miércoles, 15 de octubre de 2014

NUNCAN SOPLAN VIENTOS FAVORABLES PARA UN BARCO SIN RUMBO

El ocio improductivo se parece a una culpa que no te impide cometer el pecado, pero sí disfrutarlo. Lo sabemos muy bien: nunca soplan vientos favorables para un barco sin rumbo. Como pasa ahora con Boca desde que se fue Juan Román.


Y si ese barco no es un barco sino un joven con tendencias depresivas, que terminó la secundaria durante el alfonsinismo, cursó algunas materias de filosofía y no tiene laburo, sus opciones suelen reducirse a: leer, escribir, escuchar música, deprimirse, masturbarse, aburrirse,  tomar cerveza y drogarse.


“Yo estoy, desde hace meses, hundido en el ocio. Como, cago, duermo; soy una biología que no tiene rumbo”.

El protagonista vive en una casa enorme del barrio de Boedo, con su papá y su hermano. El relato, según el propio autor, tiene mucho de autobiográfico:

“Después viene esta parte en la que estoy, una mezcla de adolescencia y juventud, siempre imprecisa, a la que no le encuentro la vuelta. En realidad, la vuelta sería trabajar. Tener un trabajo te fija, te da cierta regularidad, te eleva frente a tus familiares.

(…) cuando salí de la secundaria, me anoté en la facultad de Filosofía. Cursé tres años y me fui dos de viaje. Cuando volví, al poco tiempo, murió mi mamá y mi familia se desintegró”.

La madre había sido como la Brujita Verón para Estudiantes: la persona que hacía funcionar a los diversos integrantes. Al  morir, su esposo y sus dos hijos quedaron sumidos en la soledad y la incomunicación.

"Quiero decir: seguimos viviendo bajo el mismo techo, pero cada uno en su zona, conservando ciertas costumbres, más por inercia que por convicción".

Aunque había sido hermosa en su juventud, con el tiempo se fue convirtiendo en un electrodoméstico de carne, hasta terminar muriendo de hipertensión arterial.

No se puede negar que el autor/protagonista escucha muy buena música: 

“Puse, de un saque, Rubber Soul, de los Beatles; Ratas Calientes, de Frank Zappa; Zeppelin 1 y 2; Desatormentándonos, de Spinetta y Let It Bleed, de los Stones”.

Hay fragmentos que son dramáticos, y otros que te hacen reír:

"Y no eran músicos: no tenían melodías, no tenían estribillos. Era como escuchar conciertos de broches o de tenedores. Roli mismo, sin saber ni una nota, tocaba el bajo en un grupo de vanguardia que se llamaba "Los Truhanes". Yo los había ido a ver un par de veces porque no tenía nada que hacer.

(…)

Como tenía miedo de perder el último colectivo, le dije a Roli que me iba a casa. "Si es tu deseo", dijo. Cuando le pegaba el porro empezaba a hablar con el tono afectado de los actores en las películas argentinas. Así que me paré para irme y él me pasó un paquetito. Lo metí como venía en el bolsillo de la campera. Nos despedimos, crucé una avenida mal iluminada y me subí al 53 que calentaba el motor en la parada. El colectivo estaba recién lavado y semivacío. Me senté en el último asiento individual y cerré la ventanilla que algún esquimal había dejado abierta".

Una lectura que nos ayuda a entender, por si hiciera falta, hasta qué punto la humanidad consiste en saber que somos parte de una misma penuria.

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