domingo, 28 de agosto de 2016

LA JAURÍA

“En primer lugar, la jauría tiene miedo. Es algo que tendemos a olvidar cuando la vemos tan furiosa, tan feroz, tan hambrienta y briosa. (…) Creo que los hombres no serían tan malvados si no les habitara, en principio, un miedo cerval, incoercible, animal. (…)Siempre hay un motivo para pensar que los malvados son, en principio, gente asustada. Hay motivo, primero, porque es exacto: tienen miedo, confusamente, de la vida, de la muerte, de sus fantasmas, del niño muerto que llevan dentro y cuyo cadáver transportan, de la maldad ajena, de su soledad personal, de sus deseos, de sus no-deseos, de sus debilidades ocultas y que ningún libro ha sondeado, de su porción de locura o de su conformismo, de su mediocridad sin remedio y de sus ambiciones fracasadas, de la guerra de todos contra todos o del descanso eterno al que, al final de los finales, se saben condenados.

(…) La jauría, en segundo lugar, es débil. 

¿Por qué débil?

Primero porque tiene miedo; véase más arriba.

Pero sobre todo porque la mueve la envidia, la burla, el resentimiento, el odio, el rencor, la maldad, la cólera, la crueldad, el escarnio, el desprecio, todo lo que Spinoza llama las pasiones tristes y de las que ha demostrado, de una vez  por todas, que no dan fuerza sino debilidad; que no son signo de poder sino de impotencia; que disminuyen el ego; que reducen su capacidad de actuar; que le debilitan profundamente; que le confieren una perfección menor y una belicosidad de segundo orden.. (…) Es algo físico, no moral. Mecánica del cuerpo y de los afectos. Wittgenstein decía que el déspota comparte con el cura el ansia de infundir en sus súbditos las pasiones tristes, es decir, serviles.

(…) Entre el que vive del resentimiento, intoxicado por el talante rencoroso, alienado por su melancolía y su mala sangre, y el que, no tanto por virtud como por carácter, por autodisciplina, o simplemente porque tiene algo mejor que hacer (…), llega a huir de ese círculo de pasiones tóxicas, la relación de fuerzas es muy sencilla. El segundo triunfa sobre el primero, una vez más por motivos de pura mecánica emocional. La alegría te hace inteligente y fuerte; la maldad es un veneno y este veneno, más o menos a largo plazo, mata.

(…) La jauría, en tercer lugar, es idiota.

No digo que nosotros seamos especialmente inteligentes. Tenemos nuestras vetas de idiotez, por supuesto (…) ¡Pero la jauría es tan estúpida! ¡Tan previsiblemente estúpida! Es como un animal grande y zoquete que no ve más allá de la punta de su hocico. Y hace falta tan poco, en el fondo, para trastornarlo, desquiciarlo, sacarle de sus radares, desorientarlo, eludirlo…

Una máscara, por ejemplo. Una identidad prestada o confeccionada. Una pista falsa”.

Coincido básicamente con esto que Bernard-Henri Lévy le escribe a Michel Houellebecq, independientemente de hasta qué punto le hace justicia al trato que los medios franceses les dan a ambos. Agregaría que buena parte del discurso masivo y tóxico de los medios de comunicación alimenta ese espíritu de jauría.

Sin embargo, me hago una pregunta: ¿qué ocurre con la felicidad del malvado para quienes no creemos en la justicia divina? No estoy seguro de que maldad e infelicidad vayan juntas, ni de que la bondad necesariamente te haga más feliz.

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