sábado, 13 de diciembre de 2014

CUANDO LLEGA EL DELIVERY DE EMPANADAS



Se ha dicho que el mundo se divide en: 1) los que apenas llega el delivery agarran las empanadas que ellos pidieron, poniendo todas “las suyas” en el plato como si fueran perros; y 2) los que van viendo sobre la marcha, probando un poco de todo, sin preocuparse por qué pidió cada uno. Se alega además que los segundos suelen odiar a muerte a los primeros.

Sin ánimo de ser exhaustivo, se me ocurre agregar algunas de las siguientes variantes:

Están los obsesivos hiper-estructurados que tratan de interpretar los 78 ideogramas chinos que se corresponden con: “carne cortada a cuchillo”, “humita”, “humita del litoral tucumano andino bonaerense”, “carne cortada con tijera”, “carne suave”, “carne re picante boló tené cuidado”, “jamón y queso”, “queso y cebolla”, “¡quesó, angurriento?!”…

El matemático/metódico/ordenado/obsesivo/hermeneuta-de-la-papeleta-que-viene-dentro-de-la-caja se suele enfocar en el más despreocupado –cuyo método expeditivo se basa más bien en la "exploración por ensayo y error”- y lanzarle un: “¡Qué pediste pelotudo! ¡Las de carne son esas que tienen el repulgue ondulado y la marquita en el medio!”.

Jamás faltan los que meten los garfios para entrever el contenido de la empanada. Una variante de este tipo de ansiosos la constituye el que mastica sin esperar a que se enfríe: ahí nomás suelen proferir insultos en arameo hacia los cuatro puntos cardinales. Incluso, al apagar el fuego que de improviso les invade la tráquea y los pulmones, se suelen atragantar con la mezcla de gaseosa/cerveza/vino y empanada a medio masticar, con lo cual terminan por escupir y toser durante ocho o nueve minutos seguidos.

Otra variante, extremadamente impopular, es la del que pega el tarascón cual tiburón blanco y luego –al anoticiarse de que “¡uh, la pucha, este gusto no era el que pedí”- se hace el otario y la deja a un costado. Como es de esperar, si alguno lo cacha en falta le salta inmediatamente a la yugular exclamando: “¡¡ahora te la comés la conchitumá!!”. Resulta obvio agregar que en este caso estaríamos en presencia de un “sin códigos”.

El consumidor-madre (que puede o no serlo): corta las empanadas en dos o en tres pedazos, para que a) se vayan enfriando y nadie se queme; b) facilitar la discriminación del contenido; c) favorecer el abandono de un pedacito de empanada libre de saliva fresca, que eventualmente puede servir para que el satisfecho se lo done al famélico de turno.

Tampoco faltan los violentos que -sin darte tiempo ni a pestañar, y viéndote un tanto dubitativo- te tiran: “¡si ya la mordiste es tuya pedazo de lksd aslb aslba bldpaor!”, anticipándose a la posibilidad de que seas un “sin códigos”.

Está el que muerde una y se entera al toque de que no era el relleno que pidió, cuyo hambre y desesperación lo llevan a seguir desgarrando y deglutiendo la presa. Este tipo de personas suelen ocasionar disturbios cuando quedan pocas en la caja (salvo que se hayan pedido varias docenas de más, lo que es muuuuuy infrecuente).

Párrafo aparte para el “delivey bajón”: ahí ya todo es una anarquía total, un desbande de brazos, tenedores, puñetazos y empujones. Una bellum omnium contra omnes /”the war of all against all”, un hobbesiano estado-de-naturaleza-sálvese-quien- pueda donde la excepción se torna regla.

Finalizando, están las personas serviciales que se preocupan por tender la mesa, porque todos tengan ubicación. Espíritus humanitarios quienes, sin importar su grado de hambre, jamás manotean primero, aguardando con paciencia a que les llegue su turno. En mi opinión, esta clase de personas son extremadamente difíciles de hallar y, como los dinosaurios o los mastodontes, se diría que conforman una raza extinta.

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