sábado, 17 de septiembre de 2016

EL LECTOR NO ES MENOS IMPORTANTE QUE EL AUTOR

Las buenas ideas no son las que provocan el asentimiento sino la contradicción; es decir, las que generan nuevas ideas. Respetar demasiado las ideas de un autor, al punto de sacralizarlas, es una forma de olvido que se parece al miedo o a la pereza mental; equivale a afirmar “a esto no lo toco con mi inteligencia”. 

Algunos amigos me dicen "todavía no leí nada de Borges o de Kafka porque les tengo mucho respeto". Me gustaría contestarles que si sus padres se hubieran respetado demasiado, ustedes no habrían nacido.


Virginia Woolf escribió algo que me parece muy esclarecedor: “En su modestia parecen ustedes considerar que los escritores están hechos de una pasta distinta de la suya; que saben más sobre los hombres de lo que ustedes saben. Nunca hubo un error más fatal. Es esta división entre lector y escritor, esta humildad de su parte, estos aires de grandeza de la nuestra, lo que corrompe y castra los libros, que deberían ser el fruto saludable  de una estrecha e igualitaria alianza entre nosotros”.

Paul Valéry fue más allá: “No es nunca el autor el que hace una obra maestra. La obra maestra se debe a los lectores, a la calidad del lector. Lector riguroso, con sutileza, con lentitud, con tiempo e ingenuidad armada. Sólo él puede hacer una obra maestra”.

Obviamente esto es verdad, pero se trata de una verdad parcial. ¿Por qué se dice que “clásico es un libro que nunca termina de decirnos lo que tiene para decirnos”? Porque un gran autor, y todo autor de un texto clásico lo es, deja espacio para la ambigüedad. Las boludeces que escribe Ari Paluch o Paulo Coelho no admiten muchas interpretaciones. Un buen autor deja espacio para que penetre la inteligencia, la ambigüedad, la sutileza, la finura de un buen lector. Es cierto que también hay lecturas de textos clásicos que “taran”, “estupidizan”, "manipulan" la recepción de una obra.


Nicolás, un conocido con quien cada tanto hablamos de estos temas, me recuerda un famoso texto de Barthes, donde se declara la muerte del autor: 

"De esta manera se desvela el sentido total de la escritura: un texto está formado por escrituras múltiples, procedentes de varias culturas y que, unas con otras, establecen un diálogo, una parodia, un cuestionamiento; pero existe un lugar en el que se recoge toda esa multiplicidad, y ese lugar no es el autor, como hasta hoy se ha dicho, sino el lector: el lector es el espacio mismo en que se inscriben, sin que se pierda ni una, todas las citas que constituyen una escritura; la unidad del texto no está en su origen, sino en su destino, pero este destino ya no puede seguir siendo personal: el lector es un hombre sin historia, sin biografía, sin psicología; él es tan sólo ese alguien que mantiene reunidas en un mismo campo todas las huellas que constituyen el escrito. Y esta es la razón por la cual nos resulta risible oír cómo se condena la nueva escritura en nombre de un humanismo que se erige, hipócritamente, en campeón de los derechos del lector. La crítica clásica no se ha ocupado del lector; para ella no hay en la literatura otro hombre que el que la escribe. Hoy en día estamos empezando a no caer en la trampa de esa especie de antífrasis gracias a la que la buena sociedad recrimina soberbiamente a favor de lo que precisamente ella misma está apartando, ignorando, sofocando o destruyendo; sabemos que para devolverle su porvenir a la escritura hay que darle la vuelta al mito: el nacimiento del lector se paga con la muerte del Autor".


Luego de citar a Barthes, Nicolás me da su opinión, con la que estoy mayormente de acuerdo:


“Pero no vine a eso. Estoy leyendo en este preciso momento El último lector de Piglia, aprovecho para recomendarlo con cierto fervor, si todavía no cayó en tus manos. Una pequeña apreciación al respecto: La pregunta que guía la obra es ¿Qué es un lector? Entonces Piglia reconstruye una o varias ideas de lector a partir de una selección personal de escenas literarias que convalidan sus hipótesis de lectura. Digamos mal y pronto que el lector ideal es el que va a los textos en busca de sentido y lo produce, usa los textos como herramientas, los cruza, los mezcla y va tejiendo ficciones que están en el gris entre la realidad y lo ilusorio pero que terminan por "contaminar" la percepción y por lo tanto el "mundo real". Ahora bien, nadie puede ignorar que los ensayos de Piglia son también tejidos de ficciones, supongo que el juego de él es no aclararlo nunca de manera directa. Eso que en principio puede parecer metodológicamente cuestionable, me refiero a la selección discrecional de escenas literarias (casi como el arte de la cita bíblica que cuestionaba Nietszche), en el terreno del ensayo (donde por otra parte la retórica es un argumento más) termina cerrando una espiral interesante: En última instancia el mismo Piglia encarna la idea de lector que está tratando de reconstruir en la obra. El laburo que hace con los textos para dar a entender esa idea, es su intento personal de hacer aquello que por definición asocia al lector ideal descrito. De alguna manera Piglia justifica a Piglia, él se esgrime como su propia prueba, en este sentido me parece que se la juega y es un buen ejemplo de apelación ética como lo llama por ahí DFW, porque de pronto uno nota que tiene en sus manos la potencial evidencia de lo que está leyendo. Un asunto un poco borgeano quizás, para regocijo del propio Piglia.


Para terminar, y si se quiere, para defender una posición que inclina la balanza un poquito para el lado del lector-autor, un buen lector (o lectora, aclaro seguro ya demasiado tarde) podría hacer desastres con la mala literatura de Coelho o de quien sea, aún cuando los usara como ejemplos de literatura automática, o incluso en contra de sí mismos, como ejemplos de lo que no hay que hacer para lograr tal o cual efecto, de basura moderna, o de qué es lo que valora el mercado. Pienso, sin poder decir nada al respecto, en David Foster Wallace enseñando escritura con novelas best seller de dos mangos con cincuenta (la imagen me genera mucha intriga)”.


Por su parte, el amigo Daniel Freidemberg, con quien siempre me gusta mucho intercambiar pareceres porque es alguien sensible y sabio, me dice lo siguiente:


“Si tengo que decir lo que de verdad pienso, no veo que valga la pena "jugarse" por una posición: del lado del lector o del autor. Las dos cosas me parecen ciertas. Y casi todo lo que acá se escribió y se citó, en el post y en los comentarios, me parece cierto, inteligente y necesario. Son dos ángulos distintos desde los cuales ver la cuestión del valor de los textos, y desde los dos nos permiten pensar mejor las cosas. Funcionan a la vez, sin que uno impida el funcionamiento del otro: basta con ponerse en el otro ángulo y ya está.

Agregaría, de todas maneras, algo: hay textos "muy especiales", que proponen cuestiones que a uno jamás se la habrían ocurrido, que "abren la cabeza", que ofrecen nuevas experiencias, que lo llevan a uno a replantearse cosas, que le descubren a uno zonas de sí mismo o posibilidades de su subjetividad que no se le había ocurrido a uno que tenía. Y hay textos que lo hacen y otros que no, así que en esos casos no depende del lector, aunque es cierto que no todos los lectores están en condiciones, aunque sea anímicas o circunstanciales, de asumir bien esas experiencias.


Pero sí rectificaría una cosa: donde Wolf y Valery hablan de "autor" o "escritor" yo hablaría de texto. Y en eso tengo alguna coincidencia con Barthes y Foucault. La cosa no es entre autor y lector sino entre texto y lector. El autor me interesa sólo como resultado del texto, adaptando eso que decía Raúl Gustavo Aguirre: "es el poema el que hace al poeta, no a la inversa". Qué pueda o quiera el autor no importa realmente, lo que importa es lo que hizo con palabras ahí, en el papel o en el espacio digital. A mí, al menos, me pasó muchas veces, y sé que es algo que le pasa a mucha gente que hace literatura: puesto a escribir, salen cosas que ni se me habían ocurrido, y muchas veces mis propios textos me permitieron ver cosas que yo no sabía, al menos conscientemente. Y no porque sea un genio o porque me inspire Dios o alguna musa, sino porque eso es lo que ocurre en el proceso de escritura. Dije más de una vez, y lo digo en serio, que mi escritura es bastante más inteligente, más sensible y más sabia que yo”.

Por mi parte adhiero tanto a las ideas de Daniel como a las de Nicolás. Creo que es totalmente cierto que uno no tiene algo que decir antes, y luego escribe en base a esa intención, sino que descubre lo que tiene para decir mientras lo dice.


Un albañil puede habitar la casa que construye, un carpintero sentarse sobre una silla que él mismo armó a su gusto y medida. En cambio, un autor en cierta forma NO PUEDE ser lector de su obra. Si un escritor pretende agregar un sentido nuevo a sus propias palabras, lo que debe hacer es escribir una nueva obra, o re-escribirla.


Respecto de lo que dijo Nicolás, me parece que sí, que un lector perspicaz puede hacer una interpretación interesante a partir de un libro malo; sin embargo, lo que estaría haciendo ese hipotético lector perspicaz es usar textos de Paulo Coelho o Ari Paluch como disparadores para explicar lo que NO hay que hacer; como contra-ejemplos de una obra auténticamente importante o como síntomas de lo que puede llegar a ser la estupidez o la trivialidad.

Y cierro esta breve digresión con una cita de Roland Barthes que me parece esencial: "Una obra es eterna no porque impone un sentido único a hombres diferentes, sino porque sugiere sentidos diferentes a un hombre único".

¡Sean felices!

Rodrigo

5 comentarios:

  1. Qué tal Rorigo. Nicolás acá, iba a responder esto en fb pero se está haciendo largo. No hace falta decir que no podría disentir con lo que han dicho y advierto, acá no voy a agregar mucho. Pero cuando especulaba con "inclinar la balanza" hacia el lector estaba pensando en que no puedo imaginar a un autor que no sea lector (es decir que la lectura no sea condición necesaria antes de, y posiblemente durante, la escritura), pero no me cuesta nada imaginar (porque se trata supongo de la mayoría) a un lector que no es autor, y no me refiero solamente al que no dedica tiempo a escribir (y a tratar de publicar), sino también al que no adopta esa impostura a la hora de leer, es decir, no lee pensando en cómo ha sido escrito lo que está leyendo, no adopta la mirada metodológica del que entiende que eso que lee es una artilugio y trata de desentrañar la manera en que opera la forma y cómo ha sido estructurado el argumento (con miras eventualmente a crear algo así). Lo importante es que nada quita que este (otro) lector no esté buscando o aprendiendo otra cosa.

    Como decían ahí arriba, los sentidos o las interpretaciones proliferan en el lector aún cuando el escritor haya creado las condiciones, pero digamos que también proliferan ahí los usos (no está desconectado de lo otro, claro). Obviamente en última instancia la literatura se usa en tanto experiencia en sí misma, pero también, en la medida en que se proyecta sobre el mundo. Y entonces aparecen los usos, ejemplo cualquiera: la enseñanza (tanto por el contenido como por el desarrollo de esas habilidades y recursos):

    Hay uno de estos ejemplos puntuales que me parecía interesante destacar y de paso recomiendo otra obrita que me pasaron y me gustó (quizás en parte porque estudié economía y me significa bastante el intertexto, pero igual). La obra es “Justicia Poética” de la prolífica filósofa norteamericana Martha Nussbaum. Una muy mala síntesis mía va a aclarar un poco el ejemplo: La literatura (puntualmente ciertas obras) sirve, en este recorte, en la medida en que desarrolla una capacidad de empatía e identificación en el lector y le plantea conflictos de interés éticos que lo llevan a reflexionar sobre la condición humana, todo esto a partir de la descripción y la invitación a imaginar la vida en contextos sumamente variados (y sobre todo difíciles) con los que no está en absoluto familiarizado. Hasta aquí nada nuevo bajo el sol. Obviamente, aclara, no es un sustituto de otras disciplinas o del laburo de campo o de lo que sea, sino un complemento, interesante justamente por una de sus especificidades: el lenguaje (potencialmente) se utiliza para involucrar emocionalmente y es exactamente ese tipo de implicancia lo que escasea cada vez más en un mundo crecientemente utilitarista / economicista / estupidizado. De ahí que la literatura sea para Nussbaum una herramienta sumamente importante para quienes laburan en la esfera pública y tienen la potestad para modificarle la vida a otros, y más específicamente para los juristas donde el paradigma del law and economics y otras cuestiones cientificistas del estilo empiezan a tener cada vez más peso. Claro que no es una visión demasiado heterodoxa, pero Nussbaum, de la facultad de filosofía de Chicago, cuestiona y relativiza el lugar de las frías ecuaciones del law and economics y el sesgo utilitarista de sus vecinos los Chicago Boys. Su principal herramienta (entre otras): Tiempos Difíciles de Charles Dickens.

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    1. ¡Gracias por el comentario capo!! Abrazo grande!

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    2. De nada che, me gustaría ser más capo para seguirles más el paso. Me queda picando eso de tus amigos que no leen a Kafka o Borges por respeto. Eso no es respeto, es una forma pelotuda de la solemnidad. Además, creo que si supieran quiénes eran Kafka y Borges dejarían de respetarlos inmediatamente y se pondrían a leerlos. Les recomendaría los diarios y la correspondencia de Kafka (que por otra parte sólo he picoteado), que te pintan a un tipo por momentos verdaderamente insufrible, toda la capacidad empática se le va a uno al demonio y quiere ir a cachetearlo y a decirle que no sea tan tremendamente momo. Obviamente todas estas escenas, puestas en contexto y ordenadas mágicamente por algún crítico, no hacen más que acrecentar el mito de su genio y para algunos (y me incluyo) desmitificarlo y evidenciarlo en otros términos! por más inconsistente que suene. Lo mismo hay lecturas de Borges que, sin que represente ningún desmerecimiento, desmitifican con argumentos interesantes la visión del erudito inescrutable que todo el mundo compra. Se me viene a la cabeza Alan Pauls diciendo que la recurrencia de la alusión a las Enciclopedias en la obra de Borges muestra justamente su debilidad por esas formas procesadas, masticadas, resumidas, estandarizadas, de conocimiento express para el gran público, que pueden ser de gran utilidad (y son) para los inventores de ficciones, pero que de ninguna manera serían suficientes para un "verdadero erudito" que no podría evitar ir siempre, todo el tiempo, a las fuentes primarias.

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  2. El escritor es cocinero, el lector un comensal.

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    1. Mmm depende del lector y del autor. Yo creo que la crítica literaria es, o puede ser, invención, creación, arte. Obvio que no es lo más común.

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