domingo, 18 de septiembre de 2016

ACERCA DE LOS ADOLESCENTES CONECTADOS A LA MATRIX QUE CONOCEN PERFECTAMENTE LAS IMÁGENES DEL BIGOTE DE NIETZSCHE PERO JAMÁS HAN LEÍDO SUS LIBROS PORQUE “LEER ES ABURRIDO”

Hoy existen muchos niños convertidos en pequeños tiranos porque sus padres, agotados después de largas jornadas laborales, acceden a todas sus demandas para facilitarse la vida en el cortísimo plazo. En otras palabras: “con tal de que me dejes de romper las pelotas y te calles de una buena vez, te compro lo que quieras”.

Los publicistas conocen esta situación mejor que nadie, y por eso muchas de sus campañas publicitarias están dirigidas al público infantil, que suele ser el que pasa más tiempo viendo televisión o conectado a la Matrix.

Los adolescentes actuales, por su parte, padecen de cierta subjetividad posliteraria, que consiste en una inhabilidad para hacer cualquier cosa que no sea perseguir el placer y conseguir una gratificación inmediata.

En muchas escuelas públicas los chicos son conscientes de que si dejan de ir o no presentan ningún trabajo práctico, no recibirán ninguna sanción seria. Si el profesor les pide que lean más de dos páginas, muchos (inclusive los estudiantes con mejores notas) protestarán alegando que NO PUEDEN HACERLO. ¿Y por qué no pueden hacerlo? La queja más frecuente es que  “leer es aburrido”. El juicio no alude a un contenido específico, sino al mismo acto de leer en su conjunto. 


Como afirma Mark Fisher: “No se trata ya del torpor juvenil de siempre, sino de la falta de complementariedad entre una ‘Nueva Carne’ posliteraria demasiado conectada para concentrarse y la antigua lógica confinatoria y concentracionaria de los sistemas disciplinarios en decadencia. Estar aburrido significa simplemente quedar privado por un rato de la matrix comunicacional de sensaciones y estímulos que forman los mensajes instantáneos, YouTube y la comida rápida. Aburrirse es carecer, por un momento, de la gratificación azucarada a pedido. A algunos alumnos les gustaría que Nietzsche fuera como una hamburguesa; no logran darse cuenta (y el sistema de consumo de la actualidad alienta el malentendido) de que la indigestibilidad, la dificultad, eso es precisamente Nietzsche”.

Luego, Fisher nos da un ejemplo que es muy interesante, porque cualquiera que haya dado clase (o haya sido estudiante) sabe que se trata de un fenómeno que debe ocurrir en casi todas las aulas del mundo: 

“Un día tuve que retar a un alumno porque siempre llevaba los auriculares puestos durante la clase. Me respondió que no había problema porque no estaba escuchando nada. En otra clase apareció otra vez con los auriculares, esta vez sin ponérselos y con la música a un volumen muy bajo. Cuando le pedí que la apagara me respondió que ni él podía escucharla. ¿Por qué alguien desearía llevar los auriculares puestos sin escuchar música o escuchar música sin ponerse los auriculares? Porque la presencia de los auriculares en los oídos o la certidumbre de que la música sonaba incluso si no podía escucharla resultaban una ratificación de que la matrix está ahí todavía, al alcance”.


Los auriculares constituyen, por lo demás, una suerte de pared sonora que pone un muro entre el sujeto y la esfera social que lo rodea. Todo está destinado para que uno sea un consumidor hedonista, individualista y aislado, incluso si se encuentra en medio de una multitud.

Las redes sociales dificultan enormemente la capacidad de “hacer foco” que tienen los estudiantes adolescentes, y en cierta manera también los adultos, dado que actualmente la adolescencia se extendió hasta los 98 años. Los estudiantes no pueden conectar su falta de foco en el presente con su fracaso  en el futuro; no pueden sintetizar el tiempo en alguna especie de narrativa coherente dadora de sentido. De ahí que no parezca descabellado el diagnóstico de Fisher cuando dice que “nos enfrentamos, en las aulas, con una generación que se acunó en esa cultura rápida, ahistórica y antimnemónica, una generación para la cual el tiempo siempre vino cortado en micro-rodajas digitales predigeridas”.


El diagnóstico de Fisher me recuerda una respuesta muy lúcida que David Foster Wallace le dio a su entrevistador, Larry McCaffery, allá por 1993:


“Tuve un profesor que me gustaba que solía decir que la tarea de la mejor narrativa era relajar al inquieto e inquietar al relajado. Supongo que buena parte del propósito de la narrativa seria es proporcionar al lector, quien como todos nosotros es una especie de náufrago en su propio cráneo,  el acceso imaginativo a otros yos. (…) En el mundo real, todos sufrimos en soledad; la empatía verdadera es imposible. Pero si una obra de ficción nos permite de forma imaginaria identificarnos con el dolor de los personajes, entonces también podríamos concebir que otros se identificaran con el nuestro. Esto es reconfortante, liberador; hace que nos sintamos menos solos”.


Y no es que a David Foster Wallace se le pase por alto que la relación de los telespectadores con la televisión carezca de momentos intrincados y profundos: de hecho ha confesado más de una vez haber pasado muchísimas horas consumiendo todo tipo de basura televisiva. La cuestión central es la siguiente:


“(…) el arte ‘serio’, que no se dirige principalmente a sacarte el dinero, tiende a hacer que te sientas incómodo, o te empuja a esforzarte para acceder a su disfrute, del mismo modo que en la vida el placer es consecuencia del esfuerzo y de la incomodidad. Por tanto es difícil que el público, especialmente el joven que ha sido educado para esperar que el arte sea 100 por ciento placentero y para recibir ese placer sin esfuerzo, lea y aprecie la narrativa seria. Eso no es bueno. El problema no es que el lector de hoy sea tonto, no lo creo. Simplemente se trata de que la televisión y la cultura comercial le han enseñado a ser una especie de vago e infantil en lo que respecta a sus expectativas. Esto hace que intentar llamar la atención de los lectores de hoy implique una dificultad imaginativa e intelectual sin precedentes”.


En cierto modo, el desorden del déficit de atención y esa suerte de terror al aburrimiento de los adolescentes es una patología del capitalismo tardío posfordista: el emergente del  hecho de estar conectados al circuito de entretenimiento y control hipermediados por la cultura del consumo. Cualquier adolescente está capacitado para procesar la avalancha de datos cargados de imágenes sin ninguna necesidad de leer textos: el simple reconocimiento de eslóganes es suficiente para mirar televisión y navegar en las redes sociales.

Cualquier adolescente medianamente culto e informado puede asociar  el personaje de Nietzsche a un bigote, al "anticristo", a la frase "Dios ha muerto" o a chupar vino y comportarse de modo "dionisíaco"; pero de ahí a  leer sus obras hay una distancia no menor. 

Los profesores, como bien apunta Fisher, deben ser “facilitadores del entretenimiento y, al mismo tiempo, disciplinadores autoritarios. Deseamos ayudar a los alumnos a pasar los exámenes, y ellos desean tenernos como figuras de autoridad, capaces de decirles qué hacer. Pero esta interpelación del profesor como figura de autoridad es justamente lo que exacerba el problema del ‘aburrimiento’: ¿o existe algo cuya raíz esté en la autoridad que no sea, de entrada, aburrido?”.


En tanto el capitalismo posfordista impulsa a ambos padres a tener que trabajar largas horas hasta llegar a su casa agotados, los profesores mal pagos deben ser una suerte de padres sustitutos capaces de instalar en sus estudiantes los protocolos más básicos de conducta, y además proveer el apoyo emocional en jóvenes que en muchos casos están mínimamente socializados.


Los autores “clásicos” suelen no significar nada para los adolescentes, salvo que sus profesores sean realmente talentosos como para transmitir y debatir con sus estudiantes el legado cultural del pasado. Sabemos que, como el sistema exige que los educadores sean poco menos que héroes, no es frecuente encontrarse con profesores tan excepcionales. T. S. Elliot, en La tradición y el talento individual, propuso la existencia de una relación recíproca entre el arte tradicional y “lo nuevo”. Lo nuevo siempre se crea en una relación de diálogo, tensión, discusión y en muchos casos rebelión con lo ya establecido. Lo nuevo se define en respuesta a lo establecido; mientras que lo establecido debe configurarse respondiendo a lo nuevo. Si se rompe ese puente, el agotamiento de lo nuevo nos priva incluso hasta del pasado. Una cultura que sólo preserva lo que existe no es cultura en absoluto.


El crítico cultural inglés Mark Fisher nos recuerda el destino ejemplar del Guernica de Picasso en el film Children of men: si alguna vez fue un aullido lleno de angustia frente a las atrocidades y los ultrajes del fascismo; ahora no es más que una cosa colgada en la pared.


Los estudiantes suelen ser conscientes de que algo anda mal en la sociedad de consumo, pero también sienten que no pueden hacer nada al respecto. El capitalismo ocupa sin fisuras el horizonte de lo pensable. Los libros que critican al capitalismo se comercializan bajo las mismas reglas que impone el capitalismo. Por eso es que algunos dicen que es más difícil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo.


Las palabras “alternativo” o “independiente” no designan nada externo a la cultura mainstream:


“Nadie encarnó y lidió con este punto muerto como Kurt Cobain y Nirvana. En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano. Cobain sabía que él no era nada más que una pieza adicional en el espectáculo, que nada le va mejor a MTV que una protesta contra MTV, que su impulso era un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo esto incluso era un cliché”.



Para ir cerrando el post, les dejo otra cita del gran David Foster acerca de la "diversión":

“Tengo treinta y tres años y la impresión de que ha pasado mucho tiempo y que cada vez pasa más deprisa. Cada día tengo que llevar a cabo más elecciones acerca de qué es bueno, importante o divertido, y luego tengo que vivir con la pérdida de todas las demás opciones que esas elecciones descartan. Y empiezo a entender cómo, a medida que el tiempo se acelera, mis opciones disminuyen y las descartadas se multiplican exponencialmente hasta que llego a un punto en la enorme complejidad de ramificaciones de la vida en que me veo finalmente encerrado y atrapado en un camino y el tiempo me empuja a toda velocidad por fases de pasividad, atrofia y decadencia hasta que me hundo por tercera vez, sin que la lucha haya servido de nada,  ahogado por el tiempo. Es terrorífico.  Pero como son mis propias elecciones las que me encierran, me parece inevitable: si quiero ser adulto, tengo que elegir, lamentar los descartes e intentar vivir con ello".


En otro momento me gustaría retomar esta discusión, cuyas cuestiones se relacionan estrechamente con lo que Fredric Jameson llama "lógica cultural del capitalismo tardío". Por ahora temo, hipócrita lector, que te estoy aburriendo demasiado, y sabemos que aburrir al lector es un crimen imperdonable.


¡Sean felices!


Rodrigo

2 comentarios:

  1. Y decime Diego, ¿hay alguien que no busque el placer?
    ¿El problema es la velocidad y el volumen hedonista?
    El placer por la lectura no puede ser aprendido.
    Reconocer los espacios alrededor de los símbolos es un medio, no un fin; si la serie de conexiones simbólicas que hilvanan un concepto comienza a
    tornarse un embole, el interpretador desespera no sin cierta angustia por falta de desenlace próximo o lejano dentro de la familiaridad de arquetipos reconocidos o pensados, no por rigidez de pensamiento sinó por especulación intelectual de servicio, como andar por senderos insensatos.
    De esta manera, adentrarse en lecturas abstractas y densas es para espíritus aventureros, casi héroes. Entonces esa osadía que nos impulsa también debe regir al momento de evaluar a los prudentes; no podemos condenar a la paloma por no ser halcón.
    La especialización es cosa de insectos, Borges era un erudito y genial escribidor, pero también un gran pelotudo virgo, mamengo y mantenido.
    Amo la literatura mientras le doy un voleo al perro del vecino que garca en mi puerta, la amo mas todavía cuando el vecino me reclama y lo cago a trompadas mientras le explico que le vendría bien leer "El Príncipe" de Maquiavelo o "El arte de la Guerra" de Tsun Tzu.
    Deificar escritores de minuciosos pensamientos preclaros no es sano si mientras tanto no lo acompañás con fragua, yunque, martillo calor y esfuerzo, sangre veloz en las entrañas y copioso raudo sudor corporal, o una compasión hospitalaria, o un acto de justicia, o un cobijo al desamparado, un levante al caído y un proteger al indefenso.
    La cosmovisión y los enredos entre autores, apologetas o detractores esclarecen u orientan tras elaboradas tribulaciones siempre en la insalvable subjetividad, casi casi como esos pibes en donde la urgencia de los tiempos ofrece gratificaciones instantáneas a cambio de decisiones rápidas meditadas a velocidad de la luz.

    Salú


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    1. ¿Quién es Diego estimado? ¡Yo me llamo Rodrigo! Jaja. Abrazo!

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