miércoles, 1 de abril de 2020

DIGRESIONES EN TIEMPOS DE CUARENTENA ACERCA DEL CAPITALISMO


El capitalismo es un fenómeno histórico, y por tanto es contingente y no puede estar destinado a la eternidad, como ocurre con toda invención humana. Sin embargo, como bien observan pensadores como Jorge Alemán, no podemos imaginarle un “después” al capitalismo. Siguiendo este argumento, el núcleo del debate se plantea en los siguientes términos: “¿cómo pensar el final de lo que aparenta presentarse sin fin?”. Desde la primera vez que la leí o la escuché, siempre me movilizó la frase, que hasta donde sé es de Fredric Jameson, que dice que al ser humano “le es más sencillo imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”.

¿No les sorprende ese afán tecno-científico medio delirante que pretende averiguar si existen otros planetas “habitables”? Ya hay multimillonarios que hasta compraron una parcela en Marte o planifican irse a vivir a la Luna. Es como decir: “si la Tierra explota que los demás revienten, yo tengo guita y me voy a vivir a otro lado”.


¿Es posible revolucionar el estado de cosas a tal punto de que podamos imaginar un después del capitalismo? ¿Cómo se produce una revolución?

En lo personal, coincido con el filósofo español José Luis Villacañas cuando dice que ante todo, una revolución es una transformación intelectual. Si no existe esa transformación como condición necesaria, aunque no sea suficiente, no puede existir una revolución. Esa transformación intelectual tiene como punto de partida inexorable la cuestión de localizar un lugar desde donde mirar desde fuera la situación vigente. El problema de la revolución consiste en saber identificar ese lugar que nos permita tener una óptica pasiva sobre nosotros mismos, mirarnos desde fuera. Es evidente que no se trata de cualquier afuera, sino de encontrar el sitio, el lugar adecuado desde donde mirar lo que está sucediendo, y de esa manera neutralizar una óptica activa que en el fondo casi genera permanentemente su propio destino. 

En otras palabras, con una óptica activa uno sólo puede afirmar lo que ya ve. Un poco como decía William James cuando hablaba de que algunos confundían “pensar con re-ordenar sus propios prejuicios”. Si uno sólo puede reafirmar lo que ya ve, mezclar de modo distinto sus prejuicios, no es posible que pueda cambiar las cosas.

La pregunta que se impone es: ¿cuál es el afuera del capitalismo que nos permita “mirar” para producir una revolución intelectual?

En lo personal me gusta mucho la visión de Villacañas, que estudiando la Reforma luterana argumenta que “en toda revolución intelectual se halla un punto excéntrico que te permite reflexionar sobre lo que ha quedado latente”

Vale decir que en toda revolución debemos encontrar un punto exterior que nos permita activar lo que quedó en reserva. Ejemplo: Nicolás Copérnico se sitúa en una órbita excéntrica, imagina un nuevo centro desde el cual teorizar, en su caso el Sol, y desde ahí actualiza las latencias que habían quedado sin uso.

Para Villacañas, el único “afuera” del capitalismo es aquello que el capitalismo aspira de forma intensísima por destruir, por negar: la tierra.

La idea de tierra en Villacañas no tiene que ver sólo con el suelo que pisamos, aunque también, sino con la idea de vida. Aquello que el capitalismo más lucha por reducir a su interior es la vida.

Para Villacañas, es inviable que el capitalismo capture, aunque lo pretenda intensamente, hasta el último confín de la vida. ¿Por qué razón? Porque la continuidad de la vida en el ser humano se realiza mediante herramientas que no tienen dimensiones biológicas, y por tanto el aparato psíquico, el psiquismo humano, es irreductible a la vida. El psiquismo no puede ser derivado desde un ser que se halla confiado única y exclusivamente a la evolución biológica. Lo magnífico es que sin vida no tenemos los soportes mínimos del aparato psíquico, pero sólo con la vida no habríamos desarrollado el aparato psíquico. El aparato psíquico es la solución de urgencia que encuentra un ser que no puede seguir viviendo sólo con su arsenal biológico.

¿Y por qué razón el ser humano produce revoluciones intelectuales? Por la sencilla razón de que los grandes pensadores, al igual que muchas personas comunes, no soportan el tedio de la vida o el estado de cosas existente tal y como se va dando en su día a día.


El aparato psíquico no soporta el aburrimiento, y es el que nos da la voz de alarma cuando hay situaciones demasiado tolerables, demasiado adaptadas y carentes de riesgo. Un ser que se aburre, según el aparato psíquico, es un ser que pierde oportunidades de vitalizarse, de vivir, de entusiasmarse. Una revolución intelectual implica una nueva fe, una nueva sensación de entusiasmo, de vitalidad.

No habrá forma, dice Villacañas, de evitar que exista alguien que piense: “¿pero no se dan cuenta que este estado de cosas no puede seguir, que no se mantiene, que ya nadie cree en que podamos vivir así?”. Y esa persona mirará desde otro sitio. Los jóvenes de hoy ya están batallando -sin saber bien qué consecuencias van a traer al mundo con sus luchas cotidianas- para cambiar el orden existente.

¡Eso es todo por hoy! No tengo ganas de desarrollar mucho este tema porque es de por sí muy complejo. En algún otro momento la sigo. Por ahora voy a tratar de escribir sobre aspectos, problemas e inquietudes mías personales en tiempos de cuarentena. La idea es hacerlo a partir del psicoanálisis, simplemente porque en estos días estoy leyendo y re-leyendo algunos brolis sobre el tema.

Sean felices,


Rodrigo

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