domingo, 24 de agosto de 2014

SARTORI Y LA DISCUSIÓN POLÍTICA

Toda vez que discutimos apasionadamente, y en particular de temas vinculados a la política, tenemos tendencia a acomodar los argumentos de manera que encajen con lo que ya pensábamos antes de empezar la discusión. No nos enriquecemos con los argumentos ajenos, sino que nuestro interés está volcado a tratar de triunfar en la disputa verbal a cualquier precio. Como diría William James, nos inclinamos por confundir pensar con re-ordenar nuestros propios prejuicios.


El filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein decía que, aunque resulte curioso afirmar que uno puede “ver” interpretaciones, es algo que hacemos todo el tiempo. Pongamos un ejemplo un poco burdo: en un desocupado, un neoliberal “ve” alguien con pocas ganas de trabajar, mientras que un socialista percibe que se trata de una persona que necesita ayuda.


Cuando se trata de entender la política, de profundizar en el esclarecimiento de cuestiones complejas, el lenguaje corriente se vuelve endeble.


CUANDO DISCUTIR NO SIRVE PARA NADA


Dice Sartori: 

“Los interlocutores discuten, se acaloran, llegan con frecuencia a litigar entre sí, pero cada uno se queda con su parecer (y el parecer que lo contradice es una estupidez). De aquí proviene el notorio y prestigioso dicho de que “discutir no sirve para nada”, salvo para hacerse mala sangre, lo que es una gran verdad; pero lo es porque se discute sin saber discutir. Discutir es inútil cuando los interlocutores no se entienden porque no tienen cuidado de definir las palabras que utilizan; cuando no poseen un vocabulario suficiente para examinar los problemas en detalle, con adecuada precisión; y en fin, cuando cada uno argumenta las propias tesis sin unidad de método lógico y cambiando varias veces el criterio demostrativo”.

Para Sartori, el lenguaje corriente nos permite emitir mensajes autiobiográficos, pero se nos vuelve muy problemático para RESOLVER PROBLEMAS. Es muy común que al discutir de política, el interlocutor se sirva de argumentos irrefutables, del tipo: “mi hermano conoce a un amigo que trabaja para el diputado tal, quien le dijo que se trata de un corrupto”.

En la discusión política, que muchas veces se vuelve un diálogo acalorado y delirante; una suerte de polémica entre dos calvos peleando por un peine, se presentan las siguientes particularidades: a) el vocabulario al que se recurre es extremadamente reducido e insuficiente; b) las palabras quedan indefinidas, o su definición es borrosa y confusa; c) las uniones entre las frases se establecen, por lo común, de manera arbitraria y desordenada, al tiempo que las conclusiones de argumentaciones se instauran con anterioridad al iter demostrativo que debería sustentarlas.

En el lenguaje corriente, es inevitable que cada uno de los contendientes cambie continuamente su método de argumentación, usando uno hasta que le es útil, y recurriendo a otro toda vez que advierte que su interlocutor se siente incómodo con el nuevo enfoque.


Entiendo que en cualquier democracia, la discusión no sólo es necesaria sino inevitable. Si tuviésemos que esperar a ser expertos en cada cuestión compleja para tener derecho a opinar, estaríamos condenados a un mutismo casi perpetuo. Mi intención no es confundir "tecnocracia" con democracia. Sin embargo, a los argentinos no nos vendría mal reflexionar un poco sobre lo que sugiere Sartori, para no caer tanto en el “cualunquismo”: esa especie de neblina nocturna donde todas las vacas son pardas.

En el pensamiento crítico, la precisión del lenguaje es esencial. Un médico que erra en un nombre, erra en la enfermedad; y si erra en la enfermedad, no cura o cura mal o incluso empeora al enfermo. Mejorar la precisión y el uso del vocabulario es una forma de adiestrarnos en el pensar.

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