jueves, 17 de septiembre de 2015

EL SUICIDIO DE FABIÁN POLOSECKI

“Hay algo peor que la angustia de la página en blanco. Algo peor que no tener ninguna historia que contar: es haber oído demasiadas, y no poder olvidarlas”. (Fabián Polosecki, 1964-1996).

Según el escritor chileno Roberto Bolaño, en América latina tenemos la peor clase dirigente, varios de los peores escritores y los peores capitalistas. Sin embargo, Bolaño añadía que "hemos tenido los mejores suicidas".

En 1981, Rodrigo Lira se quitó la vida, y en su nota  final nos legó una broma macabra: dijo que se fue del mundo en protesta por la reciente subida del pan, o del azúcar. Se metió en una bañera llena de agua caliente, y se cortó las venas. 

"Para los suicidas de bañadera, la muerte no llega de súbito, sino lentamente, pues el suicida tiene mucho tiempo para pensar, para recordar los buenos y malos momentos, para despedirse mentalmente de los seres queridos u odiados, para recitar de memoria algún verso, para llorar. En el caso de Rodrigo Lira, quizá pueda decirse que tuvo tiempo para reírse de sí mismo y del mundo".

También podríamos recordar a Alfonsina Storni adentrándose en el Río de la Plata, o a Violeta Parra, descerrajándose un balazo junto a la carpa donde cada noche se arrancaba el alma aullando por las penas de su continente más amado, si es que se puede amar a un continente. Es curioso el caso del escritor Jorge Cuesta, mexicano y homosexual, quien antes de meter la cabeza en una bolsa se emasculó y clavó sus testículos en la puerta de su dormitorio, como un último regalo no correspondido.

Los argentinos también sufrimos el suicidio de Alejandra Pizarnik, siempre tan melancólica, o el del Negro Olmedo, quien cayó al vacío luego de hacer equilibrio en el borde de un balcón en Mar del Plata. Afortunadamente han existido intentos fallidos, como aquél de 1934, cuando un Borges de treinta y cinco años - desesperado de infelicidad- intentó infructuosamente quitarse la vida en un hotel de Adrogué.

Tuvimos suicidios ridículos, tristes, reflexivos, fracasados, desesperados -casi una obviedad-, poéticos y valientes.

Un 3 de diciembre de 1996, justo un día antes de mi cumpleaños, Fabián Polosecki se arrojó debajo de un tren, recordando la confesión que uno de sus entrevistados -maquinista ferroviario- le había hecho: el tipo le contó que había visto muchas personas que se arrojaban a las vías del tren en una zona particular de la estación de Santos Lugares, y ahí fue donde "Polo" decidió terminar con su vida.

Lo cierto es que a Polosecki se lo extraña, porque personajes como él no existen en la televisión de hoy, tan llena de ruido vacío, tan plagada de periodistas que se sienten más importantes que el entrevistado...

Aquellos que lo hemos visto destacamos su capacidad extraordinaria para preguntar lo justo, crear un clima de confianza y hacerse a un lado, dejando la palabra al otro. Era un entrevistador genuinamente curioso e interesado por las vivencias ajenas: preguntaba siempre lo que a él le interesaba, sin ningún tipo de demagogia hacia los potenciales espectadores.

En fin, hoy tenía ganas de recordar a Fabián Polosecki.

(Texto publicado en la Florencio Varela Review of Books en su edición de enero de 2009).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario