lunes, 6 de abril de 2020

DIGRESIONES EN DÍAS DE CUARENTENA: ALGO MÁS ACERCA DEL AMOR

Decíamos hace unos días que todo ser humano es, antes que nada, el deseo que de él/ella tuvo otro ser humano. En cierto modo, si nos pasamos de rosca mientras nos entrevista Fantino y nos llamamos Gabriel, podríamos decir que las madres empiezan a desear a sus hijos desde que juegan a las muñecas cuando son niñas.

Por otro lado, los bebés humanos, ni bien nacen, no son capaces de sobrevivir sin el reconocimiento y la mirada de otro sujeto.

Gabriel Rolón –sí wachines, leo a Freud, a Kafka, a Wittgenstein y también a Rolón, ¿algún problema?- recordaba una anécdota de Federico II de Prusia cuando quiso formar un ejército de soldados sin debilidades, fuertes y libres de temores. “Entonces mandó construir un lugar donde los recién nacidos serían bien alimentados y cuidados pero no recibirían ni el menor gesto de ternura, dado que pensaba que eso debilitaba el carácter. Los enfermeros cumplieron minuciosamente el trabajo que les encargó el rey. El resultado del experimento fue que todos los niños murieron”.

Somos seres frágiles, necesitados de afecto y cuidado a quienes una mierdita microscópica insignificante como Jorge Coronavirus puede hacernos ir a mirar las flores del lado de las raíces.

Un mamífero en la selva –gacela, búfalo, cebra -sale del vientre de la madre, asoman sus dos patitas, lo terminan de expulsar y luego de un instante se pone de pie y al rato está trotando en la hierba. Su instinto y constitución biológica lo preparan rápidamente para valerse relativamente por sí mismo, de lo contrario está condenado a que, más temprano que tarde, un depredador se lo coma.

Los animales están destinados a la especialización: algunos nadan muy bien, otros corren rápido, otros vuelan, son capaces de respirar bajo el agua, hacen agujeros en el suelo o cazan con el pico. Ese es el motivo por el cual las especies animales mueren cuando les cambia el ecosistema, porque no se pueden adaptar.

Los seres humanos, en cambio, “venimos al mundo con un buen hardware, del que nos ha previsto la naturaleza, pero no tenemos un programa establecido, tenemos que procurarnos un software para orientar nuestras acciones sociales”. (F. Savater dixit).

No podemos correr como un guepardo ni nadar como un delfín ni somos capaces de matar animales grandes con nuestras propias manos como puede hacerlo un león o una pantera. Sin embargo podemos hacer varias cosas a la vez: nadar, correr, trepar a los árboles, tocar el piano, componer una canción o diseñar y construir armas para matar a leones, delfines, guepardos, panteras e incluso otros seres humanos. 

¿Qué estoy intentando decir con esto? ¡Que somos animales indeterminados, programados para aprender eternamente! El olfato de un perro es mucho más fino para distinguir algo que alimenta de algo que envenena. A nosotros el instinto y el olfato nos sirve de mucho menos. 

"No existe una escuela que enseñe a vivir", cantaba Charly García en Desarma y Sangra: no tenemos un manual ni un programa que nos permita amar de la manera adecuada para evitar el sufrimiento! Los esfuerzos de Stamateas están destinados al fracaso, aunque a él lo lleven al éxito.

A mí juicio, los estudios de Freud aciertan cuando sugieren que en el terreno amoroso nadie sabe, quiere ni decide con absoluta libertad. No hace falta haber leído ni medio libro de psicoanálisis para darse cuenta hasta qué punto el encuentro amoroso con el otro está mediado por una multitud infinita de malentendidos y fantasmas.

El sentimiento amoroso por alguien sobreviene y se va, en buena medida, más allá de nuestra voluntad y control. Eso no implica que no podamos aprender a amar mejor o no tengamos a nuestra disposición la ayuda del conocimiento y la razón. Ni es cierto que seamos totalmente libres de elegir ni tampoco que estemos sometidos a la pasión irracional de un eros ciego. 

Aunque en  principio no podamos decidir sobre un sentimiento, sí podemos decidir y ser relativamente responsables –ahí es donde adhiero al psicoanálisis y su noción de inconsciente- en relación a ese sentimiento. El psicoanálisis bien entendido no es una excusa para decir “disculpáme, te cagué con otra mina porque me lo dictó mi inconsciente”. Por ejemplo, yo jamás trataría de seducir a la pareja de un amigo, por más atractiva que me pareciese en una primera impresión.

En ese sentido adhiero a la ética aristotélica que sugiere que la reflexión y el desarrollo de nuevos hábitos produce variaciones en la manera en que sentimos las cosas. Las emociones también se relacionan con un contexto social y se pueden construir virtuosamente.

El amigo Jorge Corona me hace escribir mucho estos días, pero en algún momento hay que parar. La seguimos otro día.

¡Cuídense mucho y sean felices!

Rodrigo


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