“¡¡Detente rostro de Olivia Hussay en Romeo and Juliet, eres
tan hermoso!!”, podría haber dicho Goethe en su Fausto. ¿Göthe pasa Clarín, estás
nerviosho?
I hope I die before I get old -"espero morir antes de
volverme viejo"-, cantaba Roger Daltrey a mediados de los 60’s. Ahora Roger
está old, pero en aquel entonces estaba in his twenties.
En ese mismo período,
Witold Gombrowicz (1904-1969) hacía largos años que se sentía un viejo choto:
“Gombrowicz era terriblemente impiadoso con la fealdad del
cuerpo, con la del suyo y con la de los demás también. Cuando algún joven
despistado se le presentaba como admirador de Neruda y de sus Veinte poemas de
amor y una canción desesperada, Gombrowiz se retorcía en la silla, no podía
soportar la presencia del cuerpo viejo y corrompido de Neruda al lado de ese
canto al amor”, nos dice Juan Carlos Gómez, alias “Goma”, alias una de las
personas que más sabe del escritor polaco.
Parece que en Piriápolis, el tipo no se animaba a mostrarse
en traje de baño, porque le resultaba desagradable exponer las varices de sus
piernas a la luz del sol.
Digresión: en lo personal, me parece que un buen camino para
abrazar la infelicidad es la idealización de la juventud y la belleza combinada
con un excesivo sentimiento trágico de la existencia a la Miguel de
Unamuno/Ernesto Sótano; por eso es que un tipo como Alejandro Dolina parece
sufrir tanto el paso del tiempo. Además, la vejez es una de las etapas de la
vida que más dura -unos treinta o cuarenta años; en tanto que la juventud, a lo
sumo, se extiende por quince años.
Prosigo: el “Goma” dice que Don Witoldo era muy respetuoso y
atento con el dolor de sus amigos. Sin embargo, “la repugnancia que sentía
Gombrowicz por la fealdad corporal es un rasgo suyo que me resulta
incomprensible, a menos que se lo analice exclusivamente bajo la óptica de su
homosexualidad y se lo entienda como una consecuencia. En la vida corriente
Gombrowicz tenía una actitud benevolente con las miserias humanas,
especialmente con aquellas por las que una persona sufre, pero aquí, ¡mi Dios!,
no queda títere con cabeza”.
El autor de Ferdydurke lo deja clarísimo en el siguiente
fragmento: “¡Oh! ¡Estoy mortalmente enamorado de la carne! La carne es para mí
casi decisiva. Ningún espíritu podrá resarcir a nadie de la fealdad corporal, y
el hombre no atractivo físicamente siempre pertenecerá para mí a la raza de los
monstruos (…) ¡Ah, cómo necesito esta consagración a través del cuerpo! La
humanidad se divide para mí en dos partes: una, corpóreamente atractiva, y la
otra, repugnante, y la frontera entre ellas es tan clara que no dejo de
asombrarme (…) ¡Porque ser artista significa estar mortal, incurable,
apasionadamente enamorado, pero también salvaje e ilegítimamente…!”
Cada cierto tiempo, no muy frecuente, nos sorprende la
visión de una mujer extremadamente bella, que suspende el pensamiento, y nos
sentimos en contacto con “la divinidad”:
“Todo era verde y azul, agradable y ameno. En una parada
sube una muchacha que… ¿cómo decirlo? La belleza tiene sus misterios. Hay
muchas melodías bellas, pero sólo algunas son como una mano que oprime la
garganta. Esta belleza era tan magnetizadora que todos se sintieron extraños y
quizás, incluso, avergonzados; nadie se atrevía a admitir que la observaba,
aunque no había ni un par de ojos que no contemplara a escondidas aquella
espléndida aparición. De repente, la muchacha, con toda la tranquilidad del
mundo, se puso a hurgarse la nariz”.
En 1890, el escritor irlandés Oscar Wilde –quien también era
manflora- publicó The picture of Dorian Gray (El retrato de Dorian Gray), una
suerte de recreación del mito fáustico, al tiempo que la concreción de sus
teorías vitalistas y neopaganas. En ese relato, Wilde tiene como eje el
hedonismo y el culto apasionado por la Belleza y la Juventud, y también la
belleza de la juventud, como móviles del individuo y como religión de quien
busca la plenitud del instante.
Para quienes no lo leyeron, resumo el argumento: Dorian Gray
es un joven muy hermoso stop. Se dedica a hacer de su vida una obra de arte, se
entrega a placeres efímeros, ajeno a cualquier moral, inalterablemente joven,
mientras un retrato suyo va envejeciendo y recibiendo los signos del deterioro
moral y físico stop. Uno de los personajes más interesantes es lord Henry
Wotton, un Jorge Asís aristocrático que dice pelotudeces ingeniosas como “pues
sólo hay en el mundo una cosa peor que el que hablen de uno, y es que no
hablen”. Muchos participantes de Gran Hermano, que son más pelotudos que el fan
número uno de Wanda Nara, obedecen a este postulado henrywottoniano.
Hay un fragmento donde Dorian afirma que jamás ha buscado la
felicidad: ¡Qué importa la felicidad! Yo he buscado el placer!”
A mi juicio, las personas que pretenden hacer de su vida una
obra de arte o quienes ponen al arte muy por encima de la política o la moral
me suelen resultar medio antipáticos stop. Ese tipo de personajes tienen tanto
miedo de aburrirse que son capaces de hacer mil y un cagadas con tal de no
experimentar tedio stop. En cierto sentido, el neopaganismo coloca el placer por
encima de la felicidad, entendida ésta como una suerte de virtud acomodaticia y
burguesa; y bajo otro aspecto, como una casi negación de la intensidad que debe
conllevar necesariamente el drama. Rewind (?)
¿Es preferible durar o arder? ¿Elegimos consumirnos pronto,
como un leño seco bajo las llamas, como Jim Morrison o Jazmín De Gracia; o
cocinarnos a fuego lento cual Mariano Closs? "Todos los extremos son
malos", diría mi abuela mientras se clava medio litro de vodka.
Para seguir leyendo (si querés, si no querés no, nadie te obliga loco, todo bien): pinchar acá.
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