza- que la política se
reduce a negociados oscuros entre políticos atorrantes, y/o a una trama de
nombres e intereses por parte de canallas que “nos toman por pelotudos”. Decir que los políticos son todos iguales no es ejercer la crítica, sino la pereza mental de aquél que no puede diferenciar entre personalidades e ideologías distintas.
Cuando me refiero a que la política
“no se reduce a negociados oscuros”, no niego que los haya, incluso en abundancia. Como bien dijo
una escritora nigeriana: no es que los estereotipos no sean verdaderos, sino
que son incompletos.
Hay medios masivos de
comunicación que muchas veces, en su afán por horadar la confianza entre representantes y representados, sobre-dimensionan un caso de corrupción nimio, e
ignoran o minimizan medidas perfectamente
legales que han afectado mucho más el bolsillo de los argentinos.
Ejemplo 1: en 1982, cuando Cavallo fue presidente del Banco Central bajo la
dictadura de Bignone, nacionalizó la deuda privada para salvaguardar los
intereses de las grandes corporaciones. La medida fue nefasta, y jamás (hasta donde recuerdo) tuvo que
rendir cuentas en Tribunales por semejante despropósito. Años después, hasta fue
premiado como Ministro de Economía de Menem y de la Alianza. Ejemplo 2: Roque
Fernández y Pedro Pou son dos economistas ortodoxos formados en el CEMA, que tomaron
dos medidas que en su momento tuvieron muy poca repercusión.
Como muchos sabrán, el oro registró
una tendencia alcista durante los últimos diez años. En diciembre de 1999, Pou
informó la liquidación de toda la existencia de oro que había en las bóvedas
del Banco Central. En tres años vendieron 4 millones de onzas a un
precio promedio de 370 dólares, con lo cual recaudaron 1.480 millones de
dólares.
El proceso de venta de oro lo
había iniciado Roque Fernández, quien en octubre de 1998 liquidó monedas del
siglo XIX por valor de 100 millones de dólares, ofertadas en la casa de remates
Sotheby’s. Para no alargar más el
ejemplo vayamos a lo central: la decisión de Roque Fernández y Pedro Pou
fue ruinosa. Los 4 millones de onzas tendrían, a una cotización de 1.800
dólares la onza –tomo valores de 2011 o 2012-, un valor de 7.200 millones de
dólares. Síntesis: el saldo fue una
pérdida financiera de las reservas equivalente a 5.720 millones de dólares.
El cualunquismo mediático
travestido de auténtica democracia es un fenómeno mundial que se da en los medios masivos,
aunque tal vez nuestro país pueda dar cátedra en este terreno. Según Pierre
Bourdieu, sociólogo francés fallecido hace algunos años:
"Sacrificar cada vez más el editorialista y el
reportero-investigador por el animador bufón; la información, el análisis, la
entrevista profunda, la discusión de especialistas y el reportaje a la mera
diversión y, en especial, a los chismorreos insignificantes de los falsos
debates entre interlocutores adictos e intercambiables".
Antes de seguir, aclaro que
tiendo a desconfiar tanto de cierta retórica que por comodidad llamaré
“setentista” -con arreglo a la cual todo es político, incluso cuando te pica un
mosquito- como del discurso que pretende reducir “lo político” a “lo moral” y/o
“lo judicial”. En rigor, no está del todo mal decir que “todo es político”, a
condición de no confundir esa frase con la creencia de que “la política lo es
todo”: hace falta la ética, hace falta la amistad, hace falta el amor, hace
falta que Boca gane la Libertadores (?).
Ojo, también existe el peroncho
fanático que cree que cualquier trapisonda está justificada por la real
politik. Admito que puede haber cierta adhesión acrítica al dogma: “Los radicales son inútiles; y los peronistas son atorrantes, pero son los
únicos que saben gobernar”.
Hablar con cierta sustancia es
difícil; actuar con voluntad y valentía es tal vez más difícil; y actuar siendo
fiel al pensamiento propio, es quizá lo más difícil del mundo. En cierto
sentido, la actitud ética pide que estemos de acuerdo con nosotros mismos. En
política eso no basta, dado que se trata del acuerdo, la organización, la
coordinación entre muchos de lo que afecta a muchos. Y también del conflicto y
la negociación entre intereses muchas veces opuestos y difícilmente
negociables. Cabe destacar que el conflicto, y no meramente la búsqueda de
consensos, es inherente a la práctica política.
LA CONFUSIÓN DE ÓRDENES
Frente a problemas de índole
social y político, la tendencia no puede ser la mera respuesta que descansa en
aportes individuales o morales -desde luego perfectamente respetables en su
orden-, pero insuficientes e incluso incapaces de plantear y resolver
conflictos políticos complejos.
La política no puede suplantar a
la moral, pero también es cierto lo inverso: la moral –bajo el discurso de los
“derechos humanos” o el “humanitarismo”- jamás podrá sustituir a la política.
¿A qué se debe la confusión de
órdenes? En parte a que vivimos en un mundo donde “todo lo sólido se desvanece
en el aire”, y en donde las personas tienen cada vez menos la sensación de
poder influir colectivamente sobre su destino común, y por eso los bien
intencionados tienden a replegarse en la parcela de los valores morales.
Otro punto: la frase “no se puede
transformar la sociedad a menos que uno empiece por transformarse a sí mismo”,
es parcialmente falsa. Si los individuos aguardaran a ser pacíficos para luchar
por la paz, nunca habría paz. Si esperaran a ser íntimamente libres para luchar
por la libertad, jamás tendríamos libertad, y así siguiendo.
LA IMPORTANCIA DE DISTINGUIR
ÓRDENES DIVERSOS PARA ANALIZAR LA REALIDAD
Una de las mayores dificultades
que tenemos al analizar la realidad política y social es la tendencia a
confundir los órdenes. Siguiendo un esquemita bastante útil de Comte-Sponville,
y simplificando en extremo, podemos dividir los órdenes en: 1) el orden
tecno-científico; 2) el orden jurídico político; 3) el orden de la ética y la
moral.
La distinción de órdenes no
quiere decir que en la realidad concreta, las tres esferas no estén fuertemente
imbricadas. Correr implica tomar aire, aunque no por eso confundimos el
concepto de correr con el de respirar.
Orden tecno-científico: La economía
pertenece, fundamentalmente, al orden tecnocientífico. Está claro que el
discurso económico tiene consecuencias morales y jurídicas. Me explico: si
alguien tiene un cáncer terminal, y es obligado a optar entre: a) un
especialista simpático y bonachón pero sin mucha capacidad y experiencia en el
tratamiento de la enfermedad; b) un médico sospechado de pegarle a la mujer,
pero que es una eminencia de prestigio mundial, seguramente elija la opción b.
¿Por qué? Porque en determinados casos, la moral no es suficiente.
¿Cómo lograr crecimiento
económico con redistribución y baja inflación? La respuesta a ese problema es
muy compleja, y debe ser respondida, básicamente, por el discurso
tecno-científico. Dado un problema, la ciencia se propone resolverlo de manera
eficaz. El discurso tecno-científico nada te puede decir acerca de si la vida
vale o no la pena ser vivida, aunque te la puede extender mediante tratamientos
médicos determinados.
La discusión política sería la de tratar de elucidar a quiénes
perjudica tal o cual medida tomada desde el orden "tecnocientífico".
La confusión de órdenes ser
relaciona con "lo ridículo". Por caso, yo no le puedo decir a una
mina que me atrae: “hola linda, ¿sabías
que está demostrado científicamente que tenés que revolcarte conmigo aunque yo
no te guste?”. Si dijera esto, estaría confundiendo órdenes diversos, cuyas
"leyes" son autónomas entre sí.
Otro punto: una cosa es la
ciencia, y otra el cientificismo (la creencia mítica de que todos los problemas
pueden ser resueltos por la tecnociencia).
¿Quién nos puede decir si tenemos
derecho a poner en práctica la clonación reproductiva? La respuesta no puede
venir del orden tecno-científico, aunque el discurso de la ciencia puede hacer
aportes. Esencialmente, la discusión pertenece a nuestros legisladores,
elegidos por el pueblo soberano a través de la mediación de sus representantes.
Y con eso arribamos a:
El orden jurídico político: imaginen
a un individuo perfectamente respetuoso con la legalidad del país en el que
vive. Alguien que respeta los semáforos, paga los impuestos, pero no mueve un
dedo por su prójimo. Ninguna ley me prohíbe el desprecio, el odio, el egoísmo.
Es el caso del “canalla legalista”.
En síntesis: se puede ser un
perfecto hijo de mala madre en el maravilloso marco de la legalidad y la ética
republicana. Pagando buena plata a un estudio de abogados patricios en caso de
pleito, diseñando leyes desde el poder del dinero o moldeándolas por lobby, se
puede cagar la vida de millones de prójimos sin que medien ni la truchada ni la
coima. Se pueden acumular grandes ganancias y a la primera brisa en contra
despedir personal a lo pavo. Se puede quintuplicar en un día el precio del
barbijo antigripe porcina o la vacuna. Se puede ser megabanco transnacional y
pagarle a una calificadora de riesgo para quedar como campeón global de la
seriedad. Se puede explotar mano de obra semiesclava boliviana y vender marcas
fashion. Se puede hablar de los nobles valores del campo y negrear peones o
explotar niños. Se pueden dejar morir de SIDA a millones de africanos por un
asunto de patentes. Se puede empobrecer a otros tantos millones perorando sobre
“industria del juicio”, “pérdida de competitividad”, “estímulo del empleo
joven” e incluso “generación de nuevas fuentes de trabajo”.
En un Estado de derecho, debemos
respetar la ley, pero la ley se puede cambiar porque el pueblo es soberano.
¿Pero si el pueblo decide cambiar la ley para oprimir a una minoría? La
obediencia a la Constitución no basta, porque no hay límites democráticos a la
democracia, así como tampoco se pueden establecer límites biológicos a la
biología. Síntesis: la democracia no es una garantía contra lo peor. Hace falta
la moral y la ética:
El orden ético y moral: no se vota
acerca de lo verdadero y lo falso, ni sobre el bien y el mal. Por eso la
democracia no puede substituir a la conciencia o a la competencia. La
conciencia de un hombre honrado es más exigente que la del legislador; el
individuo tiene más deberes que el ciudadano.
Respecto de la moral, estaba bueno lo que decía Alain, un
filósofo francés, que enseñaba en la escuela primaria: “La moral nunca es para
el prójimo”. Y sí, parece obvio, pero muchas veces olvidamos que exigirle al
otro ser generoso no es dar prueba de generosidad. Y no sigo porque más o menos
todos saben qué es "la moral". Solamente diré que quienes reducen lo
político a lo moral, tienden a criticar tal o cual medida basándose en las
"intenciones morales" de quienes la llevan a cabo. En otras palabras:
tal político tomó tal medida que a mí me satisface, pero lo hizo sin convicción
ética o por "oportunismo político". ¡Qué me importa! Lo hizo y es lo
que vale. Es un político, no un sacerdote ni un santo.
Nota: la idea de "confusión de órdenes" es un plagio descarado a ideas que leí en un libro de Comte-Sponville.
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