Breve descripción de la cultura durante el primer peronismo:
En
su Historia de las ideas en la Argentina,
Oscar Terán recuerda que alguna vez, Leopoldo Marechal declaró que en tiempos
del primer peronismo le resultaba difícil publicar, ya que la mayoría de las
editoriales estaba en manos de opositores. En el campo intelectual se
reproducía la escisión entre peronismo y antiperonismo, sólo que mientras en la
sociedad el peronismo era mayoritario, esta proporción se invertía al llegar al
mundo de los intelectuales.
Entre
las excepciones estaban: el mismo
Marechal, Enrique Santos Discépolo, Raúl
Scalabrini Ortiz, Homeno Manzi, Arturo Jauretche, Juan José Hernández Arregui,
Manuel Ugarte, etc. Terán agrega el apoyo crítico de pensadores como Rodolfo
Puiggrós, J. J. Real o Jorge Abelardo Ramos.
La
democratización del sufragio universal responde a derechos políticos, y la
justicia social a derechos sociales: pueden existir el uno sin el otro. El
peronismo le otorgó mayor importancia a lo social que a lo político, y ha
tenido indudables rasgos autoritarios –en una época donde la democracia no
estaba nada consolidada- y bastante desprecio por lo institucional. Perón tenía
una relación directa con las masas, y secundarizaba las mediaciones
institucionales.
Lo
que uno valora de ese período es la redistribución económica en favor de las
clases populares, y no sólo en el plano material sino también simbólico: al
decir de Terán, “aquel fenómeno también
fue acompañado de una caída de la deferencia de los sectores populares hacia
las escalas superiores de la sociedad. Esto es, se quebró el reconocimiento
que, en sistemas jerárquicos, los de abajo deben profesar a los de arriba”.
Salvo
Uruguay, no he tenido la fortuna de viajar a otros países de América latina. Un
amigo me contaba su experiencia con mozos peruanos en un café de Lima: a los
tipos había que darle "órdenes precisas" -café con cucharita y azúcar
y vaso de agua y etc.- , porque no estaban acostumbrados a pensar y a decidir
de manera mínimamente autónoma. ¡Terrible! El igualitarismo argentino me parece
una gran ventaja respecto de otros territorios de América latina. El costado
negativo del igualitarismo es la facilidad con que degenera en “cualunquismo”:
entre nosotros cualquier nabo habla con autoridad sobre temas que ignora casi
por completo.
Un
costado negativo del primer peronismo -que tuvo muchos aspectos positivos- fue
la violación de las libertades cívicas de los opositores y la intervención
sobre el principio de autonomía universitaria. Según Terán, la Argentina
permanecía cerrada a las inquietudes culturales que atravesaba la Europa de la
segunda posguerra: “el existencialismo,
el cine del neorrealismo italiano y de Ingmar Bergman, el teatro de Samuel
Beckett, el experimentalismo en las artes plásticas, y un extenso etcétera”.
Esto
como para tener cierto panorama. Y ahora vayamos a:
Don Arturo Jauretche
y cierto desprecio por la “clase media”:
El
peronismo está montado en la frontera de la civilización y la barbarie, de modo
tal que a veces actúa como agente civilizador, y a veces es mensajero de la
barbarie, en un movimiento pendular. El costado “bárbaro” del peronismo
molesta, incomoda, tanto a cierto sector del “progresismo de izquierda” como al
liberalismo derechoso, estilo diario La Nación. Por otra parte, existe siempre
una tensión entre tradición y modernización que es típica de los países
periféricos: a veces es necesario ser un conservador cultural para defender
cierta noción de identidad cultural propia, y en ocasiones se necesita ser
modernizador para cambiar estructuras que fomentan la desigualdad.
Por
las dudas, aclaro que no comparto la opinión cualunquista de tipos como Tomás Abraham,
quienes creen que el “pensamiento nacional y popular” valorado por muchos de
quienes apoyamos algunos aspectos del kirchnerismo es “rancio, aldeano y nostálgico de la siestacolonial y de la guerra gaucha”.
Pese
a que no me siento “nacionalista”, me molesta ese sentimiento que intuyo en
muchas personas que parecieran invertir la frase de Perón y pensar que “para un
argentino, no hay nada peor que otro argentino”. Eso de creer que todo lo que
viene de Europa occidental y los Estados Unidos es maravilloso, y lo nacional
una mierda, me parece tilingo. Eso no implica negar, por caso, que el rock
británico y estadounidense sean superiores. Sin embargo, ¿qué país puede ser el mejor si uno lo compara con los mejores ejemplos del globo en cada rubro? Estoy exagerando, pero no es inusual que uno escuche que no tenemos los laterales brasileños, el bienestar económico de los escandinavos, los artistas de rock de Gran Bretaña, la calidad de los filósofos alemanes...
En un libro de divulgación muy interesante, Mitomanías, el antropólogo Alejandro Grimson nos dice:
"Para mí, una de las cosas más sorprendentes de conocer otras sociedades fue que no encontré ninguna en la cual las personas hablaran tan mal de su propio país como en la Argentina".
Pero no sólo del desprecio por lo argentino habla Grimson, sino de la oscilación pendular entre creernos los mejores o los peores. Ese fanatismo emocional se observa también en la política:
"(..) sospechar que los gobernantes tienen intenciones ocultas es característico del análisis político nacional. Y no me refiero sólo al más elemental que hacemos los ignorantes en cualquier esquina o café. Periodistas sagaces, intelectuales lúcidos e integrantes de la fila del supermercado a menudo insultan por igual a sus gobernantes de modos muy extraños. La intención más frecuente y democráticamente distribuida que se les atribuye sería la de "robarse el país". Otra acusación, también muy habitual, es que quieren terminar con el "capitalismo" o con la "democracia", según alguna vaga definición de esas palabras. Esto les sucedió a Yrigoyen, a Alfonsín y a Perón tanto como a los Kirchner.
(...) Si detestan al gobierno, las buenas medidas dejan de serlo automáticamente, ya que son consideradas siempre bajo el singo del oportunismo, el negocio o la venganza, el robo de banderas de otro, o lo que fuera. Si los malos gobiernos jamás hacen algo bueno, los buenos jamás hacen algo malo. Aunque la segunda sentencia sería difícil de aceptar, salvo por los fanáticos, la primera está muy extendida entre nosotros. Somos fanáticos del 'todo mal'".
En
fin, más allá de estos lugares comunes, hoy quiero sentar posición sobre dos
herencias del pensamiento nacional y popular: el antiintelectualismo y el
desprecio a la clase media. Me voy a centrar en Jauretche vía el libro de
Federico Neiburg: Los intelectuales y la invención del peronismo.
Los intelectuales y el pueblo:
El
debate sobre el peronismo ha sido un terreno de lucha entre formas de
“populismos” (1), donde diversas figuras intelectuales buscaron hacer de su
capacidad para interpretar al pueblo un aspecto de su propia identidad como
intelectuales, su propia representación de la sociedad y su posición dentro del
contexto social.
Con
frecuencia, la obra de Arturo Jauretche (1901-1974) resulta un ejemplo
paradigmático de cómo se puede utilizar la propia biografía como argumento de
autoridad:
“Estoy
lejos de ser un erudito (…) lo poco o mucho que he leído no lo retuve para
respaldar mis juicios en autoridades y me repugna también esa ciencia barata
que se logra en diccionarios especializados (…) Mis verdades tienen un origen
modesto; son asociaciones de ideas, relaciones de hechos, conjeturas fundadas
en la propia observación y en la experiencia de mis paisanos”.
Como
bien destaca Neiburg, los textos de
Jauretche –plagados de anécdotas, vivencias y dichos populares- tratan de
convencer apelando a la empatía del lector.
Ernesto
Goldar, por medio de un registro fotográfico, elaboró una biografía de
Jauretche que muestra muy bien su modo de construcción biográfica: en las
diversas fotos se puede ver la progresiva transformación de su figura desde
típico estudiante de la Facultad de Derecho de traje y corbata –recinto atacado
posteriormente por Jauretche tildándolo de “cría de la intelligentsia”- con
pinta de abogado típico, hasta fotografías posteriores que lo muestran en
camisa, tomando mate, con un vasito de grapa, conversando con algún pueblerino,
con el fondo decorado por el retrato de algún héroe de la historia nacional,
como el general San Martín.
La
visión de Jauretche me parece iluminadora, aunque también tiene enfoques
simplistas y maniqueos. El tipo consideraba que hay dos Argentinas: a) la
Argentina falsificada por la historiografía consagrada por la “intelligentsia
liberal” y legitimada por la “historia oficial” enseñada en la escuela; b) una
Argentina cuya historia verdadera permanecía oculta en la memoria popular.
Me
parece pobre decir que existe UNA historia verdadera y UNA historia falsa:
siempre hay diversos discursos en pugna e interpretaciones diversas sobre lo real.
No es necesario abundar al respecto, ya que se trata de una verdad de
perogrullo.
Jauretche
usa un término que hereda de Jorge Abelardo Ramos: “colonización pedagógica”.
Para Don Arturo, los “inteligentes” tenían como problema principal su
desconocimiento del pueblo, su lejanía de la realidad popular. Él decía que
primero era el pan y las alpargatas, y luego los libros. Yo creo que tenía
razón -de hecho es una obviedad- sólo que para mí exageró mucho su
antiintelectualismo.
Otra
cosa que no me gusta de Jauretche, aunque no lo he leído en profundidad, es su
puesta en uso de ciertas estrategias de condescendencia: las operaciones de
distinción por medio de las cuales los letrados “descienden” al lenguaje
popular. Como bien dijo Neiburg: “Jauretche era un intelectual y un político
empeñado en combatir con intelectuales y políticos”.
La clase media:
Otro
libro muy popular de Jauretche fue El medio pelo en la sociedad argentina.
Retrospectivamente, creo que la herencia anti-clase media -que uno puede leer
en diversas opiniones de José Pablo Feinmann -me parece bastante nociva.
Es
cierto que gran parte de la “clase media” y “los porteños” ha sido,
tradicionalmente, bastante antiperonista. Sin embargo, ¿qué es la “clase
media”?
Los
sociólogos y estudiosos dicen que es muy difícil definir con precisión qué se
entiende por “clase media”. En el Dipló, José Natanson la definió “en plata”:
el segmento poblacional ubicado entre los deciles 6 y 9 de ingreso -los que
ganan entre 3.500 y 7.000 pesos mensuales -que hoy conformarían cerca de 40% de
la población. Aclaración: hoy los valores, por la inflación, serían mayores.
Como
bien dijo Natanson: “la clase media no es un todo congelado, un conglomerado
homogéneamente reaccionario y –adjetivo jauretchiano que el kirchernismo ha
hecho suyo- tilingo, sino un universo cambiante (y, por lo tanto, susceptible
de ser modificado mediante la acción política). Ningún gobierno puede realizar
una voluntad auténticamente transformadora sin el respaldo de una amplia
mayoría social. “El conflicto del campo le demostró al kirchnerismo los riesgos
de enfrentarse a la clase media”.
NOTAS:
(1) En términos de Bourdieu, no de Laclau,
entendido como “toda posición que en el campo intelectual pretende hacer valer
un tipo de representación y de relación con el pueblo”. Sacado de “Los
intelectuales y la invención del peronismo”.
Para
finalizar, corto y pego un muy buen artículo:
LA
CLASE MEDIA EN LA HISTORIA ARGENTINA de PERÓN A KIRCHNER
por
Ezequiel Adamovsky
"La
clase media nació con el primer peronismo. En pleno auge de la sociedad
plebeya, con las masas ocupando por primera vez la Plaza de Mayo, sectores que
hasta entonces carecían de una identidad precisa comenzaron a definirse, por
contraposición, como "clase media". A partir de allí, la clase media
jugó un rol central en la historia Argentina, con momentos de unidad con los
sectores populares y otros muchos de ruptura.
La
clase media es poco más que una identidad: no hay mucho en concreto que
compartan todas las personas que se consideran de clase media, fuera del
propio sentido de pertenecer a ella y de los atributos sociales, morales,
étnicos y culturales que se imaginan que ella posee.
Esa
identidad no surgió en Argentina de modo casual. La expresión "clase
media" comenzó a ser utilizada por ciertos intelectuales a partir de 1920
con fines políticos precisos. En enero de 1920, Joaquín V. González pronunció
un discurso en el Senado que provocaría polémicas. Allí llamó a sus colegas a
ocuparse de la benéfica "clase media", contraponiéndola a una clase
obrera compuesta por "extranjeros no deseables", que habían arribado
a Argentina con "teorías extremas". González era uno de los
políticos más importantes del país y probablemente el intelectual más lúcido
de la elite de aquel entonces. Pero sólo comenzó a prestar atención a la clase
media en 1919, hacia el final de su vida. Le preocupaban la ola de activismo
obrero y las simpatías que cosechaba la Revolución Rusa en la Argentina.
Recordemos que la Semana Trágica había sacudido al país en enero de 1919 y que
a ella le siguió una inédita oleada de huelgas de empleados de "cuello
blanco", e incluso de estudiantes, que causó gran impresión en la sociedad
"decente". González concibió entonces la idea de replicar en
Argentina lo que sus colegas europeos venían haciendo con éxito: se propuso
instigar un orgullo de "clase media".
El
de González probablemente haya sido el primer discurso en el que se habló en
público sobre la clase media. Hasta entonces, la expresión era poco conocida.
Predominaba una imagen binaria de la estructura social. Estaba la gente
"bien", por un lado, y el populacho, por el otro. González se
proponía modificar esa percepción. Pretendía quebrar las fuertes solidaridades
que se venían tejiendo entre obreros y empleados, convenciendo a estos últimos
de que no eran parte del pueblo trabajador, sino de una "clase media"
más respetable, que debía alejarse de los disturbios callejeros y de las
ideologías anticapitalistas. Se proponía, en suma, meter una cuña entre ambas
clases, buscar aliados políticos en lo que hoy llamamos los sectores medios
para contrarrestar el avance de las luchas obreras y del socialismo.
El
primer peronismo
Pero
la identidad de clase media recién se haría carne años después, con el surgimiento
del movimiento peronista. La presencia y el protagonismo que la parte más
plebeya de la sociedad adquirió a partir de 1945 generó una reacción de
rechazo a la que se sumaron tanto personas de clase alta como de los sectores
medios. Lo que más irritaba a unos y a otros era que las jerarquías sociales
tradicionales se vieron profundamente alteradas. Y no sólo en el ámbito
laboral: el vendaval del peronismo sacudió a varios de los pilares que definían
el lugar de cada cual en la sociedad. De pronto, todo aquello que había sido
invisibilizado, silenciado o reprimido por la cultura dominante se había hecho
presente y, para colmo, se había vuelto político. Los pobres que vivían en los
márgenes de la coqueta Buenos Aires invadieron la ciudad el 17 de octubre de
1945. El mero hecho de ocupar la Plaza de Mayo se convirtió para ellos en un
gesto político, un ritual que repitieron una y otra vez en los arios
siguientes.
La
misma actitud desafiante se reiteró con todas y cada una de las normas de
respetabilidad y "decencia" que venía inculcando desde hacía décadas
la cultura dominante. La plebe las puso en cuestión una por una. Durante años,
los pobres habían tenido que escuchar sermones sobre la limpieza y la forma
correcta de vestirse, y ahora resulta que ser un "descamisado" y un
"grasa" tenían un valor positivo. Durante años se había venido
moldeando un ideal de la conducta culta y educada, y ahora el Congreso se había
llenado de "brutos". Los cánones de decencia y de jerarquía
familiar también fueron en alguna medida puestos en cuestión. Los jóvenes
peronistas colmaron el movimiento con ese espíritu festivo, irreverente y
soez que desde entonces Ie es tan típico. Las mujeres se presentaban sin
ningún recato cantando "Sin corpiño y sin calzón/ Somos todas de
Perón". La plebe también politizó con sus gestos la cuestión del origen
étnico y el color de piel, desafiando el mito de la Argentina blanca y europea.
Y de pronto allí estaban ellos, exhibiendo sus pieles oscuras o atreviéndose a
hablar en quechua o guaraní en la ciudad porteña, como reseñaba asombrado el
diario Clarín), o trayendo una inédita caravana de kollas desde el Noroeste
durante el famoso "Malón de la paz" de 1946. La plebe se había
hecho presente en la alta política sin pedido de disculpas.
Fue
el rechazo a las políticas de Perón, pero por sobre todo a ese nuevo
protagonismo que habían adquirido los "cabecitas negras", lo que
terminó de aglutinar a un vasto sector de la sociedad que, finalmente,
adquirió una identidad de clase media. Esta identidad nació así marcada a fuego
por las condiciones de su alumbramiento. Por omisión, la clase media fue desde
entonces antiperonista. Y buena parte de su identidad quedó constituida por el
mito de la Argentina blanca y europea, la Argentina de los abuelos inmigrantes,
por contraposición con el mundo criollo y mestizo de la clase baja peronista.
Por un camino inesperado finalmente la identidad de clase media terminó
desempeñando la función que Joaquín V. González había soñado muchos años antes:
la de dividir y enfrentar profundamente a dos sectores de la sociedad y
convencer a uno de ellos de que sus intereses políticos estaban más cerca de
los de la clase dominante que de los del pueblo trabajador.
De
los años 60 a
la democracia
Esta
fractura social marcó de mil maneras la política nacional. El enorme apoyo
social que acompañó a la Revolución Libertadora es impensable sin tenerla en
cuenta. Pero la imagen de la clase media -y su lugar en la nación- sufriría
severos cuestionamientos desde aquel entonces. En los años 60, un creciente
giro hacia la izquierda, protagonizado tanto por los peronistas como por
diversas agrupaciones marxistas, afectó a todas las áreas de la vida nacional.
Las ideas que se vieron fortalecidas con este giro buscaron volver a colocar
al trabajador en el lugar de personaje central del desarrollo argentino o de la
nación socialista que se intentaba construir. Aunque una gran parte de los
militantes de izquierda pertenecía a los sectores medios, la clase
Pero
la identidad de clase media resistió los embates. Desde el golpe de Estado de
1976, la represión y la estigmatización de las ideas y proyectos que habían
colocado al trabajador en un lugar central dejaron el terreno libre para la
victoria final de la "clase media" como encarnación indiscutida de
la argentinidad. La dictadura desplazó así al "pueblo" como sujeto
central de la historia nacional. Las elecciones de 1983 hicieron evidente el
reemplazo del pueblo por "la gente" (cuya imagen implícita era la de
la clase media). Por primera vez en la historia, el peronismo perdía una
elección limpia. Leído como un triunfo de esa clase, el alfonsinismo contribuyó
a reforzar aun más el orgullo de clase media, que reclamó para ella el 1ug,ar
de garante de la democracia recobrada.
Neoliberalismo
y crisis
Sin embargo, para entonces ya estaba en marcha
el drástico programa de reforma de la sociedad impulsado por los sectores
económicos más poderosos. A partir de 1975, y todavía más claramente desde la
asunción de Menem en 1989, la riqueza se concentró en pocas manos, mientras que
la gran mayoría de la población se vio empobrecida. La identidad de clase media
prestó un gran servicio a este proceso, al menos en sus años iniciales. Para
implementar las medidas neoliberales era preciso terminar de quebrar las
amplias solidaridades sociales que se habían forjado en los años 70. El
orgullo de clase media, con su tradicional componente antiplebeyo, podía ser
utilizado para dividir y enfrentar al cuerpo social, y así lo hicieron algunos
de los propagandistas del nuevo modelo.
Pero
la victoria neoliberal significó a la vez una profunda ruptura en el universo
mental y en la cohesión de los sectores medios. En la década del 90 hubo
ganadores y perdedores: mientras una parte de la clase media festejó los
cambios, otra, cada vez más amplia, se vio empobrecida. Fue así como, buscando
la manera de resistir las políticas menemistas, una porción de los sectores
medios fue reconstruyendo lazos de solidaridad con las clases más bajas (aunque
muchos, por supuesto, persistieron en su desprecio).
Durante
aquellos años, la identidad de clase media se vio modificada o incluso
debilitada, a medida que muchas personas comenzaban a percibirse como
"nuevos pobres". La magnitud de la crisis de 2001, cuando la
convertibilidad finalmente estalló, fue tal, que la cercanía entre los
sectores medios y los más pobres -y los lazos de solidaridad entre ambos- se
hicieron más fuertes que nunca. Aunque de manera tímida, se pudo percibir,
durante un breve lapso, un incipiente proceso de "desclasificación".
Por
supuesto, las diferencias de clase no desaparecieron. Sin embargo, algunos de
los muros que tradicionalmente separan unas de otras exhibieron sus grietas. No
por casualidad Eduardo Duhalde, el presidente de la transición, fue uno de los
que más halagaron, pública y explícitamente, a la clase media. Con esta
apelación, Duhalde buscaba reforzar una identidad que se hallaba en crisis y
evitar que siguieran erosionándose los muros que la separan de la clase baja.
Su sucesor, Néstor Kirchner, también hizo de la recuperación del orgullo de
clase media una piedra central del ansiado regreso a un "país
normal".
EL
rol político
Varias
veces durante la historia argentina se intentó fortalecer una identidad de
clase media con fines "contrainsurgentes", es decir, para dividir y
debilitar momentos de intensa movilización social que tendían hacia la
unificación entre las clases más bajas y aquellas situadas en una posición más
favorable. No es casual que, en el actual momento de la política nacional, las
identidades en las que nos hemos formado se encuentren sometidas a una revisión
profunda, en particular el mito del país blanco, europeo y de clase media, que
supone que el bajo pueblo es siempre el obstáculo para el progreso o un
convidado de piedra. Esto no puede ser sino saludable.
Pero,
dicho esto, existe un cierto modo de pensar el papel político de la clase media
que hoy resulta paralizante. Los progresistas suelen apelar a una serie de
estereotipos sobre ese sector que de algún modo son una réplica de aquellos que
difundieron los ensayistas de la "izquierda nacional" en los años
50y 60. Se repite como una verdad de sentido común que la clase media nunca
comprende los problemas nacionales, que oscila entre la clase alta y la baja
pero termina siempre apoyando a la primera, que desprecia a los pobres, que es
racista y discriminatoria, etc.
Esos
viejos estereotipos condicionan el modo en que pensamos el rol político de la
clase media. Pero son estereotipos: aunque indudablemente tienen mucho de
verdad, oscurecen el hecho de que en muchos momentos de la historia nacional
se tejieron fuertes lazos de solidaridad entre la clase trabajadora y amplios
sectores medios. La clase media no es necesaria e inevitablemente un
conglomerado social con las características que le atribuyeron ensayistas como
Jauretche.
Con
todo lo que Jauretche tiene de estimulante, tener su libro siempre a mano es
hoy un obstáculo para el pensamiento. El desafío político del momento pasa
por volver a pensar, sin prejuicios ni estereotipos, el modo de construir
lazos de solidaridad entre todos los que no forman parte de la clase
dominante. Sin fortalecer esos lazos es impensable cualquier cambio más o menos
profundo, cualquier política capaz de limitar el avance criminal del capital
sobre nuestras vidas".
Blandir dogmáticamente palabras de Jauretche es no haber entendido un catzo a Jauretche. Listo, lo dije (?).
ResponderBorrarPor otra parte, en el ámbito intelectual argentino de los años 1920 a 1970 Jauretche es casi un reacción previsible; había una grieta (sí, La Grieta) enorme en la sociedad, tanto que recuerdo a Mariano Grondona diciendo que el 17 de Octubre en su familia no sabían de dónde había salido la gente que marchaba, no la habían visto nunca. La inteliguentsia argentina en pleno (en pleno, repito) era antiperonista, y para llenar los ministerios de técnicos, Perón tuvo que recurrir a los ingenieros militares, o a extranjeros como Figuerola.
En fin, el post es larguísimo y hacerle la justicia que merece con los comentarios es difícil.
Saludos
Leí poco de Jauretche.. es un post más sobre cosas que han dicho otros que sobre lo que leí de él, jee. Al final soy un chanta (?)
ResponderBorrarMe encantó la nota! El rol de la clase media en las políticas nacionales es un debate muy rico que nunca termina de darse porque (como todo análisis sobre dimensiones que puedan resquebrajar las estructuras y estamentos sociales de la Argentina) es interrumpido con violencia, de la discursiva donde los argumentos son desplazados por prejuicios, descalificaciones o apreciaciones que nada tienen que ver con la cosa, o violencia física de cual tristemente sobran ejemplos en nuestra historia.
ResponderBorrarTengo una opinión formada sobre el tema, pero no viene al caso, porque mi comentario solo quiere celebrar el espacio de reflexión.
Muchas gracias!
Saludos
¡Muchas gracias Carolina! Saludos
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