sábado, 11 de junio de 2016

ACERCA DE KAFKA Y SUS PRECURSORES

En un ensayo de Otras inquisiciones, titulado “Kafka y sus precursores”, Borges enumera una serie de autores –Zenón de Elea, Han Yu, León Bloy- de diversas épocas y lugares, algunos que probablemente Kafka jamás leyó, y nos dice que en todos ellos se percibe cierto aire de familia. Lo que sugiere Borges es profundo y al mismo tiempo trivial: sólo podemos percibir el parecido “kafkiano” que tienen en común todos estos nombres LUEGO de que Kafka ha escrito su obra.


Un ejemplo ilustrativo, la paradoja de Zenón contra el movimiento -aporía que indica que un móvil A no puede alcanzar el punto B porque primero tiene que recorrer la mitad de la distancia, y antes la mitad de la mitad, y así ad infinitum-; le sugiere a Borges la estructura de El Castillo: “el móvil y la flecha y Aquiles son los primeros personajes kafkianos de la literatura”.


Recordemos que en El castillo, K. es un agrimensor llamado a entrar en una edificación que no podrá penetrar jamás. En El proceso, Josef K. no logra averiguar el delito de que lo acusan, y ni siquiera llega a enfrentarse con el tribunal que debe juzgarlo. La idea de postergación infinita es la que le trae a Borges reminiscencias de lecturas anteriores, como la famosa carrera de Aquiles y la tortuga.

Lo interesante es comprobar una vez más cómo, en la historia de la literatura, el presente reescribe constantemente el pasado:


“Si no me equivoco, las heterogéneas piezas que he enumerado se parecen a Kafka; si no me equivoco, no todas se parecen entre sí. Este último hecho es el más significativo. En cada uno de esos textos está la idiosincrasia de Kafka, en grado mayor o menor, pero si Kafka no hubiera escrito, no la percibiríamos; vale decir, no existiría. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro”.


Introduzco una digresión que me parece importante: sabemos que las matemáticas y las ciencias, en buena medida, son piramidales. Las ciencias exactas son construcciones realizadas sobre los cimientos anteriores en donde cada generación trabaja sobre lo que dejó la última. Las obras de arte, en cambio, son objetos únicos y evaluables siempre en tiempo presente. En arte no existe “progreso”, en el sentido de que Dostoievski no es “mejor” que Hesíodo por haber escrito después, ni está menos “avanzado” que James Joyce y por tanto es peor por el mero hecho de haber escrito antes.


Tratemos de acotar la discusión sólo al ámbito de la novela. En tal sentido, Javier Cercas se preguntaba: “¿Qué importa que las novelas sigan siendo iguales que hace siglo y medio, siempre y cuando sean buenas? ¿Por qué tanta ansia de renovación, de buscar formas, de conquistar territorio nuevo? ¿Acaso la única obligación de una novela no consiste en contar una historia lo mejor posible para hacérsela vivir con la máxima intensidad posible al lector?”.


La respuesta es sencilla: la novela –si hablamos de una obra de arte auténtica-  no es sólo un entretenimiento, sino una herramienta de investigación existencial, un modo de mirar, una forma de ampliar nuestra sensibilidad para conocer mejor el alma humana. En este sentido, la literatura de Kafka nos ayuda a comprender, a darle un lenguaje a una realidad que muchas veces se nos vuelve “kafkiana”. Ese es el motivo principal de estimular cierta invención formal. En un próximo posteo me gustaría profundizar sobre una idea que Borges compartía: el modo en que el arte "crea" la realidad en lugar de contentarse con representarla.


Fin de la digresión.


En un posteo anterior habíamos citado un libro muy interesante de Carlos Gamerro, que entre paréntesis me acabo de comprar en Eterna cadencia, sobre Borges y los clásicos. Lo que postula Gamerro no es que Borges haya sido considerado el escritor más importante del siglo XX:

“Hay candidatos más fuertes, como Joyce, Kafka o Proust (…). Sin embargo, pocos se atreverían a discutir que Borges fue el lector más intenso e interesante del siglo XX”.


Y más adelante, Gamerro pone los puntos sobre las íes:

“Que Borges modifique la lectura de Homero o de Dante para los lectores argentinos no es una hazaña tan, por lo menos, inédita. Sí lo es que Borges haya modificado la tradición literaria de los italianos, como ha hecho con sus lecturas del Dante y como han reconocido, entre otros, Ítalo Calvino; o que haya cambiado la relación de los ingleses con su propia literatura, notablemente en sus re-escrituras de la antigua literatura anglosajona. Y esto tiene una decidida importancia no solo estética sino también política: la teoría de la dependencia, hoy bastante desvirtuada en el terreno económico, sigue teniendo vigencia en el cultural: si un profesor inglés o estadounidense escribe sobre nuestra literatura o nuestra historia, nos sentimos obligados a leerlo, consideramos su saber no solo válido sino imprescindible. Ahora, si un profesor argentino escribe sobre historia inglesa o literatura inglesa, no genera ninguna obligación condigna- salvo si se trata de Borges-“.

Para no extender más un posteo que ya ni sé para dónde puede disparar, les dejo una cita de un prólogo de Borges a "La metamorfosis", donde el escritor argentino habla de lo que a su juicio es la virtud principal de Kafka: “la invención de situaciones intolerables”:


“Para el grabado perdurable le bastan unos pocos renglones. Por ejemplo: ‘El animal arranca la fusta de manos de su dueño y se castiga hasta convertirse en el dueño y no comprende que no es más que una ilusión producida por un nuevo nudo en la fusta’. O si no: ‘En el templo irrumpen leopardos y se beben el vino de los cálices; esto acontece repetidamente; al cabo se prevé que acontecerá y se incorpora a la ceremonia del templo’. La elaboración, en Kafka, es menos admirable que la invención. Hombres, no hay más que uno en su obra: el homo domesticus –tan judío y tan alemán-, ganoso de un lugar, siquiera humildísimo, en un Orden cualquiera; en el universo, en un ministerio, en un asilo de lunáticos,en la cárcel. El argumento y el ambiente son lo esencial; no las evoluciones de la fábula ni la penetración psicológica".. (del prólogo de Borges a “La metamorfosis” de Franz Kafka, 1938).

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