martes, 12 de enero de 2016

ALGUNAS CUESTIONES PREVIAS SOBRE LA LITERATURA Y LA EXPERIENCIA

Como sugerí en otro post, siempre me han parecido admirables las personas que saben narrar una anécdota con gracia: esos hombres o mujeres capaces de mantener la atención de sus oyentes con frases que parecen tener una virtud hipnótica. 

Creo que la literatura nos permite ensanchar la experiencia, aunque existan infinitas fuentes de donde extraer historias para ser narradas. "Los dioses tejen desventuras para los hombres, para que las generaciones venideras tengan algo que cantar", dicen que decía Homero.  

También podría decirse que Madame Bovary contada por un necio es una historia pobre, mientras que si nos la narra Flaubert se convierte en una obra maestra. "Es todo cuestión de forma, estructura, tono y ritmo", diría Javier Cercas

En un ensayo que se hizo famoso -o por lo menos todo lo "famoso" que puede llegar a ser un ensayo filosófico complejo- titulado Experiencia y pobreza, Walter Benjamin dijo que durante la Primera Guerra Mundial los hombres "volvían mudos del campo de batalla", y añadía "no enriquecidos, sino más pobres en cuanto a experiencia comunicable". El lenguaje requiere, para lograr comunicar a los seres humanos, que éstos tengan experiencias compartidas: el aroma del café es un misterio para una persona que siempre careció de olfato, el color violeta o el rojo no significan nada para un ciego de nacimiento.

En un capítulo de un libro muy recomendable(1), Carlos Gamerro cuenta que cuando estaba escribiendo su novela Las islas, que entre otras cosas narra la Guerra de Malvinas, decidió documentarse entrevistando a ex combatientes:

"Mi descubrimiento personal fue que los soldados volvían de Malvinas no mudos sino lacónicos. Me miraban como si supieran de antemano que yo no iba a entender, que las mismas palabras significarían, para nosotros, cosas diferentes. Entre ellos, en cambio, se entendían perfectamente. Cada palabra que usaban, como 'frío', 'pozo de zorro', 'balas trazadoras', 'bombardeo naval', desbordaba de paisajes, situaciones y vivencias definidas y precisas, infinitamente ricas y sugerentes, aterradoras, intolerantemente vívidas. Uno de ellos las pronunciaba; los otros asentían, generalmente mudos. Para hablar conmigo, todas las palabras parecían insuficientes; para comunicarse entre ellos, las palabras eran casi innecesarias: lo mismo valían los silencios y los gestos".

Estas dudas que plantea Gamerro son legítimas. Por ejemplo: ¿hasta qué punto un sociólogo, que no ha vivido la experiencia de ser pobre, puede conceptualizar la pobreza mejor que alguien que la vivió? En lo personal creo que muchas veces se da la paradoja de que quienes viven experiencias límite no siempre suelen tener la capacidad de poner en palabras lo que sienten; y quienes saben expresar lo que les pasa, a menudo carecen de experiencias interesantes, al menos por fuera de las experiencias "literarias".


Como sea, los encuentros que tuvo con los ex combatientes le sirvieron a Gamerro para infundirle confianza en su relato:

"Tuve una intuición, en ese momento. Sentí que ellos no necesitan hacer real esa experiencia mediante el lenguaje. Yo, el que no estuvo allí, yo, el que nada ve y el que nada siente ante esas pobres palabras en que destila todo lo que vieron y vivieron, me veo obligado a construir esa experiencia con ellas; debo hacerla verdadera para mí, primero, y si lo logro, hay una buena posibilidad de que logre hacerla verdadera para mis lectores; y quizá, quién sabe, verdadera, de modos nuevos, incluso para ellos, los que estuvieron. Ése fue mi primer descubrimiento, obvio tal vez, pero una de esas verdades que sólo valen si uno las descubre por su cuenta: que la pobreza de la experiencia puede ser suplida por la riqueza de la imaginación y, sobre todo, por el trabajo de la escritura; que no siempre el que ha tenido la experiencia vivida será el que mejor la cuente, o quizá, que la experiencia de escritura es, de modo diverso, tan válida como la vida".


Tomo un ejemplo al azar, relatado por Fernando Pessoa bajo el semi-heterónimo de Bernardo Soares:


"Soy un alma de esas que las mujeres dicen amar, pero a las que nunca reconocen cuando encuentran; una de esas que, si ellas las reconociesen, ni aun así las reconocerían. Sufro la delicadeza de mis sentimientos con una atención desdeñosa. Tengo todas las cualidades por las que son admirados los poetas románticos, incluso esa falta de cualidades por la cual se es realmente poeta romántico. Me encuentre descripto (en parte) en varias novelas como protagonista de enredos varios; pero lo esencial en mi vida, como de mi alma, es no ser nunca protagonista".

¿Quién no se sintió reflejado, al menos en parte, en este fragmento? Sin embargo no todos tenemos la capacidad de transmitir ese sentimiento como puede hacerlo un poeta como Pessoa.


Más adelante me gustaría retomar y completar mejor este posteo, retomando muchas de las intuiciones del amigo Gamerro. Por el momento lo dejo así como está. Estoy de vacaciones y me voy a tomar unas cervezas con mis amigos. 

¡Sean felices!

(1) Gamerro Carlos, Facundo o Martín Fierro: los libros que inventaron la Argentina, Sudamericana, Buenos Aires, 2015.

6 comentarios:

  1. Lindo vehículo de anécdotas es la cerveza. Salú.

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  2. "En lo personal creo que muchas veces se da la paradoja de que quienes viven experiencias límite no siempre suelen tener la capacidad de poner en palabras lo que sienten; y quienes saben expresar lo que les pasa, a menudo carecen de experiencias interesantes, al menos por fuera de las experiencias "literarias""

    Una cuestión muy interesante. David Foster Wallace lleva esta cuestión más allá en su artículo sobre Tracy Austin. El contexto es totalmente diferente(básicamente se trata de su decepción luego de leer una autobiografía de la tenista Tracy Austin que, digamos, logró lo que él no pudo lograr). Lo interesante es que DFW no se queda en la cuestión de la capacidad de articulación de un lenguaje expresivo luego de vivir una experiencia impresionante (mutismo), sino que plantea un dilema mucho más cruel: podría suceder que no se haya contado ex-ante con la capacidad de realmente captar (sentir) la experiencia (ceguera), o por lo menos de captarla como la captaría en este caso él (escritor hiperperceptivo capaz de disociar la realidad como pocos) de tener la posibilidad de vivirla. Deja planteado, entonces, una especie de trade off entre aprovechar el tiempo para vivir experiencias y usarlo para algo así como el entrenamiento perceptivo, emocional y la adquisición de categorías para pensar y plasmar esas experiencias. Entonces, la paradoja estaría en que no tener la "capacidad de percepción" podría ser hasta un requisito para resultar exitoso en las pruebas que exigen una gran frialdad mental y control emocional —como podrían ser sobrevivir en una guerra o ganar un partido de tenis, aquí el paralelismo un poco tirado de los pelos con el planteo de la cita— desde el momento en que la propensión a reflexionar o "sentir demás" desconcentra y hace que uno pierda de vista el objetivo máximo (sobrevivir o ganar) dando paso a la inseguridad o perdiéndose en digresiones filosóficas (como este blog, ja). Lo mismo, exactamente al revés, sería el dilema del escritor.

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    1. Muy buen aporte Nicolás, ¡gracias! Tengo toda la obra de DFW, aunque no la leí entera. Voy a buscar el relato al que hacés referencia.
      Abrazo de gol!

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    2. Joya. El artículo está en Hablemos de Langostas, asumí que lo tenías porque venís publicando cosas de ahí. Te sigo en fb desde hace unos días. Muy bueno el laburo! Saludos

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