miércoles, 31 de agosto de 2016

EL ALBAÑIL Y EL FILÓSOFO

A lo largo de mi vida he conocido muchos alcohólicos, y sé cómo se transforman en expertos en engañar a la gente que los quiere, inflingiéndoles un dolor que no pueden remediar.

Los alcohólicos suelen tomar menos para olvidar las cosas malas que han pasado que por la consciencia de no poder revivir los escasos momentos de felicidad en que se sintieron plenamente vivos. Cuando beben alcohol se toman la tristeza, la esperanza, la soledad, la impotencia, la bronca, el recuerdo de instantes que saben irrepetibles...


Casi todas las personas medio estúpidas, medio ignorantes o medio aburridas, suelen ser más estúpidas, más ignorantes o más aburridas cuando están alcoholizadas, o cuando se encuentran bajo el efecto de alguna droga. Sin embargo existen borrachos que además son filósofos. Los he visto en bares y esquinas de mala muerte, cuando vivía en Wilde.


En uno  de los capítulos de su hermoso libro Hasta que puedas quererte solo, titulado justamente "El albañil y el filósofo", Pablo Ramos narra la historia de su amigo Rolando:


“La gente, la misma que monopolizó la palabra ‘diversión’ y la llevó de la flexibilidad de lo diverso a la dureza simplista de lo que es entretenido, de lo que distrae, transformó para siempre el viejo valor de lo distinto en una oda a  la estupidez, a la liviandad, a la tontería. La gente normal se divierte con los borrachos, y disfrazan de sonrisa esa mórbida mueca de saña maliciosa que llevan en el alma. La gente normal alienta siempre el espectáculo del borracho, hasta que, saciados de carroña, se van sin ver el final. El único y repetido final de carrera para el borracho. Muchas veces lo vi. Será  por eso que quiero tanto a los borrachos, y desconfío enormemente de esas personas que ocupan su lugar en una de las tantas filas de los tantos teatros hipócritas en que han convertido el don de vivir”.


Me identifiqué mucho con el libro de Pablo -no sólo porque geográficamente sus páginas hablan de zonas que yo he visto y sentido desde que tengo memoria, como Villa Domínico, Wilde, el cementerio de Avellaneda, Sarandí-;  sino también porque varios de los personajes de los que habla su libro se parecen a gente que he conocido.


La historia que más me gustó, como ya habrán notado, fue la de su amigo, el “albañil filósofo”:


“Su madre, alcohólica feroz, le ocultó el embarazo a su marido durante los nueve meses. Por supuesto que el marido también bebía un poco, y poco miraría a su mujer, porque no se dio cuenta de nada. ‘Hacía uso de ella, dejaba la plata y se iba’, es lo que me dijo, una noche, el mismo Rolando”.


Cuando finalmente la madre le dijo al padre de Rolando que el bebé que estaba mirando en ese momento era hijo suyo, lo arrojó por la ventana: 

“Rolando atravesó el vidrio y cayó arriba de un ligustro, o de un ángel disfrazado de ligustro. El marido molió a golpes a su mujer, la usó y luego se habrán amigado y bebido y golpeado y vuelto a amigar y a usar y a beber. Porque se olvidaron del chico. La que no se olvidó fue una vecina, que lo vio ‘volar’ y lo tomó como una señal del Cielo”.


La madre “verdadera”, quien curiosamente se llamaba Piedad, murió de repente, cuando Rolando contaba con sólo dieciséis años. Pablo cuenta que aprendió el oficio de albañil, que leía libros y que  era un filósofo auténtico, aunque muchos de los que lo miraban beber con cierta sorna y desprecio, no lo notaron nunca:


“Su veneración por los libros y por la inteligencia, un hermoso pudor sensual hacia las mujeres, un respeto sublime a quien le diera trabajo y esa base ontológica sólida como una roca que era su convicción de que vivir es servir al otro. Voluntario en todo, siempre primero a la hora de hacer algo, siempre temprano, sin quejas, sin exigencias”.


Mi vieja es igual, aunque su hijo es más egoísta. Como Rolando, mamá vive para los demás. Su madre, mi abuela materna, también era así. Se llamaba Margarita, y enviudó, con cuatro hijos, cuando mi vieja tenía dos o tres años. 

Mi abuela Margarita tuvo que trabajar casi toda su vida de costurera. Eso no le impidió alojar a dos de sus muchos hermanos, ya grandes y habitualmente borrachos, en el patio de su casa en Gualeguaychú: Valentín y Bolón. Nunca supe cómo se llamaba mi tío Bolón, porque siempre lo llamé “Bolón”. 

En fin, volviendo al libro de Pablo, me encantó la parte en que cuenta acerca de la veta “filosófica” de Rolando:


“Rolando terminaba de trabajar y se dedicaba concienzudamente a beber hasta  emborracharse. Y ya borracho se ponía a hablar de manera maravillosa. Hablaba de temas existenciales, en el bar, para un público indiferente y mezquino. Muchos de los adictos o los alcohólicos que conocí fueron seres mezquinos y obsesivos que en lo único en que pensaban era en cómo conseguir la próxima dosis o en el próximo trago. Rolando no. Rolando hablaba borracho, pero no como borracho. Hablaba como un filósofo. El problema es que el habla de un filósofo se parece mucho a la de un borracho. Entonces muy pocas personas, o casi ninguna, se daban cuenta de la diferencia. Y eso me causaba a mí una bronca descomunal”.


El autor narra cómo Rolando le hizo la casa a su verdadera madre y a su madre “paridora”, que no lo quiso nunca. Su madre biológica muere de delirium tremens, y el padre de cirrosis. Irónicamente, el albañil que construyó casas hasta para una “paridora” alcohólica que jamás lo amó, murió sin casa propia.


Pablo lo recuerda con un amor que, se nota, debe haber sido infinito:


“Él mismo me contó su vida en unas pocas noches en las cuales, sobrio, me habló de su infancia, de sus amores, de su ilusión. Rolando dejó de tomar sobre el final, doblegado por la cirrosis. Pero nunca se arrepintió de nada. Dios era para él El Barba, igual que para el Diego. Rolando me dijo que todos los días él le hablaba a El Barba, y que le pedía por nosotros, porque nos veía preocupados, o solos, o tristes, y sobre todo le pedía que sucediera algo que nos hiciera entender que la droga nos estaba destrozando.

Él no tenía casa, se estaba muriendo y le pedía por nosotros. Rolando muchas veces nos mostró el camino del bien, o sea, se detuvo a decirnos en la cara, en cualquier circunstancia, que lo que estaba bien era mejor que lo que estaba mal”.

La foto que ilustra el post es del verdadero Rolando. La tomé prestada del blog de Pablo: acá tienen el link.


Le tengo afecto a Pablo, aunque nos conocemos muy pero muy poco, y no tengo demasiadas ganas de hacer una "crítica literaria". 

En términos generales, coincido con la muy buena reseña que Damián Huergo escribió para Página 12, y puedo decir que el caso de Pablo tiene algunas similitudes con algunos "escritores malditos", por aquello del "reviente" y las drogas. Sin embargo, él fue primero alcohólico antes de saber que iba a ser escritor. La escritura le permitió ahuyentar sus demonios, aplacar la ferocidad y lograr, por momentos, la ansiada "ternura".

Coincido con Huergo cuando destaca como Ramos, al igual que sus admirados Hemingway y Cheever, rastrea la ternura dentro de la desesperación, de la violencia, de la incomunicación, de la "ferocidad".

¿Y cuáles son los autores que le gustan a Pablo? De lo poco que recuerdo de nuestras charlas, podría nombrar a Borges, Raymond Carver, John Cheever, John Gardner, Chejov, Charles Bukowski, Abelardo Castillo, Sartre, Carl Gustav Jung...

2 comentarios:

  1. Que la educacion no te aleje del otro del escuchar, ni de intentar algo nuevo algo que no te hayan explicado o hayas visto en un libro, el teatro de la vida tiene mas historias.
    ademas fuiste por unos dias albañil. mecanico, vendedor, campesino solo el reencarno sin morir muchas veces, entiende
    una sola pequeña y encerrada vida no basta el genio solo lo es fuera de su botella. EL MATEMATICO LOCO
    QUE APRENDIO FISICA CUANTICA GENERALIZANDO REMOLINOS BIDIMENCIONALES A TRIDIMENSIONALES Y MAS DIMENCIONES LLEVANDOLAS A TENSORES Y GRUPOS LINEALES MIENTRAS FREGABA PIEZAS INDUSTRIALES DE PLASTICO,
    EL FRACASO TE SACA DEL LUGAR COMODO Y TE OBLIGA A SEGUIR.
    TODO EL MUNDO QUE APRENDIO A LEER E INTERPRETAR TEXTOS EN LA PRIMARIA TIENE UN UNIVERSO FRANKLIN, EDINSON FARADAY SARMIENTO CICARE QUINQUELA MARTIN MAS MUCHOS PINTORES MUSICOS Y ESCRITORES SON EJEMPLOS
    LA EDUCACION ESTA MAL PORQUE NO ENSEÑAN BIEN A LEER, INTERPRETAR TEXTOS, Y AMAR NUESTRA AUTOCONSTTRUCION, LA REALIDAD ES UN COMPLICADO HIPERTEXTO, POR ESTO ES QUE DESPUES SI NO LA TENES CLARA NO HAY TITULOS QUE TE HAGAN UN VERDADERO PROFECIONAL. EL MATEMATICO LOCO

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    1. ¿Conociste al Rolando verdadero? ¡Qué comentario te mandaste anónimo! No estoy seguro de haberlo entendido pero gracias por pasar!

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