domingo, 19 de julio de 2015

UNA RESPUESTA ENRIQUECEDORA ACERCA DEL ARTE Y LA CULTURA

Copio y pego una excelente respuesta que me dio el poeta Daniel Freidemberg, a partir de algo que yo había escrito mientras leía Gramáticas de la creación de George Steiner. Acá les paso su respuesta:

Daniel: Tardé mucho, Rodrigo, en responderte, porque quise darme el tiempo necesario pensar como se lo merecen las cuestiones que planteaste (...) 

Punto 1) Es cierto que en la sociedad está sólidamente instalada la idea de que la poesía, la música, la pintura, el cine o lo que en general llamamos “las artes” tienen un status superior (de que son “espiritualmente superiores” sobre todo) a otras prácticas, como el arte indumentario o paisajístico, el caligráfico, la cerámica, la ceremonia del té o el arreglo floral (o un partido de fútbol o una partida de truco): sin duda ese es el criterio aceptado y oficial en esta cultura, el que se declama y el que todos dicen reconocer, pero, ¿realmente creen que es así, se ve confirmado eso que dicen en la vida, en los hechos? Si vemos lo que ocurre, diría que no. Son poquísimas las personas a las que les importa más, en la práctica, un poema o un cuadro que la ropa que va a ponerse o que el adorno que pueda quedar mejor en su casa o su auto, o que distraerse un rato con Tinelli. A lo que se suma otra cuestión: una parte, al menos, de los sectores más “vanguardistas” o “avanzados” del campo artístico-literario, que suelen también ser los que tienen mayor status, tiende a considerar a la moda en el vestuario, o la decoración o la publicidad o el diseño, en un nivel de igualdad con la pintura, la escultura o la literatura. Todo pasa a ser arte para ellos, y sospecho que en la mayoría de los casos no lo hacen respondiendo a un criterio democrático o igualitarista sino como un gesto de "sofisticación".

Otra cuestión: seguramente hay “filósofos" o pensadores que deducen la esencia del arte a partir de unas cuantas obras, condenando al resto a la mediocridad”, como decís, pero, si es cierto que existe una distinción entre un arte “alto” o “mayor” y otras producciones, no creo que esa distinción se origine en lo que dicen algunos filósofos o pensadores. Me parece que la cuestión es muchísimo más compleja, intervienen muchos factores más y hay muchos más matices y muchas más opciones. No creo, por ejemplo, que pese tanto eso que se ha dado en llamar “el canon” y en cambio sí creo que es decisiva la moda, y cuando acá digo “moda” me refiero a lo que en determinado momento se pone de moda en el campo literario o el campo artístico, aunque ahí no lo quieran llamar “moda”: no sé si todavía ahora, pero hasta hace algún tiempo, en la literatura, la moda era César Aira y Roberto Bolaño, y Cucurto en poesía, y ahora sospecho que el juicio que le hizo Kodama va a terminar por consagrar a Pablo Katchadjian, que ya venía instalándose en ese lugar. 

No estoy, por si hace falta aclararlo, desmereciendo a esos autores: puede ser muy buena literatura la que hacen, o muy mala, o mediocre o alguna otra cosa; a lo que me estoy refiriendo es a que en ese ambiente hay siempre un consenso dominante que impone obras, autores, estilos, tendencias, criterios que “corresponden a esa etapa”, y condena a una suerte de destierro o marginalidad al que no entre en el juego. No es el canon de los grandes nombres a los que el paso del tiempo o el consenso cultural consagró, al que hoy se le da bastante poca pelota, aunque tampoco se lo ignora por completo, sino un jet-set estelar al que hay que rendir culto acríticamente (la crítica que los valida rara vez es realmente crítica, en el mejor sentido de esa palabra) y al que no se puede cuestionar: si uno se atreve a cuestionarlos pasa a la categoría de “anticuado”, “anacrónico”, “ingenuo”, “resentido” o “pelotudo”.

Una cuestión más: esa tradición oriental que mencionás, que valoro muchísimo, es también valorada por muchos artistas, pero no desde ahora sino desde hace más de un siglo, y ha influido mucho en la literatura, el cine, las artes plásticas y otras artes que solemos llamar “cultas”. Quiero decir que no es exactamente “lo cotidiano” eso que se tiene como menos valioso. Pero además, y lo anoto nomás como curiosidad, en los espacios más elitistas de las prácticas artísticas y literarias, más encerrados en pequeños ambientes (que suelen ser también los más estériles en sus logros), muchos vienen llevando a cabo un culto entusiasta de “lo cotidiano” y “lo vulgar” desde hace veinte años o un poco más, convirtiéndolo en el colmo de la sofisticación y excomulgando del Parnaso a cualquiera que plantee una cuestión más compleja o con más ambiciones, tachándolo de anticuado o ridículo.

Rodrigo (había escrito): Matizaría/le agregaría a las opiniones de Steiner tres ideas, intuiciones o como le quieran llamar: 

1) hay filósofos o pensadores que deducen la esencia del arte a partir de unas cuantas obras, condenando al resto a la mediocridad. De esta manera, la poesía, la música, la pintura o el cine canonizados son las que sirven de base a las demás artes. Esta concepción minusvalora el arte indumentario o paisajístico, el caligráfico, la cerámica, la ceremonia del té o el arreglo floral. Tal vez la tradición maniquea que exige que santifiquemos el arte y despreciemos lo cotidiano sea más pobre, en este aspecto, que la tradición del extremo oriente, que descubre belleza en los más humildes gestos, en el modo de envolver un paquete, en el amoblamiento de una estancia, en el arreglo de un jardín o un ramillete; 

2) Como diría Foster Wallace: 

“Si vos, el escritor, sucumbís a la idea de que el público es demasiado estúpido, entonces existen dos obstáculos. El número uno es el obstáculo de la vanguardia, según el cual tenés la idea de que estás escribiendo para otros escritores, por lo cual no te preocupás de ser accesible o relevante. Te preocupás de ser estructural y técnicamente innovador: intrincado de una forma adecuada, incluyendo las referencias intertextuales apropiadas, haciendo que parezca inteligente. Sin importarte realmente si te estás comunicando con un lector al que le importa algo ese sentimiento en el estómago que es la razón por la que leemos. Luego, el otro obstáculo consiste en esas obras de ficción extremadamente burdas, cínicas y comerciales que se hacen de un modo mecánico –en esencia, televisión escrita- para manipular al lector, que presentan asuntos grotescamente simplificados de una manera apasionante al modo infantil”

3) no necesariamente los libros nos deben servir para estar mejor solos, aunque prometan eso. La literatura también sirve para aprender a estar con la gente, para mezclarse con todos. En ese caso, para vivir en las ciudades, para soportar el tedio de nuestra cultura, para ser más felices sin ser por eso más estúpidos.


Dicho todo esto, me siguen pareciendo atendibles las reflexiones de "aristocráticos" como George Steiner o Harold Bloom. Siguiendo a Bloom, creo que hay una suerte de "competencia agonística" implícita o explícita entre un gran escritor y los escritores que lo precedieron. Creo en las jerarquías: así como creo que Messi es mejor que Marcos Rojo, creo que hay escritores con mayúsculas y escritores que hacen lo que pueden, y lo que pueden es poco. En Perché leggere i classici, un artículo de 1981, Italo Calvino aportaba algunas ideas que no por transitadas dejan de parecerme interesantes:


Daniel respondió: Para mí –y esta es mi posición personal– la distinción entre un arte que podríamos llamar “mayor” (toda denominación me resulta insuficiente y ridícula) y otro que no lo es no pasa por si está o no en un canon o si tiene o no la bendición de los núcleos autorizadores (universidad, crítica, periodismo cultural, el favor de los consagrados), como tampoco por la aceptación de las mayorías: pasa por la calidad de la experiencia que ofrece la obra. La cuestión, para mí, es qué pasa, qué nos pasa, al leer o mirar o escuchar o asistir a una obra teatral, una pieza musical, un poema: ¿nos toca vivir una experiencia compleja, enriquecedora, sensibilizadora, inquietante, o simplemente nos entretenemos, pasamos el rato, confirmamos ciertas convicciones o ciertos prejuicios, descargamos alguna tensión, olvidamos problemas, sentimos la satisfacción de reconocer los conflictos que tenemos con los demás o con nosotros mismos sin problematizarlos, o, peor, nos hacemos la ilusión de que los estamos resolviendo? Por lo general, las experiencias del primer tipo se encuentran con el arte más “elaborado” o “culto”, eso que se suele llamar “cultura alta”, y las otras en la producción para el consumo, lo que se suele llamar “industria cultural”, pero muchas veces no es así, y además abundan los casos intermedios o mixtos, o que dependen de cómo el lector o espectador está dispuesto a encarar cada experiencia. Tampoco la cosa pasa, por supuesto, por si la obra es “fácil” o “difícil”, “accesible” o “hermética”, aunque hay muchos motivos para sospechar, cuando una obra engancha demasiado fácilmente, que nos están vendiendo un buzón, como las propagandas de medicamentos para adelgazar. Pero, como dije, es mi posición, en cuanto a los modos en que otros establecen la separación entre lo que tiene valor artístico y lo que no lo tiene, hay una variedad inmensa.

Avanzando un poco más en estas cuestiones, a riesgo de aburrir o atosigar, no todo es lo mismo en el terreno del arte y la literatura más “experimentales” o “herméticos”: ahí están, por un lado, los que no encuentran otras maneras que esas de hacer lo suyo, porque de lo contrario tendrían que renunciar a mucho de lo que les interesa transmitir en sus obras, y volverlas más “accesibles” sería mutilarlas o empobrecerlas (Vallejo, Joyce, Tarkovsky), pero están también los que “oscurecen las aguas para que el charco parezca profundo” o los que se limitan a tirar señales para embaucar giles, o, en otras palabras, para impresionar a sus colegas o a la crítica, o a intimidarlos. Ni todo es lo mismo tampoco, por supuesto, en el terreno de la producción industrial: hay quienes, como en algunas películas de Clint Eastwood, por ejemplo, o en los grandes clásicos de Hollywood, se las arreglan para introducir ahí elementos que las vuelven complejas, nada esquemáticas, enriquecedoras, llenas de matices.

Punto 2): suscribo cien por cien lo que citás de Foster Wallace. Ningún escritor que se precie escribe para un lector estúpido. Pero mi acuerdo con Wallace supone que, cuando dice “el público”, se refiere al lector que uno tiene en mente cuando escribe. Si, en cambio, adjudica esa falta de estupidez al público real, a las personas de carne y hueso que viven concretamente en este mundo, discrepo. No es necesario ser elitistas sino, nada más, sinceros con nosotros mismos, para saber que en nuestras sociedades la mayoría de la población padece un nivel importante de algo que no voy a llamar “estupidización” pero que sí implica que esa gente acepta vivir limitada en sus capacidades, renunciar al ejercicio de muchas posibilidades intelectuales, emotivas, sensibles, por imposición no sólo de los medios de difusión masiva sino, sobre todo, por un sistema de vida, del que los medios forman parte.

Se entiende, supongo, que no digo que en su mayor parte las personas son estúpidas, sino que existe algo que se llama alienación o enajenación, un modo de vida naturalizado, y son muchos, una amplia mayoría, los que no atinan a encontrar el modo de salir de la trampa, y ni siquiera advierten que eso que entienden como “natural” es una trampa. 

No me gusta que sea así, por supuesto, y me parece injusto, pero la realidad no acostumbra a someterse a mis gustos. En una sociedad que no deja tiempo para detenerse a considerar lo que se está viendo o escuchando, o para ponerse a pensar, y que encima lo está empujando a uno a consumir desaforadamente todo el tiempo, y además, como nos lleva a vivir siempre en la urgencia, no nos permite disponer del tiempo necesario para asumir una experiencia que no sea liviana y fácilmente gratificante. ¿No sabemos que la sociedad nos modela para el conformismo (la no interrogación, la no inquietud) y son muy pocas las posibilidades que deja de elegir otra opción, sin contar que las opciones que ofrece son las que a primera vista resultan más atractivas y seductoras, apelan a ciertas zonas de nuestra subjetividad que reaccionan automáticamente. No hay, en esa situación, lugar para nada que salga de lo acostumbrado y previsible, nada que inquiete mucho, nada que ponga en cuestiones certezas y, sobre todo, nada que exija algún tipo de esfuerzo. Quiero decir con todo esto que no se puede confundir a ese lector “no estúpido” que uno tiene en mente al escribir con el conjunto de los lectores reales o posibles, o el promedio de los lectores reales o posibles.

Y, finalmente el punto 3) Por supuesto que no necesariamente los libros nos deben servir para estar mejor solos, aunque prometan eso, y que la literatura también sirve para aprender a estar con la gente, para mezclarse con todos. En ese caso, para vivir en las ciudades, para soportar el tedio de nuestra cultura, para ser más felices sin ser por eso más estúpidos. No conocía, francamente, esa idea según la cual los libros deben servirnos para estar solos, pero se me hace –sin ninguna seguridad– de que esto está de algún modo vinculado a la noción de “autonomía” de la literatura y el arte, según la cual no corresponde reclamarle a la literatura y el arte alguna “utilidad”, o, en otras palabras, que ante todo una obra literaria o de arte tiene que ser literatura o arte, y después se verá si sirve también para otra cosa. Son las obras mismas, cuando tienen real nivel artístico, el premio que uno obtiene al encontrarse con ellas. Pero eso que las vuelve valiosas y necesarias, lo que les da riqueza, ¿de dónde viene? Del trabajo de elaboración sin duda, y de la capacidad de crear belleza de quien lleva a cabo ese trabajo también, pero, ¿de dónde toma ese material simbólico e imaginario que elabora? ¿Qué es lo que le da fuerza o vida a ese trabajo? Esa materia, esa fuerza, la constituyen las experiencias de vida, incluidas entre las experiencias de vida lo imaginado o soñado, lo leído en libros y lo visto en los medios. Si no fuera así, una buena novela, un buen poema, una buena película o una buena escultura no nos “tocaría” como nos “toca”. Por algo se dice que al leer un buen libro o ver una gran película uno ya no es el mismo que antes de esa experiencia. El carácter autónomo de la obra no se contradice, según entiendo, con las capacidades que esa obra tiene para modificar nuestra vida. Más bien al contrario.


Se me fue la mano, Rodrigo. Obviamente, no tenés ninguna obligación de soportar este bodoque, pero, lanzado a responder tu incitación, ya no pude detenerme. Te pido disculpas por eso y vuelvo a agradecerte por todo lo que me llevaste a pensar.


Me quedó afuera algo acerca de las citas de Calvino sobre los clásicos: no sólo estoy en general de acuerdo con Calvino sino, además, creo que muchos de esos rasgos distinguen también a cualquier obra literaria o de arte cuando tiene la densidad, la singularidad y la complejidad que asocio con "lo artístico".

4 comentarios:

  1. Me sorprende que el arte o la literatura tengan respuestas, porque en escencia no son preguntas.
    No obstante si buscamos una definición podría decir que un artista es aquel que te transmite una emoción; soy ateo pero parado enfrente de La Piedad de Miguelangel, no pude menos que estremecerme de empatía y emoción por la representación del dolor de una madre en la última caricia al cadáver de su hijo. Representación hecha de piedra, pos supuesto.
    Es importante también distinguir entre artista y artesano, uno tiene infinita capacidad de imaginación, el otro una tremenda capacidad de concretar físicamente una idea ( y esto va con los escritores, sobretodo).
    Alguna vez leí no recuerdo donde que la mayor muestra de arte era la movilización de las masas (la publicidad que sufrimos es una muestra), y todavía mastico el concepto.

    Saludos Rodrigo, estos posteos son saludables.

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    1. ¿Y cómo sabe que está muerto y no desvanecido o dormido? ¿Cómo sabe que el parentezco es madre e hijo y no hermano y hermana o tía y sobrino, por no decir novios o mas lejos todavía amantes? ¿Cómo sabe que se llama "La Piedad"? ¿Cómo sabe que el autor es Miguel Angel? ¿Por qué el hecho de que Ud. sea ateo debería influir en su juicio? ¿No le da vergüenza no ser capaz de citar una sola, aunque mas no fuera, virtud INTRINSECA de la obra? ¿Se da cuenta que con todo lo que ha dicho demuestra ser un perfecto ignorante incapaz de apreciar una escultura? ¡Qué odio que me dan estas situaciones! ¡Qué harto me tienen los sobaco mal ilustrados! ¡Agarre los libros! ¡Anótese en bellas artes! ¡Estudie! ¡Estamos cercados por Fideles Pintos! ¡Dios Santo (y eso que yo también soy ateo)!

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  2. ¡Haí tené!¿Ve? Fidel Pintos, un verdadero artista, capaz de promover la polémica sobre la forma del pedo de una bacteria según la visión de Cervantes, partiendo de preguntas mundanas y ordinarias. ¿Y que resulta interesante? Precisamente el hecho virtuoso que no interesa ni el pedo, ni Cervantes, ni Fidel, si no el embrollo vacío recubierto de cáscara importante.

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  3. Che, ¡no hace falta ser tan agresivo! Es lo que Moscón vio en esa obra. Saludos a todos, gracias por comentar.

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