sábado, 5 de noviembre de 2016

CUANDO EL DOLOR NO LE ALCANZABA A BORGES PARA ESCRIBIR EL POEMA

Instintivamente sentimos que el dolor es una experiencia más intensa que la dicha. La felicidad es un fin en sí mismo, una cumbre a la que no es necesario agregar nada, ni una línea ni un acorde; en cambio, la desventura requiere ser transformada en algo distinto, y por eso no suele haber tanta poesía sobre la felicidad.

“No la toques más, que así es la rosa”, diría Juan Ramón Jiménez. Así también suele ser la felicidad.

En la foto podemos ver a Jorge Luis re loco, luego de haberse fumado un caño con Bioy Casares(?).

En Mateo, XXV, 30, Borges dice:

“En vano te hemos prodigado el océano,/ En vano el sol, que vieron los maravillados ojos de Whitman;/ has gastado los años y te han gastado./ Y todavía no has escrito el poema”.

En una charla radial con Antonio Carrizo –donde también estaba el diplomático Roy Bartholomew-, Borges confiesa que la noche anterior lo había dejado una mujer, y sintió remordimiento por no haber aprovechado esa desdicha para transformarla en un gran poema:

“Es un incidente que se repite en mi vida. Y tienen razón, sin duda. Me había dejado una mujer y yo salí a caminar… Llegué a Constitución y tuve esa especie de revelación. En aquel momento. Una especie de éxtasis. Al día siguiente escribí el poema. Pero ese poema sale de una experiencia desdichada. Y luego pensé: ‘Me han dado todo, me han dado la desdicha esta tarde,  y sin embargo eso no me convierte en un gran poeta’. En un poeta, digamos. Yo tuve ese remordimiento. Yo creo que ese poema tendría que imprimirse en la última página de cualquier libro mío”. 


El título alude al remordimiento de la “Parábola de los talentos”, de San Mateo, donde hacia el final se dice:

“Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el crujir de dientes”.

Les dejo el poema completo, porque los quiero y porque se lo re merecen:


El primer puente de Constitución y a mis pies
fragor de trenes que tejían laberintos de hierro.
Humo y silbidos escalaban la noche,
que de golpe fue el Juicio Universal. Desde el invisible horizonte
y desde el centro de mi ser, una voz infinita
dijo estas cosas (estas cosas, no estas palabras,
que son mi pobre traducción temporal de una sola palabra):
—Estrellas, pan, bibliotecas orientales y occidentales,
naipes, tableros de ajedrez, galerías, claraboyas y sótanos,
un cuerpo humano para andar por la tierra,
uñas que crecen en la noche, en la muerte,
sombra que olvida, atareados espejos que multiplican,
declives de la música, la más dócil de las formas del tiempo,
fronteras del Brasil y del Uruguay, caballos y mañanas,
una pesa de bronce y un ejemplar de la Saga de Grettir,
álgebra y fuego, la carga de Junín en tu sangre,
días más populosos que Balzac, el olor de la madreselva,
amor y víspera de amor y recuerdos intolerables,
el sueño como un tesoro enterrado, el dadivoso azar
y la memoria, que el hombre no mira sin vértigo,
todo eso te fue dado, y también
el antiguo alimento de los héroes:
la falsía, la derrota, la humillación.
En vano te hemos prodigado el océano,
en vano el sol, que vieron los maravillados ojos de Whitman.
Has gastado los años y te han gastado,
y todavía no has escrito el poema.

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